Horriblemente cruel, la
acción de Hamás ha acabado por poner patas arriba el mapa político que empezaba
a configurarse en Oriente Medio con la aproximación entre Israel y Arabia
Saudí. Horriblemente cruel, la represalia israelí es un auténtico genocidio.
La segunda batalla del Tet
Eduardo Luque y
El Viejo Topo
27 octubre, 2023
por Eduardo Luque y Bashar Barazi.
La ofensiva del
Tet en 1968 fue uno de los momentos cumbre en la guerra de Vietnam. Demostró a
la sociedad norteamericana que su ejército invencible era, en realidad, un
gigante con los pies de barro. Se desvaneció la idea de una victoria sobre el
ejército del Vietcong. La imagen de los guerrilleros atacando el edificio de la
embajada norteamericana dio la vuelta al mundo. En realidad fue una derrota
táctica de las fuerzas norvietnamitas y de la guerrilla; aunque se transformó
en una victoria estratégica. Precipitó el final de la guerra y la victoria de
Vietnam del Norte. Los costes en vidas humanas fueron altísimos especialmente
entre el Vietcong y las ciudades norvietnamitas que recibieron un durísimo
castigo.
La actual
guerra en Gaza no deja de tener ciertas similitudes con aquella otra. En la
mente de los dirigentes israelitas está grabada a fuego la necesidad de aplicar
la “solución final” al problema palestino: primero Gaza y, después, Cisjordania.
La ocasión era propicia. Benjamín Netanyahu necesitaba una guerra que
cohesionara al país en torno a su cuestionado liderazgo. Las leyes aprobadas
por el parlamento, con la oposición de gran parte de la población, habían
fracturado al país. Incluso las fuerzas armadas, sostén y cemento de la
cohesión social en Israel, presentaban grietas.
Benjamín
Netanyahu había diseñado una gran intervención militar contra Gaza para finales
de octubre/noviembre de este año. Necesitaba un “momento Pearl Harbour” y hubiera
podido quedar así si la maniobra hubiera salido bien. Pero he aquí que
unos 300 guerrilleros, en zapatillas deportivas algunos de ellos, capturaron
más territorios que los ucranianos durante la contraofensiva en cuatro meses.
Era una guerra
útil para el dirigente israelí, que buscaba una salida a su propio “Vía Crucis”
judicial” perseguido, como está, por la justicia de su país. También
una salida política para los sectores más reaccionarios y pro-fascistas
(especialmente los colonos) del régimen. Esta amalgama de grupos radicales que
dominan el gobierno Netanyahu y una parte nada desdeñable del Parlamento se
cohesionarían bajo su liderazgo. Desde el punto de vista de Netanyahu era una
guerra necesaria.
Para Estados
Unidos está siendo una guerra muy incómoda; los servicios de inteligencia
de este país han vuelto a fallar. A primeros de octubre, pocos días antes de la
acción de Hamás, el Consejero de Seguridad Nacional de la administración Biden,
Jake Sullivan, declaraba: «La región del Oriente Medio está más
tranquila hoy de lo que lo ha estado en dos décadas». Para Joe Biden,
aunque complicada, la actual crisis, si el conflicto no escala e Israel
sale victorioso, puede tener un beneficio extra en esta zona del mundo:
limitaría las posibilidades de expansión de la Ruta de la Seda que tiene
enclaves Importantes en la zona (el puerto de Haifa y fuertes inversiones
chinas en Egipto). Sobre todo presionaría los puertos rusos en Siria hasta casi
ahogar a la flota rusa en el Mediterráneo Oriental.
Como toda acción,
ésta provoca una reacción. Las consecuencias para el Estado de Israel no están
siendo menores. Benjamín Netanyahu buscaba no solamente una victoria sobre
Hamás sino promover un gran conflicto regional que le permitiese derrotar
a su gran rival: Irán. Pero las cosas no están saliendo como habían sido
diseñadas: El Estado de Israel está pagando ya una serie de costos que se
irán incrementando en la medida en que el salvajismo del ejército
israelí se acreciente. El primer problema a abordar ha sido la reputación
militar del que se consideraba como el mejor ejército de la zona. El fracaso
sin paliativos del 7 de octubre revela enormes carencias. El segundo, y no
menor, ha sido el naufragio de la normalización con parte del mundo árabe y en
especial con Arabia Saudita. Washington pierde de esta forma la posibilidad de
configurar, utilizando a Israel como ariete, un nuevo orden en Oriente Medio.
Los esfuerzos desarrollados por Donald Trump y ahora por el actual presidente
John Biden han resultado fallidos; es, en este sentido, la segunda derrota
de Israel en esta guerra. La desproporción entre los medios militares usados
por el ejército israelí y las capacidades militares de Hamás y el
consiguiente genocidio contra la población gazatí es el tercer gran tropiezo de
Benjamín Netanyahu. El clamor mundial que se está alzando señala que a pesar de
los esfuerzos de los medios de comunicación occidentales Israel está perdiendo
la batalla del relato. Las resoluciones contra el genocidio en Gaza vienen
desde todos los lugares del mundo.
La
imposibilidad política de un asalto terrestre a la Franja de Gaza, que se va
posponiendo con una u otra excusa, representa también otra nueva derrota. Los
ataques de tanteo del Thasal han resultado costosos en hombres y material. La consecuencia
ha sido el recrudecimiento de las tensiones en el seno del gobierno de
Salvación Nacional (varios ministros habrían presentado ya su dimisión). El
miedo a la respuesta de Hezbolá en el Líbano y el consiguiente estallido de un
gran conflicto regional hace que Washington sea muy circunspecto a la hora
de autorizar el asalto terrestre. Las consecuencias serían enormes para
los intereses de los propios Estados Unidos. Un conflicto regional de
amplio espectro implicaría muchos actores y pondría en grave riesgo a dos
estados clave en la zona, pero extremadamente vulnerables en este momento, como
son Egipto y Jordania.
El aislamiento
de Israel respecto a la comunidad internacional se hace cada vez más profundo.
Los países del Sur Global están adoptando una posición en defensa del pueblo
palestino y contrarios al castigo colectivo en la Franja. El desaire del primer
ministro egipcio, el rey de Jordania y el representante de la OLP a la
propuesta de una reunión con Biden muestra la debilidad de los EEUU. Este país
no puede permitirse el lujo de mantener dos grandes guerras de alta intensidad
al mismo tiempo. La figura política de Biden al asociarse al régimen sionista
le hace aparecer como responsable en parte del genocidio y vuelve a resentirse
en las encuestas electorales. La sensación de falta de objetivos estratégicos y
soluciones en la zona será una lápida en el proceso de reelección. Las
declaraciones de la Liga Árabe, por otra parte, criticando la posición de
Israel, acentúan ese vuelco. Algunos de los países que conforman
esta organización habían estado valorando, como hemos dicho, la normalización
de relaciones políticas, económicas y militares con el régimen de Israel. En
este momento esta opción queda clausurada para muchísimo tiempo. La coordinación
de acciones entre el gobierno de Arabia Saudita y su ex-archienemigo Irán
(auspiciado por China) ponen de relieve la velocidad en la que se están
produciendo los cambios en la correlación de fuerzas en la zona.
La propia
figura de Benjamin Netanyahu se erosiona cada día que pasa sin ordenar el
asalto. La presión de las familias con rehenes (más de 200) obliga a repensar
mucho las acciones a realizar. Hasta el momento el ejército no ha conseguido
liberar a ningún rehén. Políticamente, cuando pase este momento se le
pedirán responsabilidades; Benjamín Netanyahu es un político muerto.
LA UE: EL ÚNICO ASIDERO
El único
asidero del primer ministro israelita es la Unión Europea. En su conjunto esta
organización se ha estado posicionado al lado del régimen de Israel
defendiendo el derecho a su autodefensa.
La UE, en boca
de sus dirigentes, había entendido que éste conflicto es uno más. Pensar que
este será una fase u otra del sempiterno conflicto Israel/palestino es ignorar
la complejidad de los procesos que se desarrollan en oriente Medio. La clave
estará en la invasión terrestre y en la intervención de Hizbullah e Irán. Si
Israel no interviene por tierra la sensación de derrota militar se hará
palpable; si interviene las consecuencias también serán gravísimas. Los cambios
que se pueden derivar del final de esta guerra en un sentido u otro
transformarán sin duda el Orden Mundial. Los ecos de esta guerra ya lo están
haciendo, y afectarán directa o indirectamente a muchos países.
Nuevamente las
élites europeas han estado dando la espalda a sus propios pueblos. Las
manifestaciones en apoyo a Palestina adquieren cada vez mayor importancia. La
respuesta a esta presión social está siendo una vuelta de tuerca más a la
represión y al control social. La prohibición de manifestaciones a favor
de Palestina en Francia, Inglaterra o Alemania señalan una deriva peligrosa a
la que deberíamos prestar mucha más atención. Europa se desliza por la
pendiente del autoritarismo. Este descenso viene acompañado por la renuncia a ejercer
una auténtica soberanía nacional, que es la otra gran consecuencia de la
supeditación de los intereses de la Unión Europea a Washington. El escaso peso
político, por no decir nulo, de la UE en el concierto mundial se hace evidente.
La UE ha respondido, eso sí, a las exigencias de la OTAN enviando
material, barcos de guerra y soldados en prevención del estallido de una
conflagración regional. Alemania ha enviado tropas especiales a Chipre. Grecia
ha ofrecido sus aeropuertos militares y se han redoblado los vuelos de
observación por parte de los aviones de guerra de la OTAN. España envía
fragatas de guerra a proteger el despliegue militar de de los portaaviones de
Estados Unidos, Reino Unido pretende enviar una decena de barcos de guerra
a la zona. Mientras, son los generales y almirantes estadounidenses los que
dirigen las tropas y navíos de otros países evidenciando el vasallaje de
los países occidentales al “patrón” norteamericano. Occidente y la UE no son
activos por la paz sino una carga para la misma.
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