Grecia
Alexis
Tsipras: el transformismo como instrumento para derrotar al sujeto popular
21.09.2015
Ellos, los que mandan, nunca se equivocan.
Aciertan casi siempre. Su especialidad es cooptar, integrar, domar a los
rebeldes para asegurar que el poder de los que mandan de verdad y no se presentan
a las elecciones se perpetúe y se reproduzca. El transformismo es eso:
instrumento para ampliar la clase política dominante con los rebeldes, con los
revolucionarios, asumiendo algunas de sus reivindicaciones a cambio de
neutralizar y dividir a las clases subalternas. La clave es esta: para
conseguir que el sujeto popular sea no sólo vencido sino derrotado, es
necesario cooptar a sus jefes, a sus dirigentes. Con ello se bloquea la
esperanza, se promueve el pesimismo y se demuestra que, al final, todos son
iguales, todos tienen un precio y que no hay alternativa a lo existente. La
organización planificada de la resignación. Con Alexis Tsipras no ha sido
fácil. Era un reformista sincero y, además, un europeísta convencido, de los
que pensaban que se podrían conseguir concesiones de los socios europeos; que a
estos se les podría convencer de que las políticas de austeridad no solo eran
injustas sino profundamente ineficaces y que para poder pagar la deuda se
debería incentivar un conjunto de políticas diferentes que relanzaran la
economía, que solucionaran la catástrofe humanitaria que vivía el país y que
hicieran compatible la soberanía popular con la pertenencia a la UE. El ex
ministro de Finanzas Yanis Varoufakis ha sido la cara y los ojos de esta estrategia
negociadora que él, en algún momento, ha definido como kantiana, es decir,
basada en la razón y en la búsqueda del interés común.
La
historia es conocida. Hoy sabemos que esa estrategia ha sido un rotundo
fracaso: no se consiguió nunca dividir a los estados europeos más poderosos y
el dominio alemán fue claro y definitorio desde el comienzo. Todo esto lo
sabemos por el propio Varoufakis, que ha ido relatando este auténtico “vía
crucis” que nunca implicó realmente una negociación y que, desde el primer
momento, fue un chantaje en toda regla del tipo “lo tomas o lo dejas” y,
mientras, la presión sostenida y permanente del Banco Central Europeo agotando
la liquidez y las instituciones europeas negando los créditos.
Dieciocho
contra uno. Así ha sido este proceso, que tenía tres objetivos fundamentales.
El primero, combatir el malísimo precedente griego en un sentido claro y
rotundo: los países endeudados del sur no pueden tener otras políticas
económicas que las dictadas por la troika. En segundo lugar, apoyar firmemente
a los gobiernos de la derecha y de la socialdemocracia que, de una u otra
manera, en uno u otro momento, se plegaron a las políticas impuestas por el
Estado alemán; estos partidos siguen siendo absolutamente necesarios para
garantizar las políticas neoliberales dominantes y bajo ningún concepto se les
puede dejar caer, máxime cuando emergen fuerzas alternativas, de eso que la UE
y los gobiernos de turno llaman populismo. El tercero, el mensaje real que se
manda a las poblaciones, sobre todo del sur, es que esta UE, sus políticas y
sus relaciones reales de poder, no tienen alternativa. Lo que queda es la
estrategia del miedo: o se aceptan estas políticas o se producirá el caos y la
catástrofe económica y social de la salida del euro.
En
muchos sentidos, el caso griego es bastante excepcional. Grecia es un
viejo-joven país con una honda tradición política cultural, con una fuerte
identidad como pueblo y con un gran sentido patriótico. Se había ido produciendo
en estos años una simbiosis, una nueva relación entre la defensa de los
derechos sociales, la independencia nacional y la unidad de una gran parte del
pueblo en torno al apoyo a las clases trabajadoras, a los pobres y a los
jóvenes que estaban viviendo una grave regresión en sus condiciones de vida y
de trabajo. Todo esto terminó identificándose con dos nombres: Syriza y
Tsipras. El ejemplo más claro de esto fue la victoria en el referéndum en un
país, no se debería olvidar, que estaba viviendo un “corralito”, con amenazas
constantes de las “autoridades europeas” y con unos medios de comunicación
masivamente partidarios del Sí.
Que
al final fuese Tsipras el eslabón más débil de la cadena obliga a pensar las
cosas a fondo. Primero, la enorme capacidad de presión de la troika, en un
sentido muy preciso y que se olvida con mucha frecuencia: lo que existe es una
alianza estratégica entre las instituciones europeas y los poderes económicos
dominantes de cada país que el Estado alemán garantiza. Para decirlo con mayor
precisión: las clases económicamente dominantes están de acuerdo con esta
Europa y con el papel que se asigna a sus países en la división del trabajo que
se está definiendo en y desde la crisis. En segundo lugar, lo que Tsipras y la
derecha de Syriza expresan es una posición ideológica que no siempre se
consigue identificar y que, al final, se ha convertido en una enorme debilidad.
Me refiero a eso que se ha llamado europeísmo.
Reformismo socialdemócrata y
europeísmo han estado íntimamente relacionados. Se podría decir que la bandera
del europeísmo sirvió para camuflar la crisis del proyecto socialdemócrata
sobre tres ideas básicas: que la UE era la única construcción posible de
Europa; que la UE es un bien en sí, independientemente del conflicto social y
de la distribución del poder entre estados y clases; y que el Estado-nación se
había convertido en una antigualla que necesariamente había que superar en el
proceso de integración europea.
Para
Tsipras era inimaginable una Grecia fuera del euro, fuera de las instituciones
de la UE, aunque eso significase la ruina económica de su país, continuar con
la degradación de las condiciones sociales de la mayoría de la población y la
aceptación de que el Estado griego es, de hecho, un protectorado de los países
acreedores.
La
troika ha conseguido claramente sus objetivos. Las políticas que han venido
realizando Tsipras y su Gobierno tras su capitulación (así lo ha definido
Varoufakis) nos impiden ser optimistas. La hoja de ruta aprobada por las
instituciones europeas la está cumpliendo Tsipras a rajatabla, y a veces da la
sensación de que se realiza con el “furor del converso”. Hay datos que nos
llevan a pensar que el asunto irá a peor. Tsipras sabía mejor que nadie que no
estaba garantizada su mayoría en el próximo congreso de Syriza. La convocatoria
a nuevas elecciones que realizó no tiene nada de heroico. Sabedor de que las
cosas en su partido estaban difíciles para él, las convocó para conseguir tres
cosas a la vez: garantizarse las siglas, propiciar la ruptura de Syriza huyendo
del debate democrático y del posible cuestionamiento de su liderazgo y, por
último, buscar el respaldo popular antes de que se empiecen a notar los efectos
económicos y sociales de las políticas de austeridad impuestas por la troika y
aceptadas por la mayoría del Parlamento griego.
Seguramente
Tsipras ganará [el domingo], pero su partido habrá ya cambiado de naturaleza y
el movimiento popular y democrático se dividirá por mucho tiempo. Nada será
igual. Reconstruir desde abajo la alternativa después de la derrota requerirá
tiempo, inteligencia y un compromiso moral especialmente fuerte. Tsipras ahora
se muestra como valiente, responsable y realista, y a los otros, sus amigos y
camaradas de ayer, los presenta como populistas, maximalistas y euroescépticos.
Los que mandan ganan una vez más. ¿Aprenderemos en cabeza ajena? La vida dirá.
Monereo
es militante de Izquierda Unida pero cercano al líder de Podemos, Pablo
Iglesias. En las últimas semanas se ha distanciado de este último, por el apoyo
que Iglesias ha dado en las elecciones griegas a Alexis Tsipras.
Este
artículo fue publicado en el blog del autor.
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