Tal día como hoy, en
1973, un golpe fascista acababa con la vida de Salvador Allende. Antes de
morir, el Presidente hizo dos alocuciones radiales. La primera, emitida por
Radio Corporación; la última, por Radio Magallanes. Con emoción las
reproducimos aquí.
La Moneda, 11 de septiembre de 1973
El Viejo Topo
11 septiembre, 2023
9.03 a.m.
Compañeros:
En estos
momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen.
Pero que sepan
que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay
hombres que saben cumplir con la obligación que tienen. Yo lo haré por mandato
del pueblo y por voluntad consciente de un presidente que tiene la dignidad del
cargo entregado por su pueblo en elecciones libres y democráticas.
En nombre de
los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la patria, los llamo a
ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la
represión ni con el crimen. Ésta es una etapa que será superada. Éste es un
momento duro y difícil; es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del
pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una
vida mejor.
Pagaré con mi
vida la defensa de principios que son caros a esta patria. Caerá un baldón
sobre aquellos que han vulnerado sus compromisos, faltando a su palabra… roto
la doctrina de las Fuerzas Armadas.
El pueblo debe
estar alerta y vigilante. No debe dejarse provocar, ni dejarse masacrar, pero
también debe defender sus conquistas.
Debe defender
el derecho a construir con su esfuerzo una vida digna y mejor.
9.10 a.m.
Seguramente,
ésta será la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza
Aérea ha bombardeado las antenas de Radio Portales y Radio Corporación. Mis
palabras no tienen amargura, sino decepción. Que sean ellas un castigo moral
para quienes han traicionado su juramento: soldados de Chile, comandantes en
jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la
Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su
fidelidad y lealtad al gobierno, y que también se ha autodenominado director
general de Carabineros. Ante estos hechos, sólo me cabe decir a los
trabajadores: ¡no voy a renunciar!
Colocado en un
trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo
la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles
y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza,
podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen
ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de
mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza
que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de
justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así
lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a
ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo,
unidos a la reacción, crearon el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran
su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el
comandante Araya, víctimas del mismo sector que hoy estará en sus casas
esperando, con mano ajena, reconquistar el poder para seguir defendiendo sus
granjerías y sus privilegios.
Me dirijo a
ustedes, sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que
creyó en nosotros, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños.
Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas que
siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios
profesionales, colegios clasistas que defendieron también las ventajas de una
sociedad capitalista.
Me dirijo a la
juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de
lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a
aquellos que serían perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo
hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes,
cortando las vías férreas, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente
al silencio de quienes tenían la obligación de proceder.
Estaban
comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente,
Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a
ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo
menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria.
El pueblo debe
defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni
acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de
mi patria, tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este
momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes
sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes
alamedas por donde pasa el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile!
¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Éstas son mis
últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo
la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la
felonía, la cobardía y la traición.
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