¿El estertor de Occidente? Las claves del ocaso de la hegemonía
estadounidense
DIARIO OCTUBRE / enero 13, 2024
Carmen Parejo Rendón - Escritora y analista en distintos medios audiovisuales y escritos. Directora del medio digital Revista La Comuna. Colaboradora en Hispan TV y Telesur. Enfocada en el estudio y análisis de la realidad latinoamericana y de Asia Occidental.
Carmen Parejo Rendón (RT).— Tras el fin de la Guerra Fría, EE.UU. obtuvo lo que llevaba años trabajando por conseguir: una hegemonía mundial en solitario. A partir de ahí, su política internacional se centró en tratar de sostener para siempre una unipolaridad que progresivamente se ha ido diluyendo.
El auge de los
Estados Unidos de América hasta convertirse en único hegemón global tiene un
recorrido histórico, basado en unas condiciones políticas y materiales
concretas. EE.UU. surgió como nación en medio de una pugna geopolítica
entre los imperios europeos, algo que facilitó su independencia y su
desarrollo. A su vez, contó con unas potencialidades internas debido a los
múltiples afluentes del río Misisipi (que sirven al transporte de mercancías y
a la comunicación), el desarrollo del ferrocarril, una doble salida hacia dos
océanos fundamentales, como son el Atlántico y el Pacífico, y una ventaja de
casi cincuenta años de independencia respecto del resto de países que se
emanciparían al principio del siglo XIX en el resto del continente americano.
Así, no es
fortuita la primera declaración geopolítica del naciente EE.UU. En los
debates previos a la presentación de la famosa Doctrina Monroe de “América para
los americanos”, John Quincy Adams planteó que Estados Unidos debía aprovechar
la oportunidad para hacer una declaración unilateral que, atara “las manos
de todas las potencias, Inglaterra inclusive, pero que se las deje libres,
entera, absolutamente libres en América, a Estados Unidos”.
Esta
declaración de intenciones va a ser la carta de presentación para una guerra
velada entre EE.UU. e Inglaterra por el control de todo el continente
americano, que empezará a aclararse en beneficio de Washington durante
la Primera Guerra Mundial.
Las contradicciones se agudizan, ya
que incluso entre los países aliados a EE.UU., la diversificación
económica a través de acuerdos con China, Rusia o Turquía, están
creando una esfera de posibilidad que muchos no quieren desaprovechar.
A partir de
ese momento, en los países de América se instaurarán regímenes
funcionales a los intereses estadounidenses, que servirán como una plataforma
continental para desviar la hegemonía europea más allá de las fronteras del
continente americano. Este sistema comenzará su declive fundamental con el
surgimiento, en las vísperas del inicio del nuevo siglo, de los llamados
Gobiernos progresistas, debido a un agotamiento estructural de este sistema de
dependencia.
Gran parte de
la agenda internacional de EE.UU. en los últimos años se ha centrado en tratar
de hacer caer o directamente derrocar a estos gobiernos, vía sanciones
económicas, procesos de ‘lawfare’ (guerra judicial), creación de gobiernos
paralelos o golpes de Estado clásicos, entre otras medidas.
Las
contradicciones se agudizan, ya que incluso entre los países que se mantienen
aliados a los intereses de EE.UU., la diversificación económica a través de acuerdos
con China, Rusia o Turquía, entre otros; así como las posibilidades de nuevos
acuerdos económicos regionales con grandes potencias como Brasil, están
creando una esfera de posibilidad que muchos no quieren desaprovechar.
La otra
plataforma fundamental para la hegemonía estadounidense se crea tras la Segunda
Guerra Mundial, cuando este país aprovecha las condiciones generadas por la
contienda para someter a sus principales adversarios en la lucha por una
hegemonía mundial: Europa occidental y Japón.
EE.UU. mantiene
en la actualidad el control geopolítico de Europa, a través de las alianzas con una Unión Europea, en constante crisis
interna y dividida, y del control militar a través de la OTAN. Al respecto de
la estrategia asiática, la diplomacia estadounidense en los últimos años ha
enfocado sus esfuerzos en aumentar su presencia en la región, por ejemplo, con
el desarrollo de la alianza AUKUS.
El control
estadounidense sobre el golfo pérsico y el golfo de Adén (Yemen), como
elementos fundamentales para garantizar su hegemonía mundial, está en cuestión.
Una de las claves geopolíticas de 2023 fue la recuperación de las relaciones
diplomáticas entre uno de los aliados fundamentales de EE.UU. en la región de
Oriente Medio, Arabia Saudí, y su enemigo principal, la República Islámica de
Irán.
Una vuelta a
las relaciones entre ambas naciones facilitada por China, considerado el
principal adversario a batir por parte de EE.UU. A su vez, el régimen saudí
llegaba a acuerdos con la República Popular China para su integración en la
Nueva Ruta de la Seda; y, finalmente, el 1 de enero de 2024, este país, junto a
otras dos grandes potencias petroleras regionales como son Emiratos Árabes
Unidos e Irán, ingresó como
nuevo miembro del Grupo BRICS +.
Una de las claves geopolíticas de
2023 fue la recuperación de las relaciones diplomáticas entre uno de los
aliados fundamentales de EE.UU. en la región de Oriente Medio, Arabia Saudí, y
su enemigo principal, la República Islámica de Irán.
Es por esto que
no resulta sorprendente que Joe Biden haya iniciado el 2024
usando el ataque yemení en
solidaridad con Gaza a buques vinculados con Israel, como excusa definitiva
para tratar de imponer una agenda de intervención en la zona a
sus socios internacionales. Abriendo, además, una herida, como es la guerra por
delegación que lideró Arabia Saudí contra Yemen y que, en el actual clima de
negociaciones con China, podría tener una salida medianamente digna para los saudíes.
Por otra parte,
Halford John Mackinder, político y geógrafo británico, sostenía a principios
del siglo XX que quien controlase la zona de Asia central, podría manejar el
mundo. Tras la desintegración de la URSS, EE.UU. se creyó capaz
de intervenir en la zona, algo que se desmoronó en 2001, cuando se fundó
la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), integrada por China, Rusia,
Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, a la que se unirían India y
Pakistán en 2017, e Irán en septiembre de 2022. Esta organización abarca el 80
% del área de Eurasia y contiene al 40 % de la población mundial.
Si algo teme
EE.UU. en el actual escenario es una gran alianza Euroasiática que le acabe por
dejar fuera del terreno de juego. En ese sentido, podemos explicar las
distintas estrategias empleadas tanto por el actual presidente Joe Biden, como
por sus antecesores en la Casa Blanca.
El adversario
señalado es China, pero afecta a otros actores como Rusia e Irán, que han
sido sometidos a políticas de máxima presión y
desestabilización constante durante estos años. Si Biden ha buscado desgastar a
Rusia y romper sus vínculos con Europa, Trump buscó aislar a China, llegando
incluso a reunirse (sin mucho éxito) con el presidente de Corea del Norte.
Si algo teme EE.UU. en el actual
escenario es una gran alianza Euroasiática que le acabe por dejar fuera del
terreno de juego. En ese sentido, podemos explicar las distintas estrategias
empleadas tanto por el actual presidente Joe Biden, como por sus antecesores en
la Casa Blanca.
Hasta la
conquista europea del continente americano, las relaciones internacionales, se
habían establecido entre Europa, Asia y el norte de África, en tanto a ser los
territorios con mayor extensión y relación entre sí. Por eso, no es de
extrañar que los primeros grandes imperios de la Antigüedad surjan entorno al
mar Mediterráneo: Egipto, Grecia o Roma, por ejemplo.
El desarrollo
de potencias con capacidad naval crea nuevos imperios de ultramar con
el inicio de los procesos de colonización. En primer lugar, los imperios
ibéricos (actualmente España y Portugal) y después otros como el francés,
holandés, danés o el que, finalmente, se impondrá: el imperio británico.
Paralelamente a este proceso, desde el siglo XV, empieza a tomar forma el modo
de producción capitalista, mundializado por primera vez y que vincula,
obligatoriamente, a todos los procesos globales entre sí. De ahí, por
ejemplo, los efectos adversos para sí mismos de las medidas coercitivas
unilaterales impuestas por EE.UU. y sus aliados.
Había una
viñeta publicada en EE.UU. a principios del siglo XX que advertía que si China,
India y África se levantasen, el poder de dominio Occidental caería. Lo cierto
es que esto está ocurriendo, el desarrollo de las llamadas potencias
emergentes, fruto de las contradicciones creadas por la propia evolución del
capitalismo a nivel internacional, está favoreciendo el surgimiento de este
nuevo mundo multilateral donde, al menos de momento, no parece haber
cabida para hegemonías de una sola potencia.
EE.UU. está
buscando un enemigo sin darse cuenta que la historia simplemente sigue su curso
y lo que estamos viviendo es una transformación de las relaciones
internacionales, adaptadas a un nuevo contexto y a unas nuevas condiciones
materiales y políticas.
En 1992, con la
Doctrina Wolfowitz, se festejó un mundo unipolar y se plantearon unas
líneas a seguir para mantenerlo. Sin embargo, el ‘enemigo’ no se esconde en el
Estrecho de Taiwán, ni en el Golfo de Adén ni en Suramérica: los procesos
históricos van más allá de la voluntad de unos pocos. ¿Estamos en el
principio del fin de la hegemonía Occidental del mundo, ante la incapacidad
material y política de seguir sosteniendo imperios?
FUENTE: actualidad-rt.com
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