Hoy el espectáculo
ha desbordado cualquier límite. Por eso nos ha parecido valioso recordar la
figura de quien denunció más certeramente la sociedad del espectáculo,
recuperando este texto necrológico publicado en el Topo nº 81, en las navidades
de 1994.
Carta a Guy Debord
El Viejo Topo
16 junio, 2024
Amigo mío:
No fue
agradable saber que, en la húmeda noche del último día de noviembre, decidiste
quitarte la vida. Tampoco fue una sorpresa –nunca ocultaste la náusea que esta
absurda sociedad contemporánea te provocaba.
No temas, esto
no es una necrológica: seguramente te repugna la idea de que ahora, tras tu
muerte, se loe tu figura. El que quiera saber de tí, que busque tus libros o
tus películas. No voy a llamar la atención sobre tu pasado, tu papel en la
Internacional Situacionista, lo que representaste en el 68 y la repercusión de
tus análisis y críticas de después: eso lo dejo para los grandes medios, para
los poderes mediáticos, aunque la mayor parte de ellos estén más interesados en
silenciar tu nombre que en airear tus palabras. En eso también fuiste
profético: «No existe ni una sola persona en todo el mundo capaz de interesarse
en mis libros salvo aquellos que sean enemigos del orden social existente». Y
los media, habías señalado, son el orden social existente, O al menos una buena
parte de él.
Nunca fuiste
desmentido. Ni los otros, ni la historia, te han negado jamás la razón. Te han
ocultado, eso sí. Tus libros no se ven en las universidades, no se habla de
ellos. Pero al citar tu nombre, ¡oh sí!, entonces tirios y troyanos alaban tu
lucidez y asienten con cara de circunstancias. Tus análisis son implacables,
pero certeros ciento por ciento. En resumen: eras un tipo verdaderamente
incómodo, con esa terca insistencia por desvelar la verdad, por desenmascarar
el espectáculo. Todos, en mayor o menor grado, de un modo u otro, participamos
en él.
Con tu libro
«La sociedad del espectáculo» pusiste de relieve lo que el espectáculo moderno
era ya en esencia: el reinado autocrático de la economía mercantil. Con tus
«Comentarios sobre la sociedad del espectáculo» nos advertiste de que, con la
caída del Este, las dos formas existentes del espectáculo convergían en una,
que llamaste lo espectacular integrado, superación final del sistema a la que
ya nada escapa.
No era un tema
banal: la discusión sobre el espectáculo es la discusión sobre lo que hacen los
propietarios del mundo. Creemos disponer de la información, pero lo que se nos
comunica a través de los medios del espectáculo (los poderes mediáticos) son
las órdenes y, qué casualidad, aquellos que las han dado serán los que en esos
medios opinarán sobre ellas. Por eso jamás la censura ha sido más perfecta,
jamás a aquéllos que se creen ciudadanos libres se les ha permitido menos dar a
conocer su opinión. El espectador lo ignora todo, sólo mira, no actuará jamás;
ésa es la naturaleza del espectador. Hoy, los espectadores son legión.
El espectáculo
puede dejar de hablar de algo durante tres días y es como si ese algo no
existiese. Habla de cualquier otra cosa y es esa otra cosa la que existe a
partir de entonces.
Como puede
verse, las consecuencias prácticas de tal situación son inmensas. El gobierno
del espectáculo es el amo de la historia (que falsificará debidamente) y el dueño
de los proyectos que conformarán el futuro. Donde reina el espectáculo sólo
están organizadas las fuerzas que desean su existencia; por eso ya nadie se
plantea –tampoco ningún partido, ni la más mínima parte de un partido– que una
sociedad pueda ser realmente transformada o revolucionada, la revolución está
fuera del espectáculo.
La lógica ha
sido destruida por el espectáculo. La lógica: la capacidad de reconocer
instantáneamente lo que es importante ante lo que no lo es. Así, cada vez más,
damos importancia a lo banal e ignoramos lo que en verdad debería importamos.
Es una lástima
que la sociedad humana tropiece con sus problemas más candentes (destrucción
del planeta, ozono, nucleares, mafias, razón de estado, etc.) cuando se ha
hecho materialmente imposible hacer oír la menor objeción al discurso
mercantil. Aquellos que hace mucho tiempo empezaron a criticar la «economía
política» definiéndola como la total negación del hombre no se equivocaban.
Pero la economía, y eso es nuevo, ha venido a hacer abiertamente la guerra a
los humanos Es comprensible: resulta aventurado basar una estrategia industrial
en, por ejemplo, imperativos de tipo ambiental. Y, en el discurso mercantil, lo
primero es lo primero.
Todo el
espectáculo actúa al unísono. A la ciencia ya no se le pide que comprenda al
mundo, o que lo mejore en algo, se le pide que justifique cada aberración que
se comete. Incluso la medicina ha cedido hoy rastreramente, capitulando en los
temas de las radiaciones nucleares o la industria agroalimentaria. La ciencia
no sabe, no puede, no quiere oponerse al estado, ni siquiera a la industria
farmacéutica. Prefiere callar.
Viste, hace ya
años, lo que nadie aún intuía Anticipaste la explosión de las mafias. Recuerdo
aquella declaración de la Mafia colombiana de enero de 1988, que reprodujiste
en uno de tus libros: «Nosotros no pertenecemos a la mafia burocrática y
política, ni a la de los banqueros y financieros, ni a la de los millonarios,
ni a la mafia de los grandes contratos fraudulentos, los monopolios o el
petróleo, ni a la de los grandes medios de comunicación». Nadie mejor que un
mafioso confeso para reconocer a los de su propia especie.
Esta es la
última gran victoria del espectáculo integrado: con el triunfo absoluto del
secreto (por más que a veces nos complazcamos en las migajas que nos dejan
saber, es mucho más y más importante lo que se nos oculta), la dimisión general
de los ciudadanos, la total pérdida de la lógica y los progresos de la
venalidad y la dejadez universal, las diversas mafias tienen el terreno abonado
para su desarrollo ilimitado, hasta convertirse en la única gran potencia
moderna.
Mafia y estado
no se oponen: nunca son rivales. La Mafia, las mafias, no son ajenas al mundo;
están integradas en él. En este momento del triunfo del espectáculo, la Mafia
por fin reina como el modelo de todas las empresas comerciales avanzadas.
Amigo Debord:
observarás que, en todo lo anterior, casi todas las palabras que he utilizado
son tuyas. No es un homenaje vacío: si algún lector, sobre todo los más jóvenes,
no las conoce, quizá se interese en ellas. No habrás escrito, entonces, en
vano, eso que tanto te preocupaba.
Ser conocido al
margen de las relaciones espectaculares equivale a ser conocido como enemigo de
la sociedad. Ese. querido amigo, es tu caso. Quizá resaltarán tu figura, tu
historia, pero silenciarán tus palabras. Tal vez por eso te fuiste, aburrido de
gritar verdades. Ya sabes, lo verdadero, en esta sociedad, es sólo un momento
de lo falso.
En fin, amigo
Debord, buen viaje. Nos has dejado bastante, pero te echaremos en falta.
Hasta siempre.
El Viejo Topo
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