Los programas de
televisión (concursos de baile, islas paradisíacas, Masterchef y muchos otros),
van adoctrinándonos subrepticiamente empujándonos a ser una sociedad dócil,
resiliente, en la que aceptemos pasivamente el dominio de los amos.
La Tele como arma de destrucción
Paolo Cortesi
EL VIEJO TOPO
20 abril, 2024
LOS PROGRAMAS DE TELEVISIÓN COMO ENTRENAMIEmasivaNTO PARA LA SUMISIÓN
Creo que habrán
observado la multiplicación (tan rápidamente que no puede ser un fenómeno
aleatorio o «natural») de programas de televisión basados en la
competencia. En efecto, sobre la competencia exasperada que conduce a una eliminación sistemática y progresiva.
La fórmula es
sencilla, siempre la misma: cantantes, chefs, peluqueros, pasteleros,
bailarines, aspirantes a empresarios (sic) y otras categorías se someten al
juicio –a menudo despiadado, siempre severo– de jueces autoproclamados. Cabe
señalar que los jueces, cuyo veredicto es definitivo, al principio son casi
siempre tan desconocidos para el público en general como los aspirantes a ser
juzgados, pero ellos (los jueces) están investidos de una autoridad (repito:
autoridad, dado que nada de su autoridad se da a conocer), de una autoridad,
decía, absoluta. El «show» funciona así: los examinados pasan pruebas muy
duras, la competencia es feroz porque el «juego» es de eliminación, no hay
equipos porque el ganador sólo puede ser un individuo y los grupos que
ocasionalmente se forman tienen una vida sólo funcional a la selección de
individuos.
Los jueces
utilizan –fíjese, esto sucede en todos los programas– una dureza ostentosa, una
crueldad programática y apresurada. A veces llegan al umbral del insulto,
mientras que la humillación es habitual.
La arrogancia
es el código de estos programas: arrogancia exhibida por el juez, arrogancia sufrida
como inevitable y por tanto necesaria por el candidato. O se gana o se fracasa:
éste es el mensaje de estos programas que, hay que subrayarlo una vez más,
están cada vez más extendidos. Los examinados aceptan pasivamente la autoridad
total de los jueces: los expulsados suelen tener palabras muy severas
hacia sí mismos; así como se exageran las declaraciones: “lo daré todo” o “no puedo fallar, esta es mi vida” o “no te decepcionaré, chef” etc. etc.
¿Por qué me
importa esta enésima forma de televisión basura que, francamente, apesta?
Porque hoy la televisión no describe, sino que anticipa la realidad de la
sociedad.
O mejor dicho:
la televisión es la que marca el paso, la precursora de las teorías
sociológicas de las clases dominantes. Es la prueba de fuego. Es la receta del
pastel envenenado que nos están cocinando. Bajo la (falsa) motivación del
entretenimiento, la televisión diseña y pone a prueba la sociedad que el
sistema está imponiendo.
La televisión
es hoy el laboratorio de pruebas, y al mismo tiempo el principal arquitecto, de
la sociedad que las clases dominantes están diseñando e imponiendo al mundo
occidental. Los programas que a los que acabo de aludir no son «juegos»: son la
estructura inminente de la sociedad y del mundo del trabajo. Las clases
dominantes quieren una sociedad dócil, mansa, formada por individuos que no
tienen idea de lo que es la solidaridad pero que viven enojados codeándose unos
a otros en una competitividad frenética. Las clases dominantes quieren el
derecho absoluto a juzgar, recompensar y seleccionar. La llamada meritocracia
es la etiqueta infame que los patrones le han puesto a su pretensión de elegir
a quién premiar, en base a criterios que sólo ellos deciden y aplican.
Otro mensaje
contundente que queremos dar es este: «si fracasas, es sólo tu culpa», y
nuevamente: «Te di la oportunidad de tu vida, la desperdiciaste»: son mentiras
vergonzosas que sólo sirven para justificar el papel del poder y negar que el
éxito se obtiene (como sucede) de infinitas maneras, incluso innombrables, por
diferentes medios, y el éxito, en esta sociedad nuestra, depende sólo en una
pequeña parte del valor real de las personas. Pero si esto se admitiera, la
imponente pirámide social sobre la que se asientan los poderosos se derrumbaría
como una montaña de barro. Esta pseudoideología del éxito ignora, e incluso se
burla, de todo lo que hemos sabido durante siglos sobre la dinámica social, las
influencias del entorno económico y las profundas y complejas redes causales
que modulan las vidas de los individuos y la sociedad.
En resumen: no
es del todo cierto que sólo ganen los mejores, y es aún más falso que «si eres
bueno, tarde o temprano triunfarás»: es la mentira burguesa más ridícula.
Ciertos programas de televisión parecen pasatiempos divertidos que fomentan la
afición a cocinar o cantar. En realidad, son operaciones de manipulación
cultural que están subvirtiendo valores seculares, creados por el compromiso y
el esfuerzo de generaciones: la solidaridad, la colaboración, la conciencia, el
respeto, la autogestión, la creatividad son basura que obstaculiza el proyecto
de dominación de las clases dominantes.
Obediencia,
sumisión, arribismo y servilismo son las nuevas coordenadas de la sociedad que
los amos nos imponen por la fuerza (represión, control policial, neurosis
regulatoria) y con la sugerencia más o menos evidente de un «espectáculo» que
sólo celebra la imbecilidad y la violencia.
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