El arte de
vivir corre el riesgo de verse en peligro a causa de las medidas impuestas para
protegerse de la pandemia. ¿Es necesario cesar de vivir para seguir en vida?,
preguntan algunos con ironía. ¿Vale la pena enfermarse en nombre de la salud?
El arte de vivir
El Viejo Topo
17 abril, 2022
En Francia, la
pandemia provocada por el coronavirus ha desarrollado una inquietud
angustiante que deriva en polémicas donde los puntos de vista más opuestos se
confrontan.
La salud se ha
convertido en principio y bandera de muy diversos militantes. Desde luego, ya
no se trata de la salud eterna y el ingreso a los cielos. Se trata de
mantenerse en perfecta salud y evitar virus, enfermedades y otros contagios. La
aparición del coronavirus no ha hecho sino acentuar temores y fobias en nombre
de la guerra contra los peligros sanitarios. Sin embargo, los métodos para conservar
la salud son variables y, en ocasiones, opuestos. Ante las mutaciones del
Covid-19, por ejemplo, hay quienes toman la vacuna como un talismán y quienes
consideran la vacunación como un veneno a largo plazo. Confinamiento para
protegerse del contagio, aislamiento que conduce a la depresión, los atisbos de
locura, los intentos suicidas.
Para mantenerse
sano hay quienes corren a diario durante una buena hora, aunque tengo amigos
que se han infartado en plena carrera, cuando no se hacen atropellar por un chafirete.
Hay también los militantes contra el cigarro, el alcohol y otras drogas.
Quienes, para cumplir con las horas de sueño necesario a la estabilidad mental
y física, abusan de somníferos y narcóticos. Asimismo, existen quienes creen en
el optimismo y mantienen el rictus de su sonrisa incluso en los entierros. Así,
es difícil escapar a las discusiones infinitas sobre los métodos para seguir
sanos y salvos en esta lucha mortal y, sobre todo, cuando se habla de
alimentación.
Antes se vivía
para comer, hoy se come para vivir, es una afirmación que se ha vuelto refrán…
aunque nadie pueda afirmar que todo mundo podía vivir para comer. Sin embargo,
la segunda parte de esta afirmación podría afinarse diciendo que se come para
sobrevivir. Y no me refiero a la gente que sufre el hambre a causa de la
miseria, sino a todas las víctimas de las prohibiciones culinarias dictadas por
las promesas de salud y vida eterna aquí y ahora en este bajo mundo.
En efecto,
desde hace algunos años, aumentan los consejos de la debida alimentación.
Indicaciones que no sólo provienen de nutricionistas y otros expertos en dietas
y proteínas. Se suman a estos consejeros los militantes vegetarianos y veganos.
En la ciudad de Lyon, en Francia, las autoridades han decidido retirar la carne
de la comida que se da a los alumnos en los restaurantes de las escuelas. En
otra ciudad francesa, se pretende prohibir comer foie gras a
causa de los malos tratos a gansos y a patos para causar la inflamación del
hígado necesaria a este producto que durante siglos hizo la delicia de
gastrónomos y golosos. La esbeltez parece ser una prueba de buena salud y un
naciente raquitismo sería una esperanza de larga vida, mientras cualquier asomo
de gordura, para no hablar de obesidad, es una señal fatídica. Muchas personas
pasan ahora parte de su tiempo analizando la composición de los alimentos que
compran.
¡Qué lejos
estamos de las deliciosas comilonas descritas por Balzac o por Dumas! La gente
podía comer sin miedos ni culpabilidades. Hoy, quien ingiere un huevo siente el
deber de sufrir pensando en la vida del ser asesinado antes de nacer. Nuestros
modernos contemporáneos, practicantes del fast food, comen de
prisa, sin sentarse a una mesa, pues prefieren aprovechar esos momentos para
dar una digestiva caminata. Nuestros ancestros, o al menos los privilegiados,
disfrutaban de las horas de la comida para practicar otras artes indispensables
a la salud mental: rencuentros, convivencia, amistad, conversación. Este arte
de vivir corre, quizás, el riesgo de verse en peligro a causa de las severas
medidas impuestas en algunos países para protegerse de la pandemia. ¿Es
necesario cesar de vivir para seguir en vida?, preguntan con ironía quienes no
temen pensar a contracorriente de la política conforme. ¿Vale la pena enfermarse
en nombre de la salud?
Artículo publicado originalmente en La Jornada.
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