Hoy hace cuatro años fallecía el insigne filósofo marxista
italiano Domenico Losurdo. Comunista militante, crítico radical del
liberalismo, el capitalismo y el colonialismo e infatigable investigador de
cuestiones políticas contemporáneas.
¿Una «guerra irregular» ya en curso?
El Viejo Topo
28 junio, 2022
¿Cómo puede el
imperio hacer entrar en razón a unos «bárbaros» como China y Rusia? Quizá
–observan varios destacados analistas militares y políticos–, antes de llegar
al enfrentamiento militar con ellos convendría desestabilizarlos desde dentro,
con un método ya experimentado con éxito en países pequeños y medianos.
En Newsweek del 30 de enero de 2015 se puede leer un artículo
de título revelador, «Rusia, es tiempo de cambio de régimen». El autor,
Alexander J. Motl, explica que la operación no tendría que ser difícil. Dada la
debilidad sobre todo económica y la fragilidad étnica y social del país
euroasiático, «en un momento dado un incidente modesto –un tumulto, un
asesinato, la muerte de alguien– podría desencadenar fácilmente una revuelta,
un golpe de estado o incluso una guerra civil» (Motl, 2015), y se resolvería el
problema.
También hay
quien habla claro refiriéndose a China: «La estrategia estadounidense, dejando
a un lado las sutilezas diplomáticas, tiene como fin último provocar una
revolución aunque sea pacífica» (Friedberg, 2011, p. 184). Obviamente, la
crisis del régimen que se quiere derribar tiene que prepararse y estimularse
sin reparar en medios. Ya a comienzos de este siglo un conocido historiador
estadounidense terminaba su libro dedicado a la «política de las grandes
potencias» invitando a su país a recurrir a un instrumento que se había probado
con éxito durante la Guerra Fría y volvía a ser aconsejable en vista del
progreso prodigioso e imprevisto del gran país asiático:
A
Estados Unidos le interesa mucho que el desarrollo económico de China
experimente una fuerte deceleración en los próximos años […]. No es demasiado
tarde, Estados Unidos puede cambiar el curso de los acontecimientos y hacer
todo lo posible para frenar la ascensión de China. Los imperativos estructurales
del sistema internacional, que son poderosos, probablemente obligarán a Estados
Unidos a abandonar su política de compromiso constructivo. Ya hay indicios de
que el nuevo gobierno de Bush ha dado los primeros pasos en esta dirección
(Mearsheimer, 2001, p. 402).
¿Hay que
limitarse a tomar medidas económicas o pueden volver a ser útiles las
«numerosas operaciones clandestinas» lanzadas por Washington «en los años
cincuenta y sesenta» (Mearsheimer, 2014, p. 387)? Sobre este aspecto se
detiene de un modo detallado un libro reciente, de cuya importancia dan fe los
ambientes de los que procede: publicado por una editorial vinculada al establishment político-militar
(Naval Institute Press), en su segunda cubierta leemos las recomendaciones y
los elogios sinceros de personalidades destacadas de dicho establishment,
como un «ministro de Marina Militar de 1981 a 1987» y un «jefe de planificación
de la campaña aérea de la guerra del Golfo de 1991». Pues bien, ¿cuáles son los
proyectos y las sugerencias que pueden leerse en este libro? «La fragilidad
interna de China es un factor de riesgo para sus gobernantes y podría
constituir un elemento de vulnerabilidad que sus enemigos podrían aprovechar»
(Haddick, 2014, p. 86). Dado el «estrecho control que los dirigentes del
partido comunista pretenden ejercer sobre el ejército, el gobierno y la
sociedad china en conjunto», se plantea una serie de «amenazas» y «ataques» de
carácter no siempre explicado y en todo caso muy variada. En primer lugar, hay
que centrar la atención en los «métodos de guerra irregulares, no
convencionales, relacionados con la información, que puedan provocar
inestabilidad, por ejemplo, en el Tíbet y en Xinjiang».
El analista
militar hace hincapié en este particular: «las acciones encubiertas y la guerra
no convencional dirigidas a crear desórdenes para el PCCh en el Tíbet y en
Xinjiang» pueden ser un buen punto de partida. Pero el trabajo no debe
limitarse a las regiones habitadas por minorías nacionales. Se imponen
«operaciones más agresivas contra China de carácter mediático y en el ámbito de
la información» (y desinformación); es preciso desplegar plenamente «las
operaciones psicológicas y de información [y desinformación], las artes ocultas
de la guerra irregular y ofensiva, la guerra no convencional». La provocación
de desórdenes e inestabilidad en la sociedad civil, sobre todo incitando a unas
nacionalidades contra otras, se combina con intentos de desarticular el aparato
estatal de seguridad: «Los ataques contra el liderazgo de las fuerzas de
seguridad interna podrían ser devastadores» (compelling); también
sería muy útil tener influencia sobre «elementos indóciles del ejército y el
aparato burocrático». La labor de desestabilización daría un salto cualitativo
si se lograra romper la unidad del grupo dirigente: «Ataques contra el
patrimonio (assets) personal de los dirigentes de más alto
nivel del Partido Comunista Chino podrían crear desavenencias dentro de
la dirección política china» (ibíd., pp. 137, 148, 151).
Hasta ahora se
ha tratado de guerra psicológica y económica. Pero cuando se hacen intervenir
«actores no estatales» en la «guerra irregular» (por tanto sin perder de vista
la guerra psicológica), aparece una dimensión nueva:
Igual
de importante podría ser el uso de embarcaciones civiles, como por ejemplo
barcos de pesca provistos de transmisores y teléfonos satelitales, con la
misión de recoger informaciones sobre las actividades marítimas militares y no
militares de China. Los jefes chinos se verían en una situación política
delicada si trataran de obstaculizar la recogida de datos desde barcos civiles.
Como gozan de protección por no ser combatientes, estos barcos podrán acceder a
lugares vedados a embarcaciones parecidas de carácter militar o paramilitar
(Haddick, 2014, pp. 144-145).
Luego se podría
ir más lejos con otras medidas de «guerra irregular» como el «sabotaje de las
instalaciones petrolíferas chinas en el mar de la China Meridional» o el
«sabotaje de los cables submarinos conectados con China». También se podría
pensar en la «colocación clandestina de minas marinas dirigidas contra los
barcos chinos de carácter militar o paramilitar» (ibíd., p. 148). Evitando
siempre aparecer como agresores, pero sin perder de vista el objetivo de crear
por todos los medios el caos en el país que amenaza con convertirse en un
peligroso competidor y ponerlo fuera de combate gracias a la «guerra irregular»
repetidamente invocada.
Fuente: Apartado 11.7 del libro de Domenico
Losurdo Un mundo sin guerras.
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