Tal día como hoy en 1932 moría en Roma Errico Malatesta. Uno
de los más importantes teóricos del anarquismo, contribuyó al movimiento
libertario tanto con su acción como con su pensamiento. Lo recordamos con este
texto de 1889.
Nuestro propósito: la unión
entre comunistas y colectivistas
El Viejo Topo
22 julio, 2022
Unos amigos nuestros han comentado sobre la propuesta que hemos hecho, y que ha sido en general bien recibida, que se forme un partido que abarque a todos los socialistas anarquistas revolucionarios, independiente del asunto del criterio económico que las distintas facciones defiendan para la sociedad del futuro.[1] Tales comentarios muestran, por un lado, cierto grado de repugnancia de parte de algunos comunistas ante la idea de unirse con los colectivistas, y, por otro, un temor a que estemos por revivir una organización como aquellas de antaño que colapsaron por ser un desgaste de fuerzas y por ya no ser adecuadas para el presente.
Permítannos
explicarnos brevemente respecto a los dos aspectos de este asunto; prometemos
revisar el tema, si fuese necesario.
Como nosotros
lo vemos, la coexistencia dentro de un partido de anarquistas-comunistas y
anarquistas-colectivistas es la consecuencia lógica y necesaria de la idea y el
método anarquista. No hubiesen surgido nunca dudas al respecto de no ser por el
surgimiento de cierta rama de “colectivistas” que no son ni anarquistas ni
revolucionarios y que a todo efecto aseguran que el socialismo se reduzca a
nada más que la inútil y corruptora lucha por ganar asientos en los cuerpos
representativos; en Italia y en Francia donde la amplia mayoría de los
anarquistas son comunistas, se han asegurado de que el significado que todos
nosotros en Italia asignamos a la palabra “colectivismo” antes de 1876 y al
cual la mayoría de los anarquistas españoles aún suscribe, haya sido olvidado.[2]
Apenas
podríamos entendernos con el tipo de colectivistas que hoy están por acomodarse
entre los legisladores y promover reformas políticas y legislaciones
supuestamente sociales dentro de los parámetros de la ley y quienes, venida la
revolución, estarían por establecer un “estado obrero”. Si, por otra parte y
como un amigo nuestro asume, el colectivismo significa la división igualitaria
entre las personas de toda la riqueza de la sociedad, incluido el dinero, de
modo que cada una pueda luego seguir comprando y vendiendo como lo hacen hoy,
sería eso un absurdo tal, que, asumiendo que pudiésemos hallar alguno, tendría
sólo unos pocos y superficiales defensores, quienes ciertamente no
representarían ningún beneficio o esperanza para la revolución y sería una pérdida
de nuestro tiempo ocuparnos demasiado de ellos.
Pero lo cierto
es que el antiguo colectivismo de la Internacional previa a 1876 no está muerto
y en toda apariencia no morirá hasta que las prácticas de la vida libre la
hayan comprobado errada definitivamente y la evolución que seguirá a la caída
de la dominación burguesa hayan inducido a todos a abrazar un modo superior de
coexistencia social, fundado por completo en el sentimiento de solidaridad y el
mayor beneficio común. Dicho colectivismo es aún suscrito, como hemos señalado,
por la amplia mayoría de los españoles y, aunque ha sido tumbado por la lógica
del comunismo, se mantiene firme en su posición y mientras existen, por un
lado, muchos desertores del campo comunista, por el otro sigue teniendo nuevos
simpatizantes, y no sólo en España.
Aquel
colectivismo — al que nosotros mismos suscribíamos en los días de la propaganda
de Bakunin y hasta 1876 — significa (le recordamos a quien lo haya olvidado) la
expropiación violenta efectuada directamente por el pueblo; la captura hacia la
propiedad común de todo lo que haya, y luego, alcanzado por medio de la
anarquía, que quiere decir, la evolución espontánea, el arreglo de una sociedad
en la que toda persona, teniendo acceso desde el nacimiento a todos los medios
de desarrollo que la civilización tiene para ofrecer y tras recibir una
educación física e intelectual comprehensiva, integral, se le garantizan las
materias primas e instrumentos de trabajo necesarios para poder trabajar
libremente con los compañeros que escoja y disfrutar el producto total de su
obrar.
Nosotros los
comunistas no aceptamos este programa y en los próximos números expondremos
nuestras razones con tanta amplitud como podamos puesto que, mientras queremos
traer la unidad donde haya división, no obstante queremos publicitar nuestras
ideas sin diluir; pero esa no es razón para que ignoremos la gran afinidad que
existe entre nosotros y los anarquistas-colectivistas y para que pensemos que
estamos separados por un abismo cuando hay mil lazos que nos unen y nos
hermanan.
Veamos cuáles
son las diferencias y las similitudes.
Ambos
rechazamos vigorosamente toda alianza con los partidos burgueses, todo
parentesco con elecciones y otras palabrerías legalitarias. Ambos estamos por
hacer la revolución y buscamos hacerla incitando al pueblo a la aversión y la
insurrección contra el estado y contra la propiedad. Ambos buscamos la
expropiación por la violencia y la captura hacia la propiedad común no
solamente de las materias primas y de aquellos instrumentos de trabajo no
empleados por el propietario, sino también de los suministros de productos
existentes y la destrucción de todos los registros y de todo accesorio material
de la propiedad privada. Ambos rechazamos la intrusión de todo tipo de cuerpo constituyente,
o de todo cuerpo delegado y estamos resueltos a recurrir a la fuerza y, si es
necesario, a medidas más extremas para asegurar que ningún nuevo gobierno, por
muy disfrazado que sea, brote de la revolución. Para la organización de la
nueva sociedad, ambos miramos hacia el empleo de los recursos innatos de la
humanidad, a la libre reconciliación de los intereses y sentimientos de todos.
Ambos queremos que todos sean libres de hacer como mejor piensen, siempre
solamente que permitan la misma libertad a los demás.
Nuestras
diferencias por ende residen no en lo que queremos hacer ahora y en el día de
la revolución, no en lo que queremos y estamos destinados a hacer por la fuerza
y que propiamente constituye el programa de un partido revolucionario; sino
que, en vez, en lo que anticipamos que debiese ocurrir después, en lo que
respecta a la manera en que debiésemos preferir producir y consumir y en los
fines hacia los cuales pensamos que la nueva fase de la civilización, al umbral
de la cual estamos, debiesen conducirnos.
¿Pero son tales
diferencias, estando fundadas principalmente en opiniones y predicciones
teóricas, bases suficientes como para separarnos y para ladrarnos unos con
otros, en la víspera misma tal vez de la insurrección y cuando estamos hablando
de personas que luchan y seguirán luchando a la par contra los mismos enemigos
y por las mismas demandas?
¿Y desde el
punto de vista de la propaganda comunista también, es correcto alejar a quienes
están mejor dispuestos que nadie a abrazar nuestras ideas, ya que comparten
nuestros entusiasmos, nuestro sentir y, en gran medida, las mismas creencias
científicas que nosotros?
Es nuestro
parecer que el criterio colectivista no sobrevivirá a las nociones de justicia
y solidaridad que motivan, no sólo a nosotros, sino a los colectivistas mismos;
nosotros creemos que éste no podría operarse más que por medio de una
complicada maquinaria que sería una reproducción del estado bajo otro nombre;
creemos que, tarde o temprano, pero inevitablemente, se tornaría hacia el
comunismo o se recaería en el burguesismo. Pero, dado que una vuelta al
privilegio y la esclavitud asalariada sería una imposibilidad moral debido a la
revolución moral que por necesidad acompañaría a la revolución económica, y
específicamente debido a la anarquía, que equivale a decir la ausencia de
gobierno, lo que está más allá de dudas para ambos, nos parece que nada tenemos
que temer a la experimentación, que en ningún caso podríamos prevenir y que, es
necesario decirlo, podría en ciertas circunstancias y en ciertos países,
ayudarnos a superar problemas iniciales.
Si anarquía
significa evolución espontánea, si ser anarquistas significa creer que nadie es
infalible y sostener que sólo mediante la libertad descubrirá la humanidad la
solución a los problemas que la afligen y llegará a una armonía y bienestar
general, ¿con qué derecho y por qué razón podríamos tornar las soluciones que
preferimos y defendemos en dogmas e imponerlas? Y luego, ¿usando qué medios?
Si fuésemos un
partido autoritario, vale decir, si estuviésemos por convertirnos en gobierno,
eso sería concebible. Tras tomar el poder por medio de la revolución, podríamos
introducir el comunismo por decreto y, si fuésemos lo suficientemente fuertes
para ello, habría comunismo, aunque ya no sería una sociedad armoniosa de
libres e iguales, sino una nueva forma de esclavitud, que, para poder
sobrevivir, requeriría de un ejército, de una fuerza policial, y de toda la
maquinaria que el estado tiene a su disposición con el fin de corromper, reprimir,
y esclavizar.
Siendo
anarquistas, no tendremos ningún medio de asegurar el éxito de las soluciones
que proponemos más que la propaganda y el ejemplo, seguros en saber que
realmente vencerán si realmente son las mejores.
Así que no
busquemos enemigos donde no hay más que amigos y no dividamos las fuerzas de la
revolución, que tendrán la ardiente necesidad del apoyo de todos los
anarquistas sinceros en poner obstáculos en el camino de los embaucadores y
reaccionarios y en asegurar que el socialismo triunfe.
Se puede tener
la más amplia diversidad de ideales cuando se trata de rehacer la sociedad,
pero el método siempre será el que determine el fin que se alcance, pues es de
conocimiento común que en la sociología como en la topografía, uno no va donde
uno quiere, sino donde sea que el camino en el que uno esté conduzca.
Para la
formación de un partido, es necesario y suficiente que haya un método
compartido. Y el método, vale decir, la conducta práctica a la que los
socialistas anarquistas pretenden atenerse, es compartido por todos, comunistas
y colectivistas por igual.
Que los
autoritarios, los electoralistas, y a menudo los republicanos sean o quieran
denominarse colectivistas, es asunto sin importancia para nosotros y no debiese
engendrar ni confusión ni híbridas alianzas al interior de nuestras filas,
puesto que no estamos diciendo que nos estamos uniendo con meros colectivistas,
sino que hacemos condición previa esencial que sean anarquistas y
revolucionarios además.
Nos parece que
el programa que hemos propuesto excluye absolutamente a todo politiquero, sea
éste burgués o socialista. Si entre nuestros amigos hay quien esto le parezca
inadecuado, que sugiera las correcciones o adiciones que crea adecuadas. Hemos
de publicarlas y debatirlas y luego será cosa de cada quién juzgar y actuar de
acuerdo a sus convicciones.
Notas:
[1] La propuesta a la que se refiere Malatesta se
encontraba en la circular Apello, publicada en italiano en Niza en
septiembre de 1889 y traducida al castellano por los periódicos anarquistas de
Barcelona La Revolución Social del 29 de septiembre y El
Productor del 2 de octubre.
[2] 1876 fue el año en que los internacionalistas
italianos, incluyendo a Malatesta, afirmaron la insuficiencia del colectivismo
y se declararon en favor del comunismo, poniendo así la controversia en marcha.
Fuente: Título original: “I nostri propositi. I.
L’Unione tra comunisti e collettivisti”, L’Associazione (Londres)
1, no. 4 (30 de noviembre de 1889).
Traducción al castellano: Blog Anarquista Rebelde Alegre.
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