Cuando la niebla de la guerra se aclare habrá que hacer
un mapa de daños. Conocer con precisión las
consecuencias, el papel de los actores y los elementos
definitorios de una nueva relación de fuerzas.
Ucrania: una
guerra que inicia la gran transición geopolítica y civilizatoria
El Viejo Topo
30 marzo, 2022
«Además, todo indica que potencias económicas como Rusia y China deben ser
domesticadas o aplastadas para que las principales economías capitalistas
puedan tener una nueva oportunidad de vida. Esto es una perspectiva aterradora»
Michael Roberts 14 de marzo 2022
La guerra de
Ucrania continua. Es solo un comienzo. ¿El frente? La dimensión
espacio-temporal de los intereses estratégicos de los Estados Unidos; es decir,
el planeta. El objetivo es conservar el poder y oponerse férreamente a los que
cuestionan la hegemonía euroamericana, eso que Samir Amín llamó el imperialismo
colectivo de la triada. Biden ha organizado, insisto, ha organizado dos
territorios de definición geopolítica: uno, el principal, en Asia, en el Mar de
la China meridional; otro, el secundario, que tiene como línea de frente
Ucrania. Ambos están interconectados política y militarmente por los EEUU. Estos
imponen una estricta división del trabajo: de la reducción de Rusia se encarga
la OTAN; de Asia, el mundo anglosajón. Es la doctrina Monroe ampliada a la de
Alfred T. Mahan: el Pacifico es asunto exclusivo y excluyente de los
norteamericanos y sus aliados de confianza; fuera la Unión Europea y,
específicamente, Francia. Se atisba en el horizonte un tercer escenario en
construcción, el Sahel, que empieza a decir adiós a las fuerzas expedicionarias
francesas y creo que también a las demás europeas.
Cuando la
niebla de la guerra se aclare habrá que hacer un mapa de daños. Conocer con
precisión las consecuencias, el papel de los actores y los elementos
definitorios de una nueva relación de fuerzas. Un dato sobre todos: ¿se romperá
el mercado económico-productivo y financiero mundial? Eso parece. La
posibilidad de construir un polo de poder alrededor de China viene impulsado
por la necesidad de responder a las sanciones contra Rusia y, sobre todo, a sus
consecuencias colaterales que obligan ya a definirse. Biden está jugando
fuerte, muy fuerte. Los días del dominio del dólar pueden estar
terminando y la multipolaridad más cercana de lo que parece.
Una cosa parece
evidente: se está vendiendo ahora más gas ruso a Alemania que antes del
conflicto. Este corredor funciona mucho mejor, desgraciadamente, que el
humanitario. ¿Qué significa esto? Que existen contactos económicos, financieros
y militares. Sigue habiendo posibilidades de llegar a acuerdos, de parar la
guerra y poner fin a la muerte. Cada vez sabemos más cosas. En la reunión de
Versalles de los 27, siempre a mayor gloria electoral de Macron, se decidió que
por ahora no entraría Ucrania en la Unión Europea; este «por ahora» puede ser
muy largo y equivale a (casi) nunca. Unos días después, nuestro inolvidable
Alto Representante de la UE, Josep Borrell, reconoció errores. El más grande
fue abrir la posibilidad de la entrada de Ucrania en la OTAN. No se deben hacer
promesas que no se pueden cumplir, sentenció el que fuera la gran esperanza
blanca de la socialdemocracia española.
Cuánta razón
lleva Luciano Canfora cuando dice que no hay que hablar de democracia cuando se
trata del poder mundial y su disputa; no hablar de paz cuando se planifica la
guerra. Habrá que decirlo una y otra vez, hacerlo con fuerza y asumiendo los
costes de ser minoría: frente a un discurso único dominante -que se convierte
en disciplinario- hay que afirmar que esta guerra es entre la OTAN y Rusia, y
que Ucrania pone el territorio, la población y la mayor parte de muertos y
heridos. Zelenski debe de estar comprendiendo ya lo que supone ser aliado
incondicional de los EEUU e instrumento activo de una estrategia que nada tiene
que ver con los intereses de su pueblo. Plantear, como él hace, una
intervención directa o indirecta de la OTAN es jugar con fuego y que todos nos
quememos.
Se ha dicho
(Thomas Fazi, Olga Rodríguez) que la guerra de Ucrania ha sido la más
anunciada, analizada y anticipada de la historia última europea. Todos los
grandes especialistas lo han estudiado y analizado desde hace años (Kennan,
Kissinger, Mearsheimer, Jack F. Matlok) y su conclusión fue siempre la misma:
intentar que Ucrania ingresara en la OTAN supondría una respuesta político-
militar rusa y la guerra. El 13 de marzo de este año Carlos Sánchez en El
Confidencial entrevistaba a un especialista en estrategia –influyente
en el Ministerio de Defensa- que no quiso dar su nombre. Lo más sorprendente de
sus declaraciones es que coinciden con otros geopolíticos –militares o no-
críticos ante el conflicto ucraniano y especialmente preocupados por el futuro
de Europa en un mundo que cambia aceleradamente.
Hay un acuerdo
muy general en que estamos en un cambio de época caracterizado por un declive
relativo de la hegemonía de EEUU y la emergencia de nuevas potencias que, objetivamente,
cuestionan el orden organizado y definido por ese país. Las dimensiones y los
ritmos del proceso no son pacíficos. En segundo lugar, se coincide en que
estamos en una transición hacia un mundo multipolar que implica una
redistribución sustancial del poder a nivel mundial. También hay acuerdo,
en tercer lugar, en que los EEUU son la primera potencia económica y que, lo
más importante, tiene un claro dominio político- militar a nivel planetario.
Dicho de otro modo, hay una desigualdad estructural de fuerzas (comerciales,
financieras, tecnológicas y militares) entre el bloque de poder dirigido por
los EEUU y las fuerzas que tienden a disputarle la hegemonía. La cuestión clave
es el tiempo. Biden (y el grupo oligárquico que él encabeza) buscan anticiparse,
ganar ventaja y posición por medio de una estrategia preventiva bajo el
principio: hay que hacerlo ahora, mañana puede ser demasiado tarde. No
ocultan sus objetivos, acabar con el sistema de poder dominante en Rusia y en
China por medio de instrumentos económicos, tecnológicos, híbridos o de zona
gris.
Existe
consenso, en cuarto lugar, en que la gran perdedora de este conflicto es
Europa. La UE es incapaz de representar los intereses estratégicos de sus
Estados y pueblos y sigue siendo –la crisis de Ucrania lo pone de manifiesto-
una aliada subalterna de los EEUU. La quinta cuestión tiene que ver con el
papel geopolítico de España. Aquí hay muchas preocupaciones. El conflicto entre
Marruecos y Argelia se agrava; al tradicional problema migratorio se le añade
el del gas en un contexto propiciado por la pretensión de Marruecos de
convertirse en potencia regional en estrecha relación con EEUU y Francia. Al
fondo, la cuestión saharaui no resuelta. En caso de conflicto con Marruecos,
los españoles estaremos solos, de nada nos servirán ni la OTAN ni la UE.
Cuestión más
compleja son las relaciones entre China/Rusia siempre mediadas por tensión con
los EEUU. Kissinger y Brzezinski advirtieron con mucha fuerza del peligro de
una alianza entre Irán, Rusia y China. Sin embargo, toda la política exterior
norteamericana –excepto en la etapa de Donald Trump- está dedicada a
propiciarla. Hoy que la rusofobia arrecia, hay que insistir en que el futuro de
las relaciones internacionales estará marcado por la dirección hacia la que se
incline Rusia. Esta se ha decantado clara y nítidamente hacia una alianza
estratégica con China. Las dos economías se complementan y sus capacidades
militares se multiplican en alianza. China ayudará a superar las sanciones a
Rusia como lo harán la India, Pakistán, Indonesia, gran parte de América Latina
comenzando por Brasil y Argentina y la mayoría de África con Sudáfrica a la
cabeza; sin olvidar a Arabia Saudita que está decidiendo en estos momentos
cobrar el petróleo en moneda china. ¿Somos capaces de imaginar el mapa? Es el
nuevo mundo que emerge frente al viejo de las grandes potencias coloniales.
Para Europa es
una tragedia. Se han cansado de decirlo en estos días, no hay seguridad en
Europa sin Rusia. Es verdad. Este país retorna a una alianza explícita
euroasiática con el objetivo claro de desafiar una Pax basada
en el poder euro/norteamericano. Una vez más es lo viejo que no acaba de morir
y lo nuevo que no termina de nacer. En medio, el conflicto por el poder
mundial.
«El
despertar político global es históricamente antiimperial, políticamente
antioccidental y emocionalmente antinorteamericano en dosis crecientes. Este
proceso está originando un gran desplazamiento del centro de gravedad mundial,
lo que, a su vez, está alterando la distribución global de poder, con
implicaciones muy importantes de cara al papel de los EEUU en el mundo» Esto
lo escribió en el 2007 Zbigniew Brzezinski.
El viejo halcón
polaco-norteamericano sabía de lo que hablaba. No hay marcha atrás.
Fuente: Blog Otras Miradas.
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