Poco a poco se van
filtrando noticias sobre la posibilidad de una guerra nuclear. Como quien no
quiere la cosa. Como si fuera algo que puede llegar a pasar, siempre por culpa
“del otro”. Como algo que tal vez deberíamos aceptar resignadamente.
Cuatro indicios de que alguien en Occidente trabaja
para el casus belli nuclear
El Viejo Topo
28 junio, 2023
Indicios:
1) Hace unos
días Zelensky advirtió contra una operación rusa contra la central nuclear de
Zaporinyia, recordando como precedente (¡sic!) el caso de la presa de Nova
Kajovka.
2) Casi
simultáneamente, los senadores estadounidenses Lindsay Graham (republicano) y
Richard Blumenthal (demócrata) propusieron una resolución que considera
cualquier vertido nuclear en Ucrania como un acto perjudicial para los países
vecinos y, por tanto, equivalente a una agresión contra los países de la OTAN,
suficiente para activar el artículo V de la alianza.
3) la semana
pasada varias personas fueron detenidas por el servicio de seguridad ruso
por contrabando de un kilogramo de Cesio radiactivo. A pesar de las sospechas
rusas –por tanto tendenciosas– de que el destino era Ucrania, la mera
posibilidad de que un kilogramo de un material tan peligroso estuviera
disponible en el mercado privado es significativa.
4) Estonia y
(especialmente) Polonia ya están enviando a sus propios soldados al frente
ucraniano y no hacen nada por ocultarlo. Por supuesto, la formulación adoptada
es que se trata de «voluntarios», que por lo tanto no forman parte integrante
de sus respectivos ejércitos de la OTAN, pero la imagen que ya existe es que
batallones de soldados de países de la OTAN, con armamento de la OTAN, apoyo
financiero y logístico de países de la OTAN, supervisión y telecomunicaciones
de la OTAN, están luchando en Ucrania contra el ejército ruso. Cabe señalar que
Polonia ha aumentado su gasto militar al 4%, con la intención de convertirse
rápidamente en el ejército más poderoso de la OTAN (después de EEUU).
Poniendo estas
pistas una tras otra, parece realista afirmar que alguien dentro de las filas
occidentales no sólo está considerando, sino trabajando activamente para un
casus belli nuclear que justifique ante la opinión pública nacional lo que ya
está ocurriendo de hecho, pero de forma circunscrita, es decir, una implicación
directa de la OTAN en la guerra.
Existe una
lógica política, humanamente absurda, pero políticamente muy clara en
mecanismos de escalada como el que está en marcha.
Una vez que
todos los países occidentales han hecho una inversión tan grande de
credibilidad política en el proyecto de «acabar con el Estado canalla ruso»,
ahora nadie tiene ganas de dar pasos atrás porque temen (con razón) que los
demás compañeros de cordada aprovechen la oportunidad para culparles del
fracaso (previsible desde el principio) de la empresa.
Así que a pesar
de que todo el mundo entiende que el escenario que se avecina es el de la
Tercera Guerra Mundial y a pesar de que todo el mundo entiende que el escenario
que habían imaginado al principio (colapso del régimen de Putin, sustitución
por un títere complaciente y vuelta de Rusia a ser la «gasolinera del mundo»)
es mera ilusión, los gobiernos occidentales no están dispuestos a dar marcha
atrás.
Así que la
reactivación es continua, por ineficaz que sea (vamos por el undécimo paquete
de sanciones). Y todo gobernante occidental, europeo en particular, espera que
otro asuma la responsabilidad que no quiere asumir porque le haría quedar mal
en los medios de comunicación.
Esta
responsabilidad puede ser la de la paz (y aquí sólo Estados Unidos está en
condiciones de tomar esa decisión unilateralmente; pero también es el que menos
interés tiene en tomarla). O puede ser la responsabilidad de la confrontación
final, que nadie asumirá como acto político voluntario, pero que sólo necesita
una adecuada justificación de «emergencia emocional» para desencadenarse.
Por eso cobra
tanta relevancia el escenario preparado por acontecimientos como un accidente
nuclear en Zaporinyaa del que se culparía a los rusos, o catástrofes similares.
Esto es lo
único que nos separa de la Tercera Guerra Mundial: una provocación lo
suficientemente fuerte y emotiva como para permitir que la servidumbre
mediática avive las llamas con el fin de generar una apariencia de apoyo
público a la guerra total.
Aquí, en el
torbellino de locura irresponsable en el que se está sumiendo el mundo, hay
muchos culpables. Están los intereses de la industria bélica, está el
oportunismo cobarde de los gobernantes «democráticos», está la inercia
cultivada durante décadas de una población reducida a ganado (y que acabará
como ganado). Pero la mayor responsabilidad de todas, aquella por la que, si
existe un infierno lo poblarán en todos los círculos, es la de los
‘intelectuales’ (en el sentido gramsciano) y concretamente la de los
periodistas.
Sin la cobardía
de la mayoría de la clase profesional dedicada a la «información» y a la
«formación de la opinión pública», los países occidentales –países que
institucionalmente necesitan cierto grado de asentimiento público– no habrían
cometido la interminable sucesión de «errores» fatales de las últimas décadas,
en materia geopolítica, económica, sanitaria y, finalmente, bélica.
Sólo la
existencia de una clase orgánica de mentirosos y propagandistas a sueldo ha
permitido la degradación de la cultura europea, el debilitamiento terminal de
toda una generación, el empobrecimiento de los más frente al enriquecimiento
indecente de unos pocos, la sequía de la oferta política, la agresión militar
disfrazada de intervención humanitaria y, finalmente, la llamada a la puerta de
la tercera guerra mundial.
No sé si
tendremos la suerte de evitar las consecuencias más dramáticas del callejón sin
salida al que nos han conducido, pero es a partir de ahí, de un reseteo y una
reconstrucción de esta clase, que puede comenzar un renacimiento, si es que
alguna vez se produce.
Fuente: l’AntiDiplomatico.
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