En 1938, el
matemático alemán en el exilio E.J. Gumbel publicó una recopilación de breves
autobi(bli)ografías de diferentes intelectuales en el exilio comprometidos en
la lucha contra el nazismo. Incluía esta de Arthur Rosenberg.
Autobiografía
El Viejo Topo
8 octubre, 2024
Nacido en
Berlín en 1889, profesor no numerario de Historia en la Universidad de Berlín
en 1914, también allí profesor asociado en 1930, destituido en 1933, expatriado
en 1937, profesor en el Brooklyn College de Nueva York en 1938.
Mis
investigaciones se centraron inicialmente en la historia de la Antigüedad. Por
lo general, mis publicaciones sobre historia griega y romana sólo interesaban a
círculos especializados reducidos. Sin embargo, en 1921 intenté abordar otro
problema en un pequeño libro, inicialmente destinado a fines educativos en las
universidades populares (Volkshochschulen), sobre Democracia y lucha de
clases en la Antigüedad. El concepto de democracia había sido desvirtuado y
desfigurado cada vez más en el desarrollo histórico moderno posterior a 1871.
Al final, no quedaba de ella más que el gobierno de la mayoría ejercido
mediante la papeleta electoral que sólo permitía lentas reformas por la vía de
la paz y la legalidad. En contraste, mostré la democracia ateniense como un
sistema político que no conocía el socialismo, pero que buscaba realizar el
autogobierno del pueblo trabajador con una energía implacable. También en 1921,
intenté una breve presentación popular de la antigua República romana que se
basaba en puntos de vista similares.
Mi actividad
política para el movimiento obrero alemán y especialmente mi trabajo en la
«Comisión de Investigación del Reichstag sobre las causas del colapso de 1918»
me dejaron clara la importancia de la historiografía contemporánea. El
resultado de mi trabajo en la comisión de investigación fue el libro Origen
de la República alemana (1928). Le siguió el trabajo preparatorio para
la Historia del bolchevismo, que se publicó en 1932. Aquí tropecé
de nuevo con el problema de la democracia. La disputa alrededor de democracia o
dictadura, tal como se había librado entre los bolcheviques y sus oponentes
socialdemócratas desde 1918, había contribuido aún más especialmente a
desacreditar la democracia, o al menos la forma de gobierno que la gente solía
llamar así. Por el contrario, un análisis objetivo de Lenin me llevó a la
conclusión de que el bolchevismo original no era más que la aplicación de la
democracia marxista revolucionaria de 1848 al escenario de la Rusia zarista. En
1933, tras la llegada de Hitler al poder, perdí mi puesto en la Universidad de
Berlín y tuve que abandonar Alemania. En el verano de 1933 empecé a escribir en
Zúrich mi Historia de la República Alemana de 1918-1930. En un
principio, el libro pretendía contrarrestar la leyenda de 14 años de marxismo
con un relato objetivo. Al mismo tiempo, sin embargo, mi relato se convirtió en
un análisis constante del problema de la democracia en nuestro propio tiempo.
Me pareció que la República de Weimar fracasó sobre todo porque, si bien se
declaró formalmente a favor de la democracia en Alemania de forma constante,
fue incapaz de erigir una democracia real en Alemania, es decir, de sostener un
autogobierno del pueblo trabajador basado en una implacable voluntad de poder y,
si no quedaba otro remedio, combatiendo a sus oponentes incluso por la fuerza.
De 1934 a 1937
fui profesor visitante en la Universidad de Liverpool. Tras mi nombramiento,
completé allí la Historia de la República alemana. A partir de
entonces centré cada vez más mi trabajo en la comprensión histórica de la
democracia moderna. Todos los acontecimientos ocurridos desde 1918 han enseñado
que la socialdemocracia y también el Partido Comunista nunca podrán vencer en
cuanto aparezcan sólo como un estrecho movimiento laboral de trabajadores de la
industria. Más bien, para alcanzar el poder, el proletariado debe, como expresó
Marx, constituirse como nación. Esta nueva configuración de la nación, sin
embargo, adopta la forma de democracia revolucionaria. Allí donde los
socialistas y demócratas modernos fueron incapaces de constituirse como nación,
tuvieron que dejar el campo libre al fascismo. No es tarea del historiador
hacer propaganda de una determinada táctica política en una obra histórica.
Pero este, al esclarecer el pasado, puede despejar los malentendidos y los
obstáculos que se interponen en el camino de la tarea política práctica. En el
caso de la democracia, hay que mostrar cómo se paralizó la fuerza
revolucionaria popular en el transcurso del siglo XIX y cómo, finalmente, lo
que quedó fue la democracia capitalista formal de las papeletas electorales,
por un lado, y el movimiento de los trabajadores socialistas incapaz de actuar
por el otro.
En la última
generación existió una historiografía de la democracia a gran escala en Francia
y Estados Unidos: Mathiez renovó brillantemente la tradición de Robespierre
para la investigación histórica y Beard hizo lo mismo con Jefferson. En lengua
alemana, y para la historia internacional de la democracia, no había nada equivalente,
aparte quizá de la importante pero parcial obra tardía de Kautsky sobre la
guerra y el socialismo. Sin embargo, una historia crítica de la democracia
moderna es una tarea que debe ser abordada absolutamente hoy día. Porque la
victoria sobre el fascismo sólo es posible si las reivindicaciones económicas
socialistas de los trabajadores se combinan de algún modo, dentro de un marco
nacional, con una democracia realista capaz de ejercer el poder. El historiador
debe ayudar lo mejor que pueda. Por eso he intentado escribir una historia de
la democracia moderna. Soy consciente de las dificultades que entraña resolver
semejante tarea y de lo imperfecto que debe resultar tal intento. Pero el
historiador de la emigración tiene el deber de ayudar, en la medida de sus
posibilidades, y no debe permitirse, por consideración a su propia reputación,
demorar indebidamente por el momento un trabajo indispensable.
El libro Democracia
y socialismo. Sobre la historia política de los últimos 150 años, comienza
con Jefferson y Robespierre, luego muestra la conexión entre el movimiento
popular democrático y el socialismo, la vigencia de Marx y Engels como
demócratas, las crisis de la democracia revolucionaria de 1848 a 1871, y
finalmente la extinción de la democracia revolucionaria, aparte de Rusia, en el
período hasta 1914. Un esbozo del desarrollo desde 1914 hasta el presente
apunta a los intentos de nuestra época de renovar una democracia viva del
pueblo trabajador en la lucha contra el fascismo abierto o disfrazado. Si mi
libro pudiera facilitar la orientación de los luchadores activos por la
democracia y el socialismo y hacer así menos difíciles ciertos obstáculos,
habría cumplido completamente su cometido.
Fuente: Sin Permiso
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