De los
resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia
pueden extraerse lecciones relevantes también para otros países. Entre ellas,
la de cómo y con qué proyecto plantarle cara al populismo de derecha en ascenso.
Mélenchon: el sujeto nacional-popular en disputa
El Viejo Topo
20 abril, 2022
No merece la pena
entrar en debate de lo que hubiera pasado si socialistas, comunistas y verdes
se hubiesen retirado y pedido el voto en favor de Mélenchon. Se sabía que el
candidato de La Francia Insumisa estaba en ascenso y que tenía
posibilidades reales de pasar a la segunda vuelta. ¿Por qué no lo hicieron?
Porque para ellos el peor escenario posible era un enfrentamiento entre Macron
y Mélenchon. La misma noche de las elecciones pidieron el voto incondicional
para el actual presidente de la V República. No era solo cainismo, era mucho
más: impedir el triunfo de Mélenchon, en un momento que el sistema -es lo
decisivo- se cierra y los “partidos unificados de las oligarquías” toman el
mando. Las personas cuentan y los dirigentes también.
La campaña ha
estado marcada por la guerra. El gobierno ha intentado arrinconar a Le Pen y a
Mélenchon por sus “ambiguas” posiciones. A la candidata populista se le
recordaban sus viejas relaciones con Putin y al candidato de La Francia
Insumisa se le reprochaba que se opusiera radicalmente a la OTAN y que
defendiera una política para Europa realmente autónoma de los EEUU. El esfuerzo
de Mélenchon se centró en la defensa de los derechos sociales desde un proyecto
alternativo de país. Su campaña ha ido de menos a más resituando elementos del
imaginario colectivo e interpelando a un sentido común nacional-popular en
disputa con Marine Le Pen. La presencia de Éric Zemmour ayudó mucho a la
candidata de la derecha facilitando un discurso más moderado y más asentado en
las demandas populares. Aun así, la abstención ha sido muy grande. Todos
auguran una clara victoria de Macron; es posible. Hay una diferencia nítida con
las elecciones anteriores: el covid19 y la guerra han acentuado la percepción
de un gobierno claramente a la derecha dispuesto a impulsar los planes de
austeridad que vendrán de la Unión Europea.
Macron se ha
convertido en un pequeño Bonaparte: ha unificado a la burguesía en torno a la
hegemonía del capital financiero y ha trenzado una amplia alianza social que
tiene en su centro a los grandes empresarios, a los gestores, a los despachos
más significativos de consultoría y asesoramiento y a las profesiones
liberales. Su problema es que la base política de su alianza se fundamenta, al
final y al principio, en una propuesta en negativo. No ha tenido capacidad de
defender un proyecto de país viable y asumible por la mayoría social. Gana por
el miedo o el rechazo que producen los demás candidatos.
Marine Le Pen
ha aprendido mucho. Su partido es una fuerza real, asentada en el territorio, reconocida
y que cada vez produce menos miedo. Intenta enlazar con el sentido común
gaullista desde posiciones no demasiado claras y, a veces, ambivalentes. En el
tema del euro apenas dice nada, pero se opone con fuerza a la OTAN; su
propuesta social es meramente declarativa y sus concreciones son muy pobres. Su
fuerza es cada vez más la propia de las derechas todas: una idea fuerte de
orden, seguridad y tolerancia cero ante una delincuencia genérica que mira a
los de abajo. Cuando mejor funciona su discurso es cuando critica a las élites
económicas y políticas y a su obsceno desprecio por la gente común y corriente.
Hay en Francia
dos realidades que se oponen y se complementan a la vez en un difícil
equilibrio: un aparato político-institucional autorreferencial, que
tiende a la clausura y que ha dejado de responder a las demandas ciudadanas y
una sociedad encolerizada que se moviliza periódicamente y que sabe que nada
bueno puede esperar de una clase política dominada por los poderes económicos.
La fuerza de Macron y de Le Pen está relacionada con unas contradicciones que
se agotan ante la carencia de alternativas políticas eficaces. Macron gestiona
la impotencia de lo social y Le Pen administra el cierre de unas élites
políticas de espaldas a los intereses populares, todo ello presidido por un
aumento descomunal de las desigualdades sociales y territoriales. En
definitiva, un país que no encuentra una salida viable a sus problemas y que
duda cada vez más de que sea posible. Rabia y resentimiento.
Lo nuevo, a mi
juicio, de estas elecciones es que Marine Le Pen tiene alternativa y por la
izquierda. Me explico. En Francia, como en otros países de la UE, existe un
sujeto nacional-popular, más o menos estructurado, con referentes políticos
poco firmes y con orientaciones ideales contradictorias. El fin del movimiento
obrero organizado y de la izquierda política lo ha dejado sin capacidad de
actuar como sujeto autónomo, desamparado y, lo que es peor, combatido por
reflejar viejas identidades, reclamar necesidades incompatibles con la
globalización capitalista y defender una versión conservadora del mundo, de su
mundo. En estas condiciones, el bloque nacional- popular ha sido penetrado y
organizado por una extrema derecha que lo ha defendido y que ha hecho suyas sus
demandas de seguridad, derechos sociales y justicia. En Francia este proceso ha
avanzado mucho. El gran mérito de La Francia Insumisa es que
ha sabido plantarle cara al populismo de derechas en un territorio social que
había colonizado y representado.
La tarea de
Mélenchon es enorme después de estas elecciones y no solo en Francia. De lo que
se trata ahora es, como ha hecho en la campaña electoral, de reconstruir desde
abajo un proyecto nacional-popular a la altura de los desafíos de la época. La
contraposición entre izquierda y derecha dice hoy bien poco y no porque la
derecha no exista, sino porque la izquierda ha dejado de ser referente de las
clases populares y se ha convertido en una parte más del sistema de poder. Como
he escrito recientemente, el programa que ha defendido La Francia
Insumisa sintoniza con las demandas populares, crea identidad y
fomenta el compromiso político. Ahora se trata de organizarlo, convertirlo en
realidad material insertada en el territorio y potenciada en el conflicto
social. En su centro, un proyecto alternativo de país y de sociedad y de
autogobierno republicano.
Soñar es parte
de la política, convertir los sueños en realidad es un arte difícil de
realizar, pero posible. A mí me gustaría que La Francia Insumisa convocara
a las fuerzas alternativas para construir un programa para la acción que se
plantee a fondo la lucha por la paz, la desnuclearización y desmilitarización
de Europa y la apuesta por un modelo ecológico social alternativo. Las clases
populares, los sindicatos y movimientos sociales deben de movilizarse contra la
guerra y la dinámica que va a imponer en los Estados, en las sociedades y en
las estructuras de la UE. Hay que construir voz, proyecto y acción colectiva de
los de abajo sabiendo que las condiciones son muy difíciles y, una vez más, a
contracorriente. Las guerras aceleran los tiempos históricos, cambian
posiciones asentadas y generan disponibilidades para transformaciones
sustanciales.
El primer
objetivo debería de ser una crítica fuerte y sistemática contra unas élites
dirigentes que nos han llevado a esta guerra por su subordinación a los
intereses estratégicos de los EEUU. La guerra era evitable y la paz sigue
siendo posible. En segundo lugar, denunciar la creciente sumisión de la UE a los
dictados políticos de la OTAN. La UE se militariza, vive en un estado de
excepción sin normativa que lo legitime y con un gobierno descarado de los
poderes de hecho. En tercer lugar, oponerse a las políticas de austeridad
anunciadas por las instituciones europeas y que el Banco Central impulsa y
apoya. Las clases trabajadoras, los empleados y empleadas no pueden ser los que
paguen, una vez más, la factura de una crisis del sistema económico capitalista
agravado por la guerra y el rearme. En cuarto lugar, desplegar un programa
alternativo que defienda las libertades públicas, desarrolle los derechos
sociales, laborales y sindicales y la soberanía popular. Necesitamos un Estado
fuerte que planifique la economía nacional, que gobierne el cambio tecnológico,
que reindustrialice el país y que promueva reorganización sostenible del
territorio. Hacer posible lo necesario.
Fuente: Nortes.
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