Cuando se afirma que lo que está detrás del Ferrerasgate
explica la no victoria electoral de Podemos se dice algo cierto. Lo importante
es que sin perder más tiempo del necesario, saquemos las lecciones de lo que ha
sucedido.
Sobre el Ferrerasgate,
lecciones tardías
El Viejo Topo
20 julio, 2022
A quien haya
seguido en estos años la actitud de los grupos mediáticos hacia el 15M y más
tarde hacia Podemos no les puede sorprender nada de lo que queda patente en
las grabaciones de
Villarejo y Ferreras. Sin embargo, leídas y escuchadas en estos días, tienen
algo de corona o corolario brillante de toda una fase política española, que en
estas semanas entra en una encrucijada decisiva y que además depende de la
evolución del régimen de guerra que se ha instaurado en Europa y Rusia. Hay que
recordar quién grabó los audios: el propio Villarejo, lo que viene a demostrar
que, con el tiempo, es imposible guardar un secreto de Estado, porque siempre
hay alguien que se reserva pruebas para no terminar de chivo expiatorio. Pasó
con los GAL, pasó con el emérito, y pasa ahora con la respuesta del Estado al
desafío que supuso la irrupción de Podemos.
Por cierto: que
solo la respuesta del Estado ampliado al referéndum del 1 de octubre de 2017 es
suficiente para levantar acta de que vivimos en una democracia que solo sirve
para quienes no quieren cambiar la estructura oligárquica del poder y del
reparto de la riqueza y la propiedad en Hispania desde… desde hace más de un
siglo. Porque si a algo me recuerdan las voces omnipresentes de Villarejo y sus
secuaces, mandos policiales, periodistas, políticos, es a una España
invariante, que se remonta como mínimo a la Restauración canovista. Lo
valleinclanesco no ha cambiado, la idea y la práctica patrimoniales del Estado
español—por lo demás completamente normales y ajustadas a la realidad de las
relaciones de y del poder de clase— no ha hecho más que aumentar, salvo el
paréntesis de la Segunda República y luego de la Transición, con el inevitable
reparto patrimonial, desigual e inestable, que estructura el régimen autonómico
del Estado, siempre en crisis. Son las voces chabacanas, zafias, soeces,
sórdidas, confiadas, que en cada una de sus inflexiones, timbres, dejes,
estilos e idiolectos condensan cientos de miles de páginas sobre la naturaleza
de la forma estado española. Villarejo es ya, pero lo será más con el tiempo,
un signo condensador, un epítome de una democracia concedida, garantista los
lunes y autoritaria el resto de la semana, modernizadora a todas horas pero
fundada en el privilegio de clase y religioso en la educación, que no superó
nunca el impacto del neoliberalismo sobre el sistema de pesos y contrapesos que
hubiera podido servir para estirar una interpretación más progresiva de la
Constitución. En esa medida, y a fortiori, la figura de Villarejo es la prueba
de cargo contra la ilusión eurocomunista y socialdemócrata de una
interpretación garantista, laborista y socializante de la Carta Magna.
Políticamente,
hay algo más importante que la limpieza del nombre de Podemos en el
Ferrerasgate, y consiste en el siguiente problema: si la demostración del
carácter no democrático de la mayoría aplastante de la forma estado española
ampliada (que incluye a los grupos mediáticos y a “cosas” de la sociedad civil
como fútbol, baloncesto, industrias culturales) ha de servir para reformular
una estrategia de cambio antioligárquico, es decir, inevitablemente
republicana. Dicho de otra manera: si lo que se llama Sumar va a levantar acta
de que entre lawfare y mediafare lo que
funciona es una dictadura de intensidad variable dependiendo del cariz político
y de la carga antioligárquica de una fuerza política. Y si levanta acta de
ello, lo va a hacer para desafiarlo o para resignarse y asumir los límites del
sistema de pluralismo político limitado español en fase de restricción casi
dictatorial. Si eso no se produce, entonces, salvando las distancias, esto se
parece más a una denuncia de Amnistía Internacional a pocos días de la
ejecución de un condenado, se reduce a una victoria ética pagada con la vida.
Como me parece
muy probable que Sumar no levante acta de nada de esto, sino que piense que
todo se debe a una cuestión de talante y de estilo de comunicación, porque
“Podemos daba un miedo innecesario” para la verdadera entidad de sus
propuestas, entonces la revelación queda ahí: como un dato precioso para
honrilla de los perdedores del ciclo Podemos. Dicho de otra manera: si esto y
el régimen de guerra, por solo mencionar dos conjuntos de datos fundamentales,
no hacen que al menos Podemos, principal afectado, se pregunte en serio si el
repertorio basado en la “comunicación política” (es decir, intervenciones
parlamentarias-tertulias-redes sociales) es suficiente para que avance social y
organizativamente, a la par que electoralmente, un proyecto antioligárquico
(republicano). Y, si lo hace, apunte entonces a ampliar un repertorio que ya no
solo pasa por ahí, sino por una relación nueva, agonista y no antagonista,
simbiótica y no extractiva, con la política de la multitud (es decir, con las
formas en sistema red como el 15M, con las luchas de migrantes y refugiadas,
con el feminismo no blanco, con el exceso revolucionario de las formas de vida
LGTBQI, con el sindicalismo social y laboral por la renta básica, la
vivienda, el agua, la electricidad y el aire de los nuevos parias, con la
desobediencia civil contra el cambio climático, con colectivos y autonomías
varias que nunca van a entrar en un partido…), con todas las dificultades que
supone.
Si no lo hace,
entonces lo que estamos viviendo es, a sabiendas o no, un experimento de
laboratorio de destrucción de prácticamente veinte años de acumulación de
experiencias, saberes y fuerzas útiles desde el movimiento contra la
globalización capitalista, al movimiento contra la guerra de Irak, al 15M y a
la revuelta feminista de 2018 y sucesivos. Un experimento confinado además al
laboratorio de los partidos anclados al parlamentarismo mediático, porque si
una no se mide con la verdad de los datos, se aísla en una probeta de ilusiones
funestas. Se encamina así a un 2023 entendido como última orilla para
supervivientes políticos de un ciclo. Supervivientes que lo serán porque han
tenido suerte y/o maña en la eliminación de competidores a plena luz del día,
porque no hay para todos en la balsa antes de avistar costa. El derrotismo
generalizado que domina esta fase —y que se deja ver también en la sobredosis
de ternura propia de una unidad de desahuciados clínico— indica que unas
prefieren la honrilla de las víctimas del régimen y pasar a ex combatientes
desde el margen izquierdo mediático, igualmente precario y sometidos a los
vaivenes del empresario “majo” de turno; otros ya solo piensan en morir matando
a los competidores y otros ya han decidido que estarán a toda costa dentro del
nuevo perímetro del sistema de pluralismo limitado por motivos “de tipo
personal” que se suman al realismo ramplón del “al menos haremos algo”.
Agenciar la
verdad políticamente es el verdadero problema aquí. ¿Cuáles están siendo las
reacciones? Quienes tienen mucho incierto que ganar pero bastante cierto que
perder quedan paralizados y sumidos en la honrilla y el derrotismo de aceptar
la situación. Quienes tienen poco que perder ya en este ciclo y mucho que ganar
no tienen ya fuerzas ni medios de producción política autónoma en condiciones.
Quienes solo tienen mucho que perder y, desde su punto de vista, nada que ganar
en un proceso de radicalización social y política de una mayoría hecha de
minorías que se componen (que a su juicio es negativo e indeseable, porque no
hay nada fuera del régimen que no sea una regresión a algo peor), son quienes,
por omisión, pereza, miedo, oportunismo y cinismo recibirán los laureles
enmohecidos de una victoria pírrica: haber sobrevivido parlamentariamente al
final de la democracia conflictiva en Hispania, testigos impotentes y cómplices
de un largo periodo de desgracia y tragedia para la emancipación de la
humanidad oprimida y explotada en esta provincia y allende sus fronteras.
No es casual
que el tema de “los medios” ocupe el centro de la escena. El fascista Carl
Schmitt decía que la representación (parlamentaria) es la “presencia de una
ausencia” (la del “pueblo”, que a su juicio solo puede expresarse directamente
a través del caudillo o Führer). La interpretación no fascista de esa
afirmación nos dice que en las democracias parlamentarias de la propiedad la
ausencia del pueblo se suple con la presencia mediática, mediada, controlada,
desfigurada, manipulada, ocultada siempre por un sucedáneo o un doble
aberrante. El pueblo mediático “habla” con los partidos y sus representantes a
través de los “grupos de comunicación”. Ese circuito es inexpugnable so pena de
crisis política mayor. Pero no vale el victimismo, ni el derrotismo. Cuando se
afirma que lo que está detrás del Ferrerasgate explica la no victoria electoral
de Podemos se dice algo cierto, pero ello no implica que, como era inevitable
esa reacción de la forma estado ampliada, al fin y al cabo la victoria de
Podemos era imposible. Curioso victimismo y curioso derrotismo. Es necesario
salir del laberinto circular de la autonomía de lo político (y de lo
comunicativo) y atender al proceso real: nada hubiera sido posible sin la
creación por la multitud del 15M de una autonomía de la comunicación, de un
medio de producción comunicativa autónomo, todo lo temporal que se quiera, pero
de eficacia devastadora. Un medio de comunicación de la multitud de nodos
emisores y productores distribuidos en red, con adversarios claros y
compartidos: políticos del sistema, banqueros y medios vendidos y
manipuladores. La autonomía de la comunicación del 15M obligó al sistema de
medios a cambiar de táctica: hacer dinero publicitario politizando las
parrillas y empezar el proceso de selección de personajes y elites
controlables. La mejor parte de Podemos empieza años antes, con el trabajo de
comunicación minoritaria de Pablo Iglesias en La Tuerka y
demás, con su aparición en los medios que necesitaban a toda costa algo de
realidad y que pugnaban por el share en la nueva realidad política del país.
Pero es evidente que se subestimó la capacidad del Estado ampliado. Lo
importante es que hoy mismo, sin perder más tiempo que el necesario, saquemos
las lecciones de lo que ha sucedido. Y estas no pasan por el victimismo,
correlativo de la denuncia del “estado profundo”. Habrá tiempo de escribir
sobre esa noción que se ha instalado en el discurso de Podemos y no solo, y que
es un préstamo de la derecha trumpista, que lo utilizó contra los intentos de
procesamiento del ex presidente estadounidense. En pocas palabras: el “estado
profundo” es el estado a secas, democrático o no, en toda su extensión y en su
naturaleza fundamentalmente ajurídica, basada en la excepción que funda la
norma y la capacidad de saltársela cuando conviene. Hablar de “estado profundo”
no ayuda a comprender el carácter relacional y estratégico del estado, su
carácter de centro de gravedad y de condensación de relaciones de fuerzas
siempre desiguales entre las clases y los grupos de una sociedad capitalista,
pero al menos es un buen expediente para explicar las derrotas y alimentar la
compasión victimista. Lo mismo sucede con la denuncia del poder mediático. Se
denuncia lo obvio: que en una sociedad capitalista oligárquica solo puede haber
medios de comunicación oligárquicos, y que solo un movimiento popular plural y
poderoso puede usar ingenio, masividad y cooperación de los muchos para hacer
un contrapoder mediático eficaz, como lo tuvo en su momento el movimiento
obrero organizado y sus sindicatos y partidos, o con grandes invenciones
tecnopolíticas y comunicativas como las que produjo el citado 15M. En cierto
modo, parece como si a la creencia en la autonomía de lo político se sumara la
creencia en la autonomía de lo comunicativo, en la posibilidad de que, más allá
de acuerdos tácticos y provisionales, haya corporaciones mediáticas que
pudieran garantizar el apoyo a un proceso popular republicano que terminaría
inevitablemente mermando su poder económico, financiero y político. Estaríamos
sacando las lecciones equivocadas, perseverando en el error.
Sin embargo,
siempre queda un cabo suelto. Siempre hay un glitch en
el spanish game. Mucha suerte a las gamers atentas.
Fuente: El Salto.
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