Cuando la
rebelión supera los tiempos breves de la insurrección y se instala aferrándose
a espacios que las insurgencias convierten en territorios de la liberación,
apremian las preguntas. Es el momento de reflexionar sobre estas economías en
lucha.
La economía política de la revuelta
El Viejo Topo
26 abril, 2022
Oxaca 2006, Quito
2019, Cali 2021. Son apenas algunas de las ciudades latinoamericanas que
protagonizaron revueltas que duraron semanas y hasta meses. Cuando la rebelión
supera los tiempos breves de la insurrección y se instala aferrándose a
espacios que las insurgencias convierten en territorios de la liberación,
apremian las preguntas.
¿Cómo se
sostienen los rebeldes, que por momentos suman porciones importantes de la
población? ¿Qué hacen para reproducir su vida material, desde la alimentación
hasta la salud, cuando la vida económica ha sido paralizada?
En recientes
estancias en Cali y Bogotá pude conocer en detalle cómo se organizaba la vida
cotidiana durante la revuelta, un periodo que abarcó entre 60 y 90 días según
las ciudades. Las personas no acudían a sus empleos o no podían trabajar en la
economía informal porque no funcionaban el transporte y el comercio.
La actividad
para asegurar la sobrevivencia se había volcado hacia la protesta, sobre todo
en los barrios populares. No se abandonaron los intercambios ni la actividad
productiva, se redireccionaron para alimentar la revuelta. La economía formal
capitalista, tanto la que paga salario como la llamada informal, quedó
desarticulada y sus energías se volcaron hacia la resistencia al despojo.
Esas energías
hicieron posible que miles de personas vivieran solidariamente durante semanas
y que cubrieran sus necesidades, materiales y espirituales, viviendo en común.
Los 28 puntos de resistencia que funcionaron en Cali aseguraron la
alimentación, la salud, el cuidado, la cultura y el ocio deportivo.
Se instalaron
cientos de ollas comunitarias con alimentos donados por las familias y los
pequeños comercios, en las cuales muchos jóvenes obtuvieron tres comidas
diarias, algo imposible en la pobreza urbana. Las cinco líneas de defensa, o
también primeras líneas, se dividían el trabajo: la más frontal ponía límites
con escudos a los escuadrones antidisturbios y la segunda apoyaba a la primera.
Las siguientes
líneas cuidaban heridos y en algunos puntos crearon espacios para los primeros
auxilios. La última la formaban amas de casa que sacaban agua con bicarbonato
para que sus hijos e hijas soporten los gases. Hubo tiempos y espacios para
hacer deporte, para exhibir arte y música, para pintar murales y hacer teatro
en la calle.
Encuentro
cuatro aspectos centrales que hicieron posible la continuidad de la vida
durante la revuelta, que conforman una economía política de la
revuelta o de la resistencia. En rigor, debería decirse que se trata de
que la vida material se organiza en torno a la resistencia y la defensa de la
vida.
El primero son
los trabajos colectivos que están presentes en todas las actividades, desde las
ollas comunes hasta la autodefensa. Estos trabajos son el motor y el sostén de
la revuelta. Sin ellos no habría la menor posibilidad de sostenerla más que
durante algunas horas y se convierten en el sentido común de la revuelta.
El segundo es
la autodefensa que ocupa también un lugar central, entendida en un sentido más
amplio de cuidados colectivos comunitarios, que incluyen la preservación de la
vida, la salud, la dignidad y los espacios propios.
El tercer
aspecto son los territorios. La creación de puntos de resistencia es
un dato mayor, ya que fueron a la vez espacios libres de represión estatal,
pero también de protección colectiva y de creación de nuevas relaciones
sociales fundadas en el valor de uso, como la comida, la atención sanitaria, y
las artes y el deporte.
El cuarto es el
papel destacado de mujeres y jóvenes, que sigue siendo un rasgo distintivo de
las movilizaciones de los sectores populares que no está presente ni en el
sindicalismo ni en los partidos progresistas.
Además de estos
cuatro rasgos quisiera destacar el antirracismo y el anticolonialismo que se
desprenden de la movilización de las mayorías negras, indígenas y mestizas –de
forma muy particular en los tres casos citados al principio–, que son a la vez
expresiones de la resistencia al extractivismo depredador que caracteriza al
capitalismo actual.
Esta economía
en lucha, como la nombró el subcomandante insurgente Moisés en
el encuentro El Pensamiento Crítico frente a la Hidra Capitalista, se
apoya en los trabajos colectivos y en las diversas autonomías realmente
existentes, y no podría existir sin territorios propios como fueron los puntos
de resistencia.
Los sectores
populares en las grandes ciudades, durante la revuelta ponen en común lo que
hacen en la vida cotidiana: autogestionar sus vidas porque el capitalismo del
despojo los condena a la marginalidad, la muerte y la sobrevivencia en la
precariedad.
Creo que puede
ser buen momento para reflexionar sobre estas economías en lucha, de
profundizar su comprensión, sus modos y formas concretas. No para hacer alguna
tesis académica sino para algo más urgente y profundo: contribuir a fortalecer
las resistencias y separar las prácticas emancipadoras de las que reproducen el
sistema opresor.
Artículo publicado originalmente en La Jornada.
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