La cooperación internacional y
las ONG’s
DIARIO OCTUBRE / junio 11, 2023
Ciudad de Guatemala (Prensa Latina)La llamada “cooperación internacional” que desde hace ya largas décadas los países capitalistas más poderosos (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá) le otorgan al Sur global (Latinoamérica, África, regiones del Asia) no es precisamente solidaria. Es una “estrategia contrainsurgente no armada”, tal como la concibieron los ideólogos estadounidenses en su inicio, concepción que no ha cambiado en el transcurso del tiempo.
Marcelo Colussi* (colaborador de Prensa Latina).— La primera iniciativa de “cooperación” la realizó Estados Unidos: la Alianza para el Progreso, puesta en marcha en los 60 del siglo pasado, bajo la administración del presidente John Kennedy- el mismo que fuera asesinado cuando se opuso al complejo militar-industrial de Estados Unidos no queriendo continuar la guerra de Vietnam-. Dicha estrategia surgió inmediatamente después de la Revolución Cubana de 1959, como un mecanismo de protección contra “recalentamientos sociales”. Es decir, un colchón para aminorar malestares en los países más empobrecidos, para intentar evitar ollas de presión que, como Cuba, en cualquier momento podrían salirse de la órbita capitalista pasándose al socialismo. En otros términos: una fabulosa arma de control social.Después de la
potencia norteamericana otros países capitalistas se sumaron a ese tipo de
acciones; fue así que en 1971 los más prósperos, los que están en condiciones
de brindar cooperación con el Sur siempre explotado y empobrecido, fijaron, en
el marco de las Naciones Unidas, el compromiso de contribuir anualmente con el
0.7 por ciento de su Producto Interno Bruto a la ayuda internacional al desarrollo.
Hoy, 50 años después, son muy pocos los que cumplen esa meta. Pero, por
supuesto, ningún país del Sur global salió de su estado de exclusión y
postración gracias a esas “ayudas”. Más aún, si efectivamente se cumpliera con
el compromiso de aportar una mayor cantidad de “asistencia” para el Sur, no
cambiaría en absoluto la situación del mundo. Esta “cooperación” Norte-Sur de
ningún modo puede resolver la cuestión de la pobreza y el atraso comparativo de
los países “subdesarrollados”. Como dijo Scalabrini Ortiz: “Nuestra ignorancia
está planificada por una gran sabiduría”. El llamado “subdesarrollo” y la
dependencia del Sur global (ex Tercer Mundo) respecto de los centros
imperiales, no se arregla con obras de beneficencia, con caridad.
Es radicalmente
imposible esperar soluciones de ayudas que vienen condicionadas, amarradas a
agendas políticas ocultas, que provienen de los mismos factores de poder que,
mientras desembolsan unos 60 mil millones de dólares al año en cooperación- de
lo cual llega en realidad no más de un 20 por ciento a poblaciones
supuestamente “beneficiadas” en el Sur, pues lo demás retorna a las burocracias
y empresas imperialistas-, extraen de la misma región 500 mil millones como
ganancia, en calidad de cobro de deuda externa o como brutal expolio de los
recursos de la región. Eso en lo más mínimo es cooperación: no se hace por
ningún sentimiento de culpa ni por real solidaridad con los “más necesitados”.
Por el contrario, es una sutil forma de controlar desde dentro, condicionando a
los gobiernos que reciben ese apoyo, y dando lugar a las llamadas ONG’s
(organizaciones no gubernamentales), que son las que se encargan en buena
medida de viabilizar esos fondos.
Pero más allá
de las buenas intenciones, no hay duda que su incidencia es cuestionable,
fundamentalmente por pequeña, por minúscula. ¿Por qué hay que reemplazar
funciones que son inherentes al Estado? Si bien la “cooperación al desarrollo”
existe desde hace medio siglo, el auge de las ONG’s coincide con las políticas
neoliberales de los 80 en adelante, que debilitaron absolutamente los Estados
nacionales. En tal sentido, las ONG’s no pueden pasar de remiendos
coyunturales.
Las agendas
implementadas por ellas recuerdan lo dicho por un dirigente comunitario de
Chimaltenango, Guatemala: “Rascan donde no pica”. Al responder plenamente a las
líneas fijadas por las potencias del Norte, que es de donde provienen los
financiamientos, se hace lo que esos países capitalistas dominantes estipulan,
pero no lo que la población pobre a quien se dirige el esfuerzo necesita. El efecto
que crean esos fondos es una lucha implacable del personal local por
obtenerlos, contribuyendo así a la división en el planteamiento de las
protestas. Cada pequeño grupo con su reivindicación puntual: ecologistas por
aquí, feministas por allá, reivindicaciones étnicas por un lado, diversidad
sexual por otro, todos esfuerzos separados que, finalmente, contribuyen al
“divide y vencerás”. Por supuesto, el tema de lucha de clases y revolución
social no se menciona. Se puede cuestionar el sistema solo hasta un punto: el
que permiten los financistas. Si la protesta se pone muy “elevada”, ya no hay
financiamiento.
Más allá de las
supuestas “buenas intenciones”, no hay duda que la incidencia de las ONG’s es
cuestionable, fundamentalmente por pequeña, por minúscula. No se deberían
reemplazar, o emparchar, funciones que son inherentes al Estado si el mismo
funcionara dando los servicios básicos que debería prestar. Sabemos, sin
embargo, que con el neoliberalismo los Estados quedaron casi en quiebra.
El sistema capitalista
sabe muy bien lo que hace. Las limosnas que llegan como “ayuda” internacional
solo sirven para adormecer, para dividir. Los cambios de verdad no se pueden
hacer con caridades. Solo se hacen con la población en las calles, organizada,
con un proyecto verdaderamente transformador en la mano. Si no, no se pasa de
acciones “políticamente correctas”, pero que no cambian lo medular.
*Politólogo, catedrático universitario e investigador social argentino,
residente en Guatemala.
(Tomado de
Firmas Selectas)
FUENTE: Prensa Latina
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