Noam
Chomsky cumple hoy noventa y tres años. Insigne lingüista, filósofo y activista
reconocido por su activismo político, caracterizado por una fuerte crítica del
capitalismo contemporáneo y de la política exterior de los Estados Unidos.
El estado de vigilancia en los países libres
El Viejo Topo
7 diciembre, 2021
En los últimos
tiempos, hemos aprendido mucho sobre la naturaleza del poder del Estado y las
fuerzas que impulsan sus políticas, además de aprender sobre un asunto
estrechamente vinculado: el sutil y diferenciado concepto de la transparencia.
La fuente de la
instrucción, por supuesto, es el conjunto de documentos referidos al sistema de
vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés)
dados a conocer por el valeroso luchador por la libertad, el señor Edward J.
Snowden, resumidos y analizados de gran forma por su colaborador Glenn
Greenwald en su nuevo libro No Place to Hide (Sin lugar
donde esconderse).
Los documentos
revelan un notable proyecto destinado a exponer a la vigilancia del Estado
información vital acerca de toda persona que tenga la mala suerte de caer en
las garras del gigante, que viene a ser, en principio, toda persona vinculada
con la moderna sociedad digital.
Nada tan
ambicioso fue jamás imaginado por los profetas distópicos que describieron
escalofriantes sociedades totalitarias que nos esperaban.
No es un
detalle menor el hecho que el proyecto sea ejecutado en uno de los países más
libres del planeta y en radical violación de la Carta de Derechos de la
Constitución de Estados Unidos, que protege a los ciudadanos de persecuciones y
capturas sin motivo y garantiza la privacidad de sus individuos, de sus
hogares, sus documentos y pertenencias.
Por mucho que
los abogados del gobierno lo intenten, no hay forma de reconciliar estos
principios con el asalto a la población que revelan los documentos de Snowden.
También vale la
pena recordar que la defensa de los derechos fundamentales a la privacidad
contribuyó a provocar la revolución de independencia de esta nación. En el
siglo XVIII el tirano era el gobierno británico, que se arrogaba el derecho de
inmiscuirse en el hogar y en la vida de los colonos de estas tierras. Hoy, es
el propio gobierno de los propios ciudadanos estadounidenses el que se arroga
este derecho.
Todavía hoy
Gran Bretaña mantiene la misma postura que provocó la rebelión de los colonos,
aunque a una escala menor, pues el centro del poder se ha desplazado en los
asuntos internacionales. Según The Guardian y a partir de
documentos suministrados por Snowden, el gobierno británico ha solicitado a la
NSA analizar y retener todos los números de faxes y teléfonos celulares,
mensajes de correo electrónico y direcciones IP de ciudadanos británicos que
capture su red,
Sin duda los
ciudadanos británicos (como otros clientes internacionales) deben estar
encantados de saber que la NSA recibe o intercepta de manera rutinaria routers,
servidores y otros dispositivos computacionales exportados desde Estados Unidos
para poder implantar instrumentos de espionaje en sus máquinas, tal como lo
informa Greenwald en su libro.
Al tiempo que
el gigante satisface su curiosidad, cada cosa que cualquiera de nosotros
escribe en un teclado de computadora podría estar siendo enviado en este mismo
momento a las cada vez más enormes bases de datos del presidente Obama en Utah.
Por otra parte
y valiéndose de otros recursos, el constitucionalista de la Casa Blanca parece
decidido a demoler los fundamentos de nuestras libertades civiles, haciendo que
el principio básico de presunción de inocencia, que se remonta a la Carta Magna
de hace 800 años, ha sido echado al olvido desde hace mucho tiempo.
Pero esa no es
la única violación a los principios éticos y legales básicos. Recientemente,
el New York Times informó sobre la angustia de un juez federal
que tenía que decidir si permitía o no que alimentaran por la fuerza a un
prisionero español en huelga de hambre, el que protestaba de esa forma contra
su encarcelamiento. No se expresó angustia alguna sobre el hecho de que ese
hombre lleva 12 años preso en Guantánamo sin haber sido juzgado jamás, otra de
las muchas víctimas del líder del mundo libre, quien reivindica el derecho de
mantener prisioneros sin cargos y someterlos a torturas.
Estas
revelaciones nos inducen a indagar más a fondo en la política del Estado y en
los factores que lo impulsan. La versión habitual que recibimos es que el
objetivo primario de dichas políticas es la seguridad y la defensa contra
nuestros enemigos.
Esa doctrina
nos obliga a formularnos algunas preguntas: ¿la seguridad de quién y la defensa
contra qué enemigos? Las respuestas ya han sido remarcadas, de forma dramática,
por las revelaciones de Snowden.
Las actuales
políticas están pensadas para proteger la autoridad estatal y los poderes
nacionales concentrados en unos pocos grupos, defendiéndolos contra un enemigo
muy temido: su propia población, que, claro, puede convertirse en un gran
peligro si no se controla debidamente.
Desde hace
tiempo se sabe que poseer información sobre un enemigo es esencial para
controlarlo. Obama tiene una serie de distinguidos predecesores en esta
práctica, aunque sus propias contribuciones han llegado a niveles sin
precedentes, como hoy sabemos gracias al trabajo de Snowden, Greenwald y
algunos otros.
Para defenderse
del enemigo interno, el poder del Estado y el poder concentrado de los grandes
negocios privados, esas dos entidades deben mantenerse ocultas. Por el
contrario, el enemigo debe estar completamente expuesto a la vigilancia de la
autoridad del Estado.
Este principio
fue lúcidamente explicado años atrás por el intelectual y especialista en
políticas, el profesor Samuel P. Huntington, quien nos enseñó que el poder se
mantiene fuerte cuando permanece en la sombra; expuesto a la luz, comienza a
evaporarse.
El mismo
Huntington lo ilustró de una forma explícita. Según él, “es posible que
tengamos que vender [intervención directa o alguna otra forma de acción
militar] de tal forma que se cree la impresión errónea de que estamos
combatiendo a la Unión Soviética. Eso es lo que Estados Unidos ha venido
haciendo desde la doctrina Truman, ya desde el principio de la Guerra Fría”.
La percepción
de Huntington acerca del poder y de la política de Estado era a la vez precisa
y visionaria. Cuando escribió esas palabras, en 1981, el gobierno de Ronald
Reagan emprendía su guerra contra el terror, que pronto se convirtió en una
guerra terrorista, asesina y brutal, primero en América Central, la que se
extendió luego mucho más allá del sur de África, Asia y Medio Oriente.
Desde ese día
en adelante, para exportar la violencia y la subversión al extranjero, o
aplicar la represión y la violación de garantías individuales dentro de su
propio país, el poder del Estado ha buscado crear la impresión errónea de que
lo que estamos en realidad combatiendo es el terrorismo, aunque hay otras
opciones: capos de la droga, ulemas locos empeñados en tener armas nucleares y
otros ogros que, se nos dice una y otra vez, quieren atacarnos y destruirnos.
A lo largo de
todo el proceso, el principio básico es el mismo. El poder no se debe exponer a
la luz del día. Edward Snowden se ha convertido en el criminal más buscado por
no entender esta máxima inviolable.
En pocas
palabras, debe haber completa transparencia para la población pero ninguna para
los poderes que deben defenderse de ese terrible enemigo interno.
Traducción de Jorge
Majfud
Fuente: Alainet.org.
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