Según Andrea Zhok, el
libre mercado, para sobrevivir, requiere un crecimiento continuo. Cuando el
crecimiento se detiene, el sistema entra en crisis, y las soluciones
tradicionales ya no son suficientes. Se impone la guerra como último recurso.
Capitalismo y guerra
El Viejo Topo
15 abril, 2025
1. LA ESENCIA
DEL CAPITALISMO
La conexión
entre capitalismo y guerra no es accidental sino estructural y estrecha. Aunque
la literatura autopromocional del liberalismo siempre ha intentado explicar que
el capitalismo, traducido como “comercio dulce”, era una vía preferencial hacia
la pacificación internacional, en realidad esto siempre ha sido una flagrante
falsedad. Y esto no es porque el comercio no pueda ser un medio de paz –puede
serlo–, sino porque la esencia del capitalismo NO es el comercio, que es sólo
uno de sus posibles aspectos.
La esencia del
capitalismo consiste en un solo punto. Se trata de un sistema social idealmente
acéfalo, es decir, idealmente sin liderazgo político, pero guiado por un único
imperativo categórico: el aumento del capital en cada ciclo de producción.
El corazón
ideal del capitalismo es la necesidad de que el capital rinda, es decir, de
aumentar el capital mismo. La dirección de este proceso no está en manos de la
política –y mucho menos de la política democrática–, sino de los poseedores del
capital, de los sujetos que encarnan las necesidades de las finanzas.
Es importante
entender que el punto crucial para el sistema no es que “siempre haya más
capital” en el sentido objetivo, es decir, que la cantidad de dinero aumente
cada vez más; Incluso puede contraerse temporalmente. Lo que importa es que
siempre debe existir la perspectiva general de un aumento del capital disponible.
En ausencia de
esta perspectiva –por ejemplo, en una condición persistente de “estado
estacionario” de la economía–, el capitalismo deja de existir como sistema
social, porque falta el “piloto automático” representado por la búsqueda de
salidas para la inversión.
Ello debe
entenderse puramente en términos de PODER. En el capitalismo, una determinada
clase detenta el poder y lo ostenta como la persona encargada de la gestión del
capital hacia el crecimiento. Si se pierde la perspectiva de crecimiento, el
resultado es técnicamente REVOLUCIONARIO, en el sentido específico de que la
clase que detenta el poder debe cederlo a otros –por ejemplo a un liderazgo
político impulsado por principios o ideas rectoras, como ha sido más o menos
siempre el caso a lo largo de la historia (perspectivas religiosas,
perspectivas nacionales, visiones históricas).
El capitalismo
es el primer y único sistema de vida en la historia de la humanidad que no
busca encarnar ningún ideal ni tiende a ir en ninguna dirección específica.
Aquí se podría abrir una discusión interesante sobre la conexión entre
capitalismo y nihilismo, pero queremos centrarnos en otro punto.
2. LA
«TENDENCIA A LA CAÍDA DE LA TASA DE GANANCIA»
En la
naturaleza del sistema está implícita una tendencia que Karl Marx examinó por
primera vez con el nombre de «tendencia de la tasa de ganancia a caer». Es un
proceso intuitivo. Por un lado, como hemos visto, el sistema nos exige buscar
constantemente el crecimiento, transformando el capital en inversión que genere
más capital.
Por otra parte,
la competencia interna al sistema tiende a saturar todas las opciones de
incrementar el capital, realizándolas. Cuanto más eficiente sea la competencia,
más rápida será la saturación de lugares donde obtener ganancias. Esto
significa que con el tiempo el sistema capitalista genera estructuralmente un
problema de supervivencia para el propio sistema.
El capital
disponible crece constantemente y busca usos “productivos”, es decir, capaces
de generar beneficios. El crecimiento del capital está vinculado al crecimiento
de las perspectivas de crecimiento futuro del capital, en un mecanismo de
autorreforzamiento. Es sobre la base de este mecanismo que nos encontramos en
situaciones como la anterior a la crisis de las hipotecas subprime, cuando la
capitalización en los mercados financieros globales era 14 veces el PIB
mundial.
Este mecanismo
produce la tendencia constante hacia las “burbujas especulativas”. Y este mismo
mecanismo produce la tendencia a las llamadas «crisis de sobreproducción»,
expresión común pero impropia, pues da la impresión de que hay un exceso de
producto disponible, cuando el problema es que hay demasiado producto sólo en
relación con la capacidad media de comprarlo.
Constante,
inevitablemente, el sistema capitalista se encuentra enfrentando crisis
generadas por esta tendencia: masas crecientes de capital presionan para ser
utilizadas, en un proceso exponencial, mientras que la capacidad de crecimiento
es siempre limitada.
Para que una
crisis se sienta, no es necesario que el crecimiento se detenga, basta con que
no esté a la altura de la creciente demanda de márgenes. Cuando esto sucede, el
capital –es decir, los poseedores del capital o sus administradores– comienza a
agitarse cada vez más, porque su propia supervivencia como poseedores del poder
está en riesgo.
3. LA BÚSQUEDA
FRENÉTICA DE SOLUCIONES
A medida que se
acerca la compresión de márgenes, comienza una búsqueda frenética de
soluciones. En la versión autopromocional del capitalismo, la solución
principal sería la «revolución tecnológica», es decir, la creación de una nueva
perspectiva prometedora de generar ganancias a través de una innovación
tecnológica.
La tecnología
es realmente un factor que aumenta la producción y la productividad. Si también
aumenta los márgenes de beneficio es una cuestión más compleja, porque no basta
con que haya más producto para que el capital aumente, sino que es necesario
que haya más producto COMPRADO.
Esto significa
que los márgenes pueden realmente crecer en presencia de una revolución tecnológica
sólo si el aumento de la productividad se refleja también en un aumento general
del poder adquisitivo (salarios), lo que no es tan obvio. Pero incluso donde
esto sucede, las “revoluciones tecnológicas” capaces de aumentar la
productividad y los márgenes no son tan comunes. A menudo lo que se presenta
como una “revolución tecnológica” se sobreestima enormemente en su capacidad de
producir riqueza y termina siendo sólo una reorientación de las inversiones que
genera una burbuja especulativa.
A la espera de
que se produzcan revoluciones tecnológicas que reabran la esfera de los
márgenes, la segunda dirección en la que se busca una solución para recuperar
márgenes de beneficio es la presión sobre la fuerza de trabajo. Esta presión
puede manifestarse en la compresión salarial y de muchas otras formas que
aumentan el área de explotación del trabajo.
La reducción
directa de los salarios nominales es una forma que se adopta sólo en casos
excepcionales. Más frecuentes y fáciles de gestionar son la falta de recuperación
de la inflación, la “flexibilización” del trabajo para reducir los “tiempos
muertos”, la “rigorización” de las condiciones de trabajo, los despidos de
personal, etc.
Este horizonte
de presión presenta dos problemas. Por una parte, difunde el descontento, con
la posibilidad de que éste derive en protestas, disturbios, etc. Por otra
parte, la presión sobre la fuerza de trabajo, especialmente en la dimensión
salarial, reduce el poder adquisitivo medio, y con ello se corre el riesgo de
iniciar una espiral recesiva (menores ventas, menores beneficios, mayor presión
sobre la masa salarial para recuperar márgenes, consecuente reducción de las
ventas de productos, etc.).
Una forma
colateral de ganar márgenes se da con las “racionalizaciones” del sistema de
producción, que conceptualmente está a medio camino entre la innovación
tecnológica y la explotación de la fuerza de trabajo. Las «racionalizaciones»
son reorganizaciones que, por así decirlo, liman las «ineficiencias» relativas
del sistema. Esta dimensión reorganizativa de hecho casi siempre repercute en
un empeoramiento de las condiciones de trabajo, que se vuelven cada vez más
dependientes de las necesidades impersonales de los mecanismos del capital.
Un horizonte
final de soluciones se presenta cuando la esfera del comercio exterior entra en
la ecuación. Aunque en principio los puntos anteriores agotan los lugares donde
los márgenes de ganancia pueden crecer, en realidad tomando en consideración el
ámbito exterior, las mismas oportunidades de ganancias se multiplican debido a
las diferencias entre países. En lugar de un aumento tecnológico interno, se
puede acceder a un aumento tecnológico externo a través del comercio. En lugar
de comprimir la fuerza laboral nacional, se podría lograr acceso a mano de obra
extranjera barata, etc.
4. LA
DISMINUCIÓN DE LAS GANANCIAS
La fase actual
de la corta y sangrienta historia del capitalismo que estamos viviendo se
caracteriza por el desvanecimiento progresivo de todas las perspectivas
importantes de ganancias. Siempre habrá lugar para “revoluciones tecnológicas”,
pero no con una frecuencia que pueda seguir el ritmo de las masas de capital
infinitamente crecientes que presionan para convertirse en ganancias.
Siempre habrá
espacio para una mayor compresión de la fuerza laboral, pero el riesgo de crear
condiciones para la revuelta o reducir el poder adquisitivo generalizado
plantea límites claros. En cuanto al proceso de globalización, ha llegado a sus
límites y ha iniciado un proceso de regresión relativa; la posibilidad de
encontrar oportunidades externas diferentes y mejores que las nacionales se ha
reducido drásticamente (hay que considerar que cuanto más se extienden las
cadenas productivas, más frágiles son y más costos de transacción adicionales
pueden aparecer).
La crisis de
las hipotecas subprime (2007-2008) marcó el primer punto de inflexión, llevando
a todo el sistema financiero mundial al borde del colapso. Para salir de esa
crisis se utilizaron dos palancas. Por un lado, una fuerte presión sobre el
ámbito laboral, con pérdida de poder adquisitivo y empeoramiento de las
condiciones laborales a nivel mundial. Por otra parte, se produce un aumento de
las deudas públicas, que a su vez constituyen una restricción indirecta
impuesta a los ciudadanos y a los trabajadores y se presentan como una carga
que debe compensarse.
La crisis del
Covid (2020-2021) marcó un segundo punto de inflexión, con características no
muy diferentes a las de la crisis subprime. También en este caso, los
resultados de la crisis han sido una pérdida media de poder económico de las
clases trabajadoras y un aumento de la deuda pública.
Tanto en la
crisis de las hipotecas subprime como en la del Covid, el sistema aceptó una
reducción general temporal de las capitalizaciones globales, con el fin de
reabrir nuevas áreas de beneficios. En general, el sistema financiero emergió
de ambas crisis en una posición comparativamente más fuerte en relación con la
población que vive de su propio trabajo. El aumento de la deuda pública es en
realidad una transferencia de dinero desde la disponibilidad del ciudadano
medio a los cupones de los tenedores de capital.
Cabe señalar
que, para desactivar los espacios de disputa y oposición entre trabajo y
capital, el capitalismo contemporáneo ha presionado con todas sus fuerzas para
crear un corresponsalismo en algunos estratos de la población, ricos pero lejos
de contar para nada en términos de poder capitalista.
Al obligar a la
gente a adquirir pensiones privadas, pólizas de seguros con intereses y
empujarlos a utilizar sus ahorros en alguna forma de bonos gubernamentales,
intentan (y logran) crear una capa de la población que se siente «involucrada»
en el destino del gran capital. Estos estratos de población actúan como “zonas
de amortiguación”, reduciendo la disposición promedio a rebelarse contra los
mecanismos del capital.
La situación
actual, sobre todo en el mundo occidental, es pues la siguiente: El gran
capital necesita acceder a áreas de ganancias más amplias y continuas para
sobrevivir. Las poblaciones de los países occidentales han visto erosionadas
sus condiciones de vida, tanto en términos estrictamente de poder adquisitivo
como en términos de capacidad de autodeterminación, viéndose cada vez más
atadas a una multiplicidad de limitaciones financieras, laborales y
legislativas, todas ellas motivadas por la necesidad de «racionalizar» el
sistema.
Las
posibilidades de encontrar nuevas áreas de ganancias en el extranjero se han
reducido drásticamente a medida que el proceso de globalización ha llegado a
sus límites. Esta es la situación a la que se enfrentan hoy los grandes
accionistas. Por tanto, es urgente encontrar una solución. ¿Pero cuál?
5. «UNA PALABRA
ATERRADORA Y FASCINANTE: ¡GUERRA!»
Cuando en el
canon occidental aparecen las guerras mundiales, es decir, los dos mayores
acontecimientos de destrucción bélica de la historia de la humanidad, suelen
aparecer bajo la bandera de unos culpables bien definidos: los «nacionalismos»
(sobre todo el alemán) para la Primera Guerra Mundial, las «dictaduras» para la
Segunda Guerra Mundial. Rara vez se reflexiona que estos acontecimientos tienen
como epicentro el punto más avanzado de desarrollo del capitalismo mundial y
que la Primera Guerra Mundial ocurrió en el auge del primer proceso de
«globalización capitalista» de la historia.
Sin entrar aquí
en una exégesis de los orígenes de la Primera Guerra Mundial, es sin embargo
útil recordar cómo la fase que la precedió y la preparó puede situarse perfectamente
en un marco que podemos reconocer. A partir de 1872 aproximadamente se inició
una fase de estancamiento en la economía europea. Esta fase da un impulso
decisivo a la búsqueda de recursos y mano de obra en el extranjero,
principalmente bajo las formas de imperialismo y colonialismo.
Todos los
grandes momentos de crisis internacionales que prepararon la Primera Guerra
Mundial, como el incidente de Fashoda (1898), son tensiones en la confrontación
internacional por el acaparamiento de áreas de explotación. El primer gran
impulso para el rearme en la Alemania Guillermina fue crear una flota capaz de
desafiar el dominio inglés de los mares (que es un dominio comercial).
Pero ¿por qué
la guerra debería representar un horizonte para la solución de las crisis
generadas por el capital? La respuesta, en este punto, es bastante sencilla. La
guerra representa una solución ideal a las crisis de “caída de la tasa de
ganancia” en cuatro aspectos principales.
En primer lugar, la guerra se presenta como un impulso no negociable para
obtener inversiones masivas que puedan revivir una industria sin vida. Los
grandes contratos públicos en nombre del “deber sagrado de defensa” pueden
lograr extraer los últimos recursos públicamente disponibles para volcarlos en
contratos privados.
En segundo
lugar, la guerra representa una gran destrucción de recursos materiales, de
infraestructura y de seres humanos. Todo esto, que desde el punto de vista del
intelecto humano común es una desgracia, desde el punto de vista del horizonte
de inversión es una perspectiva magnífica.
De hecho, se
trata de un acontecimiento que “hace retroceder el reloj de la historia
económica”, eliminando esa saturación de perspectivas de inversión que amenaza
la existencia misma del capitalismo. Después de una gran destrucción, se abren
espacios para inversiones fáciles, que no requieren ninguna innovación
tecnológica: carreteras, ferrocarriles, acueductos, casas y todos los servicios
relacionados. No es casualidad que desde hace algún tiempo, mientras hay una
guerra en curso, desde Irak hasta Ucrania, estemos asistiendo a una carrera
preliminar para conseguir contratos para la reconstrucción futura. La mayor
destrucción de recursos de todos los tiempos –la Segunda Guerra Mundial– fue
seguida por el mayor auge económico desde la Revolución Industrial.
En tercer
lugar, los grandes poseedores de capital, es decir, capital financiero,
consolidan comparativamente su poder sobre el resto de la sociedad. El dinero,
al ser virtual por naturaleza, permanece intacto ante cualquier destrucción
material importante (siempre que no se trate de una aniquilación planetaria).
En cuarto y
último lugar, la guerra congela y detiene todos los procesos de revuelta
potencial, todas las manifestaciones de descontento desde abajo. La guerra es
el mecanismo definitivo, el más poderoso de todos, para “disciplinar a las
masas”, colocándolas en una condición de subordinación de la que no pueden
escapar, so pena de ser identificadas como cómplices del “enemigo”.
Por todas estas
razones, el horizonte bélico, aunque por el momento esté lejos del ánimo
predominante entre las poblaciones europeas, es una perspectiva que debe
tomarse extremadamente en serio.
Cuando hoy
algunos dicen –con razón– que no existen premisas culturales y antropológicas
para que la sociedad europea se prepare seriamente para la guerra, me gusta
recordar cuando –olfateando los ánimos de las masas– Benito Mussolini pasó en
pocos años del pacifismo socialista a la famosa conclusión de su artículo en el
Popolo d’Italia , del 15 de noviembre de 1914: «El grito es una palabra que
nunca habría pronunciado en tiempos normales y que en cambio elevo en voz alta,
a todo pulmón, sin fingimiento, con fe segura, hoy: una palabra temible y
fascinante: ¡guerra!».
Fuente: Infosannio
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