Tal día
como hoy de 1960 moría el eminente astrónomo y teórico comunista neerlandés
Anton Pannekoek. Destacado portavoz del movimiento de la izquierda consejista,
lo recordamos hoy con este sugerente texto escrito en 1912.
Esperanza en el futuro
El Viejo Topo
28 abril, 2022
Si fuese
necesario creer las palabras de los portavoces de la burguesía, la clase obrera
no tendría peores enemigos que los socialistas. “Pues ellos hablan
claramente en contra de los vicios de la sociedad actual”, dicen,
“y lamentan la suerte infeliz de los obreros; pero en lugar de pensar en
proporcionarles ayuda inmediata, al proletario le muestran, en el futuro, una
sociedad socialista que, precisamente, nunca se realizará. Sólo aquellos que,
como nosotros, se sitúan en el terreno del orden actual y que sostienen que es
eterno, pueden dedicarse con ardor a la mejora, por medio de reformas, de las
condiciones actualmente existentes. Y esto es por lo que todos nosotros,
liberales y antisemitas, progresistas y cristianos católicos, somos amigos
infatigables de la reforma y estamos incesantemente preocupados por mejorar la
suerte de los obreros. En lo que a ellos respecta, los socialistas lo ven todo
muy fácil: en lugar de ponerse a trabajar, solamente dan a los hombres un
consuelo, el futuro. Rechazan las reformas que proponemos, bajo el pretexto de
que son una burla de las demandas obreras, o de que contienen disposiciones
calificadas hostiles a los obreros. Toman una actitud exclusivamente negativa.
Y esto es enteramente natural; si todos los males pudiesen ser suprimidos
dentro del marco del mundo actual y si, consecuentemente, las causas del descontento
fuesen a desaparecer, no habría nada que hacer en una sociedad futura.”
La
socialdemocracia siempre ha desenmascarado fácilmente la fanfarronada de estos
amigos del obrero. Ha dicho: “¡Por favor, Señores, demuestren celo por
las reformas sólo por una vez! ¡Tomados en conjunto son la mayoría del
parlamento, así que hagan desaparecer los vicios del capitalismo!” Y
para explicar su propia posición, opuesta a las reformas, sólo tenía que
recordar su doctrina, su práctica y su programa.
Nuestra doctrina
nos dice que el socialismo no puede ser construido sobre las ruinas de la
sociedad existente, mediante una revuelta de mendigos hambrientos en harapos.
Sólo puede resultar de la poderosa marcha hacia delante de un ejército de
proletarios organizados, luchando para conquistar cada posición, cada progreso.
La práctica ha mostrado que los socialistas son los más infatigables campeones
de cada reforma, de cada mejora en interés de las masas explotadas, mientras
que los partidos burgueses siempre rechazan sus propuestas con las
palabras: “¡Imposible! ¡Pretensiones exageradas!”. Y la prueba
de que estas propuestas no se hacen por oportunismo, con el único objetivo de
crear popularidad, de que nacen necesariamente de nuestra concepción
fundamental, la proporciona nuestro programa. Allí puede encontrarse un sistema
lógico de reformas para la mejora del mundo capitalista. Nosotros proponemos
este programa a los partidos burgueses para examinar su ardor reformista.
Cuando se haga todo esto, entonces podemos hablar.
Pero ellos no
quieren esto: “Estas no son otra cosa que demandas imposibles”, exclaman,
“quizás apropiadas para una sociedad ideal, compuesta sólo por ángeles y
hermanos, pero no para nuestro mundo capitalista de hoy, donde los hombres,
difiriendo en propiedades, talentos y metas perseguidas, dominados
exclusivamente por el egoísmo, luchan entre ellos y tienen que ser mantenidos
en jaque por un fuerte poder político.” Están equivocados en esto:
nuestro programa no contiene nada que sea incompatible con el capitalismo.
Permite que la explotación misma y la oposición de clases sigan en su sitio, y
sólo propone suprimir, para el proletariado, cualquier exceso de opresión y
depresión, su falta de derechos políticos, su esclavitud al yugo del
militarismo, la mala educación de sus hijos y el desperdicio sin sentido de su
fuerza de trabajo.
Veamos lo que
hay en estas demandas “imposibles”. La primera posición es:
el sufragio universal igual y directo, su extensión a las
mujeres, la representación proporcional, la elección de magistrados por el
pueblo y la autonomía comunal. No hay aquí nada que sea imposible;
siendo prueba de esto que estas demandas han sido realizadas parcialmente en
otros países. Luego viene el armamento general del pueblo, reemplazando el
militarismo actual. Un número infinito de experiencias demuestran que, para el
valor defensivo de una nación, el sistema de milicias es tan bueno, quizás
mejor, que un ejército teniendo tras de sí un largo entrenamiento de cuartel.
Nada se podrá encontrar de imposible en declarar la religión “un asunto
privado”, en el mejoramiento de la educación del pueblo, en el
establecimiento de garantías jurídicas sólidas. En lo que
respecta al impuesto progresivo sobre las fortunas, con la
supresión de todos los impuestos indirectos, estas han estado durante mucho
tiempo en el programa de los políticos burgueses. Donde probablemente podría
residir la imposibilidad es en la demanda de la legislación protectora
del trabajo, cubriendo la fijación de la jornada diaria, la prohibición del
trabajo infantil y nocturno, las precauciones tomadas por la seguridad e higiene
de los obreros, o incluso un seguro de los obreros bien constituido.
Como podemos
ver, todas estas son reivindicaciones inmediatas para el presente; nada que
suponga un orden social distinto del actual.
No demandamos
la abolición total de los ejércitos, pues sabemos que bajo el régimen
capitalista las guerras son a veces inevitables. No demandamos una educación
científica más elevada para todos los niños; la instrucción sirve a la vida, y
las condiciones de los obreros en la sociedad capitalista sólo demandan una
buena instrucción elemental. No demandamos la extinción del desempleo: el
capitalismo no puede suprimir esta fuente principal de la pobreza del obrero.
Nuestras demandas son todas realizadas en el terreno del capitalismo. Pero hay
más. Su sola realización cumplirá verdaderamente los principios
fundamentales de la sociedad burguesa: la igualdad de
derechos entre todos los hombres como vendedores de mercancías, y
el derecho de los trabajadores a prestar su fuerza de trabajo sólo
recibiendo a cambio el pleno valor de esta fuerza de trabajo.
Así, podemos
preguntarnos por qué los partidos burgueses no quieren saber nada de estas
reivindicaciones, cuya realización será parte del capitalismo normal. La cosa
es terriblemente simple: el desarrollo del socialismo también depende de la
naturaleza normal del capitalismo, su más íntima esencia. No obstante, de este
desarrollo tampoco quieren oír nada. Quieren un capitalismo anormal, no
natural, un capitalismo que estaría hecho para durar eternamente. Realizar nuestras
reivindicaciones inmediatas –que fortalecerían a la clase obrera física
y mentalmente, que pondrían el poder político en manos de la mayoría de la
nación- sería abrir el camino a una pacífica e imperceptible
transición de la sociedad al socialismo. En tanto el proletariado madura y las
masas se hacen conscientes de las causas de sus sufrimientos, podrían,
expropiando a los grandes monopolios de explotación, tanto como realizando
reformas sociales apropiadas y efectivas, oponer una barrera siempre más fuerte
al poder y a la aflicción de los que sufren, y así llevar al capitalismo a su
ruina.
Esto es justo
lo que la clase propietaria no quiere. Esto es por lo que intenta mantener a
los trabajadores en un estado de degradación, dejarles ignorantes y privados de
derechos políticos, en la ilusión insensata de que de este modo bloquearán la
evolución para siempre. No ve que el único resultado que han obtenido es que la
evolución tenga que tener lugar a través de violentas catástrofes. Piensa
solamente en su poder momentáneo.
Así es como son
las cosas. Nuestras reivindicaciones inmediatas serían realizables con bastante
facilidad, pero se enfrentan a la resistencia obstinada de la clase dominante.
Cualquier cosa en lugar de permitir que su poder y sus beneficios sean
reducidos incluso un poco. ¡Que la opresión, la pobreza, la injusticia y la
explotación que el pueblo sufre continúen para siempre!
Nosotros
sabemos bien que, mientras tanto el capitalismo dure, sólo se le podrán hacer
unas cuantas modificaciones. No es nuestro partido, es la burguesía la que
sitúa la esperanza de los obreros en una sociedad futura. Es como si les
dijeran: “Si queréis ser felices tenéis que empezar por suprimir el
capitalismo”. Así, conseguirá lo contrario de lo que desea. Por su oposición
reaccionaria a las reformas, empuja a las masas trabajadoras a nuestras filas y
les fuerza a conquistar, por la vía de una enérgica lucha revolucionaria, lo
que no podría ser concedido pacíficamente.
Escrito en 1912. Publicado en Le Socialisme, 16 de Noviembre de
1912.
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