Nos preguntamos: ¿quién gobierna realmente el mundo? ¿Cuáles
son los mecanismos que permiten a los poderosos aunar criterios y coordinar sus
acciones? Aquí presentamos la tercera parte de un artículo que trata de
responder a esas preguntas.
¿Quién gobierna en el mundo?
Parte III
El Viejo Topo
30 enero, 2023
En las partes anteriores de este trabajo hemos intentado esbozar un mapa de los detentadores del poder en el mundo, o mejor dicho, en Occidente y en la parte del planeta ligada a él. Hablando de la alianza estratégica entre los señores del dinero (finanzas) y los maestros de las tecnologías afines a las nuevas ciencias, hemos abordado el tema de las herramientas que utilizan para afirmar y perpetuar su poder. El horizonte es el de la privatización de todo, la exclusión de la dimensión pública y comunitaria y los gobiernos reducidos a gendarmes de servicio. El capitalismo financiero se ha convertido en una biocracia sin alternativa (las siglas TINA, no hay alternativa) en sinergia con la tecnocracia informática y electrónica.
El instrumento
más antiguo de perpetuación del poder –mediante la cooptación de los elementos
considerados más fiables– es la masonería. Fundada en 1717, rodeada de un
aura de secretismo, ha tenido a lo largo del tiempo entre sus miembros y
directivos a gran parte de las élites europeas y occidentales. Más allá
del juicio sobre las ideas que propugna y de la banalización conspirativa que
considera al Gran Oriente como la cloaca de todo mal, las logias masónicas –con
su estructura supranacional cuyo centro es la anglosfera– ejercen un fuerte
poder de influencia, pero sobre todo son un lugar privilegiado para reunirse y
tomar decisiones. Siguen siendo uno de los foros privilegiados para
debatir, diseñar escenarios, tomar decisiones, la cuenca en la que seleccionar
personalidades destinadas a cubrir roles directivos en los ámbitos político,
cultural, económico, financiero.
Sin embargo, la
masonería también es un poder derivado, que no podría ejercer el papel que le
corresponde sino dentro del marco del sistema que hemos descrito. En
términos marxistas, es un elemento de la «superestructura» (Ueberbau),
el conjunto de fenómenos ideológicos, culturales y espirituales que
corresponden a la base material y económica de la vida social. De esta
base o estructura, la superestructura es un reflejo, pero no un mero
producto. La estructura (struktur) es la economía, es decir,
las fuerzas productivas (hombres, medios, modos) y, en conjunto, las relaciones
jurídicas de propiedad. Sin embargo, Marx no pudo analizar completamente
el papel superordinado de las finanzas, que luego jugaron un papel central en
la revolución bolchevique y controlaron el banco central soviético durante
mucho tiempo.
Hemos recordado
que poco podrían hacer los señores del mundo si no tuvieran a su servicio el
aparato militar, de vigilancia e información de los estados en los que ejercen
dominio. Esto es aún más cierto dado que la privatización general ha
golpeado a las grandes organizaciones internacionales. De hecho, el pulpo
financiero no sólo es dominus de sujetos como el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional (productos del sistema de poder
surgido de la Segunda Guerra Mundial), sino que de hecho se ha apoderado de
organizaciones transnacionales.
Hay que
reiterarlo: la mano que da es superior a la que recibe. Incluso la ONU, es
decir, el lugar de reunión de los estados teóricamente soberanos, está
infiltrada, a través de la financiación y la burocracia gobernante, por
potentados privados. Una entidad como la Unesco, la rama de las Naciones
Unidas que se ocupa de la educación, la ciencia y la cultura, está controlada
por hombres de la oligarquía. El primer presidente e ideólogo de la Unesco
fue Julian Huxley, eugenista, sobrino de Thomas, conocido como el sabueso de
Darwin, y hermano de Aldous, autor de novelas distópicas como Un mundo
feliz, todos miembros de una familia aristocrática británica muy
influyente.
La OMS
(Organización Mundial de la Salud) cuenta con una importante financiación
privada, entre la que destacan la Fundación Bill Gates y GAVI. Esta última
es una organización que incluye países y el sector privado, como la Fundación
Bill & Melinda Gates, fabricantes de vacunas tanto de países desarrollados
como en vías de desarrollo, institutos de investigación especializados,
sociedad civil y organizaciones internacionales como la OMS, UNICEF y el Banco
Mundial. (fuente: Representación Permanente de Italia ante la
ONU). Un círculo vicioso: las ramas del Dominio se pertenecen y se cruzan,
como sus líderes. El trienio que (quizás) se cierra, el de la pandemia, ha
demostrado el inmenso poder de la OMS y de los “institutos de investigación
especializados”, la definición mojigata de las Big Pharma, las multinacionales
que tienen en sus manos, a través de medicamentos y vacunas, la salud y la
vida de miles de millones de personas. La gestión de la pandemia también
ha puesto de manifiesto la existencia de laboratorios científicos
confidenciales en los que se tratan virus y bacterias, reforzándolos (“ganancia
de función”) para –dicen– combatirlos.
Power cuenta
con un floreciente sector químico que ha transformado toda la cadena agrícola
en un protectorado dependiente de productos industriales: pesticidas,
herbicidas y semillas transgénicas (OGM) sin los cuales la producción
colapsaría. Es el reino de Bayer-Monsanto, Dreyfus, Basf, Corteva,
Syngenta, protegido por estrictas patentes. La propiedad de estos gigantes
está en manos del grupo habitual de gigantes multinacionales.
Otra pieza de
poder son las grandes ONG (no gubernamentales, es decir, privadas), una especie
de intervención puntual con una máscara filantrópica al servicio del
Dominio. Entre ellos, Médicos Sin Fronteras, Oxfam, Amnistía Internacional
y varios otros, un verdadero parterre des rois del Nuevo Orden
Mundial. El rasgo común de estas asociaciones –cuyos méritos humanitarios
hay que reconocer en cualquier caso– es que comparten la ideología
liberal-progresista de las élites occidentales y que están financiadas por otro
pilar del sistema transnacional, las fundaciones privadas.
Favorecidos por
un sistema fiscal que los hace casi inmunes a los impuestos, son la alcancía de
las familias numerosas y multimillonarios, especialmente
estadounidenses. Las más conocidas son la OSF (Open Society Foundation) de
George Soros, el financiero húngaro-estadounidense de origen judío (¡que en su
temprana juventud trabajó para quienes confiscaban bienes a sus
correligionarios!) y la Fundación Bill y Melinda Gates. No menos ricas son
las fundaciones vinculadas a las familias Ford, Rockefeller, Carnegie y otras
más recónditas. Mueven miles de millones de dólares cada año para diversas
causas, y son considerados por la narrativa oficial como bastiones de la
filantropía.
Solo la OSF, a
la que Soros ha donado al menos treinta mil millones de dólares a lo largo del
tiempo, distribuye más de mil millones de dólares cada año a ONG, asociaciones,
partidos, grupos, individuos, universidades que comparten la ideología
oligárquica dominante, la masa del liberalismo económico, libertarismo social,
materialismo y consumismo. En Italia, el viejo partido radical, Più Europa
y asociaciones afines se destacan entre los beneficiarios, con Emma Bonino,
directora de la OSF, en el centro.
El Dominio,
para reproducir el consenso, necesita controlar, es decir, poseer y financiar,
un inmenso aparato de información, propaganda, comunicación, entretenimiento y
cultura. Guy Debord explicó que la nuestra es una «sociedad del
espectáculo», entendida como una «relación social entre individuos mediada por
imágenes, una visión del mundo que se ha objetivado». El espectáculo es
tanto el medio como el fin del modo de producción actual. La gran mayoría
de nosotros no somos más que un sujeto pasivo frente a las pantallas de
televisión, cine, teléfono inteligente y computadora, que se
han convertido en una parte integral de nuestra personalidad e incluso de
nuestra fisicalidad.
Hay cuatro o
cinco de las grandes agencias de noticias que difunden –u ocultan– las noticias
que nos llegan en tiempo real, propiedad de maestros universales. El
oligopolio del todopoderoso. ¿Seguimos creyendo en el mito del ciudadano
libre que se forma opiniones? El sistema de farándula y entretenimiento
está al alcance de unos pocos sujetos –también en gran medida asentados en
América o en la anglosfera– que fabrican e imponen la visión del mundo, los
valores de referencia, los mitos, las opiniones.
Proponemos un
juego: observemos durante unos minutos una película de hace treinta o cuarenta
años y una de producción reciente. La diferencia de contenidos,
principios, lenguajes, iconografía, ideas y comportamientos mostrados en
negativo o positivo, es abismal. El mismo es el resultado de una encuesta
diacrónica de la publicidad. Sin embargo, los maestros son los mismos:
todos conocemos a Walt Disney, Warner, los «grandes» de la industria
musical. Habiendo ganado la guerra con las otras ideologías de la modernidad,
ahora pueden desplegar en beneficio del neocapitalismo globalista todo el
potencial de construir el ciudadano unisex de talla única, nómada, esclavo del
consumo y los deseos, el individuo vacío, a quien se le quita toda raíz moral,
espiritual, comunitaria, familiar.
Durante un
siglo, las ciencias cognitivas –psicología, neurología, psicoanálisis– se han
utilizado para orientar gustos, determinar elecciones, transmitir ideas o, más
bien, para «persuadir». Uno de los precursores fue Edward Bernays, sobrino
de Freud, teórico de la propaganda, inventor de técnicas para manipular la
opinión pública. A Bernays le debemos la afirmación según la cual “la
manipulación consciente e inteligente de las costumbres y opiniones de las
masas es un aspecto importante de la sociedad democrática. Tal
manipulación representa una herramienta eficaz a través de la cual los hombres
inteligentes pueden luchar por fines productivos y ayudar a poner orden en
medio del caos». Eso es poner a prueba las conciencias bajo el manto de la
ficción democrática.
Vance Packard
habló de «persuasores ocultos»: otros tiempos. Hoy el poder ya no necesita
esconderse y se muestra, se luce, como en las reuniones del Foro Económico
Mundial. Naturalmente, el escaparate no es la tienda: el tomador de
decisiones permanece tras bambalinas, la dirección en la cúspide de la pirámide
–el aparato financiero-tecnológico– y, un piso más abajo, los cuerpos
reservados, los «think tanks» de las élites, asociaciones como Bilderberg, la
Mesa Redonda, los líderes de la masonería y asociaciones elitistas cuyo modelo
es la British Royal Society, Chatham House, Fabian Society.
La importancia
que asumen las redes sociales con miles de millones de usuarios es el acierto
perfecto de un sistema que ha convencido a la mayoría de ser libre y abierto,
pero que por el contrario –además de comprar y vender los datos de todos y cada
uno– ha organizó una censura privatizada sin precedentes. En el pasado, la
censura era prerrogativa de soberanos y estados, hoy está externalizada a las
redes sociales. Y se convierte en autocensura, por miedo y
conformismo.
El éxito de
esta acción de reconfiguración cognitiva, lingüística y conductual es
fundamental. Para ello se ha organizado una de las operaciones de lavado
de cerebro más gigantescas de la historia, una auténtica guerra cuyo objetivo
es nuestra mente. El mapa cognitivo de cientos de millones de personas
está siendo modificado mediante la creación, difusión e imposición de una
neolengua «políticamente correcta», es decir, que obedece a cánones inducidos
desde arriba, «correctos» en la medida en que se modifican para corresponder al
criterio del bien y del mal querido por el poder.
Quien determina
no sólo lo que es correcto pensar, sino incluso con qué palabras expresarlo,
prohibiendo términos y conceptos e imponiendo otros, es el dueño de nuestro
foro interior. Bertrand Russell, un intelectual y aristócrata británico,
predijo que el uso adecuado (desde el punto de vista de la élite) de las
disciplinas psicológicas convencería a la gente de que «la nieve es
negra». La Universidad Americana de Stanford ha elaborado un glosario de
lenguaje «dañino» y los términos correctos a utilizar, contraviniendo lo que se
convierte en «discurso de odio», el desconcertante crimen mental posmoderno.
La guerra de
las palabras, es decir, de los significados, también se ha ganado con la ayuda
de sistemas jurídicos que legalizan o ilegalizan las palabras, los conceptos y
los pensamientos y niegan la existencia de una ley natural. Nosotros
mismos, mientras escribimos, nos estamos sometiendo a la Neolengua. Las
etapas sucesivas del proyecto son la inversión de los hábitos alimentarios
humanos (una inversión antropológica y biológica) y la abolición de la
propiedad privada generalizada. El ataque neofeudal a la casa y al coche
representa la anulación insidiosa de más de dos milenios de civilización
jurídica romana.
Todo debe ser
de su propiedad, incluidos los seres humanos. Cancelación: de la
civilización, de los derechos, de las palabras, de la libertad, de la humanidad
El desenlace es una nueva esclavitud en la que los derechos de la persona
–orgullo de nuestra civilización– son aniquilados en favor de una oligarquía
que aterroriza por métodos, fines, maldad, odio a la criatura humana. No
se puede decir nada malo de ellos: Señora, este es el catálogo, dijo el criado
Leporello a la pobre doña Elvira, enumerando las «conquistas» de Don Giovanni.
Fuente: EreticaMente.
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