Siria
y la obscenidad moral
eldiario.es
REBELIÓN
30.08.2013
Se
habla de una inminente intervención militar en Siria. Hay quien lamenta que no
se haya producido antes, que Estados Unidos y sus aliados no “reaccionaran”
hasta ahora. No ha sido desinterés, sino más bien una apuesta estratégica
calculada.
Desde
hace más de dos años Rusia e Irán apoyan
militarmente al régimen sirio. A su vez, diversas potencias occidentales, así
como sus aliados en Oriente Medio, intervienen en Siria de forma más o
menos subterránea, proporcionando armas e información de inteligencia a los
rebeldes. Francia y Estados Unidos, entre
otros, han suministrado ayuda militar a los grupos armados de la oposición. La CIA y
los servicios secretos británicos trabajan en el terreno apoyando a los
rebeldes sirios y aconsejando a los países del Golfo sobre los grupos a los que
deben armar.
El material bélico facilitado
a los rebeldes que luchan contra Assad ha llegado principalmente a través de
los países del Golfo y Turquía, y ha sido medido con precisión desde 2011, para
que estos no dispusieran de armamento pesado. De este modo los ‘rebeldes’ han
podido herir pero no tumbar el gobierno de Assad; han contado con capacidad
suficiente para resistir pero no para vencer. Y así, el conflicto se ha
mantenido en un nivel que permite a ambos bandos sobrevivir, desgastándose. Es
el punto muerto, la situación indefinida que hasta ahora ha convenido a algunos
actores internacionales involucrados de un modo u otro en el conflicto.
No
es algo nuevo. En los años ochenta, cuando estalló la guerra entre Irán e Irak,
Washington proporcionó apoyo, armas e información militar a Bagdad, y de hecho
Sadam Hussein empleó gas sarín estadounidense contra
población iraní y kurda. Pero en una estrategia de doble juego EEUU también
facilitó secretamente armamento a Irán entre 1985 y 1987 a través de una red de
tráfico de armas estadounideses e israelíes organizada por la CIA.
Con
los beneficios de ese negocio, Washington apoyó a la Contra nicaragüense y a la guerrilla afgana
que luchaba contra las tropas soviéticas en Afganistán. La operación fue
conocida con el nombre de “Irangate”. De este modo Estados Unidos contribuyó a
la prolongación de la guerra entre Bagdad y Teherán, con el propósito de
desgastar a dos países estratégicos y con petróleo y de dejarlos fuera de
juego. Si ambos perdían, Washington ganaba.
La búsqueda de una partida de ajedrez en
tablas
En
el caso sirio se considera que si algún bando gana, Estados Unidos pierde (y
con él, Israel). Es la premisa aceptada en ciertos círculos políticos y
diplomáticos occidentales. Por eso se ha apostado por la guerra del desgaste,
por el punto muerto, por una situación indefinida. Ahora que Assad había tomado
ventaja con respecto a sus enemigos, la comunidad occidental anuncia un nuevo
nivel de intervención en Siria.
Así
lo expresaba esta semana, sin pudor alguno, Edward Luttwak, del Center for
Strategic and International Studies, en un artículo publicado en The New York Times
“Un
resultado decisivo para cualquier bando sería inaceptable para Estados Unidos.
Una restauración del régimen de Assad respaldado por Irán aumentaría el poder y
el estatus de Irán en todo Oriente Medio, mientras que una victoria de los
rebeldes, dominados por las facciones extremistas, inaguraría otra oleada de
terrorismo de Al Qaeda.
Solo
hay un resultado que puede favorecer posiblemente a Estados Unidos: el
escenario indefinido. Manteniendo al Ejército de Assad y a sus aliados, Irán y
Hezbolá, en una guerra contra luchadores extremistas alineados a Al Qaeda,
cuatro enemigos de Washington estarán envueltos en una guerra entre sí
mismos...”.
La espuma de las intenciones reales
Si
viviéramos en un mundo idílico podríamos creer en la bondad de la política
internacional. Las guerras serían esas misiones de paz de las que tanto hablan
los dirigentes occidentales, y los gobiernos se moverían impulsados tan solo
por la defensa de los intereses de los ciudadanos. Pero nuestro mundo dista
mucho de ser idílico.
La
Historia, esa gran herramienta para analizar también nuestro presente, nos
demuestra que a veces las versiones oficiales de un gobierno son solo la espuma
de sus posiciones reales. Que detrás de posturas públicas aparentemente
altruistas se esconden políticas ilegales y criminales. Que por debajo de los
discursos oficiales en nombre de la defensa de los derechos humanos se mueven
intereses económicos y geopolíticos.
No
hace falta rebuscar mucho para encontrar ejemplos:
El
apoyo de Estados Unidos a los golpes de Estado y a las dictaduras en la
Latinoamérica de los años setenta; las mentiras para invadir y destrozar Irak,
las excusas para invadir y ocupar Afganistán, la negación sistemática de
crímenes de guerra, de asesinatos de civiles, la creación de centros de tortura
diseminados por todo el mundo, la aceptación por parte de Europa de los vuelos
de la CIA, el uso de aviones no tripulados -drones- para cometer asesinatos
extrajudiciales, el empleo de uranio empobrecido, la venta a armas a gobiernos
evidentemente dictatoriales y represores y así un largo etcétera.
Casualmente
esta misma semana la CIA reconocía algo ya sabido: Su papel detrás del golpe de
Estado que en 1953 derrocó al primer ministro iraní Mohamed Mossadeq, elegido
democráticamente y que había nacionalizado el petróleo iraní, hasta entonces
explotado por Reino Unido principalmente.
Recientemente
también se ha hecho público un contrato por el que Estados Unidos facilitará
bombas racimo a la monarquía absolutista de Arabia Saudí, que suministra
armamento a los rebeldes sirios.
Los únicos árbitros
Las
potencias occidentales pretenden erigirse de nuevo como árbitro desinteresado
al que hay que llamar cuando las cosas se ponen feas. Se presentan a sí mismas
como “solucionadoras” de conflictos a través del uso de bombas y del impulso de
operaciones militares aparentemente “limpias, justas y breves” (eso dijeron de
Irak, cómo olvidarlo).
EE.UU
y sus aliados no parecen dispuestos a esperar los informes de los inspectores
de Naciones Unidas antes de atacar Siria, lo que sienta un peligroso
precedente.
El
régimen de Assad es responsable de represión, de miles de muertos, pero en este
caso no se ha probado aún que sea el autor del ataque con armas químicas.
Podría serlo, de hecho es uno de los seis países que no ha firmado la
Convención de control de armas químicas (su vecino, Israel, no la ha
ratificado).
Pero
lo serio -y lo legal- sería esperar a las conclusiones de la ONU sobre el
ataque y, tras ello, buscar otras opciones alternativas al lenguaje de las
bombas. De lo contrario se estará apostando por una guerra nuevamente ilegal,
que no contará con la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Si
hoy Washington y sus aliados actúan como "árbitros" para decidir si
hay que atacar o no un país, mañana otra nación puede reivindicar el mismo
"derecho".
Las otras "obscenidades morales"
El
primer ministro británico, David Cameron, ha dicho que el ataque con armas
químicas en Siria es algo “absolutamente aborrecible e
inadmisible”, el presidente francés François Hollande ha
anunciado que “Francia castigará a los que han gaseado a inocentes” y el
secretario de Estado estadouniense, John Kerry, ha afirmado que el uso de armas
químicas es una obscenidad moral.
Cabe
preguntarse si el empleo de fósforo blanco en
Faluya (Irak) por EE.UU no es una obscenidad moral ni un acto
"aborrecible, inadmisible". Es legítimo plantearse si no sería
pertinente, por tanto, castigar, tal y como Francia ha defendido, a los que han
gaseado a inocentes, como Israel en Gaza o Estados Unidos en Faluya.
Que
hable de obscenidades morales un Estado que en tan solo la última década ha
asesinado, herido, torturado, secuestrado o encerrado sin cargos a cientos de
miles de personas es cuanto menos llamativo. Que potencias que legitiman
secuestros, torturas, asesinatos extrajudiciales y cárceles como Guantánamo
traten de erigirse una vez más como adalides de los derechos humanos y las
libertades resulta un tanto delirante. Y que un Premio Nobel de la Paz vaya a
apostar una vez más por la vía militar demuestra el marco orwelliano en el que
nos hallamos.
En
medio del laberinto de intereses internos, regionales e internacionales se
encuentra la población civil siria, castigada por la violencia, dentro de un
conflicto del que también son responsables los actores regionales e
internacionales implicados desde el inicio.
En
estos dos últimos años, la guerra en Siria ha provocado 100.000 muertos y dos millones de
refugiados, de los que más de un millón son niños. Pero parece
que estas muertes y estos desplazados no eran hasta ahora una obscenidad moral.
Hay
muchas preguntas que no se están respondiendo:
¿De
qué forma ayudarán las bombas occidentales a la población siria?
¿Cómo
van a evitar víctimas civiles (teniendo en cuenta además los trágicos
precedentes)?
¿Se
ha valorado que una participación abierta de varios países en el conflicto
podría elevar el nivel de confrontación en la región?
¿Cómo
evitarán el empleo de más armas químicas en en el futuro?
Y
después de esos dos días de ataques, ¿qué? ¿De nuevo la guerra de desgaste, el
escenario indefinido, la intervención subterránea?
O por el contrario, ¿más bombardeos, más
ataques, más guerra presentada, en pleno siglo XXI, como vía para la paz,
mientras se da la espalda a otros caminos, a otras políticas?
Fuente original: http://www.eldiario.es/zonacritica/Siria-intervencion-ONU-rebeldes-EstadosUnidos_6_169443068.html
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