Corrupción,
política y 24-M
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24.06.2015
3).- Corrupción
en el socialismo (13/05/2015)
Dijimos al
presentar este apartado de El Hurón dedicado exclusivamente a la denuncia de
las corrupciones, que comenzaríamos cada artículo con un análisis específico de
las distintas formas de corrupción relacionadas con el contenido del artículo
ofrecido en ese momento. Hasta ahora hemos visto la podredumbre generalizada
del Estado español a raíz, entre otras cosas, de la ley del suelo dictada por
el PP y sus repercusiones en la crisis medioambiental y socioecológica; también
hemos hablado de la corrupción en el sindicalismo reformista, amarillo y
corporativo a raíz del 1º de mayo.
Ahora nos
enfrentamos a un problema cualitativamente diferente a los dos anteriores: la
corrupción en el socialismo. Difiere en calidad porque mientras que la sociedad
burguesa gira alrededor de la máxima acumulación individual de capital, o de
dinero para entendernos ahora, obtenible incluso violando su propia legalidad,
la militancia socialista se caracteriza por el contrario por una conciencia
revolucionaria en la que el dinero, el capital, es el enemigo irreconciliable a
batir. Como veremos, las corrupciones que ha habido en lo que podríamos
denominar sin mayores precisiones como «países socialistas» han sido y son
infinitamente menores en todos los sentidos que la estructural, endémica y
necesaria corrupción capitalista.
Para
corromperse, el militante socialista ha de serlo sólo de boquilla, en la forma,
con una conciencia muy débil en sus concepciones éticas que no tan sólo
políticas y teóricas. La ética marxista es decisiva para superar las
«tentaciones» de corrupción que surgen por doquiera en la sociedad capitalista,
pero lo es mucho más todavía cuando se ha tomado el poder y surgen
posibilidades de enriquecimiento, nepotismo, etc., como ha ocurrido.
Véase que
hablamos de militancia socialista, es decir, de praxis revolucionaria
comunista, y no de «afiliación socialista» en el sentido de estar afiliado a
los partidos socialdemócratas, integrados en su burocracia y cobrando de ella y
de las instituciones burguesas en las que se «trabaja» --ayuntamientos,
diputaciones, gobiernos autonómicos, instituciones varias, servicios sociales y
públicos, empresas públicas, ministerios y aparatos del gobierno, burocracias
del Estado, etc.--, de modo que dejamos fuera de la militancia revolucionaria a
estos pozos podridos de nepotismo, corruptelas y corrupciones varias.
También
excluimos a la parte de la burocracia eurocomunista y de otras ex izquierdas
que se pasaron al reformismo blando o duro desde el famoso «desencanto» de la
segunda mitad de los ’80, que paulatinamente fue enquistándose en la densa y
pegajosa red de araña institucional, siendo abducida por el agujero negro de la
«democrática corrupción». Recordemos aquella expresión peyorativa de
«marxismo-ladrillismo» que había sustituido al marxismo-leninismo de los años
’60 y ’70 de algunas organizaciones y partidos políticos que se decían
comunistas.
Y tenemos que
reivindicar el honor y la ética comunista de miles de mujeres y hombres que
nunca claudicaron ante lo cantos de sirena del sistema dominante. Como
militante independentista y socialista vasco que soy, reivindico la rectitud de
la izquierda abertzale a la que nunca se le ha podido acusar de la mínima
corrupción a pesar de la sofisticada y permanente investigación a la que es
sometida desde su origen por todos los aparatos del Estado, así como por los
partidos y medios de prensa unionistas y autonomistas. Están ansiosamente
prestos a despedazar a la izquierda abertzale sólo con el primer rumor de
mínima corruptela por falso e interesado que resulte ser.
Partiendo de
aquí, comparemos las situaciones históricas en las que han chocado dos poderes
radicalmente opuestos: el capitalista y el pueblo trabajador, y veamos cuáles
han sido las prácticas corruptas de ambas. Los órganos de poder de la
revolución de 1848 chocaron con un régimen podrido, descrito brillantemente por
Marx en su obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte. La lectura de
este sorprendente libro nos descubre un mundo burgués infecto, pestilente,
repulsivo hasta la náusea pero, debido a eso mismo, fiel espejo de la
civilización del capital. La Comuna de París de 1871 se autoorganizó de manera
democrática, comunera, descentralizada en muchas cuestiones y centralizada en
las decisivas, la de defensa, por ejemplo, pero según Marx y Engels cometió el
error de no haber sido suficientemente radical: debía haber nacionalizado la
banca para así adquirir las armas y la comida que necesitaba vitalmente. La
limpia ética comunera, que la marxista integra y asume, fue una lección al mundo
entero que aún perdura en la memoria popular, mientras que la crueldad asesina
de la contrarrevolución sólo fue superada por la masiva corrupción de un
régimen militar que únicamente deseaba recuperar sus propiedades y privilegios
a costa de miles de muertos y deportados.
Una de las
razones que explican el arraigo creciente del socialismo en el capitalismo
industrial de finales del siglo XIX, y anteriormente del anarquismo en el
capitalismo comercial y campesino, fue su coherencia moral y honestidad a toda
prueba, comparada con la cínica doble moralidad típica de la burguesía y con la
inmoralidad de las iglesias cristianas. En los EEUU a la pestilencia de su
clase dominante se le sumó la corrupción de sus mafias armadas privadas que, en
connivencia con policías y jueces, asesinaban trabajadores y sindicalistas. La
revolución de 1905 en Rusia y la oleada de luchas en otros países volvieron a
demostrar que emancipación popular y corrupción se repelen como el aceite y el
agua. Otro tanto sucedió en la revolución mexicana de 1910 realizada por
pueblos explotados que, además de otras reivindicaciones, exigían acabar con
los caprichos y cambalaches de los grandes hacendados.
La revolución
bolchevique de 1917 fue también otro ejemplo incuestionable, y lo ha seguido
siendo en parte hasta finales de la década de los ‘80. La corrupción
generalizada sólo se impuso tras la disolución del PCUS, al desaparecer los
controles que la frenaban. No es que no hubiera prácticas corruptas, las había
y cada vez más desde que el grupo de Brézhnev terminara de controlar los
resortes del poder en la segunda década de los ’60, aumentando progresivamente
a costa del desarrollo global de la URSS. La famosa «perestroika» iniciada en
1985 tenía también como objetivo acabar con tales prácticas que gangrenaban aún
más una situación que hacía aguas. Sin embargo, la diferencia cualitativa y
objetiva entre las corrupciones de aquél sistema y las capitalistas es que
aquellas se realizaban en su sistema en el que no existía propiedad privada de
las fuerzas productivas, como en el capitalismo, régimen en el que pertenecen a
la burguesía. No había derecho de herencia de grandes propiedades, es decir, el
enriquecimiento por corrupción, crimen, ilegalidades, etc., inherente a la
civilización del capital, no podía privatizarse ni acumularse en una única
familia, ni menos aún clase social en el sentido marxista del concepto.
Se fue formando
una casta –nomenklatura- que sí detentaba poder estatal y que sí obtenía
beneficios socioeconómicos por su posición: mejores casas, coches oficiales,
mejores y más bienes de consumo, posibilidades de viajar al extranjero, muy
pequeñas acumulaciones de propiedad básica individual, etc., pero apenas más.
Para que esta casta diera el salto a clase social propietaria privada de las
fuerzas productivas, tuvo que vencer la contrarrevolución que (re)instaló un
capitalismo tan podrido como los demás, pero con la diferencia de que en el
ruso esa podredumbre era pública porque no tenía tiempo para ocultarla
legalizándola. Hay una demostración contundente que confirma lo exiguo de la
acumulación de propiedad individual en las castas de aquél sistema: conforme se
hundían los llamados «regímenes del Este» la prensa capitalista se desesperaba
porque no encontraba grandes fortunas privadas en los dirigentes y por tanto no
podía manipularlas como ejemplos para demostrar la superioridad del
capitalismo. No existe punto de comparación entre las pobres fortunas
personales y no heredables de la nomenklatura y las gigantescas propiedades burguesas
del imperialismo. Tampoco lo existe si queremos compararlas con las fortunas
privadas acumuladas por los reyezuelos, militarotes y tiranos de toda laya que
el imperialismo ha puesto y depuesto en el mundo entero para defender sus
intereses.
La tendencia al
aumento de la corrupción en los «países socialistas» se acelera en la medida en
que se desarrolla el llamado «socialismo de mercado», que como tal es imposible
en sí mismo: o existe el primero o existe el segundo. Esto ya se demostró al
poco tiempo de existencia de la NEP en la URSS desde comienzos de 1921, que
intentaba reactivar la destrozada economía mediante la concesión de algunos
derechos de «economía privada», o «segunda economía», es decir, de capitalismo
incipiente supeditado al control del Estado y de la democracia socialista. Fue
el atraso zarista, la guerra de 1914, la contrarrevolución internacional desde
inicios de 1918 y el sabotaje masivo de la burguesía y la clase terrateniente
rusa la que arruinó el país obligando a la instauración de la NEP como medida
desesperada de supervivencia. Sin poder desarrollar ahora esta decisiva
cuestión, hay que decir que desde entonces, con altibajos, la pugna entre
mercado y planificación estatal ha recorrido la historia práctica y teórica del
socialismo hasta hoy mismo, y la recorrerá siempre que siga creyéndose que el
socialismo es compatible con el mercado que es el foco de las corrupciones y
del capitalismo dentro del socialismo.
Nada de esta
pugna a muerte puede entenderse sin otros cuatro conceptos imprescindibles:
democracia socialista y Estado obrero; comunidad internacionalista de Estados
obreros; casta burocrática y Estado corrupto; y agresión imperialista. Según
contextos y coyunturas la interrelación de estos cuatro vectores básicos puede
explicar la evolución de las corrupciones dentro del «sistema socialista». El
caso de China Popular es paradigmático: la opción oficial por el «socialismo de
mercado» de los años ’90 y comienzos del siglo XXI se ha vuelto en opción por
una especie de «capitalismo socialista» en el que el primer componente va
devorando al segundo mientras que aumentan las resistencias populares y la
corrupción específicamente burguesa --se permite la afiliación al PCCH de
grandes capitalistas, por ejemplo-- ha penetrado en el interior del partido, a
pesar de las periódicas purgas extremas que llegan a ser ejecuciones de altos
burócratas. Múltiples formas de corrupción se mantendrán y aumentarán conforme
decrezca la propiedad estatal y aumente la propiedad mixta y sobre todo privada,
en especial la de las grandes corporaciones chinas que ya explotan no sólo al
pueblo trabajador chino y a las etnias internas, sino también a otros pueblos y
naciones en el mercado mundial con su expansión subimperialista.
Concluyendo, un
reto decisivo para el socialismo presente y futuro es el de luchar contra la
corrupción en sí misma, sea en el interior de los «países socialistas» como en
el capitalismo. Para ello es imprescindible recuperar la ética marxista, la
teoría de la transición revolucionaria al comunismo y a la vez, la implacable
lucha contra la burocratización de las organizaciones políticas, sindicales,
sociales, culturales, etc., que se dicen socialistas, porque uno de los
primeros focos de corrupción es la burocracia interna.
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