CEPRID
REBELIÓN
30-12-2013
Desde el inicio de la
crisis económica en 2008 y, especialmente, desde la traslación de su
epicentro a Europa, el viejo continente ha visto como tres oleadas de
convulsiones paralelas han hecho temblar la construcción de la Unión
Europea y a los distintos Estados que la forman. La primera oleada es la
económica, con una primera etapa de estímulos hasta mayo de 2011, a
partir de ese momento Alemania impone el cambio a las políticas de
austeridad en su beneficio y el de las grandes corporaciones y grupos
financieros europeos. Esta oleada llevó aparejada diferentes rescates
financieros a la banca y otros sectores en graves apuros, rescates
económicos a los países de la periferia y duras medidas de recortes en
derechos sociales y laborales que han golpeado a las clases trabajadoras
de todo el continente con diferente intensidad. El resultado es una
Europa dividida por los efectos de la crisis, donde geográficamente la
zona norte es menos impactada, y la zona sur sufre con intensidad las
consecuencias de la crisis. Globalmente, Europa se mantiene en recesión
estos años, sin conseguir superar los efectos de la crisis económica.
La
segunda oleada es la social y surge como respuesta a los efectos de la
oleada económica, se traduce en el crecimiento de un gran malestar
social entre los sectores populares que da lugar a fuertes
movilizaciones sociales y laborales, incluyendo diferentes huelgas
generales en los países de la periferia de la Unión Europea. Las
movilizaciones son de carácter defensivo y tienen lugar, generalmente,
como respuestas puntuales a cada una de las decisiones gubernamentales
de recortes de derechos sociales y laborales. Tampoco tienen una
coordinación continental y la mayoría de las veces ni siquiera estatal.
El resultado es que las intensas movilizaciones, con carácter defensivo y
escasa coordinación, no consiguen modificar las medidas de recortes de
los diferentes gobiernos.
La tercera oleada es la política, se
traduce especialmente en una crisis política en los diferentes Estados,
con inestabilidad de los gobiernos, que son reemplazados uno tras otro
cada vez que se celebran elecciones. La intensidad de la inestabilidad
política es paralela a la económica y social. Encontrándose en un
extremo Grecia, con fuertes convulsiones, y en el otro Alemania, donde
la victoria reciente de Merkel sitúan a este país al margen de la
inestabilidad política. Pero este tipo de inestabilidad también se
traslada a las instituciones europeas que empiezan a ser vistas por una
mayoría de los ciudadanos más como parte del problema que como la
solución. El resultado político de los diferentes cambios de equipos
gubernamentales es la tendencia predominante al dominio de los gobiernos
conservadores, y al basculamiento de la socialdemocracia hacia la
derecha asumiendo las soluciones neoliberales de los primeros. Otro
resultado preocupante es el ascenso electoral de las formaciones de
extrema derecha en la mayoría de Europa.
Sin embargo, dentro de
este entorno general de dominio de las soluciones y valores
conservadores han existido algunos momentos clave donde se generaron
situaciones que pudieron haber producido un cambio de profundidad en la
correlación de fuerzas y en la lucha social que se desarrollaba en el
viejo continente pero que terminaron, finalmente, frustrándose. Nos
vamos a referir a varios de los más importantes, sin seguir un orden
cronológico.
Una herramienta democrática para frenar los planes de recortes
La
primera situación representa el único tímido intento socialdemócrata en
Europa de oponerse a los paquetes de medidas de recortes, en este caso
contra las clases populares griegas con ocasión del primer rescate.
Abrumado por los recortes que se imponían desde Bruselas y que iban en
contra del programa con el cual el PASOK ganó las elecciones y
presionado por la rebelión permanente que sacudía Grecia desde hacía
tres años, el primer ministro Papandreu propuso la convocatoria de un
referéndum en el otoño de 2011 para someterlos a la decisión de los
ciudadanos. El reto alarmó al establishment europeo por un doble motivo.
En primer lugar porque el simple hecho de celebrarse la consulta
supondría que las decisiones de la tecnocracia comunitaria, al servicio
de los intereses de la gran burguesía europea, serían objeto de una
decisión democrática por quienes van a sufrir sus consecuencias. Este
elemento democrático invalidaría el poder inmenso de la tecnocracia al
quedar sometidos a la decisión popular sus planes para aplicar el
programa de reformas antipopulares y a favor de los intereses
corporativos y financieros. En segundo motivo es que seguramente la
decisión hubiese sido un voto negativo del pueblo griego, lo que hubiese
supuesto tener que negociar otras condiciones para el rescate que no
hiciesen recaer el sacrificio sobre los sectores populares u obligar a
Grecia a salirse del euro. En el primer caso supondría una victoria
estratégica para las clases populares europeas frente al poder de la
tecnocracia, al tener aquellas un ejemplo a seguir. En el segundo caso,
Europa entraría en una grave situación de turbulencia debido al
crecimiento de las tendencias a la desintegración de la zona euro.
Por
lo tanto, todos los poderes comunitarios se lanzaron contra la consulta
de Papandreu sometiéndole al chantaje de desbloquear 8.000 millones
comprometidos y que Grecia necesitaba imperiosamente solamente si el
referéndum era desconvocado. La socialdemocracia griega entró en pánico y
el referéndum fue dejado de lado bajo la condición de que los
conservadores apoyasen al gobierno del PASOK para hacer frente a la
rebelión social. Toda la socialdemocracia europea ha asumido los planes
neoliberales sobre la gestión de la crisis que imponen la gran burguesía
y la decisión de Papandreu fue tacticista y no resistió la más mínima
presión. Desde ese momento el PASOK se alineó con el resto de los
partidos socialdemócratas y colaboró con los conservadores griegos
formando en estos momentos un gobierno de coalición con ellos.
Un
simple comportamiento democrático como era dar la palabra al pueblo para
que decidiese sobre su destino se podía haber transformado en una
herramienta formidable contra la tecnocracia y los planes antipopulares
de la gran burguesía europea. Pero solo un auténtico gobierno de
izquierdas podría haber llevado hasta el final el reto al establishment.
Un ejemplo de lucha sindical
La
segunda situación vino planteada por la potente resistencia ofrecida
por los sindicatos franceses en el otoño de 2010 a los planes de
recortes de los derechos de jubilación por parte del gobierno de
Sarkozy. En comparación con otros paquetes de medidas antipopulares como
los que han tenido lugar en Grecia, Portugal o España, los recortes en
pensiones en Francia era una agresión menor, pero los sindicatos
franceses son los mejor organizados y más combativos de Europa y
decidieron lanzar una formidable ofensiva contra la medida
gubernamental. Lo que se encontraba en juego en esa ocasión era la
capacidad del movimiento sindical para oponerse a los planes
antipopulares de la gran burguesía europea para gestionar la crisis y el
terreno elegido fue donde los sindicatos europeos tenían más fuerza y
decisión de luchar, Francia.
El menor impacto de la crisis
económica en Francia respecto a otros países europeos había supuesto que
las medidas de ajuste aplicadas fuesen de menor intensidad. El cierre
de empresas había dado lugar a conflictos puntuales y el primer acto de
las movilizaciones se produjo en enero de 2009 en Guadalupe, con una
huelga general contra la carestía de la vida. Pocos días después tendría
lugar la primera huelga general francesa, acompañada de
manifestaciones, que abrirá un ciclo de movilizaciones que iría
creciendo hasta alcanzar su clímax en octubre de 2010. Aunque en marzo
tuvo lugar la segunda huelga de 2009, a partir de ese momento las
movilizaciones decaen durante más de un año. Sin embargo en la primavera
de 2010, el proyecto de reforma de las pensiones del gobierno Sarkozy
reactivó las movilizaciones con una intensidad que superaría durante
algunos meses a la de los sindicatos griegos.
En mayo de 2010
arrancó un ciclo de intensas movilizaciones sindicales con tres
características principales, las huelgas generales eran acompañadas con
numerosas manifestaciones por todo el país, en realidad el seguimiento
de las huelgas no fue muy intenso más allá de los transportes y algunos
servicios públicos, pero los sindicatos consiguieron sostener en esos
meses unas fuertes movilizaciones en las calles en torno a los tres
millones y medio de manifestantes; en segundo lugar los sindicatos
consiguieron mantener un elevado apoyo de la opinión pública, a pesar de
las incomodidades que las manifestaciones y las huelgas producían,
especialmente cuando, en la fase final, intentaron bloquear el país
cortando el suministro de combustible; y, finalmente, mantuvieron la
unidad sindical, consiguieron el apoyo de toda la izquierda y sumaron al
movimiento estudiantil en la misma lucha. Todo un ejemplo de estrategia
que, junto a su tradición de luchas, compensó con creces su debilidad
de afiliación.
En mayo y junio se produjeron dos huelgas
generales, y tras el paréntesis del verano, los sindicatos echaron todo
el peso entre septiembre y noviembre, antes de que el proyecto de
pensiones de Sarkozy se convirtiese en una ley aprobada por el
Parlamento. En octubre se realizaron siete huelgas generales, algo
insólito en las últimas décadas en Europa. En sectores importantes,
sobretodo el relacionado con los combustibles se dio un salto
cualitativo con el sistema de huelgas renovables - es decir, que cada 24
horas se decidía su continuación - y el bloqueo de los depósitos de
combustibles con el objeto de paralizar el país. Prácticamente se
alcanzó el límite donde pueden llegar las movilizaciones obreras dentro
de la legalidad burguesa sin entrar en una fase insurreccional. Las
comparaciones con el mayo del 68 se hicieron inevitables en ese intenso
mes de octubre, porque alcanzados esos niveles de movilización la
situación empezó a ser en cierto modo incontrolable y cualquier
acontecimiento imprevisto podía romper la estrategia de apuesta elevada
pero controlada de ambas partes. Pero el tiempo jugaba en contra de los
sindicatos como bien sabían éstos y el propio Sarkozy. La conversión en
ley del proyecto por el Parlamento suponía una barrera que los
sindicatos no iban a traspasar. Por ello forzaron las movilizaciones en
octubre al máximo, y por eso mismo el gobierno conservador aguantó ese
mes absolutamente inflexible. La ley de pensiones fue votada por el
Parlamento a finales de octubre y ratificada a primeros de noviembre.
Las movilizaciones cesaron súbitamente y los sindicatos fueron
derrotados en una de las batallas más importante en Europa a causa de
las consecuencias de la crisis.
La derrota no fue total para los
sindicatos en Francia, porque desgastaron al gobierno conservador y
Sarkozy perdió las siguientes elecciones presidenciales a favor del
socialista Hollande que, como el resto de la socialdemocracia europea,
se terminó también amoldando a los planes neoliberales de Bruselas. Pero
también fue otra oportunidad perdida para frenar esos planes, una
victoria total de los sindicatos franceses consiguiendo la retirada de
la ley de pensiones hubiese sido un claro ejemplo a seguir por el resto
del movimiento sindical europeo.
La ola de indignación contra los planes de recortes sociales
Un
tercer momento clave se produjo con la eclosión del movimiento de los
indignados en España en la primavera de 2011. Este movimiento tuvo
resonancias mundiales provocando la aparición de otros similares a lo
largo de todo el planeta y fecundó las protestas que se desarrollarían
en España a partir de ese momento. Suponía la entrada en escena de las
clases populares en acciones espontáneas de protestas ante la actitud
tibia y contradictoria contra el desmantelamiento del Estado de
Bienestar de los sindicatos mayoritarios en España. Éstos habían
convocado una huelga general contra el gobierno de Zapatero por la
reforma laboral, pero luego pactaron con dicho gobierno el aumento de la
edad de jubilación a los 67 años, en claro contraste con la actitud de
los sindicatos franceses por los mismos motivos.
La influencia de
este movimiento se hizo sentir claramente en la ola de protestas con que
los sectores populares contestaron las medidas de recortes del
siguiente gobierno del PP. Su eclosión apareció como la esperanza en la
capacidad de las clases populares en enfrentarse y resistir los planes
de la gran burguesía europea para desmantelar los derechos históricos
conseguidos a través de décadas de luchas. Representaba la ilusión en el
dinamismo de las clases populares en reaccionar cuando la
socialdemocracia traicionaba sus intereses, los sindicatos mayoritarios
se mostraban tibios y la izquierda política se encontraba en posiciones
minoritarias. Pero, con todo el impulso que supuso su aparición, también
mostró en su mismo nacimiento sus límites. Su aparición en España fue
seguida inmediatamente por la celebración de elecciones municipales y
regionales que mostraron el vuelco electoral hacia la derecha. Aún
podría argumentarse en esos momentos que el movimiento de los indignados
no había llegado a tiempo para influir en el comportamiento electoral,
lo cual requeriría algo más de tiempo. Seis meses más tarde se
celebraron elecciones nacionales en España y de nuevo el electorado
confirmó el vuelco a la derecha con una victoria por mayoría absoluta
del PP.
Las formas de las protestas que se levantaron contra la
política del PP estaban claramente influenciadas por el movimiento de
los indignados, pero no conseguían un crecimiento de importancia del
apoyo a la izquierda política, más bien respondía al sentimiento de
desapego de las clases populares con los partidos políticos clásicos por
el desprestigio que habían alcanzado con la crisis y sus consecuencias.
Un ejemplo claro de esta situación lo representa el Movimiento 5
Estrellas italiano que, con su línea de rechazo a la vieja política,
arrastró a un tercio del electorado en las últimas legislativas para
luego, desde una posición simplista y negativa, propiciar un gobierno de
coalición entre los progresistas y Berlusconi, mostrando así su
impotencia y cayendo este Movimiento en el mismo desprestigio.
Syriza: la esperanza de la izquierda europea
El
último momento en el cual apareció una coyuntura capaz de provocar una
inflexión en las posiciones defensivas de las clases populares europeas
se situó en la primavera de 2012 con dos procesos electorales en Grecia y
Francia donde las fuerzas de la izquierda partían con importantes
expectativas de victoria, capaces de formar gobierno en el primer caso y
de condicionarle en el segundo, las dos fuerzas políticas en
disposición de dar un giro a la correlación de fuerzas en Europa eran
Syriza y el Frente de Izquierdas francés. No se trataba de un sueño de
izquierdas sin fundamento. El Frente de Izquierdas había demostrado una
enorme capacidad de movilización durante la campaña presidencial. Su
líder, Mélenchon, llenaba sus mítines con una asistencia que hacía
palidecer de envidia al resto de las formaciones políticas francesas. El
mitin de la Bastilla permitió albergar esperanzas de una fuerte
representación que condicionase la política del PS. La esperanza en
Syriza era aún mayor. En la primera vuelta de las elecciones griegas, el
17 de mayo, tuvo un ascenso espectacular, pasando del 5% obtenido en
2009 al 17%. En la segunda vuelta, un mes más tarde, el porcentaje
ascendió al 27%, pero las fuerzas reaccionarias griegas e
internacionales tomaron claramente conciencia del peligro y pusieron en
marcha la contraofensiva: reagrupamiento de la derecha, campaña
propagandística del miedo, amenazas veladas y abiertas. Lo propio en
este tipo de coyunturas históricas, nada de que asombrarse En ambos
casos se trataba de procesos de reagrupamiento de la izquierda
favorecidos por las intensas movilizaciones sociales que habían conocido
ambos países, aunque en ambos casos también los sectores más
dogmáticos, el KKE griego y el NPA francés, siguieron al margen de tal
reagrupamiento. Este hecho demostraba que las movilizaciones habían dado
sus frutos políticos y que, a su vez, eran una condición fundamental
para el reagrupamiento y crecimiento de la izquierda. En el caso
concreto de Syriza se había conformado como una coalición de distintos
partidos de izquierda al calor de la rebelión social que recorría Grecia
durante varios años, y tras la traición del PASOK a su programa y a los
intereses populares echándose en brazos de la derecha y apoyando los
planes de recortes y sacrificios impuestos desde Bruselas a cambios de
los rescates. También representaba el fin del aislamiento y la
incomprensión entre diversos partidos que, bajo la presión de la
rebelión social en curso, ofrecían con su unidad una alternativa
política a las clases sociales en oposición al frente de derechas
formado por los socialdemócratas y conservadores. Por primera vez
durante la crisis económica que recorría Europa la izquierda aparecía
como alternativa real de gobierno.
Sin embargo la expectativa de
que los resultados de ambos procesos electorales produjesen un punto de
inflexión en el curso de los acontecimientos en Europa también se
frustró en esta ocasión. En Francia, por la holgada victoria
presidencial y parlamentaria de la socialdemocracia y los resultados
inferiores a los esperados del Frente de Izquierdas. En Grecia por la
victoria final de la coalición favorable a Bruselas entre conservadores y
socialdemócratas, pese al mencionado ascenso espectacular de Syriza. Ni
la catarata de huelgas y movilizaciones en Grecia, ni el formidable
desafío sindical y los gigantescos mítines electorales del Frente de
Izquierdas en Francia fueron capaces de producir un vuelco electoral
suficiente para que la izquierda política se transformase en un actor de
primera fila en el escenario europeo para romper la correlación de
fuerzas favorables a la gran burguesía europea.
Si hubiese que
condensar el balance global, desde la perspectiva de la izquierda y de
las clases populares, de la situación en Europa tras estos cinco años de
crisis, recortes y movilizaciones, éste se podría resumir en
empobrecimiento de los sectores populares y desmantelamiento del Estado
de Bienestar; incapacidad de las movilizaciones para alcanzar sus
objetivos; y continuación del dominio político, de los valores y los
partidos de la derecha, impidiendo así a la izquierda el acceso a
posiciones de poder desde las que defender los intereses de las clases
populares.
Sin embargo, no se puede finalizar sin resaltar que las
movilizaciones sociales son la condición necesaria para obstaculizar y
frenar los planes de la gran burguesía europea; para posibilitar el
avance las formaciones políticas de izquierda y sus programas
representativos de los intereses de los sectores populares; y para
posibilitar que se den nuevas situaciones como las cuatro evocadas en
este artículo con potencial para producir un cambio en la actual
correlación de fuerzas. Ni la crisis, ni la batalla social en Europa han
finalizado.
Jesús Sánchez Rodríguez es doctor en Ciencias
Políticas y Sociología. Se pueden consultar otros artículos y libros del
autor en el blog:http://miradacrtica.blogspot.com/, o en la
dirección:http://www.scribd.com/sanchezroje
Fuente: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1783
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