“LA
COMPLICIDAD DE ALGUNOS INTELECTUALES
EN LA GUERRA IMPERIAL CONTRA SIRIA”
Ángeles
Díez Rodriguez
Sociología
Crítica
07.09.2015
“La
complicidad de algunos intelectuales en la guerra imperial contra Siria” de
Ángeles Díez Rodríguez,
Dra.
en Ciencias Sociales y políticas, y profesora de la UCM (Texto correspondiente
a la conferencia impartida en el Ateneo de Madrid el 9 de septiembre de 2013):
“El
caso de Siria es uno de los más paradigmáticos en los que desde 2011 se
evidencian con claridad el papel legitimador de la guerra jugado por ciertos
intelectuales de izquierda. Una parte importante de éstos ha optado por servir
de coro a la guerra mediática contra Siria investidos de un áurea ilustrada y
cargados de principios morales de factura occidental. Desde sus púlpitos en los
medios alternativos pero también en los masivos elaboran explicaciones,
justificaciones y relatos que presentan como principios éticos cuando en
realidad se trata de su opción política. Ridiculizan y simplifican, manipulan y
tergiversan la opción de los militantes antiimperialistas e incluso se permiten
enmendar la plana a los gobiernos latinoamericanos que, defendiendo la
soberanía y el principio de no injerencia, se oponen a la guerra contra Siria.
En
junio de 2003 en el marco de la guerra y ocupación de Iraq no fue muy
complicado, en el ámbito universitario, en el de la cultura y en la militancia
de izquierdas, que se alzaran cientos de voces contra la guerra; fuimos capaces
de reconocer las trampas discursivas, capaces de descubrir los intereses del
imperio y sus socios, de desvelar las mentiras mediáticas y sobre todo de
establecer prioridades en la movilización y la denuncia. No pudimos parar la
guerra ni la ocupación de Iraq pero pusimos los cimientos de un movimiento
antiimperialista que podría haber sido el freno de mano de la barbarie bélica y
que, de alguna manera, aplazó el objetivo de continuar la neocolonización de la
zona.
Si
en el 2003 nos fue relativamente fácil movilizarnos contra la guerra en Iraq y
los planes imperiales, lo cual no significaba apoyar ninguna dictadura, muchos
nos hacemos ahora la pregunta: ¿Qué ha pasado para que no surja o para que no
se dé continuidad al movimiento que emergió en el 2003? Seguramente haya
diversas razones entrecruzadas pero me gustaría destacar dos que me parecen
centrales: los medios de comunicación masivos han hecho un buen trabajo
disuasorio y una parte de los intelectuales de izquierdas que antes eran
referentes políticos contra la guerra han optado por servir en el otro bando.
Intelectuales
de izquierda al servicio de la legitimación bélica
Que
los medios masivos mienten, tergiversan, ocultan, señalan, dan forma y rostro a
nuestros enemigos es una evidencia repetida una y otra vez en la historia. Lo
hacen no porque sean instrumentos del imperio, no, lo hacen porque son parte
consustancial del poder. Pero la justificación de las guerras, la “fabricación
del consenso” que diría Chomsky, no sólo se hace a través de las corporaciones
mediáticas. La propaganda es un sistema en el que se insertan las empresas
mediáticas, la clase política y sus discursos, la cultura occidental prepotente
y colonialista, los periodistas, los artistas, los intelectuales, los
académicos y los filósofos mediáticos. Todos estos intelectuales se han
convertido en un “clero secular”que “optan por jugar un papel fundamental en la
interiorización de la ideología de la guerra humanitaria como un mecanismo de
legitimación” (Bricmont, 2005:126). Unos conscientemente, otros no tanto, se
han puesto al servicio de la propaganda de guerra del imperio.
Lo
interesante es que esta cohorte creadora de opinión pública antes se reclutaba
en las filas conservadoras, en las liberales y una parte en las de los
socialdemócratas (recordemos la campaña del PSOE con “la OTAN de entrada No”)
pero desde la guerra de Yugoslavia (1999) son cada vez más los grupos de
intelectuales que proceden o se reclaman revolucionarios de izquierda,
anticapitalistas y antiimperialistas. Se explican a sí mismos con argumentos
morales universalistas y humanitarios: luchar contra las dictaduras (estén
donde estén) y defender la causa de los pueblos (siendo éstos las mujeres
afganas, los insurgentes libios, los manifestantes sirios o la parte de pueblo
que los medios masivos señalen como víctima de las dictaduras).
Algunos
de estos intelectuales enarbolaron el “No a la guerra” contra Iraq en el 2003,
sin embargo, desde el inicio de las llamadas “primaveras árabes” tocan en la
misma orquesta que sus gobiernos llamando al derrocamiento del tirano Bashar
Al-Assad y a la transición democrática en Siria; incluso hay quien reclama la
intervención militar de Occidente como la novelista Almudena Grandes: “Al fondo
está El Asad, un dictador, un tirano, un asesino en serie que resultará el
único beneficiario de la no intervención”.
Suponemos
que para ellos Sadam Huseín era menos dictador que Al-Assad o quizá se trate de
que en esa guerra había cientos de miles de ciudadanos en las calles gritando
“No a la guerra”, caso que no se da ahora.
El
papel que juega este “clero secularizado” es doble: por un lado suministran
argumentos justificadores de la intervención armada; por otro, dividen,
debilitan o bloquean cada vez con mayor intensidad el surgimiento de una
oposición fuerte a las guerras imperiales.
Unas
veces por ignorancia política, otras por confusión pero la mayoría de las veces
por un sentido subyacente de superioridad moral como intelectuales del mundo
desarrollado, esta “izquierda” ha interiorizado los argumentos de la derecha.
Según Bricmont, se ha movido en dos actitudes: a) lo que llama el imperialismo
humanitario, que se apoya en creer que nuestros “valores universales” (la idea
de libertad, democracia) nos obligan a intervenir en cualquier lugar. Sería una
especie de deber moral (derecho de injerencia); b) el “relativismo cultural”,
que parte de que no hay costumbres buenas o malas. Tendríamos el caso de que si
hay un movimiento wahabista o fundamentalista que se revela contra la represión
hay que aplaudirlo porque “los pueblos no se equivocan” o, como me explicó un
filósofo español “cuando los pueblos hablan, la geoestrategia calla”.
Extrañas
coincidencias por la libertad y la democracia
La
dominación imperial es siempre militar pero necesita una ideología que la
justifique para eliminar resistencias en la retaguardia. Hoy día, gracias a la
complejidad del sistema de propaganda cada vez más sofisticado, tecnificado y
efectivo, una gran parte de la construcción de esta ideología legitimadora está
en manos de una izquierda, ahora ya respetable, que cuenta con credibilidad
para la opinión pública crítica gracias a su currículo como defensora de la
causa palestina. El núcleo duro de los discursos legitimadores se ha desplazado
de la ya clásica “libertad” a la críptica “dignidad” y mantiene la “democracia”
y los derechos humanos como consignas. La democracia como “la intervención soñada”
del filósofo Santiago Alba sirve de utopía light para sumar adeptos y confundir
los deseos con la realidad.
Sin embargo, hay ocasiones en las que la consigna de la libertad emerge cual ave fénix cuando el público al que se dirigen es demasiado occidentalizado para desentrañar el enigma de la “dignidad”. Dice Bricmont que justo cuando el imperio abandona el lenguaje de la libertad porque ya no resulta creíble lo retoma este clero humanitarista. Así, en el llamamiento de la Campaña de solidaridad global con la Revolución Siria firmado entre otros por G. Achcar, S. Alba y Tariq Ali cuyo título es “solidaridad con la lucha siria por la dignidad y la libertad”, en apenas dos páginas se utiliza 14 veces la palabra libertad.
A
medida que la guerra mediática contra Siria se ha ido recrudeciendo han
aumentado las coincidencias entre los relatos imperiales y los discursos de los
que dicen apoyar a los “revolucionarios sirios”. Sigamos con los ejemplos
ilustrativos y comparemos el “llamamiento de Solidaridad global con la
Revolución Siria” con la declaración conjunta sobre Siria que firmaron 11
países en el marco de la reunión del G20, a propuesta de Estados Unidos, para
forzar un frente de estados que apoyen la intervención armada.
En
el llamamiento del clero humanitarista se apuntan los siguientes argumentos:
1) En Siria hay una revolución en marcha.
2) El único responsable de las muertes, de la militarización del conflicto y de la polarización de la sociedad es B. Al-Assad.
3) Hay que apoyar a los revolucionarios sirios porque “luchan por la libertad a nivel regional y mundial”.
4) Hay que “apoyar una transición pacífica hacia la democracia para que decidan los propios sirios”.
5) Se pide una “Siria libre, unificada e independiente”.
6)Se pide ayuda a todos los refugiados y desplazados internos sirios.
En la web de la campaña se introduce el texto del llamamiento especificando que “la revolución del pueblo debe ser apoyada por todos los medios” –suponemos que “todos los medios” significa todos los medios–, y se exige que B. Al-Assad dimita, sea juzgado y se ponga fin al apoyo militar y financiero al régimen sirio, sólo al “régimen sirio”.
Por
su parte la declaración conjunta de Estados Unidos y sus socios, entre los que
curiosamente no se encuentra ningún país latinoamericano y el único árabe es
Arabia Saudita, expone los siguientes tópicos:
1) Condena exclusivamente al gobierno sirio al que hace responsable del ataque con armas químicas.
2) La guerra contra Siria es para defender al resto del mundo de las armas químicas evitando su proliferación.
3) La intervención trataría de evitar males mayores: “un mayor sufrimiento del pueblo sirio y la inestabilidad regional”.
4) Se condena la violación de los Derechos humanos “por todas las partes”.
5) Se pide una salida política, no militar y se dice: “Estamos comprometidos con una solución política que se traduzca en una Siria unida, incluyente y democrática”.
6) Se llama a la asistencia humanitaria, a los donantes y a la ayuda a las necesidades del pueblo sirio.
En
la comparación de ambos textos lo sorprendente es que en el primero se destila
un aire mucho más belicista, no se reconoce que haya dos bandos en el
conflicto, la responsabilidad se reduce a B. Al-Assad, se justifica el apoyo a
los “revolucionarios sirios” porque están haciendo la revolución mundial y no
se plantea una salida política sino la derrota del gobierno sirio. Pareciera
que este llamamiento hubiera sido redactado precisamente por uno de los bandos
en conflicto que se arroga la portavocía del pueblo sirio en su conjunto.
Las
trampas del lenguaje: “Condenamos la intervención, ni con unos ni con otros,
los pueblos siempre tienen razón”
La
construcción de la ideología del imperialismo humanitario ha tenido distintos
recorridos. Como decíamos al inicio de esta intervención, ha sido el estandarte
de la izquierda biempensante (parte de ella vinculada al trotskismo de la
Cuarta Internacional) que desde la guerra contra Yugoslavia (1999) fue dando
forma a un discurso moralista cómodo que la homologaba como “izquierda
respetable” aunque se declarara “anticapitalista”.
Si
analizamos algunos de sus discursos sobre Siria encontramos las pautas que se
repiten. En primer lugar hay que dejar claro constantemente el punto de partida
antiimperialista, y negar que se esté con “la intervención militar extranjera”,
como hace G. Achcar en el artículo “Contra la intervención militar extranjera,
apoyo a la revuelta popular siria”, o S. Alba en “Siria, la intervención
soñada” que termina con un “condeno, condeno, condeno, la intervención militar
estadounidense”. Decía V. Klemperer en su obra La lengua del Tercer Reich que
“el lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma
deliberada, ante otros o ante sí mismo, y aquello que lleva dentro
inconscientemente”. El clero humanitarista no está a favor de la intervención
militar pero se ve obligado a repetirlo constantemente en sus escritos y
conferencias como si el público al que se dirigen no estuviera del todo
convencido. Tampoco conviene hablar de guerra y por tanto se utiliza
constantemente el eufemismo “intervención militar extranjera” o “intervención
militar estadounidense”.
Ni
con Estados Unidos ni con B. Al-Assad. La equidistancia es sin duda un refugio
ideal para las buenas conciencias y tiene la ventaja de la ambigüedad que
permite posicionarse en un lado o en otro según discurran los acontecimientos.
Se trata de una falsa simetría que coloca en el mismo plano al agresor y al
agredido. Si en una situación en la que un estado o un conjunto de estados
amenazan y declaran la guerra a otro nos declaramos neutros, en realidad,
apoyamos la opción del más fuerte. No ha sido Siria quien ha declarado la
guerra a Estados Unidos o a Europa y comparativamente el poderío y la capacidad
bélica de Siria respecto al imperio y sus socios (armas químicas, nucleares y
convencionales) es incomparable.
Al
clero humanitarista no le convence el posicionamiento “ni-ni” y trata por todos
los medios de decantar las opiniones hacia el lado del bando donde se
encuentran los llamados “revolucionarios sirios”. En ese intento no escatima
adjetivos contra el gobierno sirio y su presidente y se sitúan por encima de la
realidad o la veracidad de los hechos; tenemos así a S. Alba diciendo que es un
hecho irrefutable que “con independencia de que haya usado o no armas químicas
contra su propio pueblo, el régimen dictatorial de la dinastía Assad es el
responsable primero y directo de la destrucción de Siria, del sufrimiento de su
población y de todas las consecuencias, humanas, políticas y regionales que se
deriven de ahí”; o a Almudena Grandes calificando a El Assad como “asesino en
serie”. Pero lo cierto es que, como dice Bricmont, “en tiempos de guerra
denunciar los crímenes del adversario, aun suponiendo que estén sólidamente
fundamentados, algo que con frecuencia no es así, acaba contribuyendo a
estimular el odio que hace que la guerra sea aceptable”(2005:193).
Otro
de los tópicos clásicos es estar del lado de los pueblos. Aquí tenemos un
escollo difícil de salvar ya que, en el caso de las primaveras árabes, los
gobiernos imperiales se han posicionado claramente a favor de los pueblos y han
sido los primeros en señalar su apoyo a los “revolucionarios” sirios. La
explicación más rocambolesca de estos intelectuales humanitarios es la pura
casualidad, el cinismo o las intenciones perversas del imperio que le lleva a
apoyar a los pueblos árabes para luego apropiarse de las revoluciones e imponer
sus propios intereses. La realidad es, según ellos, que ni a Estados Unidos ni
a Europa les interesa intervenir militarmente en Siria. Pero cuando los
“rebeldes y los refugiados sirios”, como antes hicieron los rebeldes libios,
manifiestan que “anhelan el ataque de Estados Unidos a Siria”, se complica la
definición de “revolucionarios” y la de “pueblo”, pues, ¿quién es ese pueblo
revolucionario o parte del pueblo que clama por un ataque militar de otros
estados?
Dada
la complejidad de la situación, refugiémonos en nuestros principios
Aunque
podemos denunciar a las corporaciones mediáticas, a los políticos y publicistas
que nos siguen vendiendo la guerra con la misma retórica moralista y con
prácticas cínicas, el problema es que les sigue funcionando, por lo menos con
la gente poco concienciada. La novedad es que ahora disponen de una cohorte de
filósofos, intelectuales y artistas que se venden como estrellas mediáticas,
aunque sea en medios alternativos, que incluso se creen lo que dicen, creen
defender realmente los derechos humanos y estar del lado de los pueblos, pero
su labor ha sido la de acompañar los discursos imperialistas y bloquear el
surgimiento de movimientos de oposición a la guerra enfangándonos en
discusiones estériles sobre su propio posicionamiento.
Sus
textos, conferencias e intervenciones mediáticas han tenido una gran eficacia
para confundir, persuadir y culpabilizar a los activistas contra la guerra, a
la gente más dispuesta a ofrecer resistencia efectiva a la guerra imperial y a
la propaganda de guerra. Para curarse en salud suelen afirmar que todo es más
complejo, impredecible, de modo que la única opción que nos queda como gente
buena que somos es refugiarnos en nuestra buena conciencia. Si nuestros
conocimientos y retórica son tergiversados y utilizados para favorecer el apoyo
a la guerra será un efecto no querido, un daño colateral por el que no se nos
puede responsabilizar.
Lo
cierto es que los discursos, los llamamientos y las exigencias del clero
humanitarista no tienen la más mínima repercusión sobre los gobiernos
occidentales, pero también es cierto que sí afectan a la posibilidad de un movimiento
antiimperialista. Quisiera terminar con unas palabras de R. Sánchez Ferlosio
sobre la guerra: “Aparte de unos pocos exaltados todos vemos la guerra con
matices pero en momentos decisivos los matices no pueden ser el lastre que nos
impida oponernos a la guerra con la contundencia necesaria. Ni debemos dejar
que se conviertan en munición en nuestra contra. Es nuestra responsabilidad
política”.”
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