Europa
está siendo, y lo será más en el futuro, la gran perdedora –tras Ucrania– en el
conflicto ruso-ucraniano. Liderada por una clase política asombrosamente inepta
y arrodillada ante el “amigo americano” conduce paulatinamente a los europeos a
una crisis de gran calado.
La fractura de Europa
El Viejo Topo
21 enero, 2023
A medida que la
Vieja Europa se desliza hacia una grave recesión económica y aumentan las
protestas, la UE puede tener poca o ninguna influencia en el resultado final. O
bien lo determinará Moscú, o bien lo acordarán Moscú y Washington, todo porque
la UE ha permitido que los fanáticos rusófobos les guíen en su política.
Oriente Próximo
pronto se enfrentará a una Europa fracturada, lo que impondrá nuevos dilemas a
la región, además de tener que sortear a los grupos de política exterior que se
disputan en Washington la primacía sobre la política rusa.
En Estados
Unidos, la pugna es a tres bandas: Los «halcones» extremos, como el senador
Graham, frente al bando realista, con el Dr. Kissinger en algún punto
intermedio. En
Europa también hay fracturas. Pero son estructuralmente diferentes.
Para entender
la fractura europea, tenemos que volver a la Conferencia de la OTAN de Bucarest
de 2008. Este fue el infame evento en el que se abrió la puerta de la OTAN a la
adhesión de Ucrania y Georgia.
La cuestión
aquí es que fue el momento en el que la «UE occidental» abdicó del control de
la política exterior de la UE sobre Eurasia en favor de la «UE oriental»
(permitiendo a los «rusófobos» orientales «manejar todo el cotarro de la UE»).
La estructura de poder de la UE cambió, en primer lugar bajo la presión del
«centroeuropeísmo» de Madeleine Albright y posteriormente de forma gradual con
la manipulación del Departamento de Estado del bloque rusófobo de la UE y sus
aliados en el Partido Verde alemán y la Comisión.
Hay pocos
indicios de que el bloque occidental pueda recuperar pronto su liderazgo frente
a los «maximalistas» de la guerra de Ucrania, por varias razones: en primer
lugar, los líderes occidentales de la UE han dicho retrospectivamente (por
ejemplo, Merkel en la entrevista de Zeit) que se oponían a la
Declaración de Bucarest. Sin embargo, se mantuvieron SILENCIOSOS en su
oposición, ante el creciente radicalismo que emanaba de los «maximalistas»
ucranianos. El público occidental comprende cada vez mejor este error
estratégico.
En otras palabras,
los grandes actores de la UE «se cruzaron de brazos» primero cuando se hizo la
Declaración de Bucarest y de nuevo cuando el presidente Poroshenko y los
maximalistas de la UE presionaron para que el Acuerdo de Minsk fuera tratado
como un engaño, en el que sus disposiciones serían explícitamente ignoradas, a
favor de la sigilosa «OTANización» y el entrenamiento y reequipamiento de los
militares ucranianos por parte de la OTAN, con la intención explícita de
fortalecer a Ucrania antes de la próxima ronda de confrontación militar en
Donbass.
Esta laguna
silenciosa se volvió tóxica para el «bloque» occidental porque convirtió a la
UE en rehén de la mentira de que Ucrania es un Estado unitario, cuya ambición
natural de soberanía (como convertirse en miembro de la UE o de la OTAN) está
siendo cruelmente reprimida por Rusia. Seguir con esta «línea» de Washington,
simplemente borró la realidad del conflicto de Ucrania, lo eliminó de cualquier
consideración y lo sustituyó por una fantasía.
Ucrania es un
hervidero de pueblos que se han formado en distintas épocas y a lo largo de
diferentes extensiones de tierra y que desprecian mutuamente su propia versión
de la historia. Las partes se niegan a tolerar la visión de futuro de la otra y
tienen raíces lingüísticas, culturales y étnicas diferentes. Los «ucranianos»
llevan en guerra civil «caliente» al menos desde 1941.
En este
sentido, Ucrania es tan complicada como Irlanda y, por experiencia propia,
afirmo que no existe una solución «milagrosa» para Irlanda como tampoco la hay
para Ucrania.
Dicho
claramente, el bloque occidental de la UE una vez más «se quedó de brazos
cruzados mientras la narrativa de Victoria Neuland se extendía, dejando que
«líderes» como Macron y Scholz soltaran perogrulladas sobre el alto el fuego y
permanecieran en SILENCIO sobre la realidad de que algo tan serio como los
acuerdos de Minsk era precisamente la forma de abordar una cuestión compleja de
bloques adversarios
incrustados
dentro del Estado.
En su lugar, el
«bloque» occidental optó por declaraciones superficiales sobre la retirada
total de Rusia. ¿Acaso estos líderes de la UE no comprenden (aunque sólo sea
por la experiencia de Irlanda) el odio visceral y las represalias que se
derivarían de su ingenuidad en el alto el fuego? (A los occidentales que viven
en sociedades estables y razonablemente prósperas a menudo les cuesta asimilar
los odios profundamente arraigados que pululan en sociedades tan conflictivas.
En Irlanda, los recuerdos de injusticias de hace cientos de años se sienten como
si hubieran ocurrido, pero ayer).
¿Por qué
fracturará esto a la UE? Bueno, la UE ya tiene graves fisuras, la mayor de las
cuales es la «construcción» de la moneda euro, que estableció un «campo de
juego» infravalorado para los «frugales» norteños (fanáticos de la economía
austera) y otro «campo de juego» sobrevalorado para los «despilfarradores»
sureños, lo que provocó que sus industrias fueran robadas por el norte.
Ambas
narrativas son simplistas, pero subyacen a la división económica norte-sur y,
hasta cierto punto, coinciden con la línea divisoria entre la «cocina»
tradicionalista y la posmoderna.
Pero esta nueva
línea divisoria -los maximalistas radicales ucranianos frente a la Vieja
Europa- eclipsará y desplazará a estas viejas divisiones.
En pocas palabras,
los radicales ucranianos (alentados por Blinken y otros) han atado a la UE a
una política de constante escalada militar, una escalada que durará «lo que
haga falta» y que, según las perspectivas actuales, puede ser más de lo que la
Vieja Europa y sus dirigentes puedan soportar políticamente en la próxima
recesión. No es de extrañar que se agiten impotentes.
Esa «línea»
política se traduce en «sanciones eternas» a Rusia; una guerra en Europa con la
latencia de ampliarse peligrosamente; y las subsiguientes contribuciones
financieras mastodónticas de la UE para Ucrania, que se extienden hacia un
futuro indefinido.
Aquí está la clave: los Estados del Este pueden deleitarse en su radicalismo hacia Rusia, mientras que la Vieja Europa «se va al infierno en una carretilla de mano» económicamente. Con su solvencia financiera cada vez más cuestionada y su sistema crediticio sometido a un escrutinio como nunca antes, la vieja Europa se está convirtiendo en el «enfermo de Europa», en lugar de en su «papaíto» del cheque
azul.
La visión
optimista en Bruselas es que, «a pesar de su falta de enviados legítimos y de
su debilidad militar, la UE tendrá un peso considerable en cualquier
negociación porque es la potencia económica que pagará la reconstrucción de
Ucrania y será el árbitro de cualquier proceso por el que Ucrania se incorpore
al mercado único de la UE, a la unión aduanera o incluso a la propia UE».
¿Está
justificado este optimismo? No. Para empezar, está supeditado a predicados que
distan mucho de estar asegurados. ¿Habrá un resultado claro? El sistema
eléctrico ucraniano se tambalea al borde del colapso estructural. La economía
ucraniana está al límite y la capacidad de Kiev para enviar más fuerzas
militares ucranianas a Bajmut y mantener allí sus posiciones también está «al
límite».
Todo lo
relacionado con el conflicto está al límite. Tal vez Rusia decida dejar que
Ucrania se «cueza» en el límite durante un tiempo hasta que, posiblemente, su
maquinaria de guerra se detenga y los volantes dejen de girar y se silencien.
¿Pagar? Sin
duda, la UE… ¡y mucho! Sin embargo, a medida que la Vieja Europa se desliza
hacia una grave recesión económica y aumentan las protestas, la UE puede tener
poca o ninguna influencia en el resultado final. Lo determinará Moscú o lo
acordarán Moscú y Washington. No existe absolutamente ningún líder europeo con
el peso suficiente para impresionar tanto a Moscú como a Washington,
conjuntamente.
Sin embargo, la
clase dirigente de la UE vive su fantasía panglossiana sobre su propia
importancia en
los asuntos. Dmitri Medvédev escribió el domingo que, para Rusia, no habrá
restablecimiento de relaciones normales con Occidente durante años o incluso
décadas: «A partir de ahora prescindiremos de ellos hasta que una nueva
generación de políticos sensatos llegue al poder allí».
¿Hasta qué
punto es grave esta división? Pongámoslo así: un influyente número de miembros
de la UE -respaldados por Washington- quiere hacer polvo al ejército ruso. Este
sector de la UE es arrogante y disfruta ejerciendo una primacía dentro de
Bruselas, que lleva el imprimátur de Washington.
Por el
contrario, una vieja Europa desesperada ve que no puede cambiar radicalmente de
rumbo sin que se produzca un estallido en la Unión que amenace su integridad.
Pero si siguiera «cruzada de brazos» en silencio, se sentaría a contemplar cómo
el corazón industrial de la Vieja Europa se convierte en un desierto y
observaría que son sus futuros políticos los que están siendo «reducidos a
polvo» por los fanáticos ucranianos.
La UE también
está al borde del abismo.
Fuente: https://english.almayadeen.net/articles/analysis/the-fracturing-of-europe
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