Hoy
recordamos a Paco, diez años después de que nos abandonara. Hoy, también se le
recuerda en los actos que en su memoria, bajo el título “Acción y cambio.
Pensando con Paco Fernández Buey a los 10 años de su muerte” se llevan a cabo
en la Univ. Pompeu Fabra de Barcelona
Hegemonía
El Viejo Topo
24 noviembre, 2022
Hegemonía es un término utilizado constantemente en las discusiones políticas y
en el ámbito de la teoría política. Pero en estas discusiones no siempre se
precisa bien el concepto al que se hace referencia con la palabra, ni cuando se
dice que tal partido o clase social aspira a la hegemonía, ni cuando se critica
a los que dicen aspirar a ella.
En principio,
la palabra tiene una connotación militar. La hegemonía alude al predominio y
liderazgo del hegemon, del conductor o guía militar, del que va a
la cabeza. Y, por extensión, se suele identificar la hegemonía con el primado
de un estado sobre otros en las relaciones internacionales o con la dominación
de una clase o grupo social sobre otros en el interior de las naciones. Así, se
habla habitualmente de la hegemonía militar de una nación en tal o cual período
histórico, de la hegemonía (en sentido amplio) de los Estados Unidos de
Norteamérica en el actual concierto de las naciones, de la hegemonía de la
burguesía en el capitalismo o de la hegemonía de tal o cual partido político a
tenor de los resultados electorales en las democracias representativas. Todos
estos usos de la palabra hegemonía connotan la idea de superioridad material
sobre otros, primacía, primado, preeminencia o dominio. Y en los estados
modernos y contemporáneos está idea conlleva la idea de coerción por la fuerza,
en última instancia militar, aunque no siempre y necesariamente militar.
En la tradición
socialista que cuaja en el siglo XX la palabra hegemonía se ha
seguido usando en la misma acepción. La mayoría de los teóricos
social-comunistas del siglo XX ha empleado la palabra para referirse a la
inversión del tipo de dominación existente bajo el capitalismo, al cambio de
signo social y político del poder. Así se ha podido decir que las revoluciones
del siglo XX han cambiado (o han aspirado a cambiar) el signo de la hegemonía
social anteriormente existente. La mayoría de los teóricos social-comunistas ha
mantenido que el proletariado aspira a la hegemonía, entendiendo por ello que
pretende ocupar el lugar social, económico y político que anteriormente ocupaba
la burguesía. Y ha pensado, por tanto, que la hegemonía sólo cambia de signo
cuando la nueva clase, la clase subalterna, ha tomado el poder y puede ejercer
la dominación sobre las otras clases sociales. Hegemonía sigue implicando,
según esto, coerción estatal en el orden nuevo, sólo que con el signo social
invertido: donde antes mandaba el capital mandará el trabajo; donde mandaban
los capitalistas mandarán los obreros. Hegemonizar es mandar; y el mandar, con
lo que tiene de coerción, es algo necesario mientras la sociedad esté dividida
en clases sociales.
Este imperativo
del hegemonizar como mandar continúa dándose incluso después de la revolución y
de la toma del poder por la clase (o las clases) subalterna(s). Por una razón
muy sencilla, a saber: porque una clase social subalterna puede conquistar el
poder político y no tener todavía el poder económico, el cual, como se sabe,
suele ser un prerrequisito básico del poder militar. Como existe evidencia
histórica suficiente de que no hay clase social dominante que renuncie a sus
privilegios sin resistencia, incluso después de haber sido derrotada por la
revolución o en las urnas, es razonable pensar que la hegemonía así entendida,
como mandar (incluida la hegemonía militar), continúa siendo un asunto clave
todavía después de que la hegemonía social y política haya cambiado de signo,
en lo que se suele llamar período de transición. Esta es la base,
argumentalmente razonable, de lo que Marx primero y Lenin después llamaron
dictadura del proletariado (o dictadura “democrática” del proletariado).
Con las
expresiones “dictadura del proletariado” y “dictadura democrática del
proletariado” se pretende subrayar el vínculo necesario entre la idea de
hegemonía como supremacía y la idea de coerción en una sociedad todavía
dividida. Durante muchas décadas los teóricos social-comunistas han preferido
estas otras expresiones al concepto mismo de hegemonía para llamar la atención
sobre tres cosas: 1ª Que, independientemente de la forma política del mandar,
lo que realmente existía en las sociedades capitalistas era una dictadura de
clase; 2º Que lo que vendría, en una sociedad que hubiera cambiado el signo
social del mandar, sería todavía una dictadura porque en ella habría estado y
el estado implica siempre coerción social y política; y 3º Que esta dictadura
alternativa tendría una forma sociopolítica más democrática que todas las
democracias realmente existentes por el hecho elemental de que representaría el
interés de la inmensa mayoría de la población (la suma de los de abajo, de los
proletarios y campesinos de entonces).
De hecho, la
mayoría de los teóricos social-comunistas estuvieron convencidos, por lo menos
hasta los años cincuenta del siglo XX, de que aquello que ellos llamaban
dictadura (o dictadura democrática) iba a ser una ampliación de la democracia
representativa hasta entonces conocida (en Suiza, en Inglaterra, en EE.UU. de
Norteamérica, etc.). Para entender esto en su contexto histórico hay que tener
en cuenta que hasta 1919 el sufragio estuvo limitado en la mayoría de los
países europeos y que, hablando con propiedad, lo que hoy llamamos reglas
básicas de la democracia o eran desconocidas o no regían entonces. Basta con
recordar a este respecto que antes de que la primera constitución soviética
reconociera en Rusia el derecho de voto a las mujeres sólo siete países en el
mundo lo habían hecho; y que estos siete países (Nueva Zelanda, Australia,
Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia y Holanda) contaban poco en el
concierto imperialista de la época.
Hay, sin
embargo, una excepción interesantísima en el uso del concepto de hegemonía en
la tradición social-comunista. Esa excepción es Antonio Gramsci. En los Cuadernos
de la cárcel el concepto gramsciano de hegemonía se opone
a la idea de dominio. Gramsci distingue entre dirigir y dominar, entre una
clase que dirige a otras persuadiendo y una clase que basa el mandar en la
coerción y la dominación. De esta manera amplía el concepto de hegemonía más
allá del ámbito militar, económico y político.
El concepto
gramsciano de hegemonía incluye el primado o preeminencia cultural e
intelectual en la formación económico-social o bloque histórico de que se
trate. La hegemonía no se reduce, por tanto, al ordeno y mando, a la fuerza
(económica y militar), sino que presupone el consenso social y, en
consecuencia, la capacidad que una clase o grupo tiene para dirigir
intelectualmente, y de forma sostenida, al conjunto de la sociedad. Esto quiere
decir que la hegemonía efectiva, en el sentido de Gramsci, complementa fuerza y
consenso y que la dirección a la que se aspira en la sociedad no es sólo
político-económica sino también cultural, moral-intelectual. El papel de los
intelectuales, de la subjetividad y de la conciencia se convierte así en un
elemento clave para la conformación de la hegemonía. La lucha cultural, la
batalla de las ideas, la organización de los intelectuales y la conformación
colectiva de la propia concepción del mundo, de las creencias y de las
ideologías, cobran así una relevancia que no tenían en otros teóricos
contemporáneos de la hegemonía.
Este concepto
gramsciano de hegemonía vale sobre todo para sociedades complejas, en las
cuales el papel de las instituciones de la sociedad civil mediatiza y limita la
coerción del estado en que finalmente cristaliza el dominio de una clase
social. Fue pensado, obviamente, para diferenciar la situación existente en la
Rusia prerrevolucionaria (donde el estado lo era todo) de la situación de los
países de la Europa occidental (donde hay muchas casamatas en las que se
combate durante décadas en términos culturales e ideológicos para conquistar el
primado intelectual). Hegemonía es, antes que nada, primado moral y civil
derivado de una reforma moral e intelectual en la que jugarán un papel
sustancial los intelectuales que, como educadores y persuasores, contribuyen a
crear una nueva tradición, la socialista. La supremacía social, o sea, la
hegemonía en el sentido tradicional, dependerá de hasta qué punto haya calado
en la sociedad este otro primado moral e intelectual.
Fuente: Escrito no fechado. Usado por el autor en la presentación en
Córdoba, 5/XI/2002, de Leyendo a Gramsci (El Viejo Topo,
2001; traducido por Brill y publicado con el título Reading Gramsci).
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