Habrá quien no
quiera verlo, pero existe un malestar democrático profundo que explica –al
menos en parte– determinados resultados electorales. De eso, y de democracia,
se habla aquí. Y se acuña un término que puede tener recorrido: “demonazismos”.
La ciudadanía democrática adulta desea cogobierno
desde la sociedad civil
EL Viejo Topo
30 septiembre, 2022
Rafael
Díaz-Salazar es profesor de Sociología y Relaciones Internacionales en la
Universidad Complutense y profesor invitado en universidades de Brasil, México
y El Salvador. Con motivo de una conferencia en el Foro Gogoa de Pamplona sobre
la reanimación de la política, Isidoro Parra lo ha entrevistado
¿Qué nos está pasando con la política, Rafael?
Está bastante
desfallecida. Lo afirmo con dolor, porque desde la adolescencia la vivo con
mucha intensidad. Sin una buena acción política no podemos impulsar los cambios
sociales y ecológicos que son necesarios. Hay que reanimar la política a través
de la reconstrucción de la democracia y para ello hay que analizar el malestar
democrático.
¿A qué se refiere con esa expresión de “malestar democrático”?
Antes de
explicarlo, quiero hacer un elogio de la democracia como un estado antagónico a
la dictadura. Quienes vivimos en el franquismo, hemos gozado mucho con la
democracia a pesar de sus imperfecciones y carencias. Lo que sucede es que la
democracia actual tiene gravísimas enfermedades que no son percibidas por las
élites políticas y mediáticas enredadas en disputas que ya no interesan a casi
nadie. El 15-M fue una gran expresión del malestar democrático. No se deseaba
un régimen autoritario de izquierda, sino una democracia radical. En las
acampadas y manifestaciones del 15-M se proclamaba “Lo llaman democracia y no
lo es”.
El papa
Francisco en el primer Encuentro Mundial de Movimientos Populares afirmó que
las democracias actuales “están secuestradas”. ¿Por quiénes?, pues por los
poderes económicos, mediáticos y empresariales que actúan para que las
democracias reproduzcan la acumulación de capital y los privilegios sociales
que tienen lugar en países democráticos y no cambien las relaciones de
explotación y exclusión social. Por eso, este papa ha dicho que sin otra lógica
económica distinta a la del capitalismo imperante -“una economía que mata”,
según él- la democracia no dará prioridad a los problemas de quienes más
sufren la injusticia.
Un factor
desencadenante del desfallecimiento de la política es la experiencia de amplios
sectores sociales de que la democracia es buena para las libertades civiles,
pero no es capaz de cambiar sustancialmente las condiciones materiales de vida
de quienes sufren precariedad social y laboral. Perciben que la democracia
refuerza a quienes viven bien. En los últimos años creció la esperanza del “sí
se puede”; sin embargo, ahora predomina el “no se puede”. Esto explica el voto
de clases populares a partidos de derecha y el crecimiento de la abstención en
las elecciones.
Me parece observar que piensa que éste es un fenómeno que está sucediendo
en muchos países.
Así es. El
malestar democrático explica el crecimiento de la abstención y la desafección
política, especialmente de los jóvenes, el precariado y las personas que
habitan en barrios con empobrecimiento y exclusión social. En las últimas
elecciones legislativas en Francia, la abstención ha sido del 53%. No ha votado
ni la mitad de la población. Los mapas de la abstención por barrios y pueblos
en diversos países muestran que los empobrecidos y los jóvenes precarizados no
votan. Quienes sufren exclusión social se sienten a años luz de la política
imperante. Estamos en un momento de una democracia de muy baja intensidad y
necesitamos una democracia de alta intensidad.
¿Hay hueco para la esperanza?
Sí. En la
sociedad civil hay sectores sociales que tienen una pulsión democrática radical
grande. Lo que sucede es que existe una profunda escisión entre los
profesionales de la política, las instituciones de la “democracia establecida”,
según la expresión de Aranguren, y esos sectores. Es significativo que el papa
Francisco haya afirmado que los movimientos sociales populares son quienes
mejor pueden revitalizar las democracias. Necesitamos nuevas relaciones entre
instituciones, partidos y movimientos para reanimar la política.
Por otro lado,
la esperanza nunca se debe basar en el optimismo. Me considero un pesimista con
esperanza. La fuente de la esperanza nace de las causas sociales por las que
merece comprometer la vida más allá de los éxitos o fracasos. La lucha por la
dignidad de los humillados y ofendidos, utilizando el lenguaje de Dostoievski,
nos debería vacunar contra el pesimismo que lleva a la inacción. También
deberíamos nutrirnos con las religiones de liberación o las cosmovisiones ateas
centradas en la esperanza en medio de las noches oscuras de la historia.
En la conferencia en el Foro GOGOA se ha referido a diferentes formas de
concebir la democracia. ¿Cuáles son?
He hablado de
tres: la democracia delegada, la democracia conflictual y la democracia
participativa. Estos tres modelos deberían ser complementarios, pero nos hemos
quedado en el modelo más débil que es la democracia delegada, hasta el punto de
que llegamos a creer que es la única existente.
La democracia
delegada se basa en libertades cívicas básicas como la libertad de
expresión, de asociación, de manifestación y la separación de poderes. La gente
la identifica sobre todo con el voto a candidatos de partidos en periodos
electorales. Una vez elegidos diputados y senadores, delegamos en ellos nuestra
voluntad política y renunciamos a un activismo político, salvo críticas o
apoyos puntuales. Frente a este comportamiento propio de un infantilismo
político, la ciudadanía democrática adulta desea cogobierno y autogobierno
desde la sociedad civil. No existe innovación política e institucional para dar
cauce a este anhelo de democracia radical. Esto provoca una fuerte frustración
política.
Frente a este
modelo, propugno la democracia conflictual. Parto del hecho de
que la riqueza, el poder y el prestigio son los tres factores que determinan la
estratificación social. A lo largo de la historia y en la actualidad suelen
estar concentrados en grupos minoritarios de la sociedad. La democracia, si es
fiel a su etimología de “demos” (pueblo) y “kratos” (gobierno), ha de impulsar un
poder/gobierno de las clases y grupos sociales que tienen menos poder, menos
riqueza y menos prestigio. La democracia ha de ser, ante todo, un sistema de
máxima distribución del poder, la riqueza y el prestigio. Cuanto más repartido
y socializado está el poder, hay más democracia. Cuanto más concentrado el
poder, menos democracia, aunque haya sufragio universal y parlamentos. Cuanto
más concentrada está la riqueza, menos democracia. Cuanto más distribuida, más
democracia.
Este proceso
democrático de desempoderar y desenriquecer a unos para empoderar y enriquecer
a otros genera inexorablemente conflicto social y grupos de presión para
impedirlo o impulsarlo. Considero que sin multiplicar conflictos sociales no
violentos, es imposible una democracia distribuidora de los bienes anhelados
para instaurar el máximo de justicia y libertad entendida como avance de la “no
dominación”.
Acceder al
Gobierno del Estado, aunque sea por mayoría absoluta, no significa en modo
alguno tener el poder. Los poderes más determinantes están fuera de los
Parlamentos. Los gobiernos suelen renunciar a someterlos al gobierno del
pueblo.
Me he referido
también en la conferencia a la democracia participativa, concebida
como democracia multidimensional.
¿Puede explicarnos esta concepción?
Desde mi punto
de vista, la democracia de alta intensidad tiene cinco dimensiones. Ha de ser
institucional, económica, laboral, social y cultural. Si sólo se limita a la
política institucional, es una democracia amputada.
Ahora bien, la
democracia multidimensional requiere que la mayor parte de las personas de un
país estén dispuestas a participar social y políticamente para construir
democracia expansiva de alta intensidad desde la sociedad civil. El gran
problema que tenemos en las democracias no es la ausencia de programas de
transformación, sino la falta de sujetos sociales que los apoyen.
La democracia
política participativa necesita la constitución de asambleas ciudadanas
sectoriales como ámbitos de elaboración política programática. A través de
estas asambleas se debe impulsar un proceso de escucha por parte de los
partidos políticos e ir al establecimiento de “programas contrato” para
asegurar que lo prometido en las campañas se cumple. Tenemos que impulsar
mítines de ciudadanos organizados a políticos profesionales.
Me parece que
si aspiramos a crear una política basada en la interacción permanente entre
instituciones del Estado y movimientos de la sociedad civil, como proponía
Gramsci, necesitamos establecer relaciones entre asambleas o plataformas ciudadanas
sectoriales y comisiones parlamentarias.
Pienso que para
impulsar la democracia política participativa tenemos que aprender mucho de los
referéndum democráticos periódicos que se realizan en Suiza. Ahora bien, ¿hay
suficientes ciudadanos dispuestos a tener este comportamientopolítico? No
seamos cínicos responsabilizando exclusivamente a partidos y diputados de los
males de la democracia y del desfallecimiento de la política.
La democracia
política ha de impulsar la democracia económica. Si las personas no
experimentan el “demos-kratos” (el gobierno del pueblo) en la vida cotidiana y
en las transformaciones de las condiciones materiales y culturales de
existencia, seguirá creciendo la desafección política.
¿Qué necesitamos para ir construyendo democracia económica?
Impulsar la
justicia fiscal y perseguir el fraude en este ámbito con la creación de un
potente CNI (Centro Nacional de Inteligencia) contra delitos financieros.
Instaurar una
banca pública estatal y bancos públicos autonómicos para apoyar la inversión
para el empleo e impedir los abusos de la banca privada.
Nacionalizar
los sectores productivos estratégicos, especialmente en el sector de las
energías. La pobreza energética es la mayor negación de la democracia.
Acabar con la
obscena brecha salarial mediante el establecimiento de sueldos suelo y sueldos
techo.
En una
democracia de alta intensidad las leyes dependen de decisiones sobre a qué
sectores empoderar y enriquecer y a cuáles desempoderar y desenriquecer. De
nuevo, lo inevitable de la democracia conflictual no violenta.
Aprendamos de Gandhi.
¿Qué propone para impulsar la democracia laboral?
En este ámbito
hay que distinguir entre parados, trabajadores precarizados y trabajadores con
condiciones de trabajo decente. También entre empresas estatales, empresas
privadas y empresas de economía social solidaria.
Una justa
relación entre democracia y trabajo requiere impulsar la renta básica de
ciudadanía y una nueva formación activa para el empleo. El papa Francisco
defiende el salario universal garantizado. Necesitamos reforzar el modelo de economía
social solidaria. Respecto al precariado, lo fundamental es una nueva
acción sindical en este sector. Hay que cambiar radicalmente el actual modelo
de sindicalismo.
El gobierno del
pueblo, eso es la democracia, sobre el destino de las plusvalías empresariales
es imprescindible. No podemos permitir que prosiga la libertad neoliberal que
convierte a los trabajadores en mercancías que se pueden comprar o dejar de
comprar en función de las expectativas de beneficios. El destino común de los
bienes ha de tener prioridad sobre la propiedad privada. Soy cristiano y
provengo de la tradición evangélica de los bienes en común.
Tengo muy claro
que las plusvalías se han de destinar a la creación de empleos. Este principio
debería incorporarse a la actualización de la Constitución.
La cogestión en
las empresas es un requisito para la democracia laboral.
Me parece que
el objetivo por el que hemos de luchar es trabajar menos para trabajar todos
para vivir mejor con menos a escala planetaria.
¿Nos puede decir algo sobre lo que ha llamado democracia social?
Voy a destacar
el desafío fundamental que tiene que asumir este tipo de democracia: la
vivienda. Es terrible que se haya interiorizado como algo natural que el precio
de la vivienda lo determine el mercado, que las grandes empresas constructoras
influyan más en la política de vivienda que los ciudadanos que necesitan
viviendas a precios decentes. El yugo que el acceso a la vivienda soportan
muchas personas, especialmente jóvenes, deslegitima la democracia.
La vivienda es
un bien social básico que debe ser garantizado por los poderes públicos
desempoderando y desenriqueciendo a quienes han hecho de la vivienda un negocio
millonario. Insisto: fuera la vivienda de las leyes de hierro del mercado
inmobiliario.
¿También ha hablado de la democracia cultural?
Me parece
fundamental. Para impulsarla tenemos que enfrentarnos a la pobreza escolar como
factor decisivo de reproducción de la desigualdad. Como afirma Cáritas en sus
informes FOESSA, la pobreza es algo que se hereda, especialmente cuando los
hijos de los empobrecidos sufren el fracaso escolar. Se requiere una
discriminación positiva para una inversión muy fuerte en recursos humanos y
económicos para impulsar la democracia cultural en la educación. Las Comunidades
de Aprendizaje nos muestran cómo revertir la situación a la que me
refiero.
Los poderes
imperantes suministran mucho opio del pueblo que ya no es religioso. Esto
debilita el empoderamiento de los sectores populares. Tenemos que reinventar
las Universidades Populares, multiplicar educadores sociales y animadores
culturales que impulsen una cultura emancipadora en barrios y pueblos. Sin
fábricas de ciudadanía es imposible la democracia participativa.
Quiero llamar
la atención sobre los males, muchas veces imperceptibles, de la obesidad
audiovisual y digital que nos está enfermando, aunque millones gocen con ella.
Hay un reto importante: ¿cómo generar una contracultura contra el imperialismo
digital? La democracia está perdida si sigue creciendo el homo
digitalis. Permítame que sea una voz que grita en el desierto y alerta
fundamentándose en neurocientíficos y pensadores políticos. Más vale que
acabemos con la ideología de los nativos digitales, que es una estupidez
antieducativa, y criemos nativos ecologistas.
Para construir
democracia de alta intensidad, tenemos que superar las relaciones virtuales y
reforzar las conversaciones democráticas presenciales para constituir asambleas
ciudadanas.
Rafael, ¿quiere transmitir algo más?
Quisiera
plantear brevemente dos temas: si no impulsamos desde un nuevo
internacionalismo una democracia global social y económica, nos convertiremos
en habitantes de lo que denomino “demonazismos”. La respuesta occidental a las
migraciones ayuda a comprender este término. Vivimos en democracias en países
que son islas de bienestar rodeadas de océanos de pobreza. Sólo deseamos a los
migrantes que puedan cubrir los puestos de trabajo que rechazan nuestros
conciudadanos. Para el resto, aplicamos políticas represivas militaristas.
Estamos ante nuevas formas de exterminio que generan nuevos campos de
concentración en África, Asia y América Latina.
El segundo tema
es el ecológico. No nos dejemos engañar por el capitalismo verde que requiere
un extractivismo nocivo en los países del Sur. Vayamos pensando en una
transición a un ecologismo postcapitalista.
Entrevista
realizada por Isidoro Parra, Foro Gogoa
Fuente: https://forogogoa.org
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