Tal día como hoy de 1933 moría en Rusia la dirigente
comunista alemana y luchadora por los derechos de la mujer Clara Zetkin.
Fundadora de la IIª Internacional, para ella el socialismo no era solo una
finalidad histórica, sino una exigencia inmediata.
El Gobierno de los
Trabajadores
El Viejo Topo
20 junio, 2022
Las tesis del Gobierno Obrero según Clara Zetkin y la
III Internacional
Diciembre 1922
Una de las
cuestiones más importantes que el venidero Cuarto Congreso de la Internacional
Comunista tendrá que examinar y sobre la que tendrá que decidir es,
indiscutiblemente, la del Gobierno Obrero. Se ha planteado por la demanda por
el Frente Único Proletario, la irrefutable necesidad e importancia primordial
de lo que crecientemente se clarifica frente a la ofensiva cada vez más aguda y
amplia de la burguesía mundial. La consigna del gobierno obrero se desarrolla
orgánicamente de la lucha en la que las masas de mujeres y hombres trabajadores
tienen que defender su mera existencia, incluso su vida misma contra el hambre
insaciable de los capitalistas explotadores.
La oscura
miseria de esta hora histórica convoca escandalosa y furiosamente por esta
lucha. Si ha de ser levantada de forma exitosa, para desarrollarse cada vez más
ampliamente en su alcance y cada vez más alto en su objetivo, necesita que las
masas explotadas creen sus propios órganos de trabajo y lucha, que deben
sobreponerse a la fragmentaciòn y al desgarramiento mutuo para agruparse como
una fuerza unida y decisiva. Consejos de fábrica, comités de control, comités
de acción, etc., llegarán a ser. Sólo, el efecto de dichos comités se mantendrá
dentro de los límites más modestos. Peor aún, su efectividad será gradualmente
paralizado, los consejos y comités mismos serán estrangulados si el poder
gubernamental permanece en las manos de una minoría explotadora. También los
extasiados fanáticos de la ‘democracia’ y de la ‘comunidad laboriosa’ de
líderes obreros ‘moderados y razonables’, y de ‘comprensivos y
bienintencionados’ representantes de la burguesìa en el gobierno van a aprender
esta lección a través de la amarga experiencia.
Hay algo que
sigue siendo verdad: o la burguesía tiene el control del gobierno y usa el
poder gubernamental en su propio interés de clase o los trabajadores gobiernan
y de la misma forma usan el gobierno en su propio interés de clase, o sea,
contra la burguesía mercantilista. Un ‘equilibrio justo’ no existe. La regla de
todos esos gobiernos de coaliciòn entre burgueses y partidos obreros han
probado esto de forma manifiesta. Sea una coalición ‘amplia’ o ‘estrecha’, con
más o menos líneas nítidas delimitadas a su derecha o izquierda puede, por
supuesto, debilitar o reforzar este hecho fundamental. Pero no cambia nada en
su esencia, su pepita básica de verdad, particularmente en estos tiempos donde
el colapso del capitalismo abre conflictos de clases cada vez más profundos y
hace la lucha entre ellos más afilada y amarga.
Los líderes
obreros que ocupen algunos pocos puestos de gobierno de ninguna forma
significan lo mismo que la conquista del poder político por el proletariado.
Puede significar dinero en el bolsillo para individuos o ayudas a la clase pero
siempre se mantiene como el fin de la burguesía, un medio para corromper y
engañar al proletariado. Solamente un gobierno compuesto enteramente de
representantes de los partidos y organizaciones obreras (incluyendo a los
trabajadores intelectuales) merece el nombre de gobierno obrero. Porque
semejante gobierno solamente puede ponerse en pie como el fruto de fuertes
movimientos de la consciencia de clase y luchas en las que la mayoría explotada
confronta con la minoría explotadora y la existencia de dicho gobierno exprese
el crecimiento en el poder del proletariado. Esto sólo, defendido por todos los
medios disponibles, es la base segura para un gobierno obrero que demuestra su
derecho a existir en el hecho de que enérgicamente y a fondo sigue una política
cuyo objeto es el bienestar de los productores y no las ganancias de los ricos
que se llevan para ellos lo que otros producen.
Algo es seguro:
el Gobierno Obrero significa un crecimiento en el poder político del
proletariado pero de ninguna manera debe ser colocado en el mismo nivel que la
conquista del poder político y estatal por parte del proletariado y el
establecimiento de su dictadura. Para que el proletariado sea capaz de reclamar
el poder polìtico y usarlo plenamente al servicio de su liberación, requiere el
aplastamiento del Estado burgués y su aparato de poder. La maquinaria estatal
burguesa corresponde por definición a los propósitos de poder para las clases
explotadoras y poseedoras. Es inapropiado para las metas liberadoras del
proletariado. Su carácter no cambia porque otra clase toma el control del
aparato y lo deja funcionando. El proletariado debe crear en el sistema de
consejos un Estado que exprese su poder y su dominación de clase a través de
los órganos necesarios.
En contraste
con esto, el gobierno obrero no destruye el Estado burgués, y sería una
peligrosa autodecepción si los trabajadores se convencieran a si mismos o se
dejaran convencer de que el gobierno obrero hace posible ‘vaciar’ el Estado
burgués desde adentro. Así como el poder de la burguesía en la economía no se
puede ‘vaciar’, eso tampoco puede ocurrir en el Estado. En ambas esferas su
poder debe ser superado, aplastado, y eso solamente puede ser logrado por la
fuerza del proletariado y no por la astucia del gobierno más astuto. El
Gobierno Obrero es el intento de forzar al Estado burgués en el marco de sus
limitaciones históricas esenciales, para servir los intereses históricos del
proletariado.
La consigna del
Gobierno Obrero, en consecuencia, se conecta con las ilusiones que las más
amplias masas del proletariado, y particularmente las capas proletarizadas
recientemente, tienen sobre la naturaleza y valor del Estado burgués
democrático. Es una consigna política del período de transición del capitalismo
al socialismo y el comunismo, y refleja dos cosas: primero, qué poco claro e
indefinido es el conocimiento de la mayoría del proletariado sobre la
naturaleza de la sociedad burguesa, su Estado y las condiciones de su propia
liberación; y segundo, que un giro en la relación de fuerzas entre la burguesía
y el proletariado en favor de este último ha empezado pero aún no ha llegado a
su fin. La correspondiente nueva relación es inestable y cambiante porque la
crudeza de la consciencia del proletariado obstaculiza el completo y
deshinibido despliegue del poder de la clase obrera en la lucha revolucionaria.
Está claro que
la situación que se caracteriza por estos dos factores está llena de
dificultades y peligros para las secciones individuales de la Internacional
Comunista y, en consecuencia, para el proletariado mundial al que está llamada
a dirigir. ¿Puede, en efecto, la consigna del gobierno obrero causar confusión
en el campo de los comunistas, sacudir su certeza sobre su objetivo y su
camino, causar una incorrecta aplicación de nuestras fuerzas y por ende su
despilfarro, disminuyendo nuestra habilidad para liderar a las masas
desposeídas a través del camino correcto? ¿Pueden, en efecto, ganar nuevos
apoyos y emerger más fuertes, a través del uso de esta consigna, las viejas
ilusiones burguesas reformistas cuya total destrucción es tarea de los
comunistas? ¿Acaso todo esto no va a frenar el proceso de clarificación y
auto-consciencia del proletariado, que es la precondición para que coloque toda
su fuerza para conquistar el poder político y establecer su propia dictadura
para destruir un capitalismo explotador y esclavizador?
Decidir estas
cuestiones tiene enormes consecuencias, cargadas de responsabilidad. Lo
esencial de la cuestión no es el apoyo de un Partido Comunista a un Gobierno
Obrero, sino más bien el ingreso de los comunistas al mismo gobierno y, por lo
tanto, la toma de responsabilidad por sus políticas. De acuerdo con las
circunstancias, responder a todas estas preguntas positivamente – y por ende rechazando
el gobierno obrero – puede separar a los comunistas de las masas de
trabajadores, puede sacudir y temporalmente ahogar su creciente confianza de
que siempre y en todos lados nos paramos junto a ellos, y vamos adelante con
ellos cuando es correcto pelear contra un tenaz capitalismo y su poder. Si
desechamos al gobierno obrero, los charlatanes burgueses y reformistas van a
decirles a los trabajadores que no somos serios con todas las demandas que
levantamos para aliviar las más urgentes necesidades diarias de los explotados
y oprimidos, y que nos rehusamos a crear la fuerza que podría estar en la
posición para llevarlas adelante. Si la Internacional Comunista responde a
estas cuestiones dudosas inequívocamente por la negativa y propaga la consigna
del Gobierno Obrero, no está excluido que alguna sección caiga presa del
peligro de pagar el costo por la creación de un gobierno obrero con el abandono
de importantes principios partidarios y de las condiciones esenciales para la
creación de una fuerte conciencia de clase proletaria. Es posible que cubra con
su nombre y reputación una política de cobardía y traición dirigida a ‘salvar’
al gobierno obrero. Semejante política no sólo comprometería al partido sino al
comunismo en sí mismo.
Es, por lo
tanto, entendible que nuestra Internacional no llegara a un acuerdo unánime
cuando el Ejecutivo redondeó la consigna ¡Por el Frente Único Proletario! con
¡Por un Gobierno Obrero! Esta conclusión, obtenida de la lucha defensiva contra
la gran ofensiva de los capitalistas, fue fuertemente cuestionada por muchos.
Naturalmente, en particular por aquellos camaradas que también rechazan el
Frente Único Proletario o lo aceptan de palabra como una amarga necesidad pero
en sus corazones esperan que en su práctica le vaya como al Diablo y busquen
evitar y limitarlo lo más posible, torturados por el miedo de ser ‘descarriados
hacia un pantano oportunista’. Las razones que arguyen los oponentes al
gobierno obrero son largamente las mismas que extrajeron de estos temores y
usaron para pelear contra el Frente Único Proletario, refiriendo a la ‘especial
situación’ de su Partido Comunista en su país. Ya han sido manifestadas en
números anteriores de este periódico y no necesitan ser repetidas.
Artillería más
pesada que estos típicos argumentos puede ser traída a colación contra el
gobierno obrero. Es la muy mala experiencia que el proletariado de distintos
países ha atravesado con los denominados gobiernos obreros. En Australia, un
gobierno obrero se puso en pie sobre la base de las arenas movedizas de una
combinación parlamentaria que era correcta. Luego, en vez de alzar y
solidificar el poder de clase de los obreros, lo limitó y debilitó, no
solamente con cadenas legales sino también confundiendo y entorpeciendo la
consciencia de clase proletaria. Honró al proletariado con cortes de arbitraje
y juntas de conciliación, que hicieron virtualmente imposibles las luchas
salariales y las huelgas – o al menos significativamente más difíciles -, y por
ende entregaron los trabajadores a la explotación atados de pies y manos.
Generalmente la política del gobierno obrero significaba comedores de
beneficencia para los obreros y nutritivas comidas para la burguesía. Se pagó
por tolerar la total subordinación a la burguesía.
En verdad, las
acciones de los gobiernos obreros en Brunswick, Turingia y Sajonia fueron una
mayorìa de social-demócratas e independientes que tuvieron y tienen el timón
del Estado en sus manos, y nada más digno de alabanza – ¡todo lo contrario! Las
políticas de estos gobiernos obreros fueron y son un ejemplo shockeante de lo
que un gobierno obrero no debería ser. Solamente son gobiernos obreros de
nombre, teniendo sólo la característica superficial de haber sido construidos
por representantes de los dos partidos reformistas alemanes. Sus políticas los
definen como burgueses hasta las entrañas. Desde rechazar medidas de largo
alcance para pelear contra la miseria de masas a costa de los grandes negocios,
comerciantes, especuladores y usureros, hasta bloquear el parlamento sajón contra
movilizaciones obreras, la violenta represión a los huelguistas en Brunswick,
el uso de la ‘Technische Nothilfe’ (una organización de canallas sostenidos por
el Reich) contra obreros rurales en huelga en Turingia, y el rechazo al derecho
a huelga de los funcionarios públicos – basados en Groener y Wirth. Y todo eso
en una situación que es objetivamente revolucionaria y grita por la más feroz
puesta en pie por los intereses del proletariado en todos los aspectos.
¡Los rastros
nos aterrorizan! [Lo que hemos visto nos aterroriza pero no es la película
completa]. Un Partido Comunista cometería suicidio si se paseara entre los
confortables y bien-nacidos caminos de los partidos obreros reformistas
avergonzados de la revolución, sus pretendidos estadistas, y dentro de los
gobiernos obreros y gobiernos ‘puramente’ social-demócratas. Pero mirando más
de cerca, las debilidades, estupideces y crímenes de dichos gobiernos obreros
como los conocimos hasta ahora en ninguna forma, necesariamente, habla en
contra de un gobierno obrero en la concepción comunista, que puede nacer de de
la vanguardia y de la lucha de las grandes masas del proletariado, y debe vivir
y actuar en estrecha alianza con la vanguardia y la pelea de esas masas. Sólo
confirman que los partidos obreros reformistas se han mostrado hasta ahora como
totalmente incapaces de desarrollar una política obrera de gran estilo. En la
presente hora histórica, una verdadera política obrera debe ser una política
revolucionaria, la más aguda política de lucha contra la burguesía, orientada
al reforzamiento del poder del proletariado. Los Scheidemanns y Dittmans de
segundo rango [lideres de la mayoría y de la socialdemocracia independiente]
han mostrado que – como el proverbio italiano dice – ‘el hábito no hace al monje’.
Sin embargo, el gobierno obrero no es un concepto fijo y fosilizado que domina
la vida política. Puede ser tanto un componente de la más vívida vida política
si es y permanece la expresión no falsificada de la vida histórica de la clase
proletaria, la expresión de una consciencia en desarrollo y de una voluntad de
poder del proletariado. Pelear por un gobierno obrero y, si las condiciones son
las adecuadas, entrar en él, la participación en él puede ser una tarea, una
necesidad para los Partidos Comunistas.
Las
experiencias precedentes arrojaron algo de luz sobre qué es significativo sobre
la disputada cuestión. Hay diferentes tipos de gobiernos obreros, que van de
una coalición de verdaderos partidos obreros con partidos burgueses reformistas
a través de una coalición socialdemócrata ‘pura’. Pero no cualquier tipo de
gobierno obrero puede servir aunque sea como propaganda y lema de agitación de
los comunistas, colocado como un objetivo de la lucha. Es decisivo para la
política de los comunistas hacia un gobierno obrero no su composición de
partidos políticos sino la política que implementa. Las políticas de un
gobierno obrero van a estar definidas, de todas formas y en última instancia,
por la actividad y pasividad de las masas proletarias, a través de la madurez
de su consciencia y voluntad, y el correspondiente uso del poder. El
proletariado recibe el tipo de gobierno obrero que está preparado a tolerar.
Entonces vemos
un pensamiento ahistórico y mecánico que sólo funda su opinión en formas
externas y fórmulas esquemáticas cuando, en nombre de los principios
comunistas, la posición en el gobierno obrero depende de si es el producto de
la lucha revolucionaria de las masas o el fruto de una combinación
parlamentaria. Por más fuerte que deseemos la primer opción, no debemos pasar
por alto que una formación parlamentaria también puede fomentar el avance del
movimiento de masas y su actividad. Por cierto: sólo un impacto indirecto y más
débil, pero aún así un impacto en la vida de la clase obrera. En Inglaterra,
por ejemplo, existe la inminente posibilidad de que un gobierno obrero alcance
el poder por medios parlamentarios sin grandes shocks o luchas revolucionarias.
Solamente una verdadera transformación en la conciencia y posición de poder del
proletariado debe haber precedido la consecuencia parlamentaria. Esta
transformación presiona hacia una consistente política obrera, que no puede ser
llevada a cabo sin una aguda confrontación con la burguesía. Entonces aparece
que en Inglaterra, serios movimientos de masas revolucionarios no van a
preparar el camino a un gobierno obrero sino que será por su acompañante y
protector.
La consigna de
nuestro Ejecutivo “¡Por un Gobierno Obrero!” contiene como su consecuencia
final e ineludible la entrada de los comunistas en un gobierno obrero,
trabajando juntos y compartiendo responsabilidades con organizaciones y
partidos obreros no comunistas. No puede ser negado que que incluso tomando una
activa posición por plantear un gobierno obrero, pero mucho más la
participación en él, puede incrementar el peligro para los comunistas en
convertirse en prisioneros de un banal oportunismo y vendiendo los fundamentos
comunistas de nuestra política por sucesos cotidianos, de corto alcance. Ell
peligro de caminar en un pantano oportunista se adhiere no solamente por la
entrada en un gobierno obrero pero mucho más a cualquier actividad que se
coloca afuera del círculo sectario de las plegarias, uno que debería permanecer
pequeño por el bien de la pureza.
La preocupación
maternal de evitar los peligros conduce a un quietismo auto-suficiente, a una
pasividad inmaculada a través de la cual el Partido Comunista se aísla de las
masas, pierde su contenido histórico vívido y cae como presa a la fosilización.
Por su esencia, la tarea de los Partidos Comunistas es que ellos mismos
desenvuelvan la actividad revolucionaria más alta políticamente y, a través de
esto, a través de su propia actividad para lograr el desarrollo de la actividad
más alta de las masas proletarias, como un acero dibujando las chispas de
ignición de un pedazo de pedernal. Es bastante no-comunista renunciar al
trabajo y la lucha por los peligros inevitables. De lo que se trata es de
lidiar con los peligros. Los peligros inherentes a la situación – caer por
medio de la práctica de un gobierno obrero en un oportunismo ocupado y sin
resultados – son combatidos de la mejor forma (junto a la fuerte unidad
ideológica y organizativa del Partido Comunista y su estricta disciplina)
persiguiendo una fuerte actividad orientada por objetivos y el más íntimo
vínculo orgánico con las masas proletarias.
Tan ahistórica
como el rechazo al gobierno obrero por miedo al oportunismo es la concepción de
que el gobierno obrero debe ser, bajo todas las circunstancias, un estadío
transicional entre el Estado burgués y el Estado obrero, un inevitable y no
desagradable ‘sustituto’ para la dictadura del proletariado. Un gobierno obrero
ciertamente puede pero de ninguna forma debe ser una etapa transicional hacia
el poder de la clase proletaria. La historia de la Revolución Rusa lo prueba.
Con la tremenda agudización del conflicto de clases en el mundo capitalista
desarrollado y la creciente agudeza de la lucha de clases, se puede desenvolver
un relativamente rápido giro en la relación de fuerzas entre la burguesía y el
proletariado que puede dirigir directamente a que éste conquiste el poder e
instituya su dictadura. Además, también se excluye que el Congreso Mundial de
la Internacional Comunista proclame el gobierno obrero como una meta
fundamental y objeto de lucha por el cual se debe pelear en cualquier
circunstancia. Gobierno Obrero como ‘reemplazo de la dictadura’ es una cómica
concepción que ignora que uno no puede poner nuevo vino en viejas botellas. El
contenido histórico de la dictadura del proletariado debe tirar abajo el Estado
de la clase burguesa, incluso uno democrático-burgués.
En, fácilmente,
la mayoría de los países bajo la dominación capitalista, el gobierno obrero
aparece como la culminación máxima de la táctica del Frente Único, como la
propaganda y la consigna de guerra de la hora. Las condiciones concretas en
cada uno de estos estados decidirán cómo y bajo qué condiciones el lema puede
convertirse en un objetivo de lucha. Podemos concebir situaciones, los
contextos en cuales los Partidos Comunistas deben luchar y dar batalla para
entrar a un gobierno obrero aun bajo circunstancias muy difíciles. Las
condiciones para esto, serán diversas y diferentes. Estas no pueden ser
especificadas en “reglas” de antemano. Aún como siempre ciertos factores deben
ser decisivos: la limpieza de la cara que presenta el Partido Comunista; la
independencia de la política comunista; los fuertes lazos con las masas; una
orientación para profundizar y acelerar el proceso de toma de conciencia en la
clase obrera y, por ende, el crecimiento de su poder. Por supuesto, esta es una
precondición para la política revolucionaria de un verdadero gobierno obrero
que se apoya en el poder organizado de los trabajadores, armados para la lucha,
fuera del Parlamento. Donde la práctica del Frente Único Obrero empuja hacia
adelante al gobierno obrero, éste puede – si es correctamente concebido e
implementado, ser un paso adelante hacia la dictadura del proletariado. Amolar
eso será decidido no sólo por las condiciones dadas, sino también el
entendimiento y la voluntad de los partidos comunistas, que se convierten en un
acto de voluntad y comprensión de las masas. Pongámoslo a prueba, ¡actuemos!
Fuente: Marxists.org.
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