Sorprende la
escasa atención que se presta en España a la experiencia de la izquierda
francesa, en un momento en el que se habla de nuevos inicios y de operaciones
más o menos fundadoras. ¿Cuáles son las enseñanzas de la propuesta de Mélenchon?
Mélenchon: lecciones francesas
El Viejo Topo
18 junio, 2022
Sorprende mucho
la poca atención que se presta en España a la experiencia de la izquierda
francesa en un momento, dicho sea de paso, en el que se habla de nuevos inicios
y de operaciones más o menos fundadoras. En Francia, en un contexto muy
negativo, con una fuerte polarización entre liberales y populistas de línea
dura, se ha ido construyendo un tercer espacio nacional-popular, plebeyo, desde
una plataforma programática alternativa al neoliberalismo dominante. Cuando
comenzó el ciclo electoral nadie daba mucho por el viejo león de la izquierda
francesa que, de nuevo, protagonizaba una iniciativa política fuerte y sin
ningún apoyo mediático. Mélenchon ha demostrado –y sigue demostrando- que se
puede derrotar a las fuerzas de la extrema derecha y, lo más importante, ganar
a una parte mayoritaria de unas clases trabajadoras y asalariadas que se creían
definitivamente pérdidas para la izquierda.
Existe un
empate técnico entre el bloque liberal y las fuerzas unidas de las izquierdas.
Eso significa disputarle directamente la hegemonía a los grandes poderes económicos
y mediáticos y la posibilidad de una victoria. La táctica cuenta, la sabiduría
cuenta. La habilidad de Mélenchon ha sido unir presidenciales y legislativas
desde una propuesta fuertemente autónoma, unitaria y diferenciada. Ha sido algo
más que un sorpasso; se trata de la reconstrucción de una izquierda
distinta con voluntad de mayoría y de gobierno desde un programa socialista.
Como he dicho antes, la experiencia ayuda mucho a (re)pensar la izquierda en
una Europa que camina aceleradamente hacia la disolución de los proyectos
transformadores y democrático-populares. Llama la atención, en primer lugar,
que la propuesta no se deja corromper por las modas imperantes: Mélenchon es
una persona mayor (70 años), con poderosos enemigos, polémico y al que no es
fácil avasallar. Defiende sus ideas con tesón, asume riesgos y transmite
credibilidad. La gente con él sabe a qué atenerse.
Una segunda
enseñanza es atreverse a ir contra lo “políticamente correcto”. La Francia
Insumisa, La Unión Popular, no tiene miedo a la batalla de ideas, al debate
político-cultural. Lo ha hecho siempre en dos direcciones: frente a la extrema
derecha, sus valores y sus propuestas y frente a las políticas neoliberales que
impulsa Macron y que defienden las élites económicas, los grandes medios. En el
centro de su propuesta, el mundo del trabajo, la mayoría social, las clases
populares y una juventud que necesita futuro desde un presente cada vez más
adverso. No tiene miedo de hablar de nacionalizaciones, de reducción de la
jornada laboral, de democracia económica y empresarial, de planificación
ecológica y territorial.
Un tercer
aspecto es más significativo: la importancia del programa entendido como un
contrato con la ciudadanía, asumible por las mayorías sociales, posible y, a la
vez, transformador. Su eje vertebrador es iniciar un proceso constituyente que
ponga fin a la “monarquía presidencial” y que sirva como proyecto-plan para una
democratización sustancial de la democracia, de la economía y del poder.
La cuarta
enseñanza tiene que ver con una cuestión cada vez más definitoria de los
valores y de la cultura alternativa de la izquierda. Me refiero a Europa. La
Unión Popular tampoco en esto tiene miedo a ir contracorriente. El tipo de
integración que la Unión Europea asume y defiende es claramente neoliberal,
beneficia descaradamente a los grandes poderes económicos y corporativos,
restringe las libertades públicas y erosiona gravemente la soberanía popular.
La estrategia está bien definida: un conjunto de políticas que cuestionan el neoliberalismo
dominante y que se enfrentan a lo que se ha venido en llamar el “consenso de
Bruselas”. Mélenchon sabe perfectamente que las políticas que defiende llevan a
un conflicto con la UE. Lo quiere convertir en un instrumento de agregación
política, de movilización social en defensa de los intereses generales de
Francia. En lo referente a la guerra en Ucrania, la posición también ha sido
clara: rechazo a la intervención rusa y apuesta decidida por la salida de
Francia de la estructura militar de la OTAN como paso previo a su abandono
definitivo. En el espacio político en construcción no todos están de acuerdo
con estas posiciones, pero asumen una política clara de paz, no alineamiento y
democratización de las relaciones internacionales.
El momento de la
izquierda en Europa no es bueno. En muchos sitios está literalmente
desapareciendo, en otros pervive con grandes esfuerzos, con coraje y
frecuentemente a la defensiva. Francia nos enseña que hay, al menos, dos
caminos para la (re)construcción: uno lleva a convertirse en una izquierda
atlantista, complementaria de la socialdemocracia dominante, parte de un
sistema político en crisis y sin capacidad de renovación; el otro define una
izquierda enfrentada a las políticas neoliberales, comprometida con las clases
trabajadoras, defensora de la soberanía popular; sujeto activo de una Europa de
base confederal y fuertemente autónoma. Una izquierda –como dice Mélenchon-
rupturista y que hace de la confrontación con los poderes dominantes identidad
y posición política.
Fuente: Nortes.
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