EL FUTURO DE EUROPA TRAS LA DERROTA GRIEGA
James K.Galbrith
Sociologia Critica
19.08.2.015
El
pasado 8 de junio tuve el honor de acompañar al entonces ministro de finanzas
griego, Yanis Varoufakis, a un encuentro privado en Berlín con el ministro
alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble. La reunión empezó con un gesto de buen
humor cuando el señor Schäuble ofreció a su colega un puñado de Euros de
chocolate: “para sus nervios”. Yanis los compartió con los circunstantes, y dos
semanas después tuve un segundo honor, que fue ofrecer mi moneda de chocolate a
un tercer (ex)ministro de finanzas, el profesor Giuseppe Guarino, decano de
constitucionalistas y autor de un impactante librito (La verdad sobre Europa y el Euro: Un
ensayo, disponible en italiano AQUÍ) sobre los Tratados europeos y
el Euro.
La
tesis del profesor Guarino reza como sigue:
“El
1 de enero de 1999 se perpetró un golpe de estado contra los Estados miembros
de la UE, contra sus ciudadanos y contra la propia UE. El ‘golpe’ no se dio por
medio de la fuerza, sino con astucia fraudulenta… por medio de la Regulación
1466/97… El papel asignado por el Tratado (Artículos 102ª, 103 y 104c) al
objetivo de crecimiento perseguible por la actividad política de los Estados
miembros… es eliminado y substituido por un resultado, a saber: equilibrio
presupuestario a medio plazo.”
Consecuencia
directa de ello:
“Las
instituciones democráticas contempladas por el orden constitucional de cada
país no sirven ya a propósito ninguno. Los partidos políticos no pueden ya
ejercer la menor influencia. Las huelgas y los cierres patronales dejan de
tener el menor efecto. Las manifestaciones violentas causan daño adicional,
pero dejan intactas las predeterminadas directrices políticas.”
Esas
palabras fueron escritas en 2013. ¿Puede alguien dudar hoy de su exactitud y de
su perfecta aplicabilidad al caso griego?
Es
verdad que los gobiernos griegos anteriores a 2010 gobernaron pésimamente, que
entraron en el Euro bajo falsas premisas y que luego ocultaron el déficit y la
deuda del país. Nadie discute eso. Pero obsérvese que cuando llegó la
austeridad, el FMI y los acreedores europeos impusieron a Grecia un programa
dictado por las doctrinas del equilibrio presupuestario y la reducción de la
deuda que incluía: a) profundos recortes en el empleo y en los salarios
públicos; b) una drástica reducción de las pensiones; c) una reducción del
salario mínimo y la eliminación de derechos laborales básicos; d) drásticos y
regresivos aumentos de impuestos; y e) liquidación privatizadora de activos
públicos.
La
conexión de ese programa con el crecimiento y la recuperación en Grecia era de
todo punto fraudulenta. Superando dudas internas, el FMI hizo público un
pronóstico, según el cual el programa costaría a Grecia un recesión de sólo un
5% del PIB, con una duración de dos años y plena recuperación para 2012. El
caso es que la economía griega colapsó bajo esa presión, se contrajo más de un
25% y, cinco años después, no hay recuperación a la vista. De modo que Grecia
ha perdido todo un año de producto anual y ha asistido a la práctica
aniquilación de sus más importantes instituciones sociales. A finales de 2014
se hallaba en deflación por sobreendeudamiento, no en recuperación.
El
fracaso del programa de los acreedores se llevó por delante en Grecia a tres
primeros ministros: George Papandreu, Lucas Papademos y Antonio Samaras.
También se llevó por delante todo el orden político, hasta entonces dominado
por Nueva Democracia y el PASOK. Y así, en enero de 2015, el pueblo griego
eligió a un nuevo gobierno, una coalición izquierda-derecha entre dos partidos
que nunca antes habían tocado poder, SYRIZA y ANEL, y que sólo tenían en común
el compromiso de cambiar de políticas en Grecia, dentro del Euro y dentro de
Europa.
El
nuevo gobierno no solicitó más ayuda financiera. El gobierno siempre entendió
que el país tenía que vivir con sus propios medios para avanzar. Aceptó
elementos importantes del programa previo en lo tocante a impuestos y
administración pública. Lo que pidió, principalmente, es respeto por unos
derechos laborales garantizados en todos los demás países europeos, protección
de los pensionistas con bajos ingresos, una gestión razonable de la
privatización y un alivio de la destructiva austeridad y de las deudas
insostenibles.
¿Y
cuál fue la respuesta? Los acreedores europeos y el FMI recibieron las
propuestas griegas con hostilidad, obstrucción y rechazo. Los gobiernos de
Finlandia, los Estados bálticos y Eslovaquia, por razones ideológicas. Los de
España, Portugal e Irlanda, por miedo a los efectos sobre su política interna.
Italia, Francia y la Comisión expresaron simpatía, pero hicieron menos que
poco. El ministro Schäuble concretó las opciones: o bien Grecia se adhería
plenamente al programa previo, o bien abandonaba el Euro y tal vez la Unión
Europea.
Desde
el comienzo mismo, esa posición se sostenía con amenazas. A finales de enero,
el Presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, de visita en Atenas, amenazó
a Grecia con la destrucción de su sistema bancario. El 4 de febrero, el BCE
revocaba una dispensa que permitía a los bancos griegos descontar deuda
pública, lo que provocó un lento pánico bancario que culminó a finales de
junio. Entretanto, Grecia hizo pagos por un monto de 3 mil quinientos millones
de Euros como signo de buena voluntad. Cuando el gobierno griego, frustrado y
batido, recurrió al referéndum, los acreedores tomaron represalias cerrando los
bancos e imponiendo controles de capitales. Cuando el pueblo griego se mantuvo
firme y dijo “No”, las represalias aumentaron y en julio el gobierno estaba ya
de rodillas.
Desde
entonces, en tres ocasiones –la última, el pasado 13 de agosto— se ha obligado
al Parlamento griego a aprobar paquetes legislativos dictados desde Bruselas y
Berlín. La legislación incrementa regresivamente los impuestos a las ventas
mientras que elimina la retención de impuestos a las transferencias exteriores
de capital. Recorta pensiones –en algunos casos, por debajo de los 100 euros al
mes— y sienta las bases para ulteriores recortes venideros. Sienta las bases
para la profundización en los recortes en curso en el sector público, en la
sanidad, en la educación y en los salarios, así como para la liquidación de
numerosas empresas privadas, para una nueva oleada de desahucios y para la
privatización a cualquier precio –durante 30 años— de los activos públicos
restantes, incluido suelo propiedad del Estado griego. Arrebata a los griegos
áreas clave de la responsabilidad pública, incluidas las estadísticas
presupuestarias y la recaudación fiscal, para ponerlas bajo la autoridad de los
acreedores. Entrando en el detalle de la estructura de la economía griega, la
lista de los cambios impuestos es muy larga.
Los
Tratados europeos dicen que la Unión Europea se funda en el principio de la
democracia representativa. Hay incluso un “principio de subsidiariedad” que
sostiene que las decisiones deben tomarse en los niveles de gobierno más
próximos posible a los afectados. Pero dentro de la Eurozona eso se ha
invertido ahora. Grecia es una colonia: sus díscolos ciudadanos han sido
desposeídos, y la plaza será “modernizada” contra su voluntad. Quienes no
puedan soportarlo, no tienen otra opción que la de irse o rebelarse de nuevo; y
quienes no hagan ni una cosa ni otra, probablemente recaerán en la profunda
depresión psicológica que prevalecía antes de que el ascenso de SYRIZA
insuflara efímeras esperanzas en el país.
Para
las fuerzas progresistas del resto de Europa, y especialmente para las más
jóvenes, estos hechos significan un difícil desafío. Las esperanzas de un
cambio negociado dentro del euro han sido sometidas a prueba con resultados
brutales. La existencia de una dictadura tecnocrática en la Eurozona es ahora
un hecho obvio para todo el mundo. Los votantes del siguiente país que se
rebele contra el control asfixiante de las políticas de la Eurozona tomarán
nota. Que Grecia fuera obligada a explorar los medios para salir, pesará en las
experiencias futuras, porque con un mejor conocimiento y una planificación de
las contingencias –planificación que se hará ahora habitual y más o menos
explícita para cualquier movimiento de oposición que contemple seriamente la
posibilidad de llegar al poder—, el coste de hacer esa transición,
aparentemente prohibitivo para los griegos esta pasada primavera, bajará.
En
lo inmediato, la derrota griega ha debilitado a la fuerza ascendente en el
siguiente país que va a celebrar elecciones: el joven partido español
anti-austeridad y pro-europeo Podemos. Pero el efecto en Irlanda, menos
atrapada en el Euro, podría ser diferente. Irlanda comercia con el Reino Unido
y con los EEUU, y no tiene los mismos vínculos emocionales con Europa que
España o Grecia. Y luego el escenario se desplazará a Italia, aún en recesión y
políticamente volátil, y a Francia, que cuenta ya con un fuerte partido
anti-Euro en la derecha, el Frente Nacional de Marine LePen.
Esas
consecuencias políticas mantendrán en tensión al Euro, lo que se agravará con
el fracaso en curso del régimen neoliberal. Parece, así pues, probable que, en
algún momento, en algún país, el Euro se rompa. La decisión de iniciar una
ruptura podría venir tanto de la izquierda como de la derecha. En cualquier
caso, tal decisión se llevará por delante, como pasó en Grecia, las estructuras
políticas previas. Una ruptura, de ir mal, podría incluso empeorar las cosas.
Qué vaya a ocurrir con la Unión Europea, es cosa que nadie puede siquiera
conjeturar.
La
propuesta del profesor Guarino es tratar de salvar a Europa –es decir, a la
Unión Europea— derogando las ilegítimas regulaciones que ahora la estrangulan.
Refundar la Unión conforme a la letra y el espíritu de los Tratados que fueron
usurpados en 1999. Esos tratados dejaban firmemente sentada la prioridad del
crecimiento económico y del principio de una soberanía democrática tan valedera
para países dentro como fuera del Euro. Principios que no tienen la menor
aplicación práctica dentro de la actual Eurozona.
¿Es
posible reformar el Euro? El caso griego convencerá a muchos de que no. Y si la
alternativa son salidas desordenadas e incontroladas precipitadas por países
sometidos a tensiones extremas y a convulsiones políticas, entonces tal vez lo
sabio sería preparar un nuevo sistema, un sistema que pueda, llegado el
momento, substituir el Euro por un esquema multidivisa más flexible pero
todavía controlado. Y no se trata de ninguna idea extravagante. Después de
todo, el patrón oro que colapsó en 1933 fue substituido en 1944 por un sistema
así, concebido en Bretton Woods.
De
lo que se trata es de tener el trabajo hecho, antes de la irrupción del caos.
James
K. Galbraith es profesor de gobierno y relaciones empresariales en la Escuela
Lyndon B. Johnson de Asuntos Públicos de la Universidad de Texas. Presidente de
la Association for Evolutionary Economics, su último libro publicado es
“Inequality and Instability” , una soberbia investigación empírica y teórica
sobre el capitalismo de nuestros días. Está actualmente terminando de escribir
un libro intitulado The End of Normal (El final de la normalidad).
Traducción
para http://www.sinpermiso.info:
Antoni Domènech
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