El creciente conflicto
entre bloques confirma que no existe una única clase capitalista mundial. Es
obvio que hoy el más agresivo imperialismo es el de EEUU. Pero no hay ninguna
razón para considerar mejores a los capitalistas de Rusia, China o la India.
Imperialismo y rivalidad económica
El Viejo Topo
19 septiembre, 2024
La geopolítica
mundial está marcada actualmente por extraordinarias tensiones y conflictos
armados que hacen temer una guerra mundial, especialmente en Ucrania, Oriente
Próximo y Taiwán. Desde principios de 2010, la disposición de las grandes
potencias estatales recuerda cada vez más a los años anteriores a la gran
conflagración imperialista de 1914. Un giro semejante habría sido difícil de
imaginar en la década de 1990, cuando dominaba la ideología de la globalización
neoliberal y Estados Unidos reinaba como única superpotencia.
Estados Unidos
sigue siendo sin duda el actor principal -y más agresivo- de la escena
internacional, como demuestra su posición frente a China. Es importante señalar
que ninguno de sus potenciales contendientes procede de las «viejas» potencias
imperialistas, sino que todos tienen su origen en lo que antes se consideraba
el Segundo o el Tercer Mundo, con China como principal competidor económico y
Rusia como principal competidor militar. Esto refleja la profunda
transformación de la economía mundial en las últimas décadas.
La escalada de
las tensiones se produce, además, en un momento de malos resultados históricos
en las zonas centrales de la economía mundial, en particular desde la Gran
Crisis de 2007-2009. La actividad económica en las zonas centrales es
notablemente débil en términos de crecimiento, inversión, productividad, etc.,
y no hay signos claros de reactivación. El período posterior a la Gran Crisis
de 2007-2009 es un interregno clásico en el sentido de Antonio Gramsci, es
decir, de lo viejo que muere y lo nuevo que no nace, sólo que en este contexto
señala la incapacidad del núcleo de la acumulación capitalista para emprender
su propio crecimiento tanto a escala nacional como internacional.
La dramática
reaparición de los contenciosos imperialistas y hegemónicos y la necesidad de
sacar conclusiones políticas de ellos son asuntos de primera importancia para
la izquierda socialista. En este artículo pretendo aportar algunos puntos clave
al debate, basándome principalmente en la obra colectiva recientemente
publicada: El estado del capitalismo:
economía, sociedad y hegemonía.
La clásica economía política marxista del imperialismo
La teoría
marxista siempre ha intentado vincular el imperialismo a la economía política
del capitalismo. Esto es más evidente en el análisis canónico de Vladimir
Lenin, basado en El capital financiero de Rudolf Hilferding.
La reaparición actual de actitudes imperialistas y hegemónicas puede analizarse
mejor siguiendo el camino abierto por estos autores.
Los enfoques
que se basan en explicaciones no económicas, o que incluso intentan desvincular
el imperialismo del capitalismo, como el de Joseph Schumpeter, tienen un poder
explicativo limitado. Sin embargo, la teoría de Hilferding y Lenin debe
tratarse con gran cautela. La actual perspectiva geopolítica del mundo puede
recordar a la anterior a 1914, pero las apariencias engañan.
Para ambos
autores, el principal motor del imperialismo fue la transformación de las
unidades fundamentales del capital en las áreas centrales de la economía
mundial, que condujo a la aparición del capital financiero. En pocas palabras,
el capital monopolista industrial y bancario se amalgamó en el capital
financiero, que trató de expandirse en el extranjero de dos maneras: en primer
lugar, mediante la venta de mercancías y, en segundo lugar, mediante la
exportación de capital monetario prestado.
En resumen, el
imperialismo clásico fue impulsado por la internacionalización acelerada del
capital monetario y mercantil bajo la égida de la amalgama del capital
monopolista industrial y financiero.
Naturalmente,
los capitales financieros de los distintos países competían entre sí en el
mercado mundial, y para ello buscaban el apoyo –en concreto, pero no
exclusivamente– de sus propios Estados. Esto llevó a la creación de imperios
coloniales para asegurar la exclusividad territorial de la exportación de
capital básico y crear condiciones favorables para la exportación de capital de
préstamo.
Los países
colonizados se encontraban generalmente en una fase inferior de desarrollo
capitalista o no eran capitalistas en absoluto. Esta expansión colonial habría
sido imposible sin el militarismo y, por tanto, sin el impulso de la
confrontación armada entre los distintos competidores.
En resumen, el
impulso para la creación de colonias surgió de las agresivas operaciones del
capital financiero que buscaba asegurarse beneficios. Para ello, cooptaron los
servicios del Estado y esto creó un impulso hacia la guerra. Los Estados no son
empresas capitalistas y sus relaciones no están determinadas por un burdo
cálculo de beneficios y pérdidas. Actúan sobre la base del poder, la historia,
la ideología y otros muchos factores no económicos. El árbitro último entre
ellos es el poder militar.
Así pues, la
expansión imperialista estaba impulsada fundamentalmente por el capital
privado, pero implicaba inevitablemente opresión, explotación y conflictos
nacionales. Los flujos de valor hacia la metrópoli podían proceder de los
beneficios empresariales, pero también de los impuestos a la explotación, como
en la India. Éstos se contrarrestaban con los enormes gastos de adquisición y
mantenimiento de las colonias.
Desde esta perspectiva,
es engañoso intentar demostrar la existencia del imperialismo mediante un
modelo económico que muestre los excedentes monetarios netos creados y
apropiados por las metrópolis. El imperialismo es una práctica geopolítica y
una realidad económica. Está arraigado en la conducta y los beneficios de las
empresas capitalistas activas a escala mundial, pero da lugar a políticas
estatales que tienen resultados complejos y contradictorios. En un sentido
profundo, el imperialismo es un resultado histórico de la acumulación
capitalista madura.
Imperialismo contemporáneo
A diferencia de
los tiempos de Hilferding y Lenin, la primera y decisiva característica del
imperialismo contemporáneo es la internacionalización del capital productivo, y
no sólo del capital monetario comercial y crediticio.
Grandes
volúmenes de producción capitalista tienen lugar a través de las fronteras
mediante cadenas de suministro dirigidas normalmente por empresas
multinacionales, que ejercen el control directamente mediante derechos de propiedad
sobre filiales o indirectamente mediante contratos con capitalistas locales. El
salto cuantitativo en el volumen del comercio internacional en las últimas
décadas es el resultado del comercio dentro de estas cadenas de valor.
Producir en el
extranjero tiene requisitos mucho más estrictos que el simple comercio de
materias primas o el préstamo de dinero. El capitalista internacional debe
tener un amplio conocimiento de las condiciones económicas locales de los
países receptores, derechos fiables sobre los recursos locales y, sobre todo,
acceso a una mano de obra capaz. Todo ello requiere relaciones directas o
indirectas con el Estado tanto del país de origen como del país de destino.
El segundo
punto de diferencia, igualmente decisivo, es la forma característica que ha
adoptado el capital financiero en las últimas décadas, que ha sido un factor
decisivo en la financiarización del capitalismo tanto a escala nacional como
internacional.
La exportación
de capital de préstamo ha crecido enormemente, pero la mayoría de los flujos
han sido, y siguen siendo, principalmente de núcleo a núcleo, en lugar de
núcleo a periferia. La proporción era de aproximadamente diez a uno a favor de
los primeros. También es característico del interregno el crecimiento sustancial
de los flujos de China a la periferia y de otros flujos de la periferia a la
periferia.
Además, hasta
la Gran Crisis de 2007-09, tanto la financiarización nacional como la
internacional estaban impulsadas principalmente por los bancos comerciales.
Durante el interregno, el centro de gravedad se desplazó a los diversos
componentes del «sistema bancario en la sombra», es decir, instituciones
financieras no bancarias, como los fondos de inversión, que se benefician de la
negociación y tenencia de valores. Tres de estos fondos –BlackRock, Vanguard y
State Street– poseen actualmente en sus carteras una parte enorme de todo el
capital de renta variable estadounidense.
El imperialismo
contemporáneo se caracteriza, en resumen, por la internacionalización del capital
productivo, mercantil y monetario, una vez más bajo la égida del capital
monopolista industrial y financiero. Sin embargo, de nuevo al contrario que en
la época de Hilferding y Lenin, no existe una amalgama de capital industrial y
financiero, y menos aún una amalgama en la que el segundo domine al primero.
La dominación
no es, después de todo, un resultado del movimiento esencial del capital, sino
que deriva de las realidades concretas de las operaciones capitalistas en
contextos históricos específicos. A principios del siglo XX, los bancos podían
dominar al capital industrial porque éste dependía en gran medida de los
préstamos bancarios para financiar inversiones fijas a largo plazo. Dichos
préstamos permitían y animaban a los bancos a participar activamente en la
gestión de las grandes empresas.
Hoy en día, las
empresas industriales de los países centrales se caracterizan
por una baja inversión y, al mismo tiempo, por enormes volúmenes de capital
monetario de reserva. Ambas son características de la financiarización de las
empresas industriales y de los malos resultados de las economías centrales
durante el interregno. Además, implican que las grandes empresas
internacionales dependen mucho menos del capital financiero que en la época del
imperialismo clásico.
Las amplias
participaciones de los «bancos en la sombra» son ciertamente importantes en
términos de poder de voto dentro de las grandes empresas y desempeñan un papel
en el proceso de toma de decisiones de las empresas no financieras. Sin
embargo, es exagerado decir que las Tres Grandes dictan las condiciones a las
empresas estadounidenses. Poseen acciones que pertenecen a otros –a menudo
otros «bancos en la sombra»– y tratan de obtener beneficios gestionando sus
carteras de valores. Su posición recuerda a la de un rentista que,
sin embargo, busca un equilibrio de coexistencia con el industrial a través de
los mercados de valores.
La fuerza
motriz del imperialismo contemporáneo procede de esta combinación de capital
industrial y capital financiero internacionalizados. Ninguno domina al otro y
no existe un enfrentamiento fundamental entre ellos. Juntos constituyen la
forma de capital más agresiva que conoce la historia.
Necesidades económicas del imperialismo contemporáneo
La combinación
de capital que impulsa el imperialismo contemporáneo no tiene necesidad de
exclusividad territorial y no busca formar imperios coloniales. Al contrario,
prospera gracias a un acceso ilimitado a los recursos naturales mundiales, a
una mano de obra barata, a una fiscalidad baja, a normas medioambientales poco
estrictas y a mercados para sus componentes industriales, comerciales y
financieros.
Un punto a
destacar aquí es que no existe una clase capitalista «mundial». Se trata de una
ilusión que se remonta a los tiempos del triunfo ideológico de la globalización
y de la hegemonía única de Estados Unidos. Ciertamente, existe una similitud de
puntos de vista entre los capitalistas internacionalmente activos, lo que en
última instancia refleja el poder hegemónico de Estados Unidos. Pero la enorme
escalada de tensiones de los últimos años demuestra que los capitalistas están
y seguirán estando divididos en grupos potencialmente hostiles a escala
internacional.
Por cierto, ni
siquiera existe una «aristocracia del trabajo» en los países centrales,
contrariamente a lo que afirmaba Lenin. La gran presión ejercida sobre los
trabajadores de los países centrales en los últimos cuarenta años ha desmentido
esta idea.
El capital
industrial y financiero internacionalmente activo tiene dos requisitos básicos.
En primer lugar, deben existir normas claras y aplicables para los flujos de
inversiones productivas, materias primas y capital monetario prestado. No se
trata sólo de un acuerdo entre Estados, sino de algo que debe estar garantizado
por instituciones debidamente estructuradas, como el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el Banco
de Pagos Internacionales, etcétera. En segundo lugar, debe existir una forma
fiable de moneda mundial que sirva como unidad de cuenta, medio de pago y
depósito de valor.
Ambos
requisitos –especialmente el segundo– reflejan el carácter peculiar de la
economía mundial, que, a diferencia de la economía nacional, carece
intrínsecamente de la presencia coordinadora y organizadora de un Estado
nación. No obstante, el capital industrial y financiero sigue necesitando el
apoyo de los Estados nación para sortear los escollos del mercado mundial.
Inevitablemente,
el sistema de Estado-nación –a diferencia del sistema de capital que compite
internacionalmente– entra en juego y aporta sus consideraciones no económicas.
El papel de la hegemonía
El sello
distintivo del sistema de Estado-nación es la hegemonía y hay pocas guías
mejores para abordar esta cuestión que Gramsci, como sugirió hace tiempo Robert
Cox. Gramsci se centraba en el equilibrio interno de clases y en los
resultados políticos resultantes, más que en las relaciones internacionales
entre Estados. Sin embargo, lo que importa a nuestros efectos es que para
Gramsci la hegemonía implica tanto coerción como consenso. Ambos son cruciales
para el funcionamiento del imperialismo contemporáneo.
Estados Unidos
fue la única potencia hegemónica durante casi tres décadas tras el colapso de
la Unión Soviética; su poder derivaba de su dominio económico reflejado en el
tamaño de su PIB y los mercados relacionados, el volumen del comercio
internacional y la escala de las entradas y salidas de capital. Sobre todo, su
posición hegemónica derivaba de su capacidad única para afianzar su moneda
nacional como divisa mundial.
El poder
coercitivo de Estados Unidos es en parte económico, como demuestra la enorme
gama de sanciones que impone regularmente a otros. Pero principalmente es
militar, con enormes gastos que actualmente superan el billón de dólares al
año. Esta cifra supera a la de las «antiguas» potencias imperialistas en al
menos un orden de magnitud y financia una vasta red de bases militares en todo
el mundo. A diferencia del periodo clásico, la militarización y el enorme
complejo militar-industrial son características permanentes e integrales de la
economía estadounidense.
El poder de
consenso de Estados Unidos se basa en su papel dominante en las instituciones
internacionales que regulan la actividad económica internacional. Esta forma de
poder se apoya en universidades y grupos de reflexión que producen la ideología
predominante en las instituciones internacionales. Ha sido fundamental para
generar una visión común entre los capitalistas internacionalmente activos de
todo el mundo durante varias décadas.
Como único
hegemón, EE.UU. ha promovido sistemáticamente los intereses de su capital
globalmente activo. Al hacerlo, han creado las condiciones que también permiten
que el capital de otros «viejos» países imperialistas opere de forma rentable,
entre otras cosas garantizando el acceso controlado al dólar en momentos
críticos, como en 2008, pero también en 2020. También en este aspecto, el
imperialismo contemporáneo difiere radicalmente de la versión clásica.
El problema
hegemónico para Estados Unidos surge de la naturaleza contradictoria de estas
tendencias.
Por un lado,
favorecer los intereses del capital internacionalmente activo ha supuesto
costes sustanciales para algunos sectores de la economía nacional
estadounidense. La producción ha emigrado, dejando tras de sí un desempleo
persistente, las empresas se han registrado en paraísos fiscales para eludir
impuestos, se ha perdido capacidad técnica, etc.
Por otro, la
deslocalización de la capacidad productiva ha favorecido la aparición de
centros independientes de acumulación capitalista en lo que antes se
consideraba el Segundo y el Tercer Mundo. El papel principal lo han desempeñado
los Estados nacionales que han navegado por los bajos fondos de la producción,
el comercio y las finanzas globalizadas. Pero la deslocalización de la
producción también ha sido un factor crucial.
El principal
ejemplo es, obviamente, China, que se ha convertido en el mayor país
manufacturero y comercial del mundo. Por supuesto, las gigantescas empresas
industriales y financieras chinas tienen características y relaciones
distintivas de sus equivalentes estadounidenses, entre otras cosas porque
muchas de ellas son de propiedad estatal. Pero los capitales financieros del
imperialismo clásico también diferían sustancialmente entre sí, como señaló Kozo Uno, por ejemplo.
A nuestros
efectos, las enormes empresas industriales y financieras chinas, indias,
brasileñas, coreanas, rusas y de otros países operan cada vez más a escala
mundial y buscan el apoyo del Estado para influir en las reglas del juego y
determinar la moneda mundial. Esto significa principalmente su propio Estado,
aunque también cultivan relaciones con otros Estados.
El impulso de la guerra
Las raíces de
la constante escalada de las contiendas imperialistas se encuentran en esta
configuración del capitalismo global. Es evidente que Estados Unidos no se
someterá al desafío y recurrirá a su vasto poder militar, político y monetario
para proteger su hegemonía. Esto les convierte en la principal amenaza para la
paz mundial.
Las disputas
actuales, en otras palabras, recuerdan a la época anterior a 1914, en el
sentido fundamental de estar impulsadas por motivaciones económicas
subyacentes. Esto no significa que detrás de cada explosión haya un burdo
cálculo económico, pero sí que las disputas tienen profundas raíces materiales.
Por lo tanto, son extraordinariamente peligrosas y difíciles de abordar.
Además, la
contienda es cualitativamente diferente de la oposición entre EEUU y la Unión
Soviética, que era principalmente política e ideológica. Durante el interregno,
EEUU contó con el apoyo de las «viejas» potencias imperialistas, recurriendo
principalmente a su poder de consenso, que hunde sus raíces en la era
antisoviética. Nada garantiza que puedan hacerlo para siempre.
La izquierda se
enfrenta, por tanto, a una elección difícil pero al mismo tiempo clara. La
emergencia gradual de la «multipolaridad», con otros Estados poderosos que
desafían la hegemonía estadounidense, ha creado un cierto espacio para que los
países más pequeños defiendan sus intereses. Pero no hay nada meritorio o
progresista en el capitalismo chino, indio, ruso o de cualquier otro tipo.
Además, es crucial recordar que en 1914 el mundo era multipolar y el resultado
fue una catástrofe. La respuesta todavía puede encontrarse en los escritos de
Lenin, aunque el mundo haya cambiado mucho.
La izquierda
socialista debe oponerse al imperialismo, reconociendo que Estados Unidos es el
principal agresor. Pero debe hacerlo desde una posición independiente,
abiertamente anticapitalista, que no se haga ilusiones sobre China, India,
Rusia y otros contendientes, por no hablar de los «viejos» imperialistas. El
camino debe ser el de la transformación anticapitalista interna, basada en la
soberanía popular y unida a una soberanía nacional que busque la igualdad
internacional. Este sería el verdadero internacionalismo, basado en el poder de
los trabajadores y los pobres. Cómo puede volver a convertirse en una fuerza
política real es el problema más profundo de nuestro tiempo.
Fuente: Jacobin
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