22-M; lo mismo, pero más
La Gaceta
Lo curioso
es que el sistema, precisamente, se diseñó para ellos.
A Cristina
Cifuentes también le toca guardia este fin de semana, como casi
todos, porque hace años que Madrid es una manifestación permanente.
El sábado llegan seis columnas, seis mareas, seiscientas siglas airadas
disputándose la bandera de seis millones de parados, igual que hace una
década -en la edad de la abundancia- enarbolaban el no a la guerra, que
fue la excusa de entonces para alzar otra vez el puño airado y sacar a
pasear ese morado atroz debajo del amarillo. La izquierda radical, o sea,
la izquierda española, nunca ha abandonado el 13M. Recuerdan
esa fecha como el último asalto al palacio de invierno, y después del
desastre de ZP -que además de arruinarnos a todos también
liquidó su propio partido- empiezan a recelar del sistema, porque ven
complicado que unas urnas sosegadas les devuelvan el poder.
Lo curioso
es que el sistema, precisamente, se diseñó para ellos. Se hizo a imagen y
semejanza de aquella generación progre que llegó a los despachos con el
ansia del hijo natural al que le han devuelto sus derechos a la herencia,
y luego, cuando salieron, allí no quedaban ni las alfombras. Ahora se
dedican a diseñar joyas, a veranear en La Mamounia o a calentar sillas
de diseño en el consejo de cualquiera de las empresas que privatizaron.
Sobre aquel bandolerismo insaciable -los que recibieron una España sin
deuda, industrializada, y nos dejan un solar hipotecado retornando a la
lucha de clases- es imposible practicar la hipérbole, porque cualquier
intento se convierte en literal.
Sucede que
el modelo de aquella transición gris-pólvora nunca fue el de la sana alternancia
de la Restauración, sino el de la revolución institucional
mejicana. Liquidó Guerra a Montesquieu con la misma
facilidad con que su hermano repartía influencias en la Junta -vaya
negocio esa Junta, por cierto, cuando escriban su historia el hogar de los
Corleone en Nevada va a parecer un comedor de beneficencia-.
Y ahora Soraya despacha al cuarto poder, con similar
eficacia, colocando a Zola en la misma fosa común, y haciendo de
los medios versiones coloridas del BOE. Es todo tan sovietizante que la estructura
hasta contaba con su ministerio de manifestaciones, que en eso se
convirtieron los sindicatos. Ayer, sumergidos en escándalos y mariscadas,
se sentaban a la mesa de Rajoy para que les renueve la licencia de
obreros oficiales del régimen. Mientras, el próximo sábado, por ejemplo,
su hueco lo okupan discursos más radicales, plataformas ciudadanas que
tienen de espontáneo y transversal lo mismo que la celebración del Primero
de Mayo en la Plaza Roja. En realidad las manifestaciones a Moncloa y
a la Zarzuela le sientan muy bien. Esas soflamas norcoreanas o chavistas
son la mejor defensa del sistema, que les exhibe como la única alternativa
y así, por no hacer de Madrid otra checa, nos conformamos con necios y
ladrones.
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