Valor,
trabajo y clase obrera son los elementos fundamentales que definen el proceso
económico capitalista. Ante el callejón sin salida al que ha conducido el
postmarxismo en las últimas décadas, es necesario volver a pensar la política
con clases.
El retorno de la política de
clases
El Viejo Topo
23.10.2021
Hablar hoy, de
la mano de Marx, de clases sociales, reivindicando su centralidad para el
análisis social contemporáneo, constituye una vía preferente de acceso a la
comprensión teórica del modo de producción capitalista como una verdadera
totalidad estructural –con su propia lógica de funcionamiento y leyes objetivas
de movimiento–, y con ello también al conocimiento preciso de su manifestación
actual ya plenamente mundializada. Y representa esa vía privilegiada de
discernimiento teórico porque, en tiempos de regresión social globalizada y
recomposición política de las fuerzas sociales en conflicto, el análisis de
clases posee hoy más que nunca la inestimable virtud de delimitar nítidamente y
de manera inmediata los campos enfrentados en el debate que atraviesa a toda la
ciencia social preocupada por la emancipación humana, esquemáticamente, y en
último término, entre marxismo y postmarxismo, y revela directamente también
las implicaciones y potencialidades políticas de cada uno de ellos.
A diferencia de
lo que sucede con las aproximaciones sociológicas al uso (de las que participan
igualmente los muy variados representantes del postmarxismo que hegemoniza el
pensamiento de izquierdas de las últimas cuatro décadas), las clases sociales
en la investigación de Marx no proporcionan un mero registro taxonómico de la
estratificación social en las economías donde dominan las relaciones de
producción capitalistas, una clasificación que coexistiría sin poder reclamar
preeminencia teórico-política alguna con otras muchas líneas de fractura y de
ordenación social. Constituyen, por el contrario, una forma de expresión
particular de todo el entramado estructural de relaciones y procesos
socio-económicos en el que consiste el modo de producción capitalista en su
conjunto, un sistema social que adquiere su especificidad histórica en la
disolución de los lazos de dependencia personal que caracterizaban a las
sociedades que le precedieron, reemplazando todos esos vínculos personales de
dominación por una articulación puramente mercantil de la sociedad (incluido el
proceso de extracción del excedente de los productores), pero que para poder
operar de manera efectiva requiere también, como una condición suya, de la
esfera jurídico-política del derecho y del Estado. Analizando las clases –desde
sus determinaciones formales más fundamentales hasta su desarrollo histórico y
configuraciones actuales– se está comprendiendo, por lo tanto, no otra cosa que
la propia naturaleza, articulación interna y funcionamiento del sistema
económico globalizado en el que vivimos.
Puede decirse
entonces, más concretamente, que en la medida en que las clases sociales se
definen en la esfera de la producción, por la relación que establecen en ella
propietarios y no propietarios de las condiciones materiales de producción,
remiten necesariamente también a la noción de trabajo social como fundamento
del valor mercantil, y permiten con ello dar cuenta del específico mecanismo de
extracción y apropiación del excedente que caracteriza a la sociedad del
capital: bajo la cobertura jurídica de un contrato libre entre iguales, lo que
sucede materialmente es que el trabajador rinde más valor del que cuesta su
estricta reproducción social, un excedente de valor que se apropia sin entregar
nada a cambio el propietario capitalista. Pues bien, sacar a la luz todas las
determinaciones formales de esa compleja articulación económica de la sociedad,
donde las relaciones sociales se manifiestan cuantitativamente en la esfera
mercantil como relaciones de valor, reducidas a una magnitud común, es el
verdadero cometido de la teoría del valor-trabajo en Marx. Partir de las clases
sociales significa, de este modo, hacerlo también del trabajo –entendido como
actividad central humana encaminada a satisfacer sus propias necesidades de
reproducción social (y no meramente biológica)–, y en consecuencia tener como
marco de referencia para la investigación social la teoría del valor-trabajo.
Vemos así que
valor, trabajo y clase obrera representan, desde esta perspectiva teórica que
estamos reseñando, los elementos fundamentales que definen el proceso económico
capitalista, un proceso que en tanto que se articula a escala de toda la
sociedad en términos mercantiles, funciona de manera espontánea de acuerdo a la
lógica ciega de la maximización del beneficio. Por eso, hablar de clases
sociales –y hacerlo en el preciso sentido que estamos indicando– es siempre, en
definitiva, hablar del capital: ese proceso de auto-valorización, automático e
impersonal, que se alimenta de la continua apropiación del excedente extraído
de los trabajadores y que impone al conjunto de la sociedad sus necesidades
internas de reproducción a una escala siempre creciente.
De todo lo
anterior se sigue que tomar las clases sociales como eje analítico no sea una
simple elección o preferencia del investigador –para estudiar un aspecto más o
menos «importante» de la realidad social, lo cual siempre está sujeto a los
vaivenes de las modas académicas–, sino algo que impone el mismo objeto de
estudio (que no es otro que el modo de producción capitalista) para ser
efectivamente comprendido y expuesto categorialmente. En la perspectiva teórica
de Marx, ni el fundamento laboral del valor, ni por consiguiente tampoco la
centralidad de las clases como divisoria social, son algo así como «hipótesis»
o «tesis» a demostrar mediante la «comprobación empírica» (y que rivalizarían
con otras hipótesis y criterios de clasificación alternativos), que es como
suele plantearse el asunto del valor y de la estratificación social en los
dominios académicos de la economía y la sociología convencionales,
respectivamente. Muy alejado de todo esto, en el proyecto marxiano de «crítica
de la economía política» la categoría de valor-trabajo, y con ella
necesariamente también la de clase social, son supuestos constitutivos
–coordenadas de demarcación teórica– del propio objeto de estudio, un objeto
que tiene una naturaleza estrictamente social (y no psicológica, como
resultaría de la teoría subjetiva del valor, o tecnológica, si partimos de la
teoría «fisicalista») y al que, por lo tanto, le incumben exclusivamente el
tipo de distinciones conceptuales que resulten relevantes para el análisis de
los procesos que ordenan la vida de las personas.
Podrá
entenderse entonces que el coste laboral que tiene la reproducción económica de
la sociedad, así como la forma social que adopta ese proceso reproductivo en el
modo de producción capitalista, representa en Marx el tema mismo que se
pretende investigar. Sencillamente se quiere computar cuánto les cuesta a las
personas (y no a las máquinas, los animales o a la naturaleza, todo lo cual nos
situaría más allá del estricto ámbito de la ciencia social) en términos del
gasto de su propio esfuerzo laboral (que no es otra cosa que gasto de su tiempo
de vida) reproducir periódicamente sus condiciones materiales de existencia. Y
ligado a esa contabilidad laboral, representa también un elemento constitutivo
del objeto de estudio de Marx indagar la precisa relación que se establece
entre el trabajo y la propiedad (sobre los productos de ese trabajo), lo cual
permitirá descubrir la existencia de una relación de explotación como base de
la sociedad capitalista: el hecho de que pueda haber individuos que sin
necesidad de trabajar ellos mismos logren sin embargo apropiarse
sistemáticamente de los frutos del trabajo ajeno.
En definitiva,
solo si tomamos como eje del análisis el trabajo humano (y lo distinguimos
nítidamente del funcionamiento de las máquinas o del simple uso de los recursos
naturales en la producción) será posible desvelar el sistema de relaciones
sociales en que consiste el modo de producción capitalista. Este es el motivo
de fondo por el que la noción de valor-trabajo, así como la de clase social que
inevitablemente lleva asociada, constituyen para Marx el punto de partida
ineludible de toda investigación científica en el campo de la economía
política, y lo que la distingue de la «economía vulgar» (y también de la teoría
social postmarxista) que domina hasta nuestros días.
*****
El trabajo de
investigación y discusión pública que viene desplegando en los últimos años
Jesús Rodríguez Rojo, investigador en la Universidad Pablo de Olavide, se
inscribe precisamente en esta fecunda tradición de pensar la sociedad del
capital desde la teoría del valor-trabajo de Marx. Una perspectiva teórica
clásica que tras varias décadas de ostracismo, arrinconada en el ámbito
académico por la moda de los «estudios culturales» y las «políticas de
identidad» que han logrado imponer las poderosas plataformas ideológicas del
«liberalismo progresista», comienza otra vez a abrirse paso de la mano de una
nueva generación de jóvenes investigadores que cuenta a Rodríguez Rojo, en
nuestro país, como uno de sus representantes más destacados.
Como advierte
el propio autor en el prefacio, el presente libro culmina todo un ciclo de
investigación teórica sobre las clases sociales que tuvo como detonante la
necesidad de comprender y reorientar la militancia revolucionaria en el marco
de las convulsiones sociales y políticas que acompañaron a la última gran
crisis del capitalismo global, hace ya una larga década. De tal necesidad
práctica resultó una vuelta al Marx maduro de El capital y su
proyecto teórico de «crítica de la economía política», que sigue proporcionando
a día de hoy las mejores herramientas conceptuales para comprender la lógica
estructural del capital y sus leyes objetivas de movimiento. Una lógica
económica a través de la cual se despliega la lucha de clases, imponiéndole sus
condiciones y mostrando sus verdaderas potencialidades, y que revela también
los límites estructurales de la acción del Estado burgués para la
transformación social emancipadora. La investigación de todas estas
determinaciones fundamentales de la dinámica económica capitalista y de la
lucha de clases que la acompaña fue precisamente el objeto de su anterior
libro, La revolución en El capital[1],
un aporte clave para la recuperación en nuestro país de la perspectiva de
análisis clasista de la sociedad actual. En tanto que la aplicación de ese
esquema teórico general al estudio de manifestaciones más concretas y
específicas de la lucha obrera, como es su relación con la cuestión del género
o la acción política revolucionaria en los países capitalistas desarrollados,
centra el contenido del presente texto.
Es justamente
esta orientación «aplicada» lo que convierte al nuevo libro de Rojo en una
contribución destacada a la impostergable tarea de establecer una agenda propia
de investigación y debate para nuestra tradición teórico-política, un programa
de intervención teórica que pueda liberarse definitivamente de las modas
intelectuales y las servidumbres que impone el trabajo académico actual. La
comprensión del capital como «sujeto rector» de la inmensa mayoría de los
procesos sociales que dan forma a nuestro desarrollo vital es, naturalmente, el
punto de partida de Rojo. Son las exigencias internas de ese proceso económico
automático las que se le imponen necesariamente al conjunto del cuerpo social,
incluyendo muy destacadamente su metabolismo depredador con el entorno natural.
Y frente a los múltiples disolventes identitarios que arraigan y proliferan –en
un proceso de fragmentación sin fin– en el pensamiento y la acción de la
izquierda actual, uno de los puntos fuertes de la perspectiva que traza el
autor en este libro es la firme reivindicación del universalismo racionalizador
de la tradición ilustrada, una tradición de la actual el comunismo marxista
representaría su desarrollo consecuente.
Tal perspectiva
de análisis, que se propone recuperar las mejores contribuciones del
pensamiento marxista clásico, es la que permite a Rojo acotar con precisión
algunos de los problemas teórico-políticos fundamentales con los que la
reconstrucción del proyecto emancipador comunista tendrá que enfrentarse en los
próximos años. Entre ellos, y siguiendo el hilo de los desarrollos contenidos
en el presente libro, pueden señalarse los siguientes, que se encadenan
lógicamente entre sí: i) cómo politizar en un sentido revolucionario a una
clase que es, en su existencia inmediata y espontánea, un «atributo del
capital»; ii) cómo afecta a la problemática del género ‒entendido
prioritariamente aquí como la relación histórica entre el trabajo doméstico y
la reproducción de la fuerza de trabajo‒ la tendencia estructural del modo de
producción capitalista hacia la asalarización de toda la población; lo que
puede plantearse también con la pregunta de si es solo histórica (es decir,
contingente) y no estructural la relación del patriarcado con el capital; iii)
qué materialización concreta ha de tener la forma-partido, una vez admitida su
necesidad como instancia política que unifique y dirija de forma consciente la
lucha obrera hacia su emancipación; iv) cómo se articulan en la lucha obrera el
programa mínimo (la pugna por reformas dentro del propio régimen capitalista) y
el programa máximo (que busca superarlo y exige acabar con el poder político
burgués) sin caer en el típico gradualismo transicional de carácter
«movimentista» –que cree que toda reforma conquistada conduce siempre a otra
superior, en un proceso acumulativo– y que acaba siempre solicitando reformas
imposibles al propio Estado burgués (renta básica, trabajo garantizado, control
de precios, etc.); v) cuál es la verdadera relación entre «democracia» y
«economía» en la sociedad moderna, ¿es acaso la que se da entre un
procedimiento de participación popular que ya opera (aunque imperfectamente,
como suele decirse) en los regímenes burgueses actuales y que se trataría de
extender al ámbito económico (para conquistar así, como se plantea
frecuentemente, «la democracia económica», con la «autogestión obrera»)? ¿O más
bien la relación entre democracia y economía es la que se establece –siguiendo
en esto al republicanismo filosófico– entre un proyecto político de poder civil
teóricamente bien definido (derecho, libertad individual, garantías, igual
poder de decisión, etc.) y sus condiciones materiales (socio-económicas) de
posibilidad, de donde se derivaría que el autogobierno ciudadano –más allá de
ciertos derechos y libertades precariamente establecidos hoy– no puede regir en
modo alguno bajo condiciones capitalistas de producción?; vi) cómo se
materializa institucionalmente la superación del mercado como principio de
articulación económica para la construcción del socialismo; vii) y finalmente,
¿cuál es la forma jurídico-política que corresponde, por derecho propio, al
poder obrero, por ser la que puede garantizar tanto la transición socialista
(el ejercicio de la «dictadura del proletariado») como el control consciente y
racional del proceso económico por los productores?
Como respuesta
global a todos esos interrogantes Rojo propone un programa teórico-político que
se articula en torno a tres elementos fundamentales: i) con base en el análisis
de las tendencias estructurales del modo de producción capitalista
(socialización de la producción, asalarización, etc.), restaura la centralidad
de la clase obrera como sujeto realmente capaz de luchar por su superación,
habilitando además una vía coherente de relación con la lucha feminista; ii)
define el horizonte comunista (o al menos el largo trayecto hacia él) como una
articulación necesaria de planificación económica y «república democrática
desarrollada»; y iii) al comprender el Estado como la forma política específica
en la que se expresa unificado el capital global, deriva la necesidad de una
estrategia revolucionaria para la superación del orden social capitalista.
Naturalmente,
la concreción de todo este programa general es lo que queda abierto al debate.
Pero lo que parece ya indiscutible, al menos si se quiere abandonar el callejón
sin salida al que ha conducido el postmarxismo en las últimas décadas, es su
punto de partida, y que el libro de Rojo tiene el gran mérito de rescatar: la
necesidad de volver a pensar la política con clases.
Nota:
[1] Jesús Rodríguez
Rojo, La revolución en El capital. Significados y potencial de la lucha
de clases. Madrid: Garaje, 2019.
Prólogo al libro de Jesús Rodríguez Rojo Las tareas pendientes de la clase
trabajadora.
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