China, dicen algunos, estaría tan segura de su modelo y visión que
pretende exportarlos. Pero, ¿quiere China exportar su modelo? ¿Es el suyo un
modelo exportable? ¿Quién desea comprar el modelo chino? ¿Ha cambiado algo con
Xi Jinping?
La exportación del modelo
chino: un argumento falaz
El Viejo Topo
25 abril, 2022
¿Quiere China
exportar su modelo? ¿Es el suyo un modelo exportable? La narrativa que en
Occidente instiga el temor a China en virtud de un supuesto propósito mesiánico
carece de fundamento. Si bien es verdad que China rechaza modernizarse
siguiendo los estándares de la cultura liberal occidental, ello no significa en
modo alguno que de ahí se derive que pretenda imponer a terceros su visión
ideológica o política y ni siquiera su modelo de desarrollo.
Quienes todo
parecen confiarlo a reeditar la Guerra Fría resucitando también una hipotética
versión oriental del proselitismo soviético como argumento disuasorio para
preservar la hegemonía occidental razonan la amenaza en función del creciente
poder de China a todos los niveles (económico, tecnológico, militar, etc.), que
no tendría más propósito que “dominar el mundo”. Pero el alarde de
consecuencias derivadas de la normalización de su gigantismo no se sustenta en
un proyecto competidor stricto sensu con el mesianismo liberal.
Un ejercicio constante de diferenciación
El actual
modelo chino es el resultado histórico de un ejercicio permanente de
diferenciación. No solo frente al orbe liberal sino también, en su día, frente
a la cosmovisión de obediencia soviética. La heterodoxia es parte del ADN de
ese Partido Comunista (PCCh) que desde sus orígenes planteó la necesidad de
arbitrar políticas sustentadas en un ideario de vocación universal (el
marxismo) pero adaptado a su realidad inmediata.
Dejando a un
lado el convulso periodo maoísta (1949-1978), en el cual si se implementaron
políticas de abierto corte intervencionista en el exterior, manifiestamente
para frenar el avance de la influencia del “socialimperialismo” soviético, la
esencia del denguismo (1978-2012) como también del xiísmo en boga, es la
insistencia en las “singularidades chinas” como justificación de una vía propia
al desarrollo que comporta también una renuncia explícita y reiterada a
cualquier forma de injerencia exterior. Ese compromiso ha alentado un potente
esfuerzo de innovación política que ha reventado las costuras de los moldes
ideológicos precedentes avanzando por una senda de hibridismo sistémico y con
fuertes signos de identidad civilizatoria que han partido aguas con el mundo
exterior.
Es en buena
medida esa profundización diferenciadora la que permitió al PCCh esquivar el
destino de los partidos comunistas del socialismo real. En ella advirtió las
capacidades para formular una estrategia original, tan difícilmente
extrapolable como para que el propio PCCh insista en que cada cual debe hallar
su camino “sin que ningún partido pueda dictar la ley a otros”, como decía Deng
Xiaoping.
China, dicen,
estaría tan segura de su modelo y visión que pretende exportarlos. Esa es la
interesada conclusión cuando simplemente no hace sino ejercer su soberanía,
especialmente ahora, cuando se considera a la altura de la potencia
estadounidense como evidenció en Anchorage (Alaska), entablando un diálogo de
igual a igual. La “exportación del modelo” sería una muestra más del “endurecimiento
internacional” de Beijing, simplemente porque se resiste y no acepta las
amonestaciones de un Occidente que tiene, cada día que pasa, menos lecciones
que dar. La admiración y hasta envidia que algunos líderes chinos pudieron
mostrar en determinado momento de la reforma y apertura, erosionadas tras el
episodio del bombardeo de la embajada china en Belgrado (1999), se quebró con
la crisis de 2008 cuando la bancarrota de la alabada ingeniería financiera y la
sucesión de guerras locales enquistadas desecharon cualquier empatía alentando
la definición de un nuevo modelo alternativo de relaciones internacionales. La
pandemia de Covid-19 echaría el resto.
Aunque algunos
países (especialmente en África o América Latina) han imitado motu proprio
aspectos parciales del modelo económico chino, en ningún caso, ni siquiera por
parte de quienes estarían más dispuestos a ello por cercanía ideológica, se ha
operado una traslación integral de su modelo. Y nunca China lo ha exigido, de
igual modo que rechaza que otros se lo exijan como condición sine qua non para
trascender la actual contienda ideológica o geopolítica.
La exigencia de
que es la realidad de cada país y no las orientaciones de cualquier poder
exterior (llámese FMI o BM pero también un club o una Internacional del signo
que sea) la que debe guiar la estrategia de desarrollo y empoderamiento
nacional es una originalidad destacada y reconocida en la praxis política del
PCCh. Representa la negación de que se puedan definir criterios de gobernanza
estándar aplicables a todas las culturas políticas, ya sea con base en el
vademécum liberal o marxista. En suma, que el sistema construido en torno a
criterios de las sociedades occidentales como exponente de la culminación de la
evolución política de la humanidad en su conjunto se ubica solo directamente en
línea con la promoción de sus intereses de dominio en todo el mundo.
¿Cambia algo con Xi Jinping?
El ejercicio de
una mayor asertividad es un tópico recurrente en la crítica del xiísmo.
Ciertamente, con Xi Jinping, China ha expandido su huella en todo el mundo. A
pesar de las diferentes guerras (comercial, tecnológica…) dispuestas por EEUU
para dificultar su ascenso, este se antoja difícilmente domesticable. La
defensa de un “orden basado en (nuestras) reglas” y la asociación basada en
“valores afines” arguyen una expansión ideológica y militar (desde la OTAN al
AUKUS…) a modo de última baza para encarar el gran pulso estratégico del siglo
XXI.
Para muchos, el
símbolo del impulso dominador global de China es la revitalización de las Rutas
de la Seda, en curso desde 2013 para “rehacer el mundo a su imagen y
semejanza”. Pero ni siquiera en este caso podemos hablar de imposición de
mínimas condiciones para abrir paso a los proyectos asociados. El “alinear” las
estrategias de desarrollo, principio que se deriva de los memorandos firmados
con los países adheridos a esta política, presupone un ejercicio de voluntariedad
con el propósito declarado de incrementar las sinergias y eficiencias. Hasta
Italia, país del G7, se ha sumado. Esto, lógicamente, no quita que pueda haber
contradicciones en diferentes ámbitos.
En el xiísmo,
afanado en la definición de una nueva legitimidad, se advierte una preocupación
especial por optimizar las “ventajas institucionales” y evidenciar la eficacia
del sistema de gobierno, de su idoneidad para proveer estabilidad y bienestar
progresivo a la sociedad. Deducir de esto que se trata de un primer paso para
exportarlo a aquellas sociedades hipotéticamente hartas de la pugna política
destructiva carece de fundamento. Aunque algo de autocrítica no nos vendría
mal.
En el XIX
Congreso del PCCh (2017) se incorporaron a sus Estatutos las «características
chinas» como expresión de contraste con los valores occidentales.
Posteriormente, en las sesiones parlamentarias del año siguiente, se añadieron
al preámbulo de la Constitución de la República. En paralelo, Xi completó la
formulación de las “cinco confianzas” (camino, sistema, teorías, cultura e
historia), arbitrando un esqueleto ideológico autónomo que hoy nuclea su
proyecto de país.
La “nueva era”
de Xi supone, ciertamente, una reafirmación del rumbo diferenciado de la
política china, formula una propuesta de ruptura no con los “valores
occidentales” sino liberales, acentuando su adhesión al marxismo en un
ejercicio de concentración ideológica que connota un nacionalismo al alza.
Paradójicamente, la diferencia le blinda pero también le hace inevitablemente
menos homologable internacionalmente y por tanto más difícil de transpolar.
Más que la
imposición de un modelo, al PCCh le interesa promover un diálogo capaz de
partir de la premisa de que el derecho a juzgar la idoneidad del sistema
político corresponde a cada sociedad. En esa línea, por ejemplo, ha promovido
la formación de una nueva Internacional de partidos, de signo informal y sobre
todo, ideológicamente muy plural.
Una cuestión de concepto
Que la
exportación de un modelo se convierta en santo y seña del proyecto exterior
chino presupone haber logrado un cierto nivel de homologación. Sin embargo, el
PCCh ha recorrido en estas últimas décadas el camino inverso. Por añadidura, en
el orden cultural, pese a cierta mejora no es tanto lo que ha avanzado y su
poder blando no es comparable, ni de lejos, al disponible por EEUU, claramente
predominante a nivel global sin que de ello se haya resentido su mingua
económica.
A esta China,
con tanto por hacer para mejorar su estatus, le interesa apaciguar su relación
con el mundo exterior y concentrarse en el objetivo interno, que no es otro que
modernizarse y desarrollarse, a sabiendas de que ello supone la garantía
efectiva de su soberanía y del respeto internacional a que puede aspirar como
“país grande”.
No es por tanto
una cuestión de tiempo, sino de concepto. Lógicamente, de igual modo que desde
la perspectiva china se critica el modelo liberal, el suyo es igualmente
criticable en sus déficits, especialmente en función de sus taras estructurales
como igualmente cuando pueda correr el riesgo de caer en la misma soberbia que
se atribuye a cualquier rival ideológico.
¿Quién desea
comprar el modelo chino? Hoy puede presentar aspectos de atracción para algunos
países en desarrollo, deseosos de alcanzar similares niveles de transformación
como los operados en el gigante oriental. Ese poder de atracción emulador se
sustenta en la economía o la tecnología, pero no va más allá. Y China no parece
tener interés alguno en forzar otra cosa. Su sistema político puede tener
muchas carencias y defectos pero el mesianismo, tan propio en nuestros lares,
no es uno de ellos.
Publicado en el Observatorio de la Política China.
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