Todas
las guerras son civiles
Publicado el 6 de marzo de 2024 / Por Rafael Cid / kaosenlaredd
Las guerras
terminarán cuando los hombres se nieguen a luchar
Albert Einstein
Mundiales,
nacionales o locales, todas las guerras son guerras civiles. Porque quienes las
padecen son siempre los mismos. La gente, los de abajo, la población, víctima
de los manejos del poder y sus representantes, los gobiernos y los grupos
económicos que les sostienen. Como si la historia criminal no enseñara nada, el
oficio más antiguo del mundo vuelve a desplegar su patibularia calavera. En
este el siglo XXI con maravillas científico-técnicos que ni el más exaltado
visionario pudo imaginar, la inteligencia artificial comparte credenciales con
la barbarie exponencial.
Aunque en realidad el ardor
guerrero que resurge en la actualidad tiene largo aliento intelectual. La
simbiosis entre poder y violencia no es patrimonio de ninguna ideología en
concreto, más bien forma parte constitutiva de todas las tendencias políticas
con vocación de dominación por encima de los tiempos y los sistemas. Esa
propuesta aberrante confundió a las mejores cabezas. Nicolás Maquiavelo, en
coherencia con su afirmación de que el fin justifica los medio y de que la
política no tiene relación con la moral, sentenció: <<la guerra justa es
aquella que es necesaria>>. Thomas Hobbes justificó su teoría del
Leviatán porque sin la fuerza del Estado <<el hombre es lobo para el
hombre>>. Carlos Marx consideraba que <<la violencia es la partera
de la historia>>. Mussolini hizo su tesis doctoral sobre la obra
Maquiavelo. Hitler, vegetariano confeso, titulo su biblia Mi lucha.
Max Weber definió al Estado como <<aquella comunidad tiuhumana que dentro
de un territorio reclama para sí el uso legítimo de la violencia>>.
<< ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?>>, fue la respuesta que lanzó
Stalin al pedirle que bajara la tensión con el Vaticano. Y Mao Zedong tenía
claro que <<el poder político nace de la boca de un fusil>>.
Una <<paideia>>
caníbal que la ósmosis cultural de la pirámide social convierte en obediencia
debida al transitar del olimpo de los estadistas a la gente corriente en la
práctica diaria de sus usos y costumbres. Un troquel de servidumbre voluntaria
que disciplina a los ciudadanos en el ordeno y mando, y en la rivalidad como
axioma de promoción educativa y profesional. Panóptico que, al verse
reproducido cotidianamente en series televisivas, películas, videojuegos y demás
medios de alienación de masas, militariza y ahorma la mentalidad para toda
clase de sacrificios en el altar del Estado. Kropotkin demostró en El
apoyo mutuo que el Darwin de El origen de las especies no
había dicho ex cátedra que la adaptación al medio se hiciera exclusivamente por
la competitividad, sino que junto a ella el mundo natural también avanzaba a
través del instinto de solidaridad. Pero esta vía sigue en barbecho dado que
resulta incompatible con el modelo utilitarista de dominación y explotación
político-económico establecido. A esta anomalía no solo se debe haber
normalizado el estado de guerra permanente (si vis pacem, para bellum: si
quieres la paz prepara la guerra) en que viven los pueblos, sino también esa
otra violencia estructural que permite que <<menos de 300 millonarios
sean más ricos que la mitad de la población mundial, es decir que 3.000
millones de personas>> (Luigi Ferrajoli, Razones jurídicas del
pacifismo, pág. 144).
Hoy de nuevo el mundo se
encuentre al borde del abismo de otra gran masacre, que, de estallar, y dado la
capacidad destructiva de las armas en poder de las grandes potencias, puede
dejar en una anécdota los 50 millones de víctimas provocadas en la Segunda
Guerra Mundial. El conflicto bélico desatado hace ahora casi dos años al
invadir Rusia a Ucrania en lo que Putin denominó una <<operación militar
especial>> para <<desnazificarla y desmilitarizarla>>, y la
brutal agresión de Israel sobre la franja de Gaza en lo que Netanyahu calificó
como una intervención defensiva contra los terroristas de Hamas, puede derivar
en un conflicto generalizado a las puertas de Europa y del Mediterráneo. Las
guerras que son utilizadas por Estados pantalla para debilitar a sus
competidores, se saben cómo comienzan, pero nadie puede aventurar cómo pueden
acabar, porque el botón del pánico lo tienen otros, off shore.
Maxime cuando los interlocutores en la sombra compiten geoestratégicamente por
la hegemonía global.
Incluso si el proceso de
desgaste de los bloques contendientes les obligara a buscar un punto de fuga
que evitara la colisión definitiva, las consecuencias ya habrían sido
irreparables para las sociedades afectadas, cebando una regresión humanitaria
de amplio espectro. Porque la <<cultura de la guerra>> implica una
involución democrática, la imposición de la fuerza sobre el derecho, la
fanatización de las conciencias y la usurpación de los recursos sociales.
Estigmas que ya se están haciendo presentes en unas sociedades por los demás
redundantemente castigadas en su autoestima por las pasadas crisis, la
financiera de 2008 y la de la pandemia del 2029, que cayeron como una maldición
sobre los sectores más vulnerables.
Se producen gestos de
involución democrática cuando los Estados toman medidas sobre el conflicto al
margen de la ciudadanía, valiéndose de la complicidad de los partidos políticos
integrantes del sistema que se dicen sus representantes. Por poner un ejemplo
de proximidad, el actual gobierno de coalición de izquierdas sedicientemente
progresista decidió sin siquiera someterse al veredicto del parlamento ayudar
militarmente a Ucrania con envió de material, cuando España no solo es un
miembro destacado de la OTAN, sino que alberga una de las sedes de Escudos
Antimisiles de Estados Unidos (ampliada también por decisión unilateral de
Pedro Sánchez), lo que redobla el riesgo-país. Lo mismo podría decirse del
hecho de no haber cancelado los acuerdos de tráfico de armas con Israel tras el
salvaje e indiscriminado asedio a Gaza. Esa doble vara de medir alcanza hasta
los medios de comunicación, capaces de clamar públicamente por la distensión en
sus titulares mientras por otro lado hacen negocio con la industria de la
muerte. El Grupo Prisa, próximo al Ejecutivo PSOE-SUMAR, está controlado por
una sociedad de inversión que ostenta una posición accionarial preferente en la
empresa Indra, una de las mayores corporaciones armamentistas. Junto a eso hay
que hablar del intento de militarización de la población civil, que en Gran
Bretaña podría concretarse próximamente con el restablecimiento del servicio
militar obligatorio; el desprestigio de las instituciones internacionales
creadas para la resolución pacífica de los conflictos, como la ONU, paralizada
en esa función esencial debido al veto cruzado de los cinco miembros
permanentes del Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Rusia, China, Gran
Bretaña y Francia); o el atraco a la economía contributiva que supone el
incremento galopante del presupuesto militar en lógico detrimento de las
partidas destinadas a servicios de la comunidad.
Desgraciadamente Heródoto
erraba cuando escribió: <<Nadie es tan necio que prefiera la guerra a la
paz: en estas los hijos entierran a sus padres, y en aquella los padres a sus
hijos>>.
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