¿Hay «abuso mental» en la
instrucción religiosa infantil?
Rebelion / España
07/09/2024
Fuentes: Rebelión
Hablo con cierta frecuencia del «abuso mental» que desde las religiones se
ejerce sobre los menores de edad. Varias personas, algunas de ellas próximas
ideológicamente, me han reprochado el cargar las tintas en exceso, el exagerar;
eso me ha llevado a dudar y a volver a reflexionar sobre el asunto, e incluso a
escribir un libro de próxima aparición.
Ahora que
comienza un nuevo curso, quiero resumir aquí en qué creo que consiste ese tipo
de abuso, que en mi opinión suele perpetrarse tanto en la catequesis
parroquial (sobre todo en la preparación de la primera comunión) como
en la catequesis escolar (es decir, en las clases de
religión), además de en la familia. Recordemos que toda la instrucción católica
se fundamenta en el Catecismo de la Iglesia, que
contiene, actualizada, la doctrina de ésta, y que por ello es una referencia
principal para lo que sigue.
En estos
contextos religiosos, abusar mentalmente de un menor de edad consiste en
aprovecharse, desde una posición de autoridad y poder, de su vulnerabilidad –debida
a la etapa temprana de su desarrollo– para inducirlo a aceptar
acríticamente ciertas creencias (palmariamente erróneas, a
menudo absurdas) sobre el mundo y la existencia, y, en base a estas, coaccionarlo para
que lleve a cabo determinados tipos de conductas y rechace
otros. El abuso se realiza por tanto, según mi punto de vista, mediante la
transmisión a los menores de graves engaños de diversa índole
que pueden perjudicar en mayor o menor grado su desarrollo
intelectual, afectivo, social y moral, lo que además puede tener una
repercusión negativa sobre la sociedad. Además, usualmente hay un abuso
complementario mediante el acoso a la intimidad de sus conciencias.
En mi opinión, los principales componentes –algunos, entrelazados– del
abuso mental religioso sobre la infancia son los siguientes:
• Engaño
intelectual. Según lo que conocemos gracias a los avances científicos
y a la mera racionalidad, se engaña gravemente a los niños acerca de
cómo es la realidad: de lo que existe y no existe, de cómo funciona el
mundo, y de la propia identidad y expectativas vitales. De especial relevancia
es que se hace creer a los menores que hay un Dios-Creador al
que deben su propia existencia y que, por esa razón, es su dueño y
señor. No olvidemos que el creacionismo, contrario al evolucionismo, está
totalmente desacreditado por anticientífico.
También hay engaños
cuando se afirma la existencia de más entes sobrenaturales (ángeles
y otros seres celestiales, infernales o purgatoriales) que,
además, intervienen en el mundo real y llevan a cabo milagros (opuestos
radicalmente a la ciencia). Y un engaño clave es el que se refiere a la
existencia de las almas inmateriales e inmortales, que nos permiten
una vida celestial (o infernal) después de la muerte del cuerpo.
• Actividades
supersticiosas y mágicas. Se hace creer que podemos controlar
hasta cierto punto a los seres de ultratumba (Dios, ángeles, santos,
la Virgen), o ganarnos el favor de sus poderes sobrenaturales, mediante
palabras, acciones, o participación en ritos (misas…) dirigidos a ellos, o con
gestos de cariz mágico (como el santiguarse). Piénsese en los rezos o
plegarias, desde el Padrenuestro o el Ave María, hasta los específicos
infantiles como el «Jesusito de mi vida…» o el «Cuatro ángeles tiene mi cama…»,
que tendrían efectos beneficiosos en el mundo real (mediante la concesión de
los mencionados milagros). La enorme confusión de relaciones causa-efecto es la
base de la superstición y la pseudociencia.
• “Pensamiento”
dogmático. Se enseña a los niños un modo dogmático de acceder
al conocimiento, por el que deben creer lo que les dicen unas personas con
autoridad o unos libros sagrados, sin prueba alguna, e incluso contra todo tipo
de evidencias. Este “pensamiento” y este modo de adquirir conocimientos se
opone a la racionalidad, la duda, la objetividad, el pensamiento crítico, y la
exigencia de pruebas, característicos de la ciencia, que van parejos a la
posibilidad de profundización o rectificación de los conocimientos adquiridos.
Con todo ello crece el peligro de que se incentive el fanatismo
integrista y el fundamentalismo.
• Moralidad
heterónoma. Se imponen unas normas morales que se supone que provienen
de Dios, y están dictadas por unas autoridades personales o unos textos
sagrados, eliminando la posibilidad de la autonomía moral. No hace falta leer a
Kant para entender que ir contra esta autonomía equivale a negar la
libertad personal y es un atentado contra la dignidad humana.
En
consecuencia, se enseña a responder en sociedad ante Dios más que ante
los demás (por ejemplo, cuando se jura un cargo).
• Normas
morales contra derechos fundamentales. Las normas morales que trata de
imponer la religión, en buena parte van contra los derechos humanos, sobre todo
los de las mujeres, homosexuales, y personas LGTBI. Es pues una
moralidad machista, homófoba y LGTBIfoba,… que lleva a negar derechos y libertades
fundamentales, como el disponer libremente del propio cuerpo y de la propia
vida, y el respetar estos derechos de los demás. Hay un rechazo explícito
del derecho al aborto, a la eutanasia, a los anticonceptivos, a la
homosexualidad y a otras formas de sexualidad (al sexo libre).
• Ejemplaridad
anómala. Se le presenta a la infancia, como modelos de rectos
comportamientos, los de personajes reales o ficticios que ejemplifican valores
religiosos a menudo contrarios a la libertad de conciencia y a la
dignidad humana. Baste como ejemplo (especialmente nocivo para las
niñas) el de la «Virgen María», modelo de docilidad y sumisión a
la autoridad religiosa, a entes ultramundanos y a los varones, y de renuncia,
extrema hasta el absurdo, a los goces sexuales y a sus intereses personales.
Repárese también en los más de 1.500 nuevos beatos proclamados por el
papa Francisco y predecesores por ser «mártires de la guerra civil
española», todos, curiosamente, del bando fascista.
En un ámbito
más próximo, se consideran personas ejemplares cotidianas las autoridades
de la Iglesia (desde curas hasta el papa), todas ellas varones (lo
que refuerza un modelo machista de sociedad y conducta), y las
o los catequistas, subordinados a ellos. Además, el conocido dicho «haz lo que
yo diga pero no lo que yo haga» suele aplicarse con especial acierto para
describir la frecuente hipocresía de la casta sacerdotal y de
los beatos, una “virtud” que quizás no se enseñe formalmente,
pero que parece que se aprende con facilidad.
• Supremacismo
machista. La moralidad y la mencionada «ejemplaridad» religiosa
incluyen estereotipos machistas de género que perjudican a los dos
sexos, al verse ambos apremiados a satisfacer ciertas expectativas muy
limitantes y frustrantes (chicos duros, mujeres dóciles…). Pero dañan, sobre
todo, a las mujeres, homosexuales y LGTBI, pues se pretende que se
consideren inferiores a los hombres heterosexuales; estos se creen, en
consonancia, superiores y merecedores de privilegios. Este supremacismo puede
llegar a favorecer reacciones violentas por parte de los segundos cuando ven
peligrar su superioridad y privilegios sobre las primeras. En otras palabras,
todo ello puede servir para justificar o promover la violencia
machista, así como la vicaria sobre los menores.
El supremacismo
machista de la Iglesia católica y otras organizaciones religiosas es tan
extremo que para formar parte de la jerarquía es imprescindible tener pene. Al
margen de que no entiendo que esa discriminación sea legal –y tolerada social
y políticamente–, me parece abominable que líderes y gobiernos
que alardean de feministas le mantengan a tan hipermachistas entidades extraordinarias
prerrogativas educativas.
• Ideología
(ultra)derechista. Cabe añadir que, desde el punto de vista político,
la religión suele educar en un tipo de valores (los mencionados y otros
relacionados) defendidos por la derecha extrema, de modo que cabe
esperar que se incentive un apego por esta ideología política (por descontado,
no tanto como en el franquismo), lo cual creo que tiene repercusiones sociales,
en mi opinión muy negativas. No olvidemos la complicidad total y criminal de la
Iglesia católica española con el franquismo (y el apoyo actual a la derecha
ultramontana); los desorbitados privilegios de la Iglesia en España demuestran
que siguen existiendo gravísimas secuelas económicas, políticas, y
educativas (las aquí denunciadas) del nacionalcatolicismo franquista. No
habrá verdadera «memoria democrática» mientras no se extingan.
• Segregación
por creencias. En la instrucción religiosa infantil se separa a los
adoctrinados en cada creencia de los adoctrinados en otras, y de los no
catequizados. A veces ocurre en el mismo centro –temporalmente, durante las
clases de religión–, otras en centros diferentes. Por cierto, me parece inaceptable
que existan centros educativos (concertados o privados) con un «ideario»
religioso o de otra ideología dogmática, en los que además
hay una segregación por clases sociales. La escuela laica, como el respeto a la
infancia, debe ser universal, y no es de recibo eso de que «quien quiera
religión escolar para sus hijos que la pague», pues deben prevalecer los
derechos humanos de todos los niños.
Por otra parte,
se hace creer y sentir a los creyentes de cada tipo que son superiores
al resto, pues ellos poseen la Verdad absoluta, pero también se
sienten temerosos con los diferentes. Esas creencias que excluyen, temen y menosprecian
a los no correligionarios sirven de fundamento, coartada o refuerzo para la
desconfianza y para avivar conflictos entre individuos o entre grupos. Alientan
el supremacismo xenófobo, con sus componentes de recelo y de odio.
A nivel mundial, a menudo esos conflictos son armados (guerras incluidas).
• Invasión
y acoso de la intimidad mental. Especialmente durante el «sacramento»
dela confesión, necesario para la comunión (otro sacramento) y para alcanzar la
«salvación», se obliga a los niños a «confesar» sus pensamientos y
sentimientos más íntimos. No se trata solo de una intromisión en la
intimidad del menor (invasión), sino de que esta es examinada, juzgada
y manipulada (acoso). Se viola así gravemente el derecho fundamental a
la intimidad recogido en la Constitución española (art. 18) y varias
Declaraciones de Derechos.
La aceptación
de una intromisión en la intimidad acaso facilite la posterior tolerancia
frente a las intrusiones que se ejercen mediante las nuevas tecnologías, con
las que se vulnera lo que hoy se considera un «neuroderecho»
fundamental.
No solo eso;
además, se hace creer a los menores que sus mentes (así como sus acciones)
están continuamente vigiladas, es decir, que alguien conoce (y
eventualmente premiará, o castigará como pecados) sus pensamientos,
sentimientos y deseos. Me parece algo abyecto y perverso, pero no suele
juzgarse así supongo que por la fuerza de la costumbre. Entre los vigilantes
ultramundanos está Dios en primer lugar, y seres de apariencia bondadosa como
los Reyes Magos.
• Culpabilización
desproporcionada. Se introducen sentimientos desmedidos de culpa (pecado)
y de necesidad de redención y castigo, según las normas de la moral heterónoma
impuesta. Se acompaña de sentimientos de vergüenza, temor, inferioridad
y dependencia de la aprobación y el perdón por parte de las
autoridades religiosas.
• Represión
de goces espirituales y físicos. La moralidad heterónoma represora y
la culpabilización impiden o dificultan el goce del propio cuerpo y de las
relaciones sexuales y afectivas libres con los demás.
• Miedo. Se
introducen sentimientos de miedo ante los castigos en «esta
vida» (físicos y sobre todo psicológicos) y en «la otra», es decir, después de
la muerte (una condena eterna en el infierno, o temporal en el purgatorio).
Como dijo Spinoza, el miedo promueve la superstición; y también la violencia.
• Chantaje. Hay
chantajes de tipo positivo con la promesa de goces
espirituales y materiales, de nuevo en esta vida (por ejemplo,
alabanzas y consideración, regalos, festejos…) o en la otra (la
«salvación» que niega la muerte y lleva a la «gloria» eterna). Y de tipo negativo, sobre
todopor el mencionado miedo a los castigos, o de verse privados de los goces
prometidos.
• Inducción
al proselitismo. Al estar en posesión de la Verdad absoluta, tanto
intelectual como moral, se incita a los niños a transmitirla, a defenderla, y
hasta a imponerla sobre los demás (aquí conectamos con los aspectos sociales y
políticos).
• Afiliación
involuntaria a una organización. Generalmente, a los pocos meses de nacer,
es decir, cuando el menor no tiene la más mínima consciencia de lo que se hace
con él, se le afilia en una organización religiosa (según los creyentes, de por
vida). Ahí no hay aún, estrictamente, abuso mental, pero la afiliación
involuntaria ya es un abuso en sí misma, y además se realiza con el
compromiso de los adultos implicados de imbuirle al menor las doctrinas religiosas
correspondientes. Normalmente, ese menor, antes de que pueda decidir, será
catequizado (adoctrinado) en la escuela, la parroquia y la familia, será
sometido a confesión, hará la primera comunión, etc.
Todo lo
expuesto, y probablemente más, puede tener mayor o menor importancia, producir
más o menos daño en las niñas y niños. Cuando hay menos perjuicio es porque el
adoctrinamiento es más torpe, menos acorde con los dogmas católicos (o los que
correspondan), o se ve contrarrestado por influencias emancipadoras. Pero cuanto
más calen las creencias religiosas en las mentes infantiles, más grave será el
menoscabo que pueda causar a los propios niños, y a los demás, todo lo
dicho anteriormente. No se me ocurre ningún efecto positivo serio que compense
significativamente todo lo advertido, aunque algunas personas aducen que han
quedado «vacunadas» contra los fraudes religiosos y contra otros engaños y
abusos mentales. Sin embargo, parece más habitual que las víctimas del
adoctrinamiento religioso, es decir, del “pensamiento” irracional y de la
desinformación probablemente más exitosa de la historia de la humanidad,
sean más proclives a dejarse embaucar por otros engaños irracionales o
pseudocientíficos, religiosos o no; en definitiva, por otros tipos de
desinformación. Y a aceptar dócilmente otras fuentes de desigualdad social,
especialmente el neoliberalismo.
Otro aspecto
que considerar es el enorme número de niñas y niños afectados: cada
curso, más de tres millones reciben catequesis escolar (no tengo datos
sobre la parroquial), es decir, algo más de la mitad del total. A quienes me
dicen que el 99 % de los niños adoctrinados salen indemnes de todo lo que
argumento, les pido que echen cuentas del impacto bruto que supone, incluso con
esa estimación tan optimista e inverosímil.
Por último, no
se olvide, de una parte, que el abuso mental a veces va de la mano o es
la antesala de abusos sexuales por parte de sacerdotes u otros
miembros de la Iglesia a quienes se concede autoridad e intimidad sobre los
niños. Así que, padres y madres: más vale ser muy precavidos y no fiarse. Y,
por otra parte, que todo lo dicho vale igualmente para otras religiones,
como el judaísmo, el evangelismo, el islamismo… Los abusos
mentales y físicos que fundamentándose en este último se perpetran sobre las
niñas y las mujeres en general son hoy día especialmente extremos y
dramáticos en varios países.
El abuso mental
religioso sobre la infancia es antónimo del respeto y la
promoción del desarrollo de la conciencia libre, de la emancipación y la
dignidad humanas. En nombre de ese respeto a las niñas y niños, me atrevo a
pedir a los padres, madres y tutores que reflexionen sobre
todo lo aquí expuesto, sobre lo que está en juego si los alistan y adoctrinan
religiosamente (o de otra manera); en particular, si los apuntan a la
catequesis parroquial o escolar (o a lo equivalente en cualquier religión o
ideología dogmática). Les recuerdo que, si en este mismo momento ya están
apuntados, tienen todo el derecho a sacarlos y liberarlos. E,
incluso en casa, tengamos presente que no somos dueños, sino
responsables, de nuestros hijos e hijas.
Es obvio que
hacen falta además cambios legislativos y otras medidas políticas contra
el abuso aquí denunciado, en particular para acabar con todo adoctrinamiento
escolar (público y privado) y, por descontado, con toda ayuda pública (los
llamados «conciertos») a centros adoctrinadores. No hablo de ellas aquí, pero
quiero añadir, con gran pesar, que en la actualidad no espero gran cosa de los
grupos políticos autoproclamados «progresistas» que se supone que comparten
buena parte de lo aquí defendido, si no todo, pues no hay expectativas de que
actúen mientras no encaje en sus cálculos electorales. Es deplorable que estén
siendo cómplices de la grave agresión, aquí denunciada, sobre la
infancia.
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