Ya no son estos los
tiempos en que en las izquierdas resonaba el lema“OTAN no, bases fuera”. Ya no
lo son. Ahora está más de moda mirar hacia otro lado ante el salvajismo
israelí, y aceptar la sumisión al Imperio. Al fondo, China se prepara para la
guerra.
Tras la cumbre
El Viejo Topo
19 julio, 2024
Después de la cumbre de la OTAN: el “camino irreversible” hacia la guerra
global
Algunos fuimos
desde el principio escépticos sobre lo que se denominó “autonomía estratégica”
de la Unión Europea. Nos temíamos que fuese una ocurrencia más de la “oficina
de creación de imaginarios y demás fantasías narrativas” dirigida por el Alto
representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad José
Borrell. Se dijo, hay que recordarlo hoy que están de salida, que la Comisión
Europea presidida por la señora Von der Leyen era
esencialmente geopolítica y que su tarea fundamental seria pensar y actuar como
lo que debería ser la UE, a saber, una gran potencia en un mundo que cambia. En
estos años, desde luego, ha habido mucha geopolítica, un conflicto militar de
grandes dimensiones en el corazón de Europa y otro, duro y cruel, en el Oriente
más próximo. Lo que nunca apareció fue eso de la “autonomía estratégica” que
queda como una idea frustrada antes de nacer y material, como tantos,
inventados para dar quehacer y financiación a los centros especializados en la
infinita tarea de la construcción federal europea. La voladura, tantas veces
anunciada, del Nord Stream-2 dejó zanjado definitivamente el
asunto al modo norteamericano: la función creadora de la violencia organizada.
El Alto
representante de la Unión descubrió un día que el mundo era una jungla y que a
él le tocaba, como jardinero fiel, cuidar el vergel europeo. Se le olvidó,
podría habérselo preguntado a su compañero Javier Solana, que el acta
fundacional de la nueva OTAN que surgía de la disolución del Pacto de
Varsovia y de la desintegración de la URSS fue el bombardeo inmisericorde,
cruel e ilegal de Yugoslavia. Dicho de otra forma, la nueva Europa, su
ampliación y sus políticas económicas y de seguridad nacieron bajo la dirección
del autoproclamado vencedor de la Guerra Fría, es decir, la Administración
norteamericana. De la “Casa común” europea quedó el recuerdo que dejan los
sueños ingenuos incumplidos y los dirigentes exsoviéticos tuvieron que
aprender, el primero Putin, que Rusia nunca sería reconocida como una gran
potencia y –lo más significativo– que se iniciaba un Nuevo Orden Internacional
cuyas reglas básicas imponían el poder único e ilimitado de los Estados Unidos.
Cumbre de la OTAN
El tono, retórica
y puesta escena de la cumbre conmemorativa de 75 aniversario de la OTAN estuvo
marcado por la alarmante senilidad de Biden y por la sombra omnipresente de
Donald Trump. Zelensky, en un arranque de sinceridad, lo dijo con toda
claridad: aquí estamos a la espera de lo que pase en noviembre, es decir, si
gana o no Trump. No se equivocaba; y, además, ponía el acento en lo
fundamental: la OTAN es un dispositivo estratégico de poder al servicio de los
intereses norteamericanos definidos –en lo fundamental– por el inquilino de la
Casa Blanca. Los aliados cuentan poco o nada y solo les queda esperar. Ante la
previsible llegada de Trump, la Asamblea tomó decisiones, definió con más
precisión a los enemigos y, sin complejos, apostó por convertir la guerra en
Ucrania en un conflicto directo entre la OTAN y Rusia; el carácter limitado de
la misma parece superado y ahora el conflicto deviene en global.
El dato más
sobresaliente de esta cumbre de la OTAN, a mi juicio, es convertir a China en
enemigo estratégico de la organización atlántica. Se dirá que esto ya estaba
presente de alguna forma en el concepto estratégico de la Alianza, es verdad;
lo nuevo es que ahora se convierte en operativa y en medio para una
coordinación más directa con el AUKUS (acuerdo político-militar entre
Australia, Reino Unido y Estados Unidos), Nueva Zelanda y, lo más importante,
con los dos grandes protectorados norteamericanos en la zona: Japón y
Corea del Sur. China sentirá ahora con renovada fuerza la presión anglosajona,
la disputa de espacios y aliados, así como una activación más resuelta del
separatismo de Taiwán. El objetivo que consigue Biden es sobresaliente:
desacoplar la economía de la Unión Europea de la de China, incrementar la
guerra comercial, tecnológica, financiera entre las dos potencias hasta ahora
interdependientes y, en muchos sentidos, complementarias. Y, evidente, acelerar
la dependencia de la UE de los EE.UU.
Ucrania ha
merecido un tratamiento especial y en muchos sentidos, único. Tampoco en esto
hay que engañarse demasiado. La Administración norteamericana sabe que Zelensky
no ganará la guerra; el objetivo es otro: aumentar el desgaste militar,
tecnológico y económico del gobierno de Putin, golpear objetivos estratégicos,
incrementar aún más la muerte de civiles y minar la moral y determinación del
pueblo ruso. Se trata de neutralizar, primero a Rusia, en paralelo presionar a
China y, sobre todo, crear un bloque lo más unido posible que esté en
condiciones de oponerse al trípode que está reorganizando a Eurasia: Irán,
Rusia y China.
Lo que se
vislumbra, más allá de la autorreferencial declaración final de la Asamblea, se
podría resumir así: 1) La OTAN supervisará más estrechamente la dirección
operativa y la conducción de la guerra. Nada se hará, en lo fundamental, sin la
aprobación norteamericana; 2) La selección, la definición de los objetivos a
golpear en Rusia serán decididos por la OTAN y coordinado el representante
único de la organización político-militar; 3) La planificación de la defensa,
en un sentido amplio, la política de personal, formación, entrenamiento y,
sobre todo, el gasto serán estrictamente controlados por las autoridades
de la Alianza; 4) El presupuesto militar de Ucrania y de los países miembros se
incrementarán sustancialmente, llegando, como mínimo, a 40.000 millones de
dólares para 2025. Se propiciará una mayor coordinación en la producción de
armamentos, la interoperabilidad de los mismos y una mayor centralización en la
toma de decisiones.
Zelensky
Diversos
debates se han entrecruzado en la Asamblea. Los más significativos tienen que
ver con la “profundidad “de los ataques con misiles en territorio ruso y sobre
los F-16, su número, plazos de entrega y su ubicación. Zelensky ha
intentado –su situación es cada vez más precaria– ir más allá de los acuerdos
previos; el resultado, por ahora, ha sido los desmentidos de británicos y
norteamericanos. El Reino Unido no autorizará ataques con misiles Storm
Shadow en territorio ruso, así lo han señalado fuentes oficiales; tampoco
permitirán los EEUU el uso de los misiles ATACMS más allá de las fronteras
ucranianas. Esta posición ha sido reafirmada varias veces con fuerza, siempre
con la coletilla de “si no cambian las circunstancias”. ¿Cuáles son estas? Que
la ofensiva rusa se acelere y que el frente ucraniano colapse. La ambigüedad
parece calculada.
Cosa distinta
son los F-16. El gobierno ucraniano busca “milagros” armamentísticos que le
permitan superar una situación político-militar cada vez más adversa. Por lo
que sabemos, Ucrania recibirá 6 F-16 de sus socios occidentales y 20 más a
final de año. Las dificultades son muchas, tiene que ver con los pilotos, con
la logística de apoyo, con la cualidad y calidad de las pistas y, clave, su
ubicación. El peligro es que los aviones sean detectados y destruidos por los
misiles rusos en los propios hangares; hay otra posibilidad, defendida con
fuerza por los polacos, que la ubicación sea en otros países de la Alianza. Por
ahora, los norteamericanos dicen que su emplazamiento será en suelo ucraniano.
Lo contrario significaría una escalada de grandes proporciones, cuyas
consecuencias son fáciles de prever.
La recuperación
del triángulo de Weimar (Francia, Polonia, Alemania) como nuevo
núcleo de poder de la UE le está dando un protagonismo especial a
la República de Polonia. De hecho, se está convirtiendo en un actor
esencial en el conflicto ucraniano y un aliado imprescindible de los EEUU. Ella
representa como nadie “la Nueva Vieja Europa”, la buena, la firme, la
anticomunista, la que quiere mano dura contra Rusia y la dispuesta siempre al
enfrentamiento militar. Zbigniew Brzezinski la representó con
objetivo claro, diáfano: derrotar a Rusia, desintegrarla como Estado y liquidar
su civilización. El “Acuerdo de cooperación en materia de seguridad entre
Ucrania y la Republica de Polonia” recientemente firmado por el
liberal/europeísta primer ministro polaco Donald Tusk y Zelensky es mucho más
de lo que dice el encabezamiento. Es tan completo y prolijo que no podemos
analizarlo en este momento; baste con señalar, que, a mi juicio, estamos ante
una operación de integración de Ucrania en el dispositivo de poder económico,
tecnológico y militar de Polonia; es algo más – y más ambicioso– que la
recuperación de viejas posesiones siempre reclamadas. Quizás habría que hablar
de una anexión en proceso, aprovechando la desesperación del gobierno ucraniano
y la excepcionalidad del momento.
Polonia está
defendiendo abiertamente ser parte, indirecta por ahora, y directa en el futuro
inmediato, del conflicto armado, es decir, propiciar la escalada y la guerra
entre la OTAN y Rusia. Este es un acuerdo profundo en su clase política. En
estos días andan empeñados en tres asuntos: 1) crear una “legión ucraniana” que
sirva de cobertura al envío de militares polacos y demás “voluntarios” de los
países aliados; 2) crear una zona de exclusión aérea en la parte occidental de
Ucrania cuyo paraguas estratégico lo desplegarían las fuerzas militares polacas
y 3) ubicar los F-16 entregados a Ucrania en territorio de la Alianza. Los
tres, juntos o por separado, llevan directamente al agravamiento del conflicto.
Se parte del supuesto previo de que Rusia no se atreverá a usar su armamento
nuclear, es decir, las élites europeas pretenden jugar a la ruleta rusa con el
presidente Putin. ¿Y los EE. UU? Lejos y viéndolas venir, como
siempre.
Hay que
reconocerle a Pedro Sánchez una capacidad infinita para el regate corto, para
diferenciarse y seducir. Su aportación a la asamblea fue distinguida:
reconocimiento del Estado palestino e insistencia sobre el flanco sur de la UE
y de la OTAN. Su singular discurso estuvo dedicado a combatir el supuesto doble
rasero entre el conflicto ucraniano y la política salvaje del gobierno israelí
con la población palestina. Las aclamaciones han sido relevantes y su imagen progresista,
realzada. Sin embargo, la realidad, una vez más, desmiente las declaraciones.
El Reino de España mantiene unas relaciones óptimas en todos los
ámbitos con el Estado de Israel; sobre todo como suministrador y comprador
de armas de vigilancia y guerra que luego pueden ser usadas para masacrar a los
habitantes de la franja de Gaza. Reivindicar, aquí y ahora un Estado para
los palestinos a nada compromete cuando se está asesinando a miles de niños,
mujeres, jóvenes y mayores inocentes. A nada. ¿No sería más efectivo suspender
las relaciones diplomáticas y propiciar un boicot real de municiones,
tecnología y armamento al Estado de Israel? En realidad, se perpetúa el doble
rasero que se critica y no se tiene el coraje de enfrentarse a Biden.
Es un lugar
común en la política europea hablar del flanco sur de la OTAN y de
los problemas de África, en general y del enorme territorio subsahariano
en particular. El Sahel como línea de fractura y territorio donde se dirimen
conflictos más generales. En el centro, siempre en el centro, las enormes
riquezas de un continente saqueado, condenado a la pobreza y con una inmensa
desigualdad que ahora ve en esta transición hacia un mundo multipolar una nueva
oportunidad para romper con el colonialismo, reconquistar la soberanía política
y económica y avanzar hacia la justicia social. En esto también Pedro Sánchez
se equivoca. Lo que él demanda lo están haciendo ya la OTAN y la Unión Europea,
simplemente no cuentan con España ni con su gobierno. Marruecos es el Estado clave
y es el que asume la dirección y control de una zona extremadamente importante
por decisión de los EEUU. Lo demás, mala literatura y postureo.
Fuente: Nortes
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