Esto cada vez pinta peor. En Occidente, una
clase dirigente inepta, títere en manos de los poderosos, finge que gobierna.
Un loco corrupto y desatado como Netanhayu parece dispuesto a destruirlo todo.
Un personaje fugado de un comic gobierna EEUU… Dios nos ampare.
TOPOEXPRESS
Quaquaraquà
El
Viejo Topo
20
junio, 2025
EL ANILLO DE GIGES Y EL HORIZONTE DE LA VIOLENCIA SIN
LÍMITES
Tras
la fría agresión de Israel contra Irán y la contundente respuesta iraní, y
antes de que nuevos acontecimientos nos sobrepasen, ya se pueden hacer algunos
balances. En particular, creo que se pueden hacer dos consideraciones.
La
primera consideración a hacer es que el fracaso manifiesto de la política de
Donald Trump es la última confirmación definitiva de que nada puede cambiar el
rumbo de colisión del Occidente liderado por Estados Unidos con el resto del
mundo. Trump nunca ha sido un caballo blanco movido por ideales de
apaciguamiento, sino que se ha encontrado encarnando el papel de representante
de esa América profunda a la que no le interesan las proyecciones
internacionales de poder y a la que le gustaría arreglar las cosas en casa. La
secuencia de fiascos de la administración Trump, desde las conversaciones
ruso-ucranianas, pasando por los enfrentamientos de Los Ángeles, hasta el
ataque israelí a Irán, muestran claramente cómo todas las promesas trumpianas
de apaciguamiento internacional y recuperación interna son inviables. No creo
que Trump haya engañado deliberadamente a su electorado. Creo, más
sencillamente, que ni EEUU ni Europa están ya gobernados por la clase política
que nominalmente los gobierna. Aquí ni siquiera se trata del Estado Profundo,
porque estamos justo fuera del perímetro estatal, que solo sirve de árbol de
transmisión de las decisiones que se toman en otros lugares.
Ahora
bien, soy muy consciente de que cada vez que se introduce este tema de los
«poderes ocultos», un montón de bobos que se creen listos empiezan a agitarse
en sus sillas y a gritar conspiración. Desgraciadamente, que hoy en día el
poder real viene a través del gobierno de los flujos de dinero y que la
oligarquía que gobierna estos flujos ejerce su influencia desde detrás de las
bambalinas son simples hechos, bastante obvios si se miran con atención.
A
menudo nos maravillamos de la escasez cultural, de la miseria humana, de la
flagrante contradicción de los personajes que aparentemente vemos en la cúspide
del poder mundial. Que Trump es un personaje de Los Simpson, Baerbock una
metedura de pata andante, Kallas la nada con rusofobia por doquier, Merz un
eterno perdedor recuperado de la diferenciación política, Starmer un
quaquaraquà* que cae mal incluso a quienes le eligieron, Macron el epítome de
las comunidades BDSM, etc. etc. son cosas que están a la vista de todos, y que
a menudo nos empeñamos en no ver porque verlo claro nos asustaría demasiado.
Preferimos pensar que estas marionetas «tienen una estrategia». Pero no, no son
más que marionetas. E incluso si alguien tiene una estrategia, está arriba
moviendo las marionetas con hilos.
Occidente,
debido al largo proceso de toma del poder real por parte de las oligarquías
financieras, ha alcanzado un nivel sin retorno en cuanto a la degeneración de
su clase política. El problema de todo esto es sólo uno: dado que quienes
ejercen el poder están entre bastidores y no se les puede exigir ninguna
responsabilidad, nos encontramos hoy, de hecho, en la situación de irresponsabilidad
de las clases dirigentes más extraordinaria de la historia de Occidente: los
que mandan no son en absoluto responsables de lo que hacen, ni formal, ni
institucional, ni moralmente.
Y
el ejercicio del poder al abrigo de la mirada de los demás conduce inevitablemente
a la abyección, como recordaba Platón en la historia del Anillo de Giges.
Así
es como la crisis interna de la sociedad occidental, su progresiva pérdida de
hegemonía económica y política, genera una tendencia completamente fuera de
control hacia la degeneración perpetua de los comportamientos, el uso cada vez
más descarado de la violencia, el doble rasero y la mentira instrumental.
Israel es un ejemplo de ello: antes de la «distracción del Mossad» del 7 de
octubre, Israel era un país hecho pedazos, dividido en dos durante años,
incapaz de formar gobiernos que no fueran efímeros. La forma de salir de este
estado de parálisis y crisis fue la adopción de una serie de continuos
relanzamientos, primero hacia Gaza, luego hacia Líbano, Siria, Irán. Y me temo
que las subidas no han terminado: como un jugador que tiene que recuperar una
gran suma, cada pérdida es una invitación a subir de nuevo la apuesta con la
esperanza de cerrar la partida con un gran golpe final. A menudo, para los
jugadores, este golpe final es en su propio cerebro, pero mientras tanto han
extendido la miseria a su alrededor.
Pero
Israel es sólo un ejemplo. Esta dinámica de intentar salir de un callejón sin
salida mediante continuos relanzamientos es la misma práctica que vemos en
Europa hacia Rusia. La secuencia casi increíble de errores (es decir, lo que
serían errores si el interés de sus propios pueblos fuera el objetivo),
continúa en un relanzamiento continuo. Europa ha perdido su competitividad, ha
empobrecido y sigue empobreciendo a su propio pueblo, pone a todo el mundo en
riesgo de guerra total e incluso la fomenta abiertamente
Todo
esto se pensó inicialmente como un tributo al dominio estadounidense. Pero éste
no es el caso. Incluso cuando EEUU empezó a retirarse, la UE siguió y sigue
agravando la situación. Y es que, como decían, ni EEUU está gobernado por
Trump, ni la UE por esos cuatro desbocados de la Comisión. Son sólo marionetas
de ventrílocuo movidas por oligarquías multinacionales que llevan el Anillo de
Giges.
Este
panorama nos lleva a la segunda, breve, consideración. Puesto que la falta de
fiabilidad, el doble rasero, la falta de responsabilidad y credibilidad de
Occidente en bloque se percibe en todo el mundo (salvo en aquella parte de
Occidente que aún bebe de la información más vendida de la historia), se deduce
que el espacio de los acuerdos, de los pactos entre caballeros, del cálculo
hecho fiable por el equilibrio de intereses, se ha desvanecido. Todo el mundo
no occidental –y hoy Rusia e Irán están en primer plano, pero China está a la
vuelta de la esquina– ya no cree ni una palabra de lo que viene de nuestros
ventrílocuos, porque se han dado cuenta de que están tratando con actores y
testaferros, máscaras que tienen que representar un papel para sus electores
pero que tienen que responder a estrategias muy distintas para satisfacer al
poder real que está entre bastidores.
Esta
falta total de credibilidad de las clases dirigentes occidentales no es un
crimen sin víctimas, no es algo de lo que podamos escapar con el proverbial
encogimiento de hombros diciendo que «de todos modos, no caemos en la trampa».
La principal consecuencia de la manifiesta falta de confianza en el Occidente
actual es que la palabra quedará en todas partes cada vez más en manos de las
armas, de la violencia en el exterior y del control en el interior, porque es
lo único que queda cuando las palabras han perdido su valor. Y este proceso
degenerativo implicará a todos, escépticos y crédulos, astutos y bocazas.
*(Ntd)
Quaquaraquà o quacquaraquà es un término fonosimbólico en lengua siciliana que
recuerda el sonido de un pato (o codorniz), ahora de uso común en lengua
italiana, tanto con el significado de una persona particularmente habladora,
pero carente de habilidad efectiva, y por lo tanto considerada poco confiable.
En la jerga mafiosa el término «quaquaraquà» también se utiliza como sinónimo
de «informante».
Fuente: Ariannaeditrice
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