Democracia y manipulación de
la opinión pública
Por Raúl Zibechi
Rebelion
| 25/02/2023 |
Fuentes: La Jornada
La forma más adecuada para garantizar la estabilidad gubernamental ha sido,
hasta ahora, la democracia controlada o democracia de baja intensidad.
Un sistema que
consigue la estabilidad a través de la desinformación que promueven los medios
de comunicación monopolizados, que se está revelando como más eficiente que las
dictaduras.
Un estudio
realizado por científicos con grupos de peces, cuyos resultados estiman pueden
extrapolarse a las sociedades humanas, fue publicado en la revista Science en 2011,
bajo el título Individuos desinformados promueven el consenso democrático en
grupos animales (https://bit.ly/3SrWoqB).
La
investigación concluye que para contrarrestar la influencia de una minoría
obstinada, la presencia de individuos desinformados inhibe espontáneamente este
proceso, devolviendo el control a la mayoría numérica.
El trabajo
insiste en la importancia de lo que denomina las personas desinformadas en la
toma de decisiones, cuyo resultado sería democrático porque sencillamente son
mayoría.
En este punto,
los científicos parecen influidos por el concepto de democracia de las clases
dominantes, que la reducen al papel de la mayoría en la elección de sus
representantes. El problema, en nuestras sociedades, es que esas mayorías son
creadas por la manipulación de la información, tarea que recae en lo grandes
medios de comunicación monopolizados por pequeños grupos de empresarios
altamente concentrados.
Aunque el
trabajo es bastante más extenso que los párrafos citados, que lo sintetizan,
debe retenerse la importancia de la desinformación o, si se prefiere, de la
confusión que son capaces de crear para distorsionar las percepciones de la
población, empujada a apoyar a menudo opciones que van en contra de sus
intereses. Pero también para paralizar su capacidad de reacción con un
auténtico bombardeo, tarea que recae particularmente en los medios
audiovisuales, sobre todo la televisión, el segmento de la comunicación más
concentrado e impermeable al disenso.
Ejemplos
abundan: desde la desinformación sobre las causas de la pandemia del covid-19,
con sobreinformación sobre el murciélago en un mercado chino como causa,
ocultando el comprobado papel de la deforestación para cultivos industriales,
hasta las causas de la guerra en Ucrania. Rechazar la invasión de Rusia no debe
ir de la mano de la negación de la existencia de un golpe de Estado en Kiev en
2014, ni el cierre de 217 medios en Ucrania durante el primer año de la guerra,
mientras se acreditaron 12 mil periodistas locales y extranjeros para cubrirla,
según informa Reporteros Sin Fronteras (https://bit.ly/3lZhhNm).
Tampoco se
encuentran en los medios occidentales informes sobre el nazismo en Ucrania, ni
acerca de la guerra de Arabia Saudita contra Yemen, con su corolario de
muertes, hambrunas y desastre humanitario. No se considera invasión la
presencia de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Siria, y así en muchos
otros casos.
Ni qué hablar
del sabotaje estadunidense al gasoducto Nordstream, Seymour Hersh, quien
elaboró un pormenorizado informe sobre cómo fue destruido, será silenciado y
vilipendiado, como acaba de asegurar Noam Chomsky (https://bit.ly/3m0xZME).
Lo cierto es
que la desinformación juega un papel relevante en el sostenimiento del orden
sistémico occidental, sector del mundo que controla los principales medios que
llegan a la población. Como señala una reciente cobertura de El Salto: los mejores
contenidos periodísticos pueden no tener ninguna consecuencia, porque el poder
y los medios a su servicio los ignoran (https://bit.ly/3IHe0vc).
Es evidente que
la democracia no existe en los medios. Ese control casi absoluto ha conseguido
algo que décadas atrás parecía imposible: erradicar el conflicto de la
percepción del público. Los más brutales crímenes pueden pasar desapercibidos
si los medios se empeñan en ello.
Cuando este
control mediático se desborda, porque la realidad resulta demasiado evidente,
como en Perú en los últimos 70 días, ahí está la policía, el golpe de Estado
permanente, para reventar las protestas.
A mi modo de
ver, esta realidad tiene dos consecuencias mayores.
La primera es
que no tiene mucho sentido luchar por la opinión pública, ni competir con los
medios del sistema, algo que los pueblos que luchan nunca conseguirán. Se trata
de crear medios propios, sin duda, pero no para competir por la opinión de las
mayorías, sino para consolidar nuestro campo, a los pueblos en movimiento y a
todos y todas aquellas que los acompañan. No es algo menor.
La segunda es
la convicción de que no existe algo llamado democracia, si es que alguna vez
existió. Desde el momento en que las opiniones y las voluntades de las personas
son moldeadas y manipuladas por gigantescas maquinarias que escapan a cualquier
control que no sea el de las clases dominantes, entrar en el juego electoral no
tiene futuro.
Construir abajo
y a la izquierda, parece el único camino emancipatorio posible.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2023/02/24/opinion/017a1pol
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