Se
aproximan elecciones, y empieza a ser tarde para salir del hoyo. Demasiados
líos, demasiada palabrería inútil, demasiada ausencia de proyecto. Aun así, no
todo ha sido malo. Pero hay que espabilar. Aquí, Monereo da algunas ideas sobre
cómo hacerlo.
Sánchez, la polarización y la izquierda
El Viejo Topo
11 febrero, 2023
Durante bastante tiempo he venido defendiendo tres ideas: 1) que el PSOE es el verdadero partido del régimen; 2) que estamos viviendo en plena etapa de restauración; 3) que el proyecto real de Pedro Sánchez no es otro que resituar al partido socialista en la nueva centralidad de un régimen en transformación. Las tres cuestiones, obviamente, están relacionadas y se engarzan positivamente.
Sobre la
primera cuestión no creo que haya demasiadas dudas. El PSOE, desde la
Transición, ha cumplido este papel con plena eficacia; en su centro, conseguir
el apoyo de las clases populares sin poner en cuestión los equilibrios básicos
del sistema. Ha sido más “juancarlista” que ningún otro partido y ahora está
empeñado en asegurar el futuro del régimen monárquico de Felipe VI. Tezanos,
que conoce bien el tema, dice desde hace tiempo que la derecha no gana las
elecciones, las pierde el PSOE. El mapa político ha cambiado, pero sigue
habiendo mucha verdad en esta afirmación.
La segunda
cuestión es más compleja. Como nos enseñó un viejo maestro italiano, cambio y
restauración van de la mano. El agotamiento de la renovación democrática
impulsada por el 15M y el fracaso relativo de Unidas Podemos tiene mucho que
ver con la incapacidad del núcleo dirigente para situarse bien en la fase
histórica, dotarse de una estrategia definida y, sobre todo, organizar una
fuerza política de masas. Pablo Iglesias, con su conocido talento populista, lo
que hizo fue dar un salto -como siempre sin red- para intentar aprovechar lo
que quedaba del impulso transformador del 15M para tocar poder y acompañar al
PSOE en la restauración incipiente. Los resultados están ahí y tiempo habrá
para evaluarlo.
Conviene
detenerse en este punto. Cuando un proceso de transformación se bloquea y se
impide, el eje político no está situado en la misma centralidad de la etapa
precedente, sino que gira hacia la derecha; es decir, a la reorganización
restauradora de los viejos poderes. La llegada de Felipe VI tenía mucho que ver
con esto. Hay que añadir como elemento fundamental la llamada cuestión
territorial que ha reconstruido, en cierta medida, el mapa político en el país.
El fenómeno más sobresaliente ha sido la emergencia de VOX como referente
nacionalista de las viejas derechas españolas.
El tercer tema
es causa y efecto de todo lo anterior. En las elecciones de diciembre de 2015
se perdió la oportunidad de derrotar electoralmente al PSOE. Pedro Sánchez es
hijo de esta crisis política y se ha movido con una prodigiosa capacidad para
aprovechar, en un sentido u otro, todas las ocasiones con el objetivo de llegar
al gobierno y definir una nueva centralidad en torno al Partido Socialista. Sin
apenas despeinarse, liquidó a su vieja guardia, pactó con UP y, hay que
asombrarse, ahora busca la unidad de su izquierda en torno a Yolanda Díaz. Por
primera vez el “juntos podemos” lo defiende el PSOE que, no solo te abraza,
sino que además te reconoce.
Quizás tenga
interés hablar ahora de la polarización política. La idea que se pretende
transmitir por los medios es que se está produciendo un alineamiento de las
fuerzas políticas en los extremos y que el centro ha desaparecido. Pedro
Sánchez se habría ido a un extremo junto con Podemos y los separatistas y la
derecha, empujada por VOX, al otro extremo. Rizando el rizo, se traslada la
situación a la 2ª República y vemos a Pedro Sánchez convertido en Largo
Caballero. ¿Dónde reside el problema? En que, efectivamente, las derechas se
han ido reconvirtiendo en todas partes en derechas duras y en alianza, nada
problemática, con las extremas derechas realmente existentes, pero no así en la
izquierda. Esta ha desaparecido como tal en muchos países. Donde existe,
defiende un programa que difícilmente se podría llamar socialdemócrata. Nancy
Fraser la definió como neoliberales progresistas. Dicho de otro modo, hay neoliberales
de derechas y neoliberales progresistas según qué temas. Se podría decir,
siguiendo el razonamiento de la conocida feminista, que gran parte de la
izquierda es hoy atlantista.
Polarización
sí, pero asimétrica, dirigida y organizada desde la derecha. El ejemplo de
Georgia Meloni sirve para profundizar en nuestro razonamiento. Habría que leer
la prensa y seguir los noticiarios que alertaban dramáticamente de la llegada
de los neofascistas al gobierno de Italia. Esa alarma ya ha desaparecido. Como dicen
prestigiosos analistas, la extrema derecha italiana está siendo ya domesticada
y acepta los consensos básicos del sistema:
- a) Un férreo alineamiento con la política exterior norteamericana y
sus prioridades estratégicas dirigidas a la derrota de China. La guerra en
Ucrania es solo el principio, forma parte de una política de fuerza
(diplomacia coercitivo-militar) que disciplina a la Unión Europea, limita
significativamente el poder alemán y, lo fundamental, desindustrializa una
península que los europeos consideran un continente.
- b) Fortalecimiento y expansión de la OTAN y defensa intransigente de
una alianza estrecha con la administración norteamericana. Las clases
políticas, en sus diferentes versiones, están de acuerdo en suprimir
cualquier veleidad de autonomía estratégica de la UE; en estrechar los
vínculos tecnológicos y productivos con industria militar, espacial y ciberespacial
norteamericana y, decisivo, en fortalecer las relaciones comerciales con
los EEU en momentos donde la gran potencia en declive pone en marcha
políticas agresivamente proteccionistas, financia masivamente a sus
industrias y rompe -selectivamente y en proceso- el mercado mundial.
Charles Tilly diría que hay que pagar ahora el “coste de protección”
adeudado al “amigo” norteamericano.
- c) El proceso de integración europea no es cuestionado; más bien sale
reforzado por su lado más duro: imposición sin fisuras del modelo
económico ordo liberal, democracias limitadas y devaluación de la
soberanía popular. Conforme avanza la guerra en Ucrania, el eje de
gravedad del poder de la Unión va girando hacia el Este, superando en los
hechos el eje franco alemán. La vieja/nueva Europa de la que hablaba
Donald Rumsfeld reclama su protagonismo en estrecha alianza con EEUU e
impulsando la guerra en el marco de una cruzada contra la cultura
eslavo-ortodoxa.
- d) La variante española de este consenso es el principio monárquico y,
derivadamente, el constitucionalismo. No merece mucho la pena intentar
explicar unos temas que forman parte de un discurso público trufado de
mentiras, opacidades y de supuestos inconfesables en torno a una monarquía
corrupta y siempre subalterna a las grandes potencias. La monarquía
española es algo más que una forma de gobierno. La crisis territorial
ligada al secesionismo catalán puso de manifiesto los rasgos del
“soberano” decisor de la constitución material del régimen del 78 (el
discurso del Rey del 3 de octubre del 17 lo hizo visible con toda su
potencia). La restauración se convierte de nuevo en “cuestión de Estado” y
define la fase política.
Sánchez se ha
movido en este terreno con una pericia envidiable. El objetivo era protagonizar
la nueva fase, neutralizar el conflicto político-social que cuestionaba o podía
cuestionar a los poderes existente y volver a ganar apoyo en las clases
populares y en las capas medias. La táctica ha sido vivir al día y sacar
partido a los errores de los demás. Principios, pocos pero flexibles; mover las
piezas y jugársela en cada movimiento. El PSOE será el eje de recomposición de
la nueva fase. Las cosas han cambiado tanto y el mundo es tan otro que Felipe
González y Alfonso Guerra no aciertan a entender que Pedro Sánchez intenta
hacer lo que ellos hicieron en un
contexto más
difícil donde -es bueno recordarlo- Podemos amenazaba su supremacía y se
entraba en una crisis de régimen.
La polarización
es el gran aliado del gobierno, precisamente porque es, a su modo y forma,
verdad. La polarización organizada por la derecha e ideada por los medios hace
que cada medida del gobierno se percibida como munición revolucionaria y un
progresivo acercamiento al conflicto civil. Viendo y escuchando a sus voces
protegidas, se diría que estamos ante un golpe de Estado contra la Constitución
y la monarquía en pleno desarrollo. ¿Funciona este discurso? Si nos atenemos a
las encuestas últimas o a las elecciones andaluzas parece que sí, que medio
país está dispuesto a votar al PP o a Vox.
Como decía
Bourdieu, la emergencia de la extrema derecha francesa cambió el mapa político
y el discurso público y, lo más significativo, tiró hacia la derecha el
sistema. ¿Qué significo tirar hacia la derecha el debate público? Pillar a
contra pie a una izquierda que había roto con el nexo entre soberanía nacional,
democracia plebeya-jacobina e independencia nacional, y poder concretar un
nuevo discurso nacionalista y republicano creíble. La mayoría de la izquierda,
incluida la más radical, compró el discurso globalista-europeísta de los
poderes angloamericanos y empezó a defender a las nuevas capas medias y sus
debates identitarios engarzados a un feminismo y a un ecologismo de importación
desligados del conflicto de clases y de la emancipación social.
Vox -y todas
las extremas derechas, incluida la neonazi ucraniana- ha venido para quedarse
con este formato o con otro. Su dilema, cambiar el PP o ser su alternativa, lo
están dirimiendo los hechos. Los intelectuales que se definen a sí mismos como
progresistas suelen presentar a Abascal y a su gente como una anormalidad del
sistema, como algo anacrónico e incomprensible. Son incapaces de entender que
la extrema derecha está relacionada con esta modernidad tardía, con la
desintegración de nuestras sociedades y con una globalización en crisis. Hay
muchos espacios-tiempo en nuestras dislocadas formaciones sociales y más que se
van creando en el universo mediático e (i)real. La “nueva normalidad” post
Covid, la normalización acelerada de la guerra en Ucrania, obliga a una nueva
lectura de una realidad que no deja espacio para la izquierda y que hace de la
contrarrevolución una perspectiva razonable para las mayorías. Eso es, a mi
juicio, lo que hay detrás de tanta palabrería hueca, de tantas soflamas
insulsas de un mundo que cambia aceleradamente y que cuestiona el orden
internacional basado en las normas impuestas por la gran potencia anglosajona.
Sánchez juega,
insisto, al día y saca partido de cada crisis. Su directriz básica es cumplir
con los grandes consensos, ser más pro norteamericano que nadie y polarizarse
con las derechas. Nada a su izquierda y quedar bien con los que mandan y no se
presentan a las elecciones. El gobernar con Unidas Podemos fue, al final, una
buena idea, sobre todo una vez que Iglesias se fue y le permitió navegar entre
sus dos alas. Si nos fijamos con cierto detenimiento, Sánchez sabe sacarle
partido hasta a las divergencias con y dentro de UP. Su búsqueda permanente de
la centralidad del tablero político le permite hacer de mediador y de hacerse
valer reconociendo lo bueno y lo menos malo de su izquierda.
Llamar a lo que
hace este gobierno “keynesianismo militar” es una exageración y una apropiación
indebida de un término que en un plano más general calificó Joan Robinson de
“keynesianismo bastardo”. No, el sistema no da para eso, sirve para apuntalar
nuestra industria militar, negociar con la UE y ser alguien en una OTAN que
cada vez manda más y que gira y gira a la derecha. Lo importante es combinar
los mayores presupuestos militares con el incremento del gasto social; mejorar
el salario mínimo y, a la vez, incrementar la compra de artefactos
militares
provenientes de los EEUU; implementar una moderada (y estimable) reforma
laboral y aliarse sin fisuras con las políticas de la OTAN en Ucrania y más
allá. Quizás se ha ido demasiado lejos con Marruecos; todo sea por la mejor
causa de la política energética y de quedar bien de verdad con nuestro aliado
fraternal. Menos más que todo se ha quedado en la cuestión saharaui y no se ha
entrado en lo fundamental; a saber, que España se subordina a las políticas que
harán de Marruecos el Estado guardián de los intereses del Occidente colectivo
en África.
Llegamos a
Sumar. Esperamos que no sea dividir o restar y que se mantenga los mimbres de
lo que hoy se es. A estas alturas Sumar Plus no es mucho más que una buena idea
que el tiempo ha hecho envejecer rápidamente. No entraré, no los conozco bien,
en los dimes y diretes de un mundo al que parece que no llega el sol y que se
queda en el duro frio de este corto invierno. La vicepresidenta no llega a las
autonómicas y municipales, y nos dice que pronto nos enseñará su proyecto de
país. Es una buena noticia. Mucha gente ha trabajado en él y el equipo de
síntesis parece solvente. Sabremos de qué discutir.
Había dos
posibilidades: propiciar un proceso a la ofensiva buscando ampliar espacios o
quedarse en lo mínimo evitando riesgos y negociar con lo que hay. Al final se
ha impuesto, en los hechos, esta última. De aquí a mayo habrá dos dinámicas
entremezcladas: Sumar y su mundo, y Unidas Podemos en sus múltiples
singularidades haciendo política, movilizando a una base social sin mucho pulso
e intentando no perder en unas elecciones decisivas para las gentes y, sobre
todo, para revitalizar una alicaída organización. Es, permítaseme, una versión
castiza del deber ser soñado y del ser real del
mundo de las personas de carne y hueso.
Lo importante
es conseguir la unidad en las mejores condiciones posibles. No será fácil. Se
requiere inteligencia y un programa que unifique voluntades y expectativas.
Existe el riesgo de que Pedro Sánchez acabe convocando elecciones generales
junto con las municipales y autonómicas. Los que saben de estas cosas dicen que
no. Ya se verá. ¿Qué haría falta? Lo primero, hacer una evaluación seria del
gobierno de coalición, sus éxitos y fracasos, sus aciertos y errores. En
segundo lugar, habría que definirse sobre las mutaciones que están ocurriendo
en el sistema mundo capitalista, sus desafíos y dilemas para una izquierda que
quiera seguir siéndolo. Lo tercero, concretar un programa fuertemente autónomo
de UP. La clave, hay que insistir sobre ello, impugnar los consensos básicos
que unifican a las derechas con el PSOE y concretar una alternativa de país.
Cuarto, aprovechar el carácter molecular de estas elecciones para impulsar la
auto organización social, candidaturas plurales y fortalecer el tejido unitario
por abajo. En quinto lugar, crear la conciencia de que a las derechas
unificadas solo se les puede ganar desde la izquierda, fortaleciendo a UP. En
sexto lugar, salir de las ambigüedades de la guerra en Ucrania defendiendo un
proceso veraz de paz que contemple la seguridad real que busca Rusia y los
intereses del pueblo ucraniano. Como decía recientemente Oscar Lafontaine, la
principal tarea de Europa es poner fin a la tutela que EEUU, a través de la
OTAN, ejerce sobre nuestros Estados y pueblos.
Fuente: Nortes.
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