España y la pantomima de la
descolonización
Por Vivi Alfonsín
Rebelion / España
23/10/2024
Fuentes: Jacobin
América Latina
En un pasaje de
la novela In Dependence, de Sarah Ladipo Manyika, se da la
siguiente situación: un grupo de jóvenes se cita en la Asociación de
Estudiantes de África Occidental, ubicada en el sótano de un campus de Oxford.
Entre ellos hay ingleses, nigerianos, caribeños, ghaneses. Son los años 60 y
los acalorados debates sobre la independencia están en el aire. El motivo del
encuentro es el visionado de un documental sobre Nigeria, un filme que
arrancaba con una breve historia del dominio colonial y esbozaba —mostrando
imágenes de artesanos y campesinos, de la presa de Kainji y del nuevo Puente Níger
que conectaría la ciudad comercial de Onitsha con los puertos— cierto retrato
de la independencia del país. Al terminar, estalló la colisión de posturas.
De un lado
estaban los defensores, acomodados en su querencia hacia las formas del poder
colonial. Del otro, los que percibían en la película la perpetuidad de un robo.
Ike, el personaje más crítico, plantea: «¿Dónde están los nigerianos? No me
refiero a mostrar fotografías de nigerianos como si fuera un estudio
antropológico de los africanos en su hábitat natural. Lo que digo es: ¿por qué
estas películas no están dirigidas por nigerianos? O, al menos, ¿por qué no las
estamos narrando nosotros?». Ike cuestiona que el punto de partida sea siempre
el periodo colonial y no el siglo X, «con los reinos de Benin y Hausa. O, si a
fuerza hay que empezar con los blancos», prosigue, «¿por qué no arrancar con la
trata de esclavos?». Más adelante, apunta: «si el colonialismo ya concluyó,
¿por qué los británicos siguen hablando por nosotros como si fuéramos niños?».
El espíritu de
la novela, heredero de la tradición antirracista y anticolonialista, cuestiona
el alcance real de la independencia de los países colonizados. Habla de la
migración de jóvenes africanos hacia una Europa decidida a educarlos como casta
(o al menos eso parece), del agravio comparativo con otros migrantes menos
privilegiados y de las relaciones que entablan con hombres y mujeres ingleses,
algunos repelentes excolonos y otras enamoradas de África, de su exuberancia y
de su prometedor porvenir político y cultural.
Entre el marco
temporal en que se desarrolla la trama y nuestro presente han transcurrido más
de seis décadas. Pero ya desde su título late la pregunta de hasta qué punto
los procesos poscoloniales terminaron por convertirse en realidad o fueron
cooptados por los mismos intereses coloniales, disfrazados o no de otra cosa.
Publicada en 2008, In Dependence sigue operando como una
provocación hacia las diversas formas en que la colonialidad se hace patente y
se combate en nuestro tiempo. Un presente que enfrenta idénticos retos en
cualquier lugar, cuando el racismo, sin ser nada nuevo, tiene un papel
preponderante.
En España, el
12 de octubre sigue representando una cita anual de monarcas, políticos y
militares unidos para celebrar otro aniversario de la colonización contra los
territorios y pueblos originarios de Abya Yala. Miles de miembros de las
fuerzas armadas desfilan con su potencia bélica expuesta en una coreografía que
pivota entre el recordatorio y la amenaza. Este año, el clima contribuyó a que
la pantomima fuera más breve, ahorrándonos el salto en paracaídas y el desfile
aéreo que dibuja la bandera patria sobre el cielo de Madrid.
Supuestamente,
en la coalición de gobierno PSOE / Sumar late un desacuerdo respecto a qué
hacer con la migración, el racismo y el pasado colonial, pero puede que ese
desacuerdo sea una pose. En la tribuna se hicieron presentes figuras como Elma
Sainz, la Ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones que promueve
contratos de migración circular para explotar trabajadoras migrantes con
sueldos paupérrimos y sin cumplir el convenio agrícola en los campos españoles.
Muy cerca estaba también Grande Marlaska, Ministro de Interior y uno de los
responsables de los asesinatos en la valla de Melilla. En segunda fila se
ubicaba Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y
Política de Seguridad y Vicepresidente de la Comisión Europea, quien dijera
allá por 2022 que Europa era un jardín y el resto del mundo una jungla. Un poco
más lejos, Pablo Bustindy, responsable de la cartera de cultura y empeñado en
descolonizar museos.
Ante un panteón
tan ecléctico sería conveniente establecer jerarquías. Definir qué es urgente
por encima de cuestiones que, si bien son necesarias, no cambian de manera
inmediata y directa la vida de quienes encarnan el sujeto político de la lucha
antirracista y anticolonial. Cuestiones que, además, son tomadas como eslóganes
desde la política institucional para fingir una radicalidad que no se tiene o
establecer nuevos estados de calma.
Desde dentro,
sabemos que la paz es difícil en los movimientos sociales. El antirracismo no
es una excepción. Existen divergencias de perspectiva sobre lo prioritario;
modos distintos de posicionarse frente —o junto— al poder; simples disputas
personales que pueden dragar la búsqueda de un horizonte común. Y bien es
cierto que deberíamos tener espacio y tiempo, sobre todo tiempo, para generar
una convivencia larga y compleja entre diversas formas de aproximarse a la
lucha, pero no lo tenemos.
Lo que tenemos
es una realidad donde han sido asesinadas 5054 personas en tránsito migratorio
durante los cinco primeros meses de 2024. Tenemos unas condiciones infrahumanas
de trabajo agrícola, regidas por los acuerdos de migración circular promovidos
por el gobierno de coalición que debió erradicarlos. Los trabajadores manteros
de Bilbao, Madrid o Barcelona son despojados de la mercancía que les permite
una mínima supervivencia y asediados por la persecución policial, hecho
denunciado por Síndic de Greuges de la capital catalana.
Tenemos siete
Centros de Internamientos de Extranjeros en todo el Estado español funcionando
a pleno rendimiento como lo que son, cárceles exclusivas para personas
migrantes, y el macro CIE de Algeciras diseñado para satisfacer los parámetros
de crueldad del Pacto Europeo de Migración y Asilo. Convivimos con la violencia
diaria contra las trabajadoras del hogar y los cuidados y la estigmatización y
castigo hacia las trabajadoras sexuales. Tenemos una Ley de Extranjería que reprime
sin ambages y una sociedad que convive con medio millón de trabajadoras y
trabajadores migrantes en situación administrativa irregular.
Lo interesante,
bajo esta premisa, es cómo nos relacionamos y negociamos con esas formas de
racismo en ese tiempo intermedio que ya ha dejado de ser una excepción, una
crisis, para convertirse en la norma. Aunque discrepo de algunos planteamientos
de Olúfẹ́mi Táíwò en Against Decolonisation, Taking African Agency Seriosuly (y el propio libro no está planteado desde el contexto europeo), hay
puntos en los que su propuesta resulta tremendamente lúcida y provoca una
sacudida necesaria a la corriente decolonizadora. Táíwò sostiene que el
pensamiento decolonial ha contribuido a descuidar o desviado la atención de los
verdaderos problemas de la gente.
El concepto de
descolonización ha devenido tanto en Estados Unidos como en Europa la respuesta
pública de las instituciones a las presiones sociales del movimiento
antirracista. En España, a una parte de la izquierda le sale rentable sumarse a
la moda de la descolonización en una suerte de gatopardismo tokenista. Pero es
peligroso aceptar el lugar subalterno que ofrecen —ese «campo político de
sustitución», siguiendo la idea de Catherine Wihtol de Wenden y Remy Leveau—
para materias de segundo orden y de naturaleza asistencial, como si ello
supusiera un grado verdadero de activación política.
Los espacios
que nos dan, los que nos ceden, donde nos dejan estar —los talleres menores, la
periferia de las universidades, las subvenciones insignificantes para que
sigamos hablando de migración y estudios culturales, el pequeño fondo para
hacer un amago de descolonización en un museo— chocan con una realidad que
empuja su violencia hacia la superficie. El devenir de los procesos de descolonización,
tal como están siendo concebidos actualmente en España, viene coartado por los
tentáculos de la colonialidad y la negativa a emprender cambios estructurales:
Abolición de la Ley de Extranjería, aprobación de la ILP Regularización Ya,
cierre de los CIES, retroceso del Pacto Europeo de Migración y Asilo.
Así, lo que
debería ser una consecuencia de las políticas culturales derivadas de cambios
legislativos garantes de derechos e igualdad, se convierte en lo único que los
representantes de los partidos políticos están dispuestos a hacer por las
personas migrantes. Si lo aceptamos, quedaremos sumidas en este campo político
de sustitución, cada vez con menos agencia y capacidad de litigio. El trasvase
de la figura parlamentaria hacia y desde los movimientos sociales lleva tiempo
pervirtiendo los roles y la división de responsabilidades. La puja ideológica
de la izquierda debe regresar al entorno legislativo y desplazarse fuera de las
cuentas personales de redes sociales y las charlas, espacios virtuales donde
capturan un capital simbólico y discursivo que pertenece a las luchas de calle
y los activismos.
Aquí es
conveniente recuperar la sabia mirada de Silvia Rivera Cusicanqui, en tanto que
ejemplo encarnado de un posicionamiento coherente entre lo teórico y lo real.
Cusicanqui plantea que «lo decolonial es una moda, lo poscolonial un deseo y lo
anticolonial una lucha». En una entrevista de 2019, al ser preguntada por dicha
declaración, afirmó: «Desde tiempos coloniales se han dado procesos de lucha
anticolonial. En cambio, lo decolonial es una moda muy reciente que, de algún
modo, usufructúa y reinterpreta esos procesos de lucha, pero creo que los
despolitiza, puesto que lo decolonial es un estado o una situación pero no es
una actividad, no implica una agencia, ni una participación consciente. Llevo
la lucha anticolonial a la práctica en los hechos, de algún modo,
deslegitimizando todas las formas de cosificación y del uso ornamental de lo
indígena que hace el Estado. Todo eso son procesos de colonización simbólica».
Por mucho que
la «moda» y el «deseo» puedan llegar a ser —hasta cierto punto—
intercambiables, la idea de lucha conserva su potencial. Pero solo será lucha
aquella que se adhiera al terreno mediante acciones concretas, traicionando los
proyectos y las subvenciones que se manejan en los despachos y posicionándose
de manera radical y arriesgada contra la subalternidad política encadenada a
esta dependencia.
Fuente: https://jacobinlat.com/2024/10/espana-y-la-pantomima-de-la-descolonizacion/
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