Macron acaba de proponer
–ante la evidente e irremediable derrota de Ucrania– en la reciente reunión de
París, con más de 20 dirigentes de la OTAN y su brazo político, la UE, la
posibilidad del envío de tropas de la OTAN al campo de batalla ucraniano.
La UE y la OTAN
El Viejo Topo
2 marzo, 2024
LA UNIÓN EUROPEA: UN PROYECTO DE EEUU CONVERTIDO EN EL
BRAZO POLÍTICO DE LA OTAN
A principios
del siglo XIX el canciller austriaco von Metternich había propuesto la
necesidad de instaurar un Concierto Europeo supranacional, por encima de los
intereses de cada Estado, como método de defensa común contra las revoluciones.
Las diferencias
entre el Viejo Orden y el Nuevo que se iba asentando, lo impedirían en la
práctica. Fuera de ello, la idea de una Europa Común ya en el siglo XX en
realidad no es europea sino estadounidense. La estrategia de Washington tras la
Segunda Guerra Mundial para asegurarse su dominio del mundo capitalista estuvo
basada en la apertura de los mercados de trabajo europeos a su capital, y de
los mercados en general a sus bienes industriales.
Algo en lo que
se empeñó muy especialmente y obtuvo de la Alemania vencida, a la que impuso la
total apertura de su economía a las mercancías norteamericanas y a su inversión
externa directa. Después presionó para una integración de la Europa Occidental
a través de tratados que garantizasen la apertura de la economía de cada país a
las mercancías de los demás. De esta forma, desde su base alemana, los
capitales industriales norteamericanos tendrían a su alcance la totalidad de
mercados de la Europa Occidental.
Durante cerca
de 30 años EE.UU. lideró indiscutiblemente el espacio político y económico
unificado en que había convertido al hasta entonces conjunto disperso de
potencias capitalistas. Sin embargo, a partir de los años 70 del siglo XX los
EE.UU., tras desatar la segunda “globalización” (la primera había sido
emprendida entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX), inicia la
carrera hacia el liderazgo mundial, rompiendo las reglas del juego con sus
antiguos “socios” y financiarizando los entresijos económicos internacionales.
Es por ello que
Europa se ve forzada a buscar su reacomodo ante la falta de reglas y el uso de
la fuerza militar a conveniencia que presidirán la nueva dinámica hegemónica
norteamericana tras la caída del Este.
Las clases
dominantes europeas han ido dando los pasos pertinentes para aproximarse al modelo
capitalista norteamericano (el más proclive a lo que se ha conocido como
“capitalismo salvaje”).
Desde el
Tratado de Maastricht de 1992 a la Cumbre de Lisboa de 2001, el rosario de
cumbres y acuerdos o tratados que salpican esos 10 años responde a un cuidadoso
plan de desregulación de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina
destrucción de los derechos y conquistas laborales), de liberalización
económica (en detrimento de la intervención de carácter social de los Estados y
en beneficio del papel que éstos juegan a favor del gran capital), y de ruptura
unilateral, en suma, de los “pactos de clase” que habían mantenido el
equilibrio social en la larga postguerra europea, extremando e adelante las
desigualdades tanto intra como intersocietales entre los países de la Unión.
La UE se ha
venido conformando, pues, como la mayor expresión del capital oligopólico
transnacional “financiero”, una vía para puentear los parlamentos y las
instituciones locales, sustrayendo las decisiones e intereses del Gran Capital
a las luchas de clase a escala estatal que forjaron las distintas expresiones
nacionales de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo.
Se trata de una
construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre
sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar
riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo
Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo
de la moneda única.
Constituye el
mayor ejemplo mundial de institucionalización del neoliberalismo a escala de un
continente entero; el primer experimento de ingeniería social a escala regional
o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras
de dominación.
Si la “Europa
socialdemócrata” fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando
éste todavía impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy
la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala
regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras
financieras de dominación.
Supone en sí un
cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo y de las
condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto de disposiciones y
requisitos, de toda una institucionalidad concebida y conformada para ser
irreformable (pues requiere de unanimidades casi imposibles para que no sea
así).
Se inspiraba la
UE en la idea del “constitucionalismo económico” de finales de los pasados años
70, y desarrollada en los años 80 por la flor y nata del neoliberalismo
(Buchanan, Milton Friedman, Hayek…) para restringir los poderes económicos,
monetarios y fiscales de los gobiernos, “evitando que los gobernantes de turno
pudieran tomar decisiones circunstanciales”, según su jerga, y que no quiere
decir sino que tales decisiones pudieran estar influidas por las luchas
populares. Se trataba, por tanto, de establecer determinados principios
obligatorios, inamovibles, fuera quien fuese que llegara al gobierno en cada
país.
Pero un derecho
petrificado deja ser útil no sólo para las clases populares, sino llegado un
punto también para la propia clase capitalista. Así cuando ésta ha querido
aumentar aún más el grado de explotación social y ambiental o la “financiarización”
de las economías, ha tenido que recurrir a puentear a la propia UE, creando
nuevas instancias de eso que ellos llaman “gobernanza”, en definitiva,
estructuras de poder dual respecto de la Unión.
Así, por
ejemplo, el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión
Económica y Monetaria, para consolidar la penetración financiera de los
Estados, y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, para asegurar los Programas de
Ajuste Estructural que garanticen el pago de las deudas en favor del gran
capital a interés global acreedor y en detrimento de las condiciones sociales,
laborales y, en conjunto, de “seguridad social”, de las poblaciones de los
respectivos Estados (ver sobre estas cuestiones, Albert Noguera, El
sujeto constituyente. Entre lo viejo y lo nuevo. Trotta. Madrid).
De hecho, si
hace falta, se modifican las propias constituciones, de manera que sea
“anticonstitucional” intentar cambiar la falta de soberanía nacional, como el
tándem PP-PSOE demostró al meter mano al artículo 135, subordinando los
derechos sociales reconocidos en la constitución española al pago de la deuda
externa.
Ese complicado
entramado de blindaje va, por tanto, de la mano de un sistemático
debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del
Estado, para debilitar todas las opciones democráticas que las poblaciones
pudieran conseguir para defenderse.
La
des-substanciación de las instituciones de representación popular está
garantizada desde el momento en que las decisiones parlamentarias estatales
quedan subordinadas a los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación,
déficit presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo.
Pero el Eje
Anglosajón (EE.UU. + Inglaterra) más la Red Sionista Mundial obligan a Europa a
ir más allá en su (auto-)destrucción.
Autodestrucción forzada de Europa
“Desde el final
de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha apostado por la integración
militar, política y económica de los países de Europa y Japón en un bloque que
controla. A través de la estructura OTAN+, Estados Unidos se aseguró un dominio
militar completo dentro del grupo imperialista, desplegando muchas bases
militares en países derrotados en la Segunda Guerra Mundial, como en Japón
(120), Alemania (119) e Italia (45). Esta última alberga a más de 12.000
militares estadounidenses.
Tras la caída
de la Unión Soviética y la posterior reunificación de Alemania, la burguesía
alemana codiciaba los mercados y la energía de bajo coste de Rusia. Deseaba
establecer lazos económicos con Rusia, pero sólo mientras ellos y sus
compatriotas franceses pudieran mantener su dominio sin trabas del proyecto
europeo, que habían mantenido desde la Segunda Guerra Mundial. Esto significaba
establecer dichos lazos, pero excluyendo a los dirigentes políticos rusos de
cualquier participación en pie de igualdad en los asuntos, decisiones o
estructuras políticas de Europa.
A su vez, la
estrategia estadounidense había consistido en evitar cualquier relación
estratégica entre Rusia y Alemania, ya que su fuerza combinada crearía un
formidable competidor económico en Europa.” Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y
peligrosa (thetricontinental.org)
En realidad,
este objetivo forma parte del Eje Anglosajón desde el siglo XIX: impedir a toda
costa, y digo a “toda costa” con lo que eso significa (asedio, ofensivas
económicas y diplomáticas, guerras mundiales, guerra hoy en Ucrania, voladura
de los conductos gasíferos, sanciones, golpes de Estado…), que Eurasia pueda
constituirse en una entidad política, geoestratégicamente entrelazada. Eso sería
el fin de la dominación anglosajona del mundo.
Ahora bien,
¿por qué la clase capitalista industrial alemana acepta hoy que le corten el
cuello? Para empezar, hay que insistir en que Alemania es un país ocupado
militarmente por EE.UU., con miles de tropas y armamento nuclear.
En segundo
lugar, hay que tener en cuenta eso que se ha llamado “financiarización de la
economía” dentro del capitalismo actual, y que no es sino una alusión a la
importancia que cobra la forma autonomizada del capital dinero como capital a
interés ficticio en la dinámica de acumulación del capital, lo que supone que
las finanzas pasen de jugar un papel importante pero intermediario para la
producción, a asumir la responsabilidad del crecimiento mediante una función
parasitaria, focalizada principalmente en la extracción rentista.
Se trata de
un dinero que busca reproducirse a sí mismo por fuera del
capital productivo como capital industrial (es decir, más allá de la generación
de nuevo valor como plusvalor), pero que también, y este es el
gran juego de la economía capitalista cuando las cosas van mal, puede hacer las
veces de dinero-capital, listo para engrasar de nuevo los ejes de aquélla, como
si procediera de la valorización del trabajo humano (de ahí su creciente
“ficción” y la de la economía que sustenta, aunque pueda hacerla seguir
funcionando, a pesar de todo y de los problemas que va acumulando.
Es algo
substancialmente diferente de una fase financiera del capital y tiene
consecuencias mucho más profundas. Se ha perfilado como un colosal mecanismo de
disciplinamiento social, de expropiación universal y de gubernamentalización de
las exigencias cada vez más parasitarias del capital.
Así, al menos
en las cuatro últimas décadas la capacidad del capital para desmaterializarse y
moverse en tiempo instantáneo a escala planetaria en un número creciente de
formas, como acciones, pagarés, bonos, bienes inmuebles, bienes raíces y una
gran variedad de derivados, especulación sobre alimentos, monedas, energía,
incluso el agua, etc., permite a la clase capitalista realizar todo tipo de
ganancias usureras y especulativas a corto, medio y largo plazo.
Mucho de todo
ese complejo financiero se va centralizando en los grandes fondos de inversión
o “fondos buitre” (Vanguard, State Street, Blackrock, entre los más
destacados), que a su vez están participados por miríadas de capitales privados
de muy distinta procedencia (aunque dominados por personajes y corporaciones
privadas sobre todo sionistas). De esta forma tenemos que una empresa alemana
que sale a bolsa puede hacerlo tanto en la bolsa estadounidense como en la
alemana. Con el tiempo, los accionistas originales de esta empresa pueden
vender sus acciones, que ahora cotizan en bolsa. Ya no dependen de la gestión
de su patrimonio a través de su inversión en una empresa.
En lugar de
ello, contratan a gestores de patrimonio, ya sea a través de empresas como
Goldman Sachs o de sus propios asesores, que a su vez invierten los ingresos en
efectivo de la venta de acciones. A muchos capitalistas, sus asesores les harán
invertir bastante más del 50% de su cartera en la bolsa estadounidense, que se
erigió tras los años 80 del siglo pasado en la “atractora” mundial del capital
a interés especulativo parasitario.
Las consecuencias
económicas, políticas y sociales de este cambio en los mercados de capitales y
en la propiedad son enormes. Este nuevo capitalista global —antes «alemán»— se
comporta de forma muy parecida a sus homólogos franceses, ingleses, suecos o
estadounidenses.
Por lo que este
nivel de integración del capital conlleva su desnacionalización, lo
que refuerza finalmente la preponderancia de eso que llaman “capital
financiero” estadounidense, y por consiguiente, el poder político de Estados
Unidos.
“La situación
actual de Alemania ilustra claramente la eficacia de este proceso de
integración y consolidación económica por parte de Estados Unidos. Según datos
de IHS Markit de 2020, sólo el 13,3% del valor del mercado bursátil alemán
pertenece a alemanes, mientras que los inversionistas de Norteamérica y el
Reino Unido poseen el 58,3% (…) Las principales empresas de la economía
alemana no son primordialmente propiedad de alemanes. El valor agregado
industrial de Alemania ha descendido del 9% mundial a poco más del 6% en los
últimos 18 años. (…)
La pérdida de
la energía barata rusa y su adaptación al desacoplamiento con gestión de
riesgos serán probablemente desastrosas para su competitividad internacional.
En 2022, la inversión extranjera directa (IED) en Alemania disminuyó un 50,4%
interanual. (…) En el transcurso de 15 trimestres, a partir del tercer
trimestre de 2019, el PIB de Alemania aumentó un mísero 0,6% en total, a
precios constantes…” Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y
peligrosa (thetricontinental.org)
Esto se traduce
para Alemania en una falta de voluntad política soberana y en la aceptación de
que su clase capitalista industrial se corte las venas.
“El colapso de
la «voluntad nacional», la voluntad de seguir un camino que corresponda a sus
intereses capitalistas nacionales, demostrada por Alemania en el contexto de la
guerra en Ucrania, muestra que Alemania ha sido derrotada por tercera vez desde
principios del siglo XX (…) Estados Unidos seguirá privando a la burguesía
alemana de todas las opciones importantes para afirmar posiciones políticas
independientes.
Con la ayuda de
los vínculos de propiedad del capital que hemos descrito, la burguesía alemana
se enfrentará a la subsunción absoluta de las opciones de acción del capital
alemán bajo la égida estadounidense. La hostilidad hacia Rusia actúa como motor
de la subordinación de Europa a Estados Unidos y como pérdida de cualquier posibilidad
de desarrollo independiente.” Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y
peligrosa (thetricontinental.org)
La
desindustrialización de los centros del Sistema Mundial capitalista y
especialmente del Eje Anglosajón ha venido cobrando existencia desde hace
décadas, en favor del Mundo Emergente.
Faltaba, sin
embargo, Alemania y su hinterland más próximo. El Eje Anglosajón busca eliminar
esa competencia, y la del conjunto de la UE, al tiempo que abortaba la
posibilidad de la vinculación infraestructural, económica y política de
Eurasia. Las sanciones a Rusia se han convertido en un elemento estelar para
ese objetivo.
Todo lo cual
para Europa en su conjunto tiene unos costos energéticos y económicos de enorme
gravedad, que está reportando cuantiosas pérdidas en sus sectores primario e
industrial y, en general, la desarticulación de sus economías, con el
consiguiente desmontaje de su “capitalismo social” (eso que en otros tiempos
llamaron “Estado del Bienestar”). Circunstancia que además de causar el
paulatino arruinamiento de sus poblaciones, está tensionando a la propia UE,
por ejemplo, hasta el punto de que pronto podría fragmentarse.
Todos sabemos
que Alemania no sólo ha sido y es “la locomotora” de Europa, como nos insisten
si cesar en los grandes media, sino que también lleva la dirección vicaria de
la misma (vicaria de EE.UU.). Eso quiere decir que si Alemania se entrega con
todos los pertrechos y bagajes a EE.UU., todos los demás países europeos
subalternos, sin soberanía alguna, también. Francia fue la única excepción
europea, con su orgulloso “gaullismo”, pero desde la llegada de Sarkozy, cuando
De Villepin y los gaullistas fueron derrotados, entrega también su
política exterior.
Hoy Macron es
uno de los principales guerreristas contra Rusia y acaba de proponer -ante la
evidente y por otra parte irremediable derrota de Ucrania- en la muy reciente
reunión de París (de 26 de febrero de 2024), con más de 20 dirigentes de la
OTAN y su brazo político, la UE, la posibilidad del envío de tropas de la OTAN
al campo de batalla ucraniano.
Es decir,
parece que los subalternos líderes europeos contemplan dar un paso más en la
escalada bélica, convirtiendo de nuevo a Europa en un terrorífico campo de
guerra en favor del sostenimiento del liderazgo mundial de EE.UU.
En general,
como vengo diciendo, la otanización del conjunto de Europa (la
del Este en sus formas más agresivas) pasa también por “americanizar” la
economía y la sociedad europeas, lo que es sinónimo de completar su conversión
al capitalismo salvaje. La UE y su Constitución y Tratados se vienen encargando
de ello.
La sumisión
europea está claramente completada y exhibida con la guerra proxy en Ucrania
del Eje Anglosajón y la Red Sionista Mundial contra Rusia, donde una nueva
inmolación europea cobra tintes cada vez más probables.
Ante todo ello,
la pregunta que queda por plantearse es si están dispuestos a llegar al
enfrentamiento nuclear.
Las declaraciones,
amenazas y avisos a sus propias poblaciones de los distintos ministros de la
guerra europeos, parecen ominosamente mostrar que es así.
Sea como fuere,
y ante estas dramáticas circunstancias, cualquier izquierda ya no sólo
mínimamente alternativa, sino con una décima de honradez coherente, debería
tener muy claro que romper con la UE deviene vital para poder salvar algunas de
las bases sociales de nuestras sociedades y que romper con la OTAN es básico
para la propia supervivencia.
Cualquier
visión o esperanza de mejora social y de “bienestar económico” dentro de la
férula de esas instituciones constituye un tremendo autoengaño, cuando no deliberado
colaboracionismo para la destrucción de las sociedades.
Fuente: Observatorio de la crisis.
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