FINANZAS
INTERNACIONALES: DE PARAISOS FISCALES A NIDOS DE CRIMINALES
JUAN
TORRES LOPEZ
Publicado
en noviembre de 2024 en trtespanol.com
Los dirigentes
de las grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza, no paran de decir que
su tarea es combatir las fuerzas del mal en todo el mundo. Aseguran que sus
enemigos son quienes vulneran las leyes, que su propósito es perseguir a los
criminales y terroristas que ponen en peligro la vida de miles de seres humanos
inocentes y, por supuesto, doblegar a los enemigos de la libertad y la
democracia.
La realidad,
sin embargo, contradice la sinceridad de esos propósitos, al menos, en dos
aspectos principales. Por un lado, porque al terrorismo de fines políticos no
se le impide disponer de los canales financieros convencionales para llevar a
cabo sus actividades. Por otro, porque esos canales son la vía mediante la cual
se practica otro tipo de terrorismo del que apenas se habla pero que es, en
realidad, mucho más mortífero: el terrorismo financiero.
Libertad de
capitales, vía libre para delinquir
La gran
acumulación de riqueza en pocas manos, propia de nuestro tiempo y quizá la más
extrema de la historia humana, ha sido posible gracias a que los gobiernos de
las grandes potencias acabaron con cualquier tipo de control sobre los
movimientos de capital, dando así plena libertad a los grandes poseedores de
liquidez para llevar a cabo sus negocios.
Aparecieron
los llamados paraísos fiscales, en donde se puede colocar el dinero y moverlo
desde allí sin dejar registro alguno y sin necesidad de pagar impuestos. Se
eliminaron las fronteras y, como mencioné, los controles que permitían conocer
el origen, el destino y, sobre todo, el uso del dinero en las transacciones
financieras internacionales.
Esto se llevó a cabo para que las grandes
corporaciones, los fondos de inversión, los bancos y los dueños de patrimonios
multimillonarios pudieran acumular ganancias sin cesar, moviendo, según les
conviniera y en la dirección deseada, su capital ingente. Sin vigilancia, sin
dejar rastro, anónimamente, actuando en la sombra y a espaldas de las leyes y
los gobiernos. De hecho, así es como se llaman las entidades financieras que
generalmente se utilizan para ello: shadow banking, es decir, banca en la sombra.
El problema
radica en que, a través de esos canales por los que se mueven con plena
libertad los capitales, se desplazan igualmente quienes financian el
terrorismo, el tráfico de drogas, el comercio ilícito de armas, la trata de
personas y los negocios más turbios e inhumanos que llenan el mundo de
enfermedad, dolor y muerte de seres inocentes.
Los gobiernos
podrían acabar con ellos, pero no lo hacen por una sencilla razón: tendrían que
eliminar el régimen de plena libertad de movimientos y secretismo que necesita
el reducido número de grandes financieros y propietarios de capital para seguir
enriqueciéndose sin cesar. No lo hacen porque la institución más poderosa del
planeta, la banca, es la que gana dinero al guardar y movilizar el dinero del
terrorismo internacional, mientras financia a este último.
Finanzas que
matan
Pero hay, además, otro terrorismo que se lleva a
cabo con la misma complicidad de los gobiernos. Lo mostré, junto a Vicenç
Navarro, en el libro Los amos del mundo. Las armas del terrorismo
financiero
En lugar de
destinar los recursos que maneja a financiar la actividad productiva, el
sistema financiero actual los utiliza principalmente para especular. Es decir,
para obtener sumas ingentes de beneficios simplemente aprovechándose de
fluctuaciones de precios que ellos mismos provocan. Se puede hacer porque los
grandes financieros disponen de dinero suficiente como para manipular los
mercados y luego apostar sobre seguro.
Para
multiplicar hasta el infinito sus ganancias han desarrollado productos
financieros específicamente concebidos con una única finalidad: ser comprados y
vendidos sin cesar mediante programas informáticos que permiten ejecutar estas
operaciones en milisegundos.
La gran mayoría de ese tipo de productos puramente
especulativos son los llamados derivados financieros.
Se llaman así porque nacen –se derivan– unos de otros a partir de un contrato
real originario –por ejemplo, una hipoteca– en forma de seguros, reaseguros,
garantías, apuestas sobre la evolución de los precios, entre otros, sólo para
intercambiarse a velocidad de vértigo. En todo el mundo se realizaron en 2023
unas 4.500 operaciones de compra y venta de derivados por cada segundo durante
los 365 días del año.
Los derivados
son simples «papeles», sin el contenido real que tiene, por ejemplo, un
contrato de compra o venta de cualquier mercancía. Pero son muy rentables
porque la velocidad a la que circulan hace que su precio sea muy volátil, de
modo que se puede ganar muchas veces con ellos y mucho dinero cuando a eso se
dedican –como hacen los grandes fondos y los bancos capitalistas– recursos
multimillonarios.
Terrorismo
financiero
El efecto
letal de este tipo de prácticas financieras es doble. Por un lado, generan
escasez de recursos y financiamiento para la actividad económica real de las
empresas productivas y las familias. Y, además, matan.
El sistema
financiero actual mata porque la especulación que lleva a cabo para añadir
ceros a las cuentas bancarias de los grandes inversores afecta, en última
instancia, a las mercancías sobre las que se establece inicialmente el contrato
originario del que nacen los derivados. Y cuando esas mercancías son, como
suele ocurrir, las que satisfacen necesidades básicas de los seres humanos
–alimenticias, sanitarias y más recientemente la vivienda– lo que ocurre es que
se mata a la gente de hambre, de enfermedades o por indigencia. Cuando los
precios de estas mercancías suben por la especulación, no se pueden comprar. Y
cuando caen sin sentido productivo alguno, se arruinan sus productores, y luego
viene la escasez y el desabastecimiento.
Las finanzas
actuales matan también porque los grandes bancos y fondos de inversión, como ya
ocurrió en la crisis de 2007 y en la Gran Recesión posterior, hacen apuestas
especulativas no sólo contra mercancías, sino contra economías enteras. Primero
las arruinan y luego cobran para sacarlas del hoyo a base de deuda. Dejando en
el camino un reguero de miseria y destrucción material y de vidas humanas.
El
funcionamiento de algunos de esos productos es tan diabólico que cuesta creer
que los gobiernos permitan su existencia. Los llamados Credit Default Swap
(CDS, o Derivado de Incumplimiento Crediticio) son un tipo de contrato que
permite asegurar algo que no se tiene en la mano, de lo que no se es
propietario, y cobrar si le ocurre cualquier cosa a ese algo. Más o menos viene
a suponer que el titular de un contrato de ese tipo puede asegurar contra
incendio la casa de otra persona –sin comprarla y sin ni siquiera poner dinero–
y luego cobrar si la quema. Lo mismo que se hace con la calificación de deuda
de algunos países: se contrata un seguro que permite cobrar si se deteriora, y
lo único que entonces hay que hacer es todo lo posible para que su economía
vaya mal.
Estas prácticas constituyen, en realidad, un
auténtico terrorismo financiero, como así lo reconocía en 2002 el entonces
cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, 11 años más tarde elegido papa de la
Iglesia católica, refiriéndose a lo ocurrido en su país: «Ha habido un verdadero terrorismo
económico-financiero en este tiempo».
Pero no
ocurrió sólo allí, sino en todo el planeta. El terrorismo financiero ha sido
permitido, soportado y protegido por los gobiernos de las grandes potencias.
Mientras no haya una movilización mundial que lo condene y repudie, las grandes
finanzas y la inversión especulativa seguirán siendo responsables de la muerte
injusta y cruel de millones de seres humanos. Y para evitarlo, sería necesario
tipificar cuanto antes y perseguir, como ya han pedido docenas de juristas y
organismos internacionales, el delito de crimen económico contra la humanidad.
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