La
guerra contra la democracia, es la opción del capitalismo para enfrentar y
desarticular los proyectos populares. Para él, la diferencia entre derecha y
extrema derecha es un eufemismo. Los golpes de Estado lo demuestran.
El gran capital no distingue entre derecha y extrema
derecha
El Viejo Topo
20 septiembre, 2021
La guerra
contra la democracia, es la opción del capitalismo para enfrentar y
desarticular los proyectos populares. Mencionar políticas afincadas en el cobro
de impuestos progresivos o la intención de regular el mercado encienden las
alarmas del complejo industrial militar y financiero. No digamos cuando los
programas de cambio social se fundamentan en la nacionalización de las empresas
trasnacionales, la reforma agraria y la distribución de la renta. Al poder
económico le basta atisbar la posibilidad de ser derrotado para borrar la
distancia que separa la llamada derecha progresista de la extrema derecha.
Llegado el momento, pensemos en Perú, concentra sus esfuerzos en mantener el
orden capitalista. Es la hora de los poderes fácticos, aquellos que emergen
para bajar el telón de la ficción democrática de la derecha progresista. El
poder del capital sólo entiende de ganancias y poder. En su mundo, no contempla
la posibilidad de verse apartado del proceso de toma de decisiones. Los
ejemplos históricos están contenidos en ascenso del nazifascismo en Europa.
La salida
totalitaria del capitalismo alemán contó con el apoyo financiero de apellidos
ilustres. Empresarios, banqueros, industriales, en definitiva el gran capital,
se inclinó por apoyar la emergencia de un nuevo líder. El partido nazi fue la
salida para evitar el avance de la socialdemocracia y el movimiento comunista.
Su opción: Adolf Hitler. Decisión y compromiso para apuntalar el nacimiento del
Tercer Reich. El 20 de febrero de 1933, en reunión secreta al más alto nivel,
confluyeron en el Reichstag, Adolf Hitler, Hermann Göring y los 24 empresarios
y banqueros más importantes de Alemania. Éric Vuillard, en su relato novelado,
El orden del día, recrea el momento donde se aúpa al führer gracias
a las generosas donaciones del gran capital alemán: los 24 no se llaman
Schnitzler, Witzleben, Schmitt, ni Finck, Rosterg o Heubel, como nos mueve a
creer el registro civil. Se llaman Basf, Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens,
Allianz, Telefunken. Con esos nombres sí los conocemos. Están ahí entre
nosotros. Son nuestros coches, nuestras lavadoras, nuestros artículos de
limpieza, nuestras radios despertadores, el seguro de nuestra casa, la pila de
nuestro reloj. Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas. Nuestra vida
cotidiana es la suya. Cuidan de nosotros…
Hoy, en la
transición del capitalismo analógico al capitalismo digital, no caben medias
tintas. El capital trasnacional se juega el todo por el todo. Las opciones no
son muchas y hay que apostar por lo más simple, el discurso del miedo como
aglutinador de las emociones y el control de las mentes. Nuevamente se levanta
el anticomunismo como bandera y se despliegan sus argumentos. Eso sí,
recubierto de un lenguaje donde se potencia el ideal de una sociedad bien
ordenada. Seguridad versus democracia. La democracia, argumenta, ha sido
pervertida, llenándola de contenidos éticos de justicia social, poniendo en
cuestión los valores occidentales. La pandemia les permite, además, mantener un
discurso asentado en la antipolítica. Los matices entre las derechas
desaparecen. Los grandes empresarios apoyan las opciones neofascistas. Si no
son unos serán otros. No hay tiempo para distingos. Los huevos se reparten en
canastas, pero sin olvidar el objetivo, impedir el desarrollo democrático. En
España, por ejemplo, Vox ha recibido 17 millones de euros de, entre otros,
Esther Koplowitz, Juan Miguel Villar Mir o Bernard Meunier. Por sus nombres,
como señalaba Éric Vuillard, no los conocemos, pero sus empresas FFC, OHL,
Nestlé o El Corte Inglés nos resultan familiares. La lista es amplia. Los
dineros fluyen. Hay conseguidores, cuyos avales abren puertas. Jose María Aznar
es uno de ellos.
En América
Latina una nueva internacional une a todas las derechas. Ha sido creada para
desestabilizar los proyectos democratizadores y populares, se apoya en el gran
capital trasnacional y los grupos de la nueva derecha nacida de las reformas
neoliberales. Aquellos que en 1973, por iniciativa del banquero estadunidense
David Rockefeller y el grupo Bilderberg, fundaron la Trilateral del
capitalismo, uniendo a los señores del dinero y la guerra de Europa, Asia
Pacífico y Estados Unidos, hoy son socios del nuevo proyecto. Una derecha
posneoliberal, ultraconservadora, belicista y profundamente ultramundana se
aúpa en lo más alto de los consejos de administración. No nos engañemos, United
Fruit Company, Anaconda, ITT, Nestlé, Monsanto, Mercedes Benz, Ford, Estándar
Oil, Texaco, City Bank, Banco de Santander, Iberdrola, Endesa, Telefónica, Coca
Cola, y ahora las empresas tecnológicas, Amazon, Google, Apple, Microsoft y
Facebook, están unidas por su declarada guerra contra la democracia. En su
agenda, el control de las riquezas naturales del planeta y el reparto de
beneficios. Como sucediera en la Alemania nazi, el gran capital no tiene
amigos, tiene intereses y los defenderá. No distingue entre derecha y extrema
derecha. Hoy como ayer opta por una salida totalitaria, financiando a los
nuevos führer, se llamen Le Pen, Abascal, Bolsonaro, Trump,
Leopoldo López, Keiko Fujimori, Mussolini o Hitler. Les dejarán de lado, y así
lo hacen, cuando no les son útiles para dominar el mundo. La diferencia entre
derecha y extrema derecha es un eufemismo. Los golpes de Estado lo demuestran.
Artículo publicado originalmente en La Jornada.
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