La crisis
ucraniana vuelve a confrontar a la izquierda con sus propios fantasmas. El
mundo será distinto después de Ucrania 2022, pero sólo será mejor que el de hoy
si se acaba imponiendo el multilateralismo.
Crisis en Ucrania y fantasmas en la izquierda
EL Viejo Topo
9 marzo, 2022
Armando Fernández Steinko y Eduardo Luque
La crisis
ucraniana vuelve a confrontar a la izquierda con sus propios fantasmas. Ya
sucedió durante la crisis yugoslava, la libia, la siria y también con la
olvidada guerra del Yemen. Una vez más, las fuerzas progresistas pueden abordar
los problemas geopolíticos desde dos prismas diferentes. El primero es
subordinando la realidad a una serie de postulados morales tales como el
legítimo derecho a vivir en paz, a la vida o el respeto a la integridad
territorial. El segundo enfoque intenta partir de la realidad y de los hechos
históricos para hacer avanzar la realización de dichos postulados sobre bases
empíricamente fundadas o “reales”. El primero se conforma con valorar y
contemplar la realidad, el segundo la valora, como no puede ser de otra forma,
para además intentar construir un mundo mejor.
La mayor parte
de las izquierdas hispanas han apostado por el primer prisma en su
posicionamiento frente a la intervención militar de Rusia en Ucrania. Hay
precedentes. Después de una denuncia firme y fundada de la guerra en Iraq,
adoptó posiciones más ambiguas frente a las masacres cometidas en Libia o en
Siria repitiendo los argumentos humanitarios defendidos por las potencias
occidentales. En la crisis de Ucrania, la alineación acrítica de muchos con los
argumentos de la OTAN está siendo casi total. La construcción de una “determinada
cantidad de enemigo apropiado” (Nils Christie) que conocemos de la
criminología, ha dado sus frutos en la figura de Vladimir Putin y en la
actualización de la historia del “oso ruso”, un viejo relato geopolítico
fraguado por el Reino Unido en los años de su imperialismo más exacerbado, y
que ha seguido fundamentando su política exterior hacia Rusia desde finales del
siglo XIX.
Pero por poco
que exploremos los antecedentes de la situación, por poco que seamos capaces de
situarnos en el lugar del otro, veremos que el principal pecado de Vladimir
Putin radica en haber sacado a su país de la condición de estado fallido a la
que lo había arrojado Boris Yeltsin, que sus posiciones son esencialmente
defensivas y preventivas aún cuando, al tratarse de un país muy grande, su
política afecte a muchos territorios aunque todos próximos a sus fronteras. Una
somera consulta de las hemerotecas desvela la machacona insistencia de Putin a
lo largo de los últimos veinte años en la necesidad de que todos los países influyentes
respeten la legalidad internacional. En que sólo si se construye un orden
internacional multipolar que no contemple el monopolio de un país -y de sus
afines- en la definición de los criterios políticos, militares y económicos
vigentes puede crearse una comunidad internacional de paz. En que solo si se
respeta el derecho de todos los países a vivir con seguridad, puede evitarse la
vandalización del mundo. Putin insistió -por ejemplo en la sonada conferencia
de Munich de seguridad de 2007- en la importancia de que estos argumentos no
acabaran ahogados en protocolos formales, buenas palabras y golpecitos en la
espalda, sino que fueran tomados en serio pues de ellos dependía la posibilidad
de crear un orden internacional civilizado. Estaba haciendo una propuesta
concreta, realista y constructiva que permitía apoyar la moral y las buenas
ideas en una hoja de ruta susceptible de ser construida de forma multilateral
antes que en simple retórica y declaraciones bienintencionadas destinadas a
tranquilizar a la opinión pública. Las burlas de las élites occidentales, sobre
todo de los norteamericanos tipo “parece un niño arrogante que quiere recuperar
su viejo juguete”- a estas propuestas, también se pueden rastrear fácilmente en
las hemerotecas: fueron actos de imperdonable irresponsabilidad colectiva por
parte de no pocos países occidentales.
Lo que proponía
Putin -y no sólo él sino también la dirección china y el conjunto de los países
del BRICS- es una invitación a toda la comunidad internacional
a que ninguna potencia -ni los EEUU, ni cualquier otra incluida la propia
Rusia- le pueda imponer su criterio moral, militar, económico y político al
resto, en definitiva un orden internacional multilateral. Esto incluye el derecho
de todos los países a vivir sin amenaza nuclear. Las demandas
de Rusia son incluso más legítimas, si cabe, que las del resto de los países,
pues ha sido invadida varias veces desde el oeste y la última vez perdió más de
25 millones de sus habitantes. La amenaza no es cuestión del pasado pues los
constructores de los nuevos “enemigos apropiados” siguen trabajando en la
reactivación de los viejos enemigos y las escuadras nazis, que tienen en Rusia
a su principal enemigo histórico, dirigen hoy una parte importante de los
batallones del ejército ucraniano que viene siendo armado desde hace algún
tiempo por los países occidentales a espaldas de sus propias opiniones
públicas.
Los países de
la OTAN se reservan para sí el derecho a vivir sin amenazas nucleares.
Critican muy severamente a Rusia por inmiscuirse en los asuntos internos de
terceros países. Provocan cambios de fronteras sin respetar la legalidad
internacional reconociendo la separación de Kosovo del territorio de Serbia en
2008. Bombardean países sin el respaldo de Naciones Unidas como sucedió con
Serbia, Libia o Iraq, en realidad casi un año sí y otro también desde 1999.
Legalizan los grupos nazis en sus territorios y critican las políticas de
uniformización etnolingüística cuando se producen en un territorio de la OTAN
como España. Sin embargo no le reconocen esos mismos derechos a Rusia:
consideran inadmisible la modificación de fronteras de Rusia en Crimea tras el
golpe de estado de Maidán, financian las escuadras neonazis para usarlas contra
Moscú etc. Muchos progresistas occidentales prefieren no tomar nota de todo
esto: de que la OTAN lleva más de 27 años acercando sus fronteras hacia Moscú,
de las interminables quejas, ruegos, declaraciones diplomáticas y peticiones de
comprensión con las que la diplomacia rusa ha venido respondiendo a esta
estrategia aparentemente inocente en las formas pero profundamente agresiva en
sus intenciones ¿se puede fijar un posicionamiento moral sin tener en cuenta
estos hechos?
Porque los
hechos son que la intransigencia y la agresividad occidental en su intento de
desvincular a Ucrania primero cultural, luego afectiva, económica y
políticamente de Rusia, no se pueden cuestionar. Ucrania es un país dividido
lingüísticamente y durante la segunda guerra mundial se produjo un
enfrentamiento civil entre ambas comunidades. La parte occidental
-originalmente vinculada al imperio austrohúngaro, agrícola, de escasa
tradición nacional y ucranoparlante- apoyó mayoritariamente a los invasores
alemanes. La segunda -industrial, muy ligada a Rusia desde hace siglos- apoyaba
y combatió al lado de su vecino ruso del norte. El conflicto lingüístico quedó
razonablemente resuelto durante décadas con la derrota de Alemania en la
segunda guerra mundial, pero el golpe de estado de Maidán de 2014 lo reactivó
pues servía para alejar a Ucrania de Rusia con el fin último de incorporarla a
la OTAN. Dicho golpe no se apoyó sólo en el sector prooccidental de los
profesionales urbanos del país, como sugerían los medios occidentales. También
y sobre todo se apoyó en las escuadras neonazis que aportaron manifestantes y
agitación armada en Kiev. En estos últimos recayó también la persecución de los
militantes de izquierda hasta llegar a su exterminio en algunos lugares como
sucedió en la casa de los sindicatos de Odessa. En ellos recae también la
actual guerra contra las provincias de Donetsk y Luhansk que, igual
que Crimea, se quieren separar de Ucrania debido a la elevada concentración de
rusoparlantes una vez rotos los consensos en 2014. En ellos se apoya además la
actual estructura del ejército ucraniano, pues actúan a modo de comisarios
políticos para evitar deserciones. La guerra en Donetsk y Luhansk es
una guerra en suelo europeo y viene durando muchos años, una guerra que no ha
preocupado demasiado a parte de la izquierda a pesar de que ya costado más de
13.000 vidas fundamentalmente de civiles.
¿Pero por qué
tanto lío con Ucrania y en cambio no lo hubo con los países bálticos? El
geoestratega norteamericano más influyente y artífice de la ampliación de la
OTAN hacia el este, Zbigniew Brzezinski, responde a esta pregunta[i] : “una
Rusia que pueda conservar el control sobre Ucrania podría seguir intentando
convertirse en un imperio eurasiático, sin Ucrania este objetivo es
irrealizable”. Esta interpretación imperialista de la política
exterior rusa, que enlaza con la teoría del oso ruso insaciable, es la que
siempre han cultivado la diplomacia británica y norteamericana, sin duda las
más imperialistas del mundo desde 1800. Sólo recientemente ha sido sustituida
por la del nuevo “enemigo apropiado” chino, aunque las similitudes entre ambas
son muy grandes. Brzezinski continuaba en 1997: “en algún momento
entre 2005 y 2010 Ucrania se habría acercado lo suficientemente al oeste como
para iniciar las conversaciones de incorporación a la OTAN” (traducción
propia de la versión alemana).
Ambas
afirmaciones del geoestratega norteamericano encierran las claves del
conflicto: las necesidades más esenciales de seguridad de Rusia dependen de la
neutralidad de Ucrania. Por dos razones. 1.) porque el estacionamiento de
ojivas nucleares en su territorio amenazarían directamente a Moscú. Es
comparable al establecimiento de armas nucleares en Canadá apuntando a
Washington; y 2.) Porque la franja territorial ucraniana es lo que le ha dado a
Rusia históricamente la «profundidad estratégica” -así se expresa en lenguaje
militar- que le ha permitido defenderse de los invasores y que sigue
siendo plenamente vigente hoy para la seguridad de Rusia. Esto significa en
plata que la incorporación de Ucrania a la OTAN es incompatible con los
derechos de seguridad más elementales de Rusia. Y otra cosa más: el guión y los
antecedentes de la intervención en Ucrania hay que buscarlos en Washington
antes que en Moscú.
¿Pero no tiene
el gobierno ucraniano el derecho de decidir si ingresa o no en un bloque
militar? ¿No puede decidir cada país la alianza de la que quiere formar parte y
cómo hacerlo?
El propio
liberalismo político ha demostrado que la libertad individual termina ahí donde
esta provoca una mengua de la libertad de la otra parte. Traducido al derecho
internacional en los tratados internacionales este principio significa que los
países no tienen el derecho de incrementar su propia seguridad a costa de
sus vecinos. Así, por ejemplo, la Carta de París, firmada por todos los países
occidentales, por la URSS y Yugoslavia en 1990, reza: “La seguridad
es indivisible y la seguridad de cada Estado participante está inseparablemente
vinculada a la de todos los demás” (ver https://www.osce.org/files/f/documents/9/d/39521.pdf).
Es el principio más importante para asegurar la paz y evitar las guerras
tras las enseñanzas de la segunda guerra mundial: la atribución al otro de los
mismos derechos de seguridad que reivindica legítimamente cada país para sí.
¿Cuál es la
respuesta de muchos progresistas frente a los acontecimientos en Ucrania? La
respuesta ha sido posicionarse tanto frente a unos como frente
a otros. Parece que se trata de una posición intachable, pues se apoya en la
reivindicación de que los mismos principios sean aplicados
efectivamente a todos por igual, una respuesta plenamente
compatible con el espíritu de la Carta de París y también con los argumentos
que viene defendiendo la diplomacia rusa una y otra vez desde hace casi veinte
años: desde Sochi, hasta el Club Waldai pasando por las sucesivas conferencias
de seguridad de Munich en las que ha venido participando desde 2007.
¿Pero qué pasa
si una de las partes no respeta este principio, si se burla -literalmente- de
la otra parte, si considera los argumentos de Rusia como la pataleta de un niño
que no se hace a la idea de que no tiene ya nada que decir en la esfera
internacional? ¿Qué se supone que tiene que hacer la parte
amenazada por los persistentes incumplimientos de la otra parte? ¿Hasta cuándo
tiene que permanecer sin hacer nada la parte amenazada existencialmente
mientras dicho incumplimiento va horadando sus necesidades de seguridad más
esenciales? ¿Hasta cuándo tuvieron que esperar las potencias occidentales
mientas Hitler intervenía en la guerra de España y se anexionaba Austria y los
Sudetes?
Es aquí donde
aparece la parte incómoda del asunto, la parte que muchos progresistas
prefieren no arrostrar desde la harmonía de los argumentos morales libres de
realidades fácticas y de otras suciedades incómodas. Ignorar, hacer como que
no han sucedido una serie de cosas, banalizar la secuencia histórica de los
acontecimientos para reencontrarse con los argumentos de buenos y malos, soñar
que la moral tiene fuerza suficiente para combatir la guerra “de unos y de
otros” es, sin duda, la posición más cómoda e impecable. Pero si los
argumentos, quejas, peticiones, advertencias, charlas y conferencias no llevan
a ninguna parte, si la respuesta de la parte amenazada es un “hasta aquí hemos
llegado” entonces los neutrales se llevan las manos a la cabeza: “¡estamos en
favor del derecho internacional y la culpa de su ruptura es de Rusia!”. Su
posicionamiento pierde su inocencia, no querían intervenir pero ahora lo hacen.
Lo hacen asumiendo de facto el relato del verdadero agresor.
De nada sirve
esquivar el asunto principal que es el que estamos intentando esbozar aquí. Pretender,
por ejemplo, que el conflicto se fundamenta en el intento de hacerse con las
materias primas que duermen en suelo ucraniano, o que todo lo hace girar el
diabólico Vladimir Putin es una escapatoria moral para no mancharse las manos.
Cuando EEUU intervino en Irak, el argumento “petróleo” fue efectivamente muy
importante. Sin embargo tampoco fue el único en ese momento como argumentaron
algunos progresistas repitiendo argumentos propios de un materialismo vulgar
que más bien los desprestigia. La política interna y externa en general tiene
una autonomía propia, una autonomía que obliga a inyectarle complejidad al
análisis, que limita el poder explicativo de las razones “económicas” basadas
en el valor futuro de las materias primas o también las razones “psicológicas”
basados en el carácter corrosivo del “Señor Putin”. Si se quiere comprender la
situación creada en Ucrania hay que leer a Brzezinksi, repasar las hemerotecas
y los propios argumentos de la diplomacia rusa hechos públicos hasta la
saciedad a lo largo de los últimos 20 años: no hay misterio alguno, está todo a
la vista para el que quiera entender.
Es necesario
protestar contra la guerra, pero es al menos tan importante protestar contra
las políticas que la causan pues, si no desaparecen, volverán a producirse
guerras. Esto pasa hoy por identificar el carácter ofensivo de la OTAN y
oponerse a ella tal y como lo hicimos en los años 1980, cuando dio el primer
paso para romper la paridad militar y hundir económicamente a la URSS: es ella
la que provocó entonces y la que ha provocado ahora esta situación y no hay
nada que nos permita afirmar que no va a provocar otras similares en el futuro
si no la paramos. Las agresivas incursiones norteamericanas en los mares del
Pacífico con el fin de “contener” a China explican la sorpresiva
incondicionalidad con la que su gobierno ha apoyado la respuesta de Rusia en
Crimea, y el rosario de bases militares norteamericanas que rodean el territorio
de Rusia, no pueden ser más elocuentes para quien quiera comprender. ¿Cuántas
bases rusas rodean los EEUU? Ninguna. La diferencia entre querer la paz y hacer
lo posible para que se haga realidad pasa por determinar las causas de la
guerra, por definir con realismo a los actores que destruyen la paz y las
motivaciones que tienen para hacerlo. Son esos actores y esas motivaciones
el principal enemigo del pacifismo.
Lo que está
sucediendo en Ucrania demuestra en todo caso que no estamos al final de la
historia, como pensaban Brzezinksi, Fukuyama & Co, sino más bien al
comienzo de un nuevo tramo de la misma. El que este tramo sea unilateral o
multilateral es una cuestión existencial para la humanidad, y perdonen si nos
ponemos patéticos. Primero porque no habrá justicia y paz sostenibles si una
potencia mundial piensa que se puede imponer su universo a todas las demás.
Segundo porque sólo podremos salvar el planeta a partir de un consenso mundial
que impida que los que más ensucien externalicen el coste de su forma de vida
hacia los que no tienen poder para hacer valer su criterio. Y tercero porque la
justicia norte-sur es incompatible con la capacidad de un país de imponerle al
resto su criterio, su moneda, su economía, sus formas de vida etc. El
multilateralismo y su defensa es el mortero que le permitirá a la humanidad
hacer frente a las crisis que la atenazan al mismo tiempo: la ambiental, la
social, la financiera etc.
El siglo XXI
con sus guerras híbridas y sus invasiones humanitarias nos muestra la complejidad
que están adquiriendo algunos términos como “violencia”, “humanitarismo”,
“guerra” o “paz”, término este último que algunos gobiernos usan como eslogan
mientras se preparan activamente para imponerle al contrario su criterio
utilizando la violencia si este no lo acepta. El pacifismo no se impondrá
si no aprende a identificar los significados que pueden llegar a adquirir todas
estas palabras, a explorar las causas de los conflictos sin recurrir a relatos
de buenos y malos, a esos “enemigos apropiados” que tanto facilitan las cosas
en el plano moral. No es necesario compartir las políticas de unos gobiernos o
de unos dirigentes hacia dentro de sus propios países para poder apoyarlos
cuando abrazan causas que dan un respiro a los que siempre han sido sometidos,
ignorados y pisoteados, cuando abrazan las causa del multilateralismo. Tampoco
era necesario identificarse con el socialismo soviético para reconocer el
beneficio que le aportaba a los menos favorecidos dentro y fuera de los países
occidentales para saludar la existencia de un equilibrio de poderes en el
mundo. El mundo será distinto después de Ucrania 2022, pero sólo será mejor que
el de hoy si se acaba imponiendo el multilateralismo.
Barcelona-Madrid marzo 2022
Nota
[i] El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus
imperativos geoestratégicos. Barcelona: Paidós
*++