La vida política española está poblada de consensos: sobre el
alineamiento con la OTAN, nuestra subalternidad de la UE, el sistema económico
neoliberal… Unos consensos en el que participan también fuerzas de la izquierda
desnortada y olvidadiza de nuestro tiempo.
Sombras chinas
El Viejo Topo
19 enero, 2023
La política
convertida en un teatro de sombras chinas. Un espectáculo fascinante que
produce ilusiones ópticas al interponer las manos u otros objetos entre una
fuente de luz y la superficie de una pared o pantalla. Ocurre siempre en las
crisis históricas: la distancia entre el palacio y la calle se agranda cada día
y la España oficial trata de reflejar su verdad en los muros de la caverna
platónica. No es fácil, no lo está siendo y no lo será en el futuro. El signo
de los tiempos es lo que Ignacio Ramonet denomina en su último libro una
«desconfianza epistémica» hacia la versión de la realidad propuesta por los
medios de comunicación, las élites políticas e incluso el mundo académico. La
pérdida de credibilidad del periodismo sólo es la punta del iceberg de un
proceso más profundo que apunta a una desconfianza radical de la ciudadanía con
respecto a las instituciones. Una actitud que nace de un creciente malestar
social, de la inseguridad provocada por el neoliberalismo y, hay que decirlo,
de décadas de mentiras y groseras manipulaciones de la opinión pública.
Sombras chinas.
Lo fundamental no es la polarización, sino el consenso. Un consenso férreo,
amplio y casi inexpugnable que se asienta sobre tres pilares esenciales: la
pertenencia a la OTAN y la subordinación a la estrategia militar de EEUU; la
aceptación del neoliberalismo como constitución material en el marco de una
Unión Europea (UE) profundamente antisocial y antidemocrática; y la defensa de
la monarquía, de su continuidad e inviolabilidad, como piedra angular del
sistema político. OTAN, UE y monarquía, una tríada que garantiza el dominio de
los poderes económicos, de los grandes medios y de una clase política que trata
de rehacerse después de las tribulaciones de la última década. Normalmente el
consenso permanece oculto por efecto del juego de sombras, pero a veces se
manifiesta con toda crudeza y salta a las portadas, como ocurrió el pasado 6 de
enero durante la celebración de la Pascua Militar con los discursos de Felipe VI y la
ministra de Defensa, Margarita Robles.
Las políticas sociales desplegadas durante el año pasado han amortiguado las consecuencias de la guerra y de las sanciones económicas impuestas a Rusia. Cada medida –conviene subrayarlo– es el resultado de una dura pugna en el seno del Gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, y, sin duda, la mayoría no se habrían producido sin la presión de esta fuerza política. Ahora bien, hay una contradicción latente y no resuelta entre la sensibilidad social que la presencia de Podemos imprime a las coaliciones de Gobierno en España y en la Comunitat Valenciana, y la subordinación de Pedro Sánchez a la política exterior norteamericana. Se trata de un viejo problema que aparece siempre en tiempos de guerra: los intentos de compaginar el esfuerzo bélico con políticas sociales están condenados al fracaso, porque es la guerra la que determina la agenda económica. Recordemos que los programas sociales impulsados por el presidente Johnson con el nombre de «Gran Sociedad» trataban de paliar las tensiones provocadas por la guerra de Vietnam en términos de aumento del gasto militar y deterioro del poder adquisitivo de la población. Por supuesto, sin éxito. Deberíamos aprender de la historia.
Juego de
sombras. La polarización inunda la vida política y proyecta sus figuras
teatrales sobre el escenario. Es, desde luego, una polarización asimétrica, en
el sentido de que está impulsada por las fuerzas reaccionarias con un objetivo
inmediato: convertir medidas moderadas y prudentes en acciones revolucionarias
a los ojos de muchas personas, desplazando a la derecha el debate público y
disuadiendo al Gobierno de emprender políticas más ambiciosas. Pero hay algo
más. La polarización es también una estrategia que oculta y disimula el
consenso sobre la tríada que sustenta nuestro sistema político: la estrategia
de la OTAN, la hegemonía del neoliberalismo europeo y la defensa de la
monarquía como forma político-constitucional. Un perímetro sustancial que garantiza
un poder omnímodo a la oligarquía y más allá del cual no son posibles los
cambios. Una frontera política que posibilita a la derecha el control de la
agenda pública e impide que emerja un debate de fondo sobre las cuestiones
determinantes para la convivencia y la vida diaria en el país.
Se trata,
insisto, de un consenso amplio, que en Europa engloba a figuras tan dispares
como Pedro Sánchez o Giorgia Meloni bajo los parámetros de la OTAN y de la UE.
En España abarca a Vox, al PP, al PSOE y a Cs, y alcanza, me temo, a algunos
sectores de la izquierda alternativa y del movimiento sindical. Es un consenso
férreo, rocoso y profundamente arraigado en nuestra clase política. Tanto que,
antes de que lo surgiera Podemos, sólo hubo un dirigente que se atrevió a cuestionarlo,
Julio Anguita, que se enfrentó duramente a la OTAN, criticó el proceso de
integración europea y formuló una propuesta inequívocamente republicana. Hoy
sabemos que se adelantó a su tiempo y que, en cierta medida, su proyecto noble
y digno remaba contra la historia. Había desaparecido la URSS, y lo que venía
eran décadas de un dominio abrumador por parte de EEUU desde el punto de vista
político, económico y militar. Un mundo unipolar sometido a los dictados del
hegemón norteamericano. Quienes se enfrentaron al maestro cordobés, incluso
desde sus propias filas, apostaban a caballo ganador, y eso, debemos
reconocerlo, siempre ha tenido importancia en política.
Hoy, como ayer,
el dilema estratégico se resume en una disyuntiva: alternancia o alternativa.
Alternar en el marco de los consensos actuales o erigirse en alternativa a los
mismos. Hay, sin embargo, una diferencia importante con respecto a la década de
los 90. El mundo está cambiando sus bases geopolíticas y es ya nítidamente
multipolar, plural, diverso, policéntrico. Un mundo nuevo que no acepta el
dominio de EEUU y que ha sido construido sobre las ruinas del llamado
neoliberalismo. Una nueva economía política en la que el peso de Eurasia será
determinante y que hará dudar a las potencias europeas, especialmente a
Alemania. De hecho, ya está ocurriendo. Los consensos existentes en España
corresponden a un mundo acabado que habita en los páramos del pasado.
Defenderlos significa ir contra la historia y, en el caso de la izquierda,
prepararse para una derrota que será estrepitosa. Ahora más que nunca,
necesitamos un discurso autónomo, fuertemente unitario y orientado hacia la
construcción de una alternativa socialista, democrática y republicana. Una
alternativa internacionalista que defienda una Europa confederal y no alineada
en la dinámica de bloques que está surgiendo en el mundo. Un proyecto, en
definitiva, que reme a favor de la historia.
Fuente: Otras miradas.
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