¿Puede la sección
europea de la Tríada liberarse de la Alianza Atlántica? Así titula Vijay
Prashad este texto incluido en el último boletín del Instituto Tricontinental.
La pregunta es: ¿puede la Unión Europea mantener una política exterior
independiente?
De señores y vasallos
El Viejo Topo
4 julio, 2023
Es difícil dar sentido a muchos acontecimientos de estos días. El comportamiento de Francia, por ejemplo, es difícil de encuadrar. Por un lado, el presidente francés Emmanuel Macron cambió de opinión y apoya la entrada de Ucrania en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Por otro, dijo que a Francia le gustaría asistir a la cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que se celebrará en Sudáfrica en agosto. Europa no es, por supuesto, un continente totalmente homogéneo, considerando que tienen importantes problemas en marcha como la negativa de Hungría y Turquía a ratificar el deseo de Suecia de entrar en la OTAN en su cumbre anual de Vilna (Lituania) en julio. No obstante, la burguesía europea mira hacia Occidente, a las empresas de inversión de Wall Street, para colocar su riqueza, atando su propio futuro a la hegemonía de Estados Unidos. Europa está firmemente ligada a la Alianza Atlántica, con poco espacio para una voz europea independiente.
En la
plataforma Basta de Guerra Fría hemos
estudiado detenidamente estos elementos de la política exterior europea. El
boletín nº 8, que presentamos a continuación, ha sido redactado junto con el
diputado del Parlamento Europeo Marc Botenga, del Partido de los Trabajadores
de Bélgica, o PTB–PVDA.
La guerra en
Ucrania ha ido acompañada de un fortalecimiento del control y la influencia de
Estados Unidos sobre Europa. Un importante suministro de gas ruso fue
sustituido por gas de lutita estadounidense. Los programas de la Unión Europea
(UE) originalmente diseñados para fortalecer la base industrial de Europa
sirven ahora para la adquisición de armas de fabricación estadounidense. Bajo
la presión de EE. UU., muchos países europeos han contribuido a intensificar la
guerra en Ucrania en lugar de impulsar una solución política para lograr la
paz.
Al mismo
tiempo, Estados Unidos quiere que Europa se desvincule de China, lo que
reduciría aún más el papel global de Europa y sería contrario a sus propios intereses.
En lugar de seguir la perjudicial agenda de confrontación de la Nueva Guerra
Fría de EE. UU., a los pueblos de Europa les interesa que sus países
establezcan una política exterior independiente que abarque la cooperación
global y un conjunto diverso de relaciones internacionales.
La creciente dependencia europea de EE.UU.
La guerra en
Ucrania y la consiguiente espiral de sanciones y contrasanciones provocaron una
rápida disminución de las relaciones comerciales entre la UE y Rusia. La
pérdida de un socio comercial ha limitado las opciones de la Unión Europea y ha
aumentado su dependencia de EE.UU., una realidad que es más visible en su
política energética. Como consecuencia de la guerra en Ucrania, Europa redujo
su dependencia del gas ruso, solo para aumentar su dependencia del gas natural
licuado (GNL) estadounidense, más caro. EE. UU. se aprovechó de esta crisis
energética, vendiendo su GNL a Europa a precios muy superiores al costo de
producción. En 2022, EE. UU. representaba el
41% del GNL importado por Europa. Esto da a EE. UU. un poder adicional para
presionar a los líderes de la UE: si los envíos estadounidenses de GNL se desviaran
a otra parte, Europa se enfrentaría inmediatamente a grandes dificultades
económicas y sociales.
Washington ha
empezado a presionar a las empresas europeas para que se trasladen a
Estados Unidos, esgrimiendo como argumento unos precios energéticos más bajos.
Como dijo el
ministro alemán de Economía y Acción por el Clima, Robert Habeck, Estados
Unidos está “acaparando las inversiones de Europa”, es decir, está promoviendo
activamente la desindustrialización de la región.
La Ley de
Reducción de la Inflación (2022) y la Ley CHIPS y de Ciencia (2022) sirven
directamente a este propósito, ofreciendo 370.000 millones de dólares y 52.000
millones de dólares en subvenciones, respectivamente, para atraer a EE.UU. las
industrias de energías limpias y semiconductores. El impacto de estas medidas
ya se está dejando sentir en Europa: al parecer,
Tesla está estudiando trasladar su proyecto de construcción de baterías de
Alemania a EE.UU., y Volkswagen ha puesto en pausa una planta de baterías
prevista en Europa del Este, para seguir adelante con su primera planta
norteamericana de baterías eléctricas en Canadá, donde puede recibir subvenciones estadounidenses.
La dependencia
de la UE respecto a EE.UU. también se observa en otros ámbitos. Un informe de
2013 del Senado francés preguntaba sin ambages: “¿Es la Unión Europea una
colonia del mundo digital?”. La ley estadounidense de 2018 sobre Clarificación
del Uso Legal de Datos en el Extranjero (CLOUD, por sus siglas en inglés) y la
ley estadounidense de 1978 sobre Vigilancia de Inteligencia Extranjera (FISA)
permiten a las empresas estadounidenses un amplio acceso a las
telecomunicaciones de la UE, incluidos datos y llamadas telefónicas, lo que les
da acceso a secretos de Estado. La UE está siendo continuamente espiada.
La creciente militarización va en contra de los intereses de Europa
Los debates de
la UE sobre las vulnerabilidades estratégicas se centran sobre todo en China y
Rusia, mientras que la influencia de Estados Unidos es prácticamente ignorada.
EE.UU. cuenta con una enorme red de
más de 200 bases militares y 60.000 soldados en Europa y, a través de la OTAN,
impone la “complementariedad” a las acciones de defensa europeas, lo que
significa que los miembros europeos de la alianza pueden actuar junto con
EE.UU. pero no independientemente de él. La ex secretaria de Estado
estadounidense Madeleine Albright lo resumió en las famosas “tres D”:
no “desvincular” la toma de decisiones europea de la OTAN, no “duplicar” los
esfuerzos de la OTAN, no “discriminar” a los miembros de la OTAN que no
pertenecen a la UE. Además, para garantizar la dependencia, Estados Unidos se
abstiene de compartir las tecnologías militares más importantes con los países
europeos, incluidos gran parte de los datos y software relacionados con
los cazas F-35 que
compraron.
EE.UU. lleva
muchos años pidiendo a los gobiernos europeos que aumenten su gasto militar. En
2022, el gasto militar en Europa Occidental y Central aumentó a
316.000 millones de euros, volviendo a niveles no vistos desde el final de la
primera Guerra Fría. Además, los Estados europeos y las instituciones de la
UE enviaron más
de 25.000 millones de euros en ayuda militar a Ucrania. Antes de la guerra,
Alemania, Gran Bretaña y Francia ya figuraban entre los diez países con mayor
gasto militar del mundo. Ahora, Alemania aprobó destinar
100.000 millones de euros a un fondo especial de mejora militar y se ha comprometido a
gastar el 2% de su PIB en defensa. Por su parte, el Reino Unido anunció
su intención de
aumentar su gasto militar del 2,2% al 2,5% de su PIB, mientras Francia anunció
que aumentará su
gasto militar a unos 60.000 millones de euros para 2030, aproximadamente el
doble de su asignación de 2017.
Este aumento
del gasto militar se produce mientras Europa sufre su peor crisis del costo de
la vida en décadas y se agrava la crisis climática. En toda Europa, millones de
personas han salido a la calle para protestar. Los cientos de miles de millones
de euros que se gastan en el ejército deberían dedicarse a resolver estos
problemas urgentes.
Desvincularse de China sería desastroso
La UE sufriría las
consecuencias de un conflicto entre EE.UU. y China. Una parte significativa de
las exportaciones de la UE a EE.UU. contiene insumos chinos y, a la inversa,
las exportaciones de bienes de la UE a China suelen contener insumos
estadounidenses. Por tanto, el endurecimiento de los controles de exportación
impuestos por EE.UU. a las exportaciones a China o viceversa afectará a las
empresas de la UE, pero el impacto irá mucho más allá.
Estados Unidos
ha aumentado la presión sobre diversos países, empresas e instituciones de la
UE para que reduzcan o pongan fin a la cooperación con proyectos chinos, en
particular presionando para que Europa se una a su guerra
tecnológica contra China. Esta presión ha dado sus frutos:
diez Estados de la UE han restringido o
prohibido a la empresa tecnológica china Huawei el acceso a
sus redes 5G, y Alemania estudia una
medida similar. Mientras tanto, Holanda bloqueó las
exportaciones de maquinaria de fabricación de chips a China por parte de la
importante empresa holandesa de semiconductores ASML.
En 2020,
China superó a
EE.UU. como principal socio comercial de la UE, y en 2022, China era la
mayor fuente de
bienes importados de la UE y su tercer mercado de bienes exportados. La presión
estadounidense para que las empresas europeas restrinjan o pongan fin a sus
relaciones con China supondría limitar las opciones comerciales de Europa y, de
paso, aumentar su dependencia de Washington. Esto sería perjudicial no solo
para la autonomía de la UE, sino también para las condiciones sociales y
económicas regionales.
Europa debe abrazar la cooperación mundial, no la confrontación
Desde el final
de la Segunda Guerra Mundial, ninguna potencia extranjera ha ejercido más poder
sobre la política europea que Estados Unidos. Si Europa se deja encerrar en un
bloque liderado por Estados Unidos, no solo reforzará su dependencia
tecnológica de este país, sino que la región podría desindustrializarse.
Además, esto enfrentaría a Europa no solo con China, sino también con otros
grandes países en desarrollo, como India, Brasil y Sudáfrica, que se niegan a
alinearse con uno u otro país.
En lugar de
seguir los pasos de Estados Unidos en conflictos en todo el mundo, una Europa
independiente debe reorientar su estrategia de seguridad hacia la defensa
territorial, la seguridad colectiva para el continente y la construcción de
vínculos internacionales constructivos, rompiendo con decisión las relaciones
comerciales paternalistas y explotadoras con los países en desarrollo. En su
lugar, unas relaciones justas, respetuosas y equitativas con el Sur Global
pueden ofrecer a Europa la necesaria y valiosa diversificación de socios
políticos y económicos que necesita urgentemente.
Una Europa
independiente e interconectada responde a los intereses de las y los europeos.
Esto permitiría desviar grandes recursos del gasto militar hacia la lucha
contra la crisis climática y del costo de la vida, por ejemplo, construyendo
una base industrial ecológica. El pueblo europeo tiene motivos de sobra para
apoyar el desarrollo de una política exterior independiente que rechace el
dominio y la militarización de Estados Unidos en favor de la cooperación
internacional y un orden mundial más democrático.
Artículo
seleccionado por Carlos Valmaseda para la Miscelánea de Salvador López Arnal.
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