Siete respuestas al colectivo Nueva Revolución
(I de II)
Por Iñaki Gil de San Vicente / España
Fuentes: Rebelión
23/08/2021
1-En la transición, la derecha española tenía tres expresiones políticas:
Unión de Centro Democrático, Alianza Popular y Fuerza Nueva, que no dejaban de
ser tres organizaciones herederas del franquismo. Ahora la derecha vuelve a
estar fragmentada en tres bloques, que podrían tener cierta analogía con
aquellos. ¿Sigue siendo esta derecha heredera del régimen anterior y por eso es
tan beligerante con la Memoria Antifascista?
Antes de
seguir, conviene precisar los tres niveles de reflexión que tenemos que simultanear
en esta entrevista, sobre todo al analizar la «transición española» desde la
experiencia de un pueblo oprimido, porque su interacción nos facilita
comprender que existe un nacionalismo español básico que va con diversas
intensidades y caretas desde Vox hasta grupúsculos de «izquierda». No sirve de
nada intentar definir qué es la derecha y qué expresiones tiene sin hacer
referencia a ese españolismo sustancial: el «gobierno más progresista»,
PSOE-UP, está sopesando ilegalizar ahora mismo o más adelante a Izquierda
Castellana con excusas antidemocráticas, cuando en realidad se trata de que
todo el nacionalismo español sabe que el castellanismo es uno de sus peores
enemigos porque hunde uno de los pilares básicos de la «nación española».
Por esto es necesario
simultanear tres niveles de análisis: 1) en el nivel más superficial y visible,
falsamente decisivo pero fetichizado por el centro-derecha y los reformismos,
tenemos la Constitución del ’78 o si se quiere la democracia parlamentaria tal
cual hoy es magnificada por la propaganda. 2) en el nivel intermedio y cada vez
más visible para sectores críticos, existe el poder omnipotente de la monarquía
católico-militar esencialmente antidemocrática, poder intocable por, para y
desde la Constitución. Y 3) en el nivel profundo, decisivo por cuanto
estructural pero invisibilizado, existe la dictadura del capital que teledirige
los guiñoles de la monarquía y del parlamento; estos guiñoles tienen diversas
autonomías más o menos relativas en determinadas cuestiones secundarias, pero
jamás en las vitales para el capital, como iremos viendo.
Sobre todo en
lo relacionado con la extrema derecha y el fascismo, no debemos cometer el
error de subestimar el uso revolucionario que puede hacer el proletariado del
parlamento, del nivel 1, desechándolo total y ciegamente; pero tampoco debemos
caer en el error contrario, el fetichismo parlamentarista, sobreestimando sus
muy limitadas atribuciones. La forma más efectiva de no cometer esos dos
peligrosos errores de frivolidad, es una pero doble: conocer el materialismo
histórico y saber que la acción parlamentaria siempre tiene que estar al
servicio de la lucha de clases.
El «régimen
anterior» era la forma de dominación adecuada a las necesidades del capital
hasta que empezaron a agudizarse más allá de lo controlable las contradicciones
que minan al Estado español desde el siglo el siglo XVI, por poner una fecha.
Surgieron diferencias en el bloque de clases dominante en el «régimen
anterior», incluida la Iglesia y el Ejército, porque este bloque tenía que
enfrentarse a una crisis interna y externa de una magnitud hasta entonces
desconocida, de manera que progresivamente y con muchas discusiones y, sobre
todo, bajo la presión creciente de la lucha de las clases y naciones oprimidas,
se fue imponiendo una facción que necesitaba que el nivel 3, el de la propiedad
de las fuerzas productivas y el de la dictadura del capital, siguiera
existiendo con cambios formales en el nivel 2, el de la monarquía franquista, y
con la creación de un nivel 1, el de la «democracia».
Los cambios
introducidos a la monarquía franquista, nivel 2 arriba visto, consistieron en
llamarla «monarquía constitucional» en vez de franquista, pero que en realidad
siguió siendo católico-militar, capitalista y española, inconciliable con la
democracia en cuanto «poder del pueblo» y tan corrupta como siempre. Para que
esta trampa tuviera éxito había que crear de la nada el nivel 1, el más
superficial, la Constitución del ’78, e imponerla con mentiras, promesas,
corrupciones, represiones y miedo. Los sectores más reaccionarios se opusieron
tenazmente incluso recurriendo al terrorismo y gracias a la genuflexión
centrista y reformista lograron una cuádruple victoria cualitativa: que no se
depurara la estructura franquista del Estado; que siguiera la monarquía
católico-militar oficialmente llamada «constitucional»; que se aniquilara toda
remota posibilidad de republicanismo; y que se reforzara la dictadura del
capital y la «unidad española» bajo la forma de una «democracia parlamentaria»
muy amputada y auto vigilada por ella misma, porque ella misma se declara
defensora del capital y de la intocable monarquía católico-militar.
Las tres
derechas de entonces eran «herederas del franquismo», es cierto, pero es una
verdad secundaria porque atañe sólo a la forma de la dominación del capital, ya
que lo decisivo, la verdad primaria, era y sigue siendo que la inmensa mayoría
de fuerzas sociopolíticas eran y son pilares del capital, como veremos. Las
derechas franquistas sabían desde antes de 1978 que si cambiaban algunas cosas
su poder básico no estaría en peligro, aunque sí tuvieran que ceder algunas de
sus prebendas. Solamente una muy enana parte de ella, la más fanática
representada por Fuerza Nueva y grupúsculos afines, quería retroceder al franquismo
puro y duro. UCD y AP, representantes mayoritario y minoritario de la burguesía
más españolista, aceptaban las reformas constitucionales y el maquillaje de la
monarquía a cambio del fortalecimiento del poder del capital.
La virtualidad
de utilizar la dialéctica entre los tres niveles –superficial, medio y raizal–
vuelve a demostrarse en la desunión-unión de la actual derecha: está desunida
en el nivel superficial, tiene diferencias en el mediano y está unida en lo
esencial, en la raíz de la defensa a muerte de la propiedad privada. La
desunión se muestra a diario y sobre todo en los momentos electorales cuando se
despedazan ferozmente para comerse unas los votos de las otras; las diferencias
en el nivel mediano, se muestran en sus acuerdos secretos o públicos para copar
sillones siempre bajo la protección de la monarquía; y la unión incondicional
se muestra en su defensa a muerte del capital y de la unidad española, que es
lo mismo, e incluso en algunas insinuaciones indirectas de que atarían más en
corto a la monarquía católico-militar para salvarse ellas.
Por tanto, la
fragmentación en tres bloques de la derecha actual es cierta, pero es relativa
en función de la gravedad menor o mayor de los peligros que afronta en su
conjunto o en sus fragmentos. Tanto en su unidad como en sus diferencias,
siguen siendo abierta o solapadamente más que «herederas del franquismo»: son
reservas de varias intensidades de franquismo sociológico y hasta político que
pueden ser activadas por el grueso del bloque de clases dominante cuando la
crisis del Estado sea irresoluble por el centrismo, el reformismo y las
burguesías regionalistas y autonomistas.
Debemos tener
en cuenta que el franquismo se creó oficialmente en 1937 con el Decreto de
Unificación de corrientes españolistas que de un modo u otro tenían una larga
data, y que adquirieron más solidez con en el Manifiesto del Bloque Nacional de
1934, mucho más coherente que la demagogia de una Falange recién creada. Ello
le dotó al franquismo de caretas varias que podía cambiar según sus
necesidades, lo que unido al incondicional apoyo imperialista y del Vaticano,
explica por qué apenas tuvo dificultades para transitar por varias fases en las
que además de mostrar caretas varias también aplicó economías diferentes. No tenemos
aquí espacio para exponerlas, pero el franquismo abiertamente nazi de
grupúsculos de Vox es diferente a los llamados pro-yanquis, «desarrollistas»,
«aperturistas», etc. La derecha puede recurrir según sus necesidades a cada uno
de estos «franquismos», pero nunca puede renunciar a él.
Y por esto
mismo el peligro mortal para el franquismo en su contenido esencial, además de
en sus continentes formales, es precisamente el del antifascismo, el de la
Memoria Histórica. Aquí la unidad de clase imperialista española y monárquica
se impone sin compasión sobre las nimiedades egoístas que se auto fagocitan por
sillones y votos que faciliten corrupciones múltiples. La Memoria verdadera, no
la falsificación mentirosa que quiere imponer la alianza entre centro-derecha y
reformismo, es inaceptable porque despierta el fantasma de la lucha de clases y
de liberación de las naciones oprimidas no sólo desde de la I República de
1873, sino ahora mismo, cuando la derecha y el centro-reformismo legitiman a
criminales fascistas como Millán-Astray, Melitón Manzanas, Rosón en Lugo, etc.,
o a la Legión, paradigma del terror… o cuando justifican o no combaten la
impunidad neonazi.
Es comprensible
la beligerancia de la derecha contra la Memoria y el antifascismo porque
reabren las llagas supurantes de su largo régimen de terror público, porque
descubren cómo el franquismo destruyó toda libertad e impuso una larga noche de
dolor y miedo. Por esto mismo el antifascismo y la Memoria topan con el
permanente boicoteo silencioso de la Iglesia, sin la cual jamás se hubiera
derramado tanta sangre ni se hubiera tardado tanto tiempo en empezar a
recuperar huesos y trocitos de piel humana, bastante de ella de mujeres e
infancia violada, torturada y fusilada: estamos ante uno de tantos crímenes de
la historia cristiana, que llegaron al extremos de la compra y trata de recién
nacidos de «familias rojas» para «educarlos en el amor a Dios y a España».
Pero también
hay que decir que, sin profundizar ahora en las pocas diferencias –que no
oposiciones y menos aún contradicciones– entre antifascismo y Memoria, hay que
decir que ambos sacan a la luz la naturaleza explotadora y opresora de la
Constitución y de la monarquía católico-militar por lo que tampoco son
impulsados por el centro-reformismo. Desde la Constitución sólo puede
impulsarse una «memoria» parcial y abstracta, que refuerza la dominación del
bloque de clases dominante, necesitado en ocultar que esa Constitución fue y es
la tapadera de estructuras franquistas nunca depuradas. Con la Memoria, otro
tanto, con la gravedad de que el PSOE y el PCE abandonaron en el olvido
oprobioso el genocidio fascista para no importunar a la derecha
2- La cuestión territorial ha servido de unión entre todo el espectro de la
derecha, entendiendo esta desde Vox hasta una parte significativa del PSOE.
¿Sigue siendo la unidad de España el mantra que repite la derecha para ocultar
las terribles desigualdades sociales que se dan en el estado?
La unidad del
Estado español es un axioma y un apotegma para las fuerzas sociopolíticas y
sindicales estatalistas porque su entera visión psicopolitica está determinada
por el nacionalismo español, a excepción de una pequeña, honrosa y hasta
heroica izquierda internacionalista. Podemos recurrir al símil del tronco
españolista: las ramas más imperialistas de la derecha; las ramas
constitucionalistas, autonomistas y hasta defensoras de un federalismo de papel
estrujado, sin hablar de esa entelequia de «nación de naciones» formada por una
«nación política integradora» y «naciones culturales periféricas»; y una ramita
de «izquierda» que niega la existencia de naciones oprimidas y su derecho a la
autodeterminación e independencia.
El tronco
nacionalista español se levanta sobre las raíces de la explotación de mujeres
trabajadoras, clases explotadas y naciones oprimidas, sobre el exterminio y
saqueo colonial e imperialista, sobre el nacional-catolicismo de la Iglesia y
el poder intocable de la monarquía militar. Conforme se reforzaba la dictadura
del capital –nivel 3– iban surgiendo ramas diversas de ese nacionalismo raizal
funcionales a las necesidades de la facción dominante del bloque de clases
dominante en cada fase. Otras facciones burguesas españolas y «periféricas»
elaboraban sus nacionalismos o regionalismos fuertes en la medida de lo posible.
El franquismo fracasó en el intento de imponer su imperialismo al resto, y la
solución fue crear en la mitad de los ’70 los niveles 2 y 1, con lo que el
bloque de clases dominante lograba ampliar la oferta de matices nacionalistas
españoles, autonomistas y regionalistas en el mercado de la manipulación
inconsciente de la estructura psíquica de masas alienadas. El marketing
político-empresarial ducho en ampliar la oferta de mercancías ideológicas ha
cosechado un reciente éxito con la devaluación de independentismos de izquierda
en soberanismos interclasistas.
Ha sido
necesaria esta explicación previa para saber que no sólo la derecha recurre al
mantra de la unidad española para justificar los ataques a las clases
trabajadoras, también lo hace la alianza gubernativa entre centro-derecha y
reformismo: ahora, el «gobierno más progresista» mantiene desde verano de 2018
las duras medidas anti obreras de Zapatero y Rajoy, se niega a subir los
salarios, mantiene la ley Mordaza, no persigue los desahucios, tolera los
abusos empresariales, etc., con la excusa de que lo primero es recuperar la
«economía nacional». En pos de lo cual hay que mantener la monarquía católico-
militar, contemporizar con la Gran Banca y con esa enorme transnacional que es
el Vaticano, sacrificar al Pueblo Saharaui, armar a dictaduras atroces como la
saudí y ayudar a «democracias» criminales como la de Colombia, buscar el
hundimiento de Venezuela y Cuba, plegarse a las crecientes exigencias
político-militares de los EEUU, etc.
Lo que diferencia
en este asunto a la derecha del centro-reformista en el gobierno es que la
primera lo dice con brutal sinceridad y lo impone allí donde tiene fuerza,
mientras que la segunda lo hace con cinismo brutal para justificar que lo
impone, sabiendo que cuenta con el apoyo de la burocracia sindical, del
autonomismo burgués, del soberanismo interclasista y de la socialdemocracia
internacional. Pero lo que debemos asumir es que tanto la derecha como el
centro-reformista defienden lo que les exige la dictadura del capital con el
consejo de la monarquía, escenificando «ásperos debates» en los parlamentos de
turno y en el de Madrid.
3- Vox es ahora la cara más visible de ese franquismo sociológico que, casi
cincuenta años después de la muerte del dictador, sigue anclado en la política
española, pero ¿no sigue también el franquismo infectando muchos estamentos de
nuestro poder judicial, del ejército, de los medios de comunicación?
Vox es ahora la
cara más visible del franquismo sociológico más estricto tal cual puede expresarlo
esta corriente en la actual coyuntura. Es más estricto desde luego que el
franquismo poliédrico del PP en las pasadas elecciones de Madrid, lo que le ha
permitido canibalizar mucho voto de Vox y Cs., pero también algunos del
nacionalismo españolista más puro del PSOE y hasta de franjas obreras. Si se
habla «microfascismos», de las «múltiples caras del fascismo», etc., hay que
hacer lo mismo con el franquismo. El franquismo sociológico no sólo «infecta»
estamentos de la judicatura, ejército, prensa, etc., del bloque de clases
dominante –que en absoluto son «nuestros» y menos aún de las naciones
oprimidas–, sino que vertebraba la cosmovisión de estos aparatos del capital
antes de que los administraran las y los jueces, militares, periodistas, etc., actuales.
El franquismo,
en cuanto sincretismo de las corrientes españolistas anteriores al Decreto de
Unificación oficializado en Salamanca en 1937, creó el cemento ideológico que
cohesionaba la estructura del Estado al servicio del capital, ideología
expresada en el lema de «por el Imperio hacia Dios», que integraba en un único
delirio imperial-católico los sueños de grandeza de la burguesía de un país en
declive imparable. El funcionariado, los militares, y los fieles periodistas,
etc., activos hasta casi finales del siglo XX se formaron desde la infancia en
esas fantasías, excepto minorías admirables. Muchos de ellos esperaban ansiosos
al menos un «golpe de timón» que asegurara si no la vuelta del franquismo al
menos un orden autoritario que impidiera la «revancha roja». La victoria
cuádruple obtenida al imponer la Constitución del ’78 les tranquilizó un poco,
y a pesar del fracaso del Tejerazo suspiraron aliviados con el exquisito trato
que el PSOE les daba, en comparación a los ataques antiobreros y a las represiones
de los derechos de las naciones oprimidas.
La «democracia»
no depuró la estructura franquista con lo que, por endogamia, esta se reprodujo
en su misma salsa autoritaria, disimulando su franquismo con el barniz
constitucional. Otra vez hay que admirar los pequeños grupos democráticos que
resistieron y resisten en la trituradora judicial y en otras burocracias, que
fueron expulsados del ejército o arrinconados en los sótanos, que fueron
rechazados por prensa, etc. Pero, sobre todo, fue y es la lógica de poder y de
obediencia egoísta inserta en el sistema educativo, en el Estado, en la
industria, en la educación y en la sociedad la que selecciona a su personal,
aceptándolo o expulsándolo. Esta lógica fue reforzada por los gobiernos de
derechas, y nunca cambiada radicalmente por los del centro-reformista. Ninguno,
por ejemplo, ha hecho un esfuerzo sostenido para modernizar la burocracia
judicial, que es una de las más atrasadas de la Unión Europea.
Es así como se
entiende la situación de pre colapso del aparato judicial y su servidumbre, la
pobreza intelectual del sistema educativo público y privado, la impronta
franquista del ejército, el poder político del periodismo, etc. No se trata por
tanto de una «infección» desde el exterior, sino de que, por un lado y como
veremos más extensamente luego, desde antes del Manifiesto de 1934 y de la
Unificación de 1937, el imperialista español ya cimentaba el Estado como se
demostró en la destrucción atroz de la II República, etc., basta leer la prensa
española del último tercio del siglo XIX. Y por otro lado, en que ese
franquismo sociológico y sus múltiples expresiones visibles e invisibles forman
parte del interior de esas estructuras de poder estatal, para y extra-estatal,
porque todas ellas están sujetas a la lógica ciega del capital y a las
necesidades de mantener a cualquier precio su marco geoestratégico de
producción/reproducción llamado “España”, o sea, al nivel 3, el decisivo,
aunque en algunos problemas puedan sorprendernos con una apariencia de
«democracia» en el nivel 1, importante en lo coyuntural pero de importancia
menor a escala histórica.
4-Hay varios libros, como el de Miguel Urbán, “La emergencia de Vox”, en el
que se analiza la irrupción de la ultraderecha en nuestro panorama político,
pero, aunque el diagnostico sea certero, nos ofrece pocas herramientas para
combatirlo. ¿Qué armas tenemos para enfrentar un fenómeno como este, avalado
por las élites económicas, por la prensa y por los jueces?
Lo primero que
tenemos que hacer es superar el doble error de creer por un lado que la
implantación del franquismo en los aparatos del Estado es sólo una «infección»
exterior; y por otro lado reducir el franquismo a mera «realidad sociológica»,
lo cual es cierto en su forma abstracta por lo que es necesario concretarla en
su realidad material. Por dos caminos diferentes, ambas interpretaciones nos
llevan a una derrota estratégica porque no atacamos el problema en su raíz: el
franquismo como expresión de la histórica crisis estructural del Estado español
en cuanto verdadera «nación fallida» según los cánones euro burgueses.
Una crisis
mucho más grave y permanente que la que en los ’20 y ’30 sufrieron Alemania e
Italia, por lo que no podemos limitarnos a copiar las lecciones antifascistas
en estos y otros Estados por valiosas que sean, sino que debemos adaptarlas a
las expresiones concretas que adquiere el franquismo tanto en su unidad estatal
española como en las naciones que oprime dentro de él.
Dicho muy
brevemente, lo que ahora denominamos nacional-catolicismo es, como venimos
insistiendo, una constante necesaria en la formación del capitalismo español,
que se fue creando con las opresiones nacionales desde al menos el siglo XIII
en la península antes y después de invadir otros continentes. Desde finales del
siglo XV la Inquisición ayudó a fusionar la religión, la nación y la política
con la identidad del Estado, proceso que no se dio así en ningún otro Estado
europeo al menos con la fuerza y persistencia que tiene en el español, ni
siquiera en Portugal e Italia y mucho menos en Alemania, por citar tres países
que sufrieron el fascismo genérico.
Las tensiones
entre facciones de las clases dominantes empezaron a mostrar a comienzos del
siglo XVI los límites insuperables que ya amenazaban al Estado español, y una
facción, la vencedora a la larga, optó por apoyarse en una potencia extranjera,
abriendo así la vía de buscar ayuda en el exterior para solucionar siquiera
transitoriamente el verdadero problema: el «problema español». A raíz del
quinto centenario del aplastamiento de la Revolución Comunera, un historiador
nos ha recordado que desde entonces ninguna monarquía ha sido de directo origen
‘español’. Monarquías ‘extranjeras’; catolicismo universalista supeditado al
Imperio; centralismo austracista; ultracentralismo borbónico; nacionalismo
español en la Constitución de Cádiz de 1812; poder omnívoro de los capitales
franceses, belgas, británicos, etc.; fugaz Casa de Saboya-Aosta; derrocamiento
de la I República…
Se fue creando
así esa intransigencia de Cánovas que pese a ello, por ejemplo, después de
invadir el territorio vasco y destruir el histórico Derecho Foral, tuvo que
reconocer la necesidad de un acuerdo en 1878 con su burguesía porque la simple
ocupación militar y la represión lingüístico-cultural no bastaban para «pacificar»
a las y los vascos: los Conciertos Económicos. Tuvo que hacerlo porque el
Estado no daba más de sí perdiendo los restos del Imperio y, como se vería al
tiempo, siendo vergonzosamente humillado en Annual por las cabilas rifeñas en
1921. Mientras tanto la lucha de clases y las reivindicaciones de las naciones
oprimidas añadían presión desde dentro al nacionalismo estatal.
Es mucha la
importancia de esta «cesión» táctica de Cánovas y el conjunto de crisis que se
sincronizan desde ese momento, para definir la lucha actual contra el
franquismo porque, sin saberlo, Cánovas reactivaba el núcleo del problema
histórico irresoluble: ni el centralismo austracista ni el hipercentralismo
borbónico, ni el interregno saboyano, ni el autonomismo limitado de la II
República, ni la dictadura franquista apoyada por el nazifascismo y luego el
imperialismo occidental, ni el Estado de las Autonomías vigilado por la Casa
Real, nada de esto ha podido construir la «nación española» según el canon euro
burgués de Estado-nación. Al contrario, ha ido pudriendo el problema en la
medida en que las contradicciones del capitalismo mundial agudizaban los
abismos que hacen del Estado una «nación fallida».
Aquí, en este
fracaso permanente, radica la razón de la ferocidad de la rama franquista del
tronco del nacionalismo español, también de la dureza contrainsurgente de la
rama constitucionalista como se ha visto en la guerra sucia y el terror de
Estado contra el independentismo vasco, o en las represiones contra otras
naciones, o el racismo, o el ataque al castellanismo, etc. Hay que partir de
esta realidad para poder elaborar primero la estrategia anfifascista y
antifranquista, y después la lucha contra el nacionalismo centro-reformista
porque las tres, a pesar de sus diferencias, sostienen a su modo los niveles 2
y 3, la monarquía católico-militar y la dictadura del capital, aunque el
extremo franquista quiere acabar con el nivel 1, el del parlamentarismo.
Partiendo de
aquí podemos ya avanzar algunas ideas elementales sobre el antifranquismo tanto
en las naciones oprimidas como en el Estado español y Europa.
4.1.- La
primera y fundamental es conocer nuestra historia como pueblo oprimido; su
composición de clases, sus luchas y la influencia que en ellas ha tenido la
alianza entre la burguesía autóctona y el Estado ocupante; la existencia de un
franquismo autóctono y qué facciones y grados de fanatismo proestatalista
tiene; qué relaciones tiene con el estatal, cuál es su ideología, y qué
relaciones de unidad de clase tiene con la burguesía autonomista o
regionalista, es decir, qué intereses de clase les unen en la defensa de la
dictadura del capital, aunque puedan tener discrepancias en los otros dos
niveles. Además, debemos estudiar qué otras ramas del tronco nacionalista
español existen y qué fuerza tienen, cómo justifican la represión de nuestros
derechos nacionales y cómo se oponen directa o indirectamente a nuestra lengua
y cultura, etc.
4.2.- Esta es
la base para, sobre ella, avanzar en una política de frente único antifascista
que tenga al menos dos niveles: el decisivo y rector, buscar la unidad
antifascista y de liberación nacional de clase de todas las capas sociales que
componen el pueblo trabajador y su centralidad proletaria; y el segundo y
secundario, supeditado al primero, cuando sea necesario buscar acuerdos
tácticos antifascistas con otras fuerzas democráticas y progresistas. La
estrategia hacia la independencia socialista debe dirigir la práctica del
frente único en el nivel decisivo de la defensa de los derechos y necesidades
elementales, de la Memoria y de la cultura y lengua propia, etc., incluida la
urgencia de un Estado obrero propio; mientras que en el nivel de los acuerdos
tácticos con fuerzas reformistas estas reivindicaciones deben ser presentadas
de una forma más general.
4.3. A la hora
de combatir al franquismo debemos explicar con ejemplos la interacción de los
tres niveles con los que hemos empezado, en las convocatorias de masas, en las
charlas y debates, etc., porque un peligro invisible pero efectivo de la demagogia
franquista «blanda» y en menor medida de la «dura» es que en la mayoría de las
situaciones pretende disimular o hasta negar su ideología fascista. Muchos
sectores reformistas tienden a creer que lo que llamamos franquismo «blando» es
simple «derecha democrática», lo mismo que cree que el actual gobierno PSOE-UP
es el «más progresista de la historia». De este modo, lo decisivo, la dictadura
del capital queda impune, y apenas se denuncia el papel contrarrevolucionario
de la monarquía católico-militar. Como efecto de ello, se mantienen las negras
y tormentosas nubes ideológicas del españolismo.
4.4.- Dado que
una de las lecciones históricas más repetidas confirma que la mejor forma de
derrotar al fascismo en general antes de que coja más fuerza, es la movilización
de masas en base a un frente único que mantenga la ofensiva estratégica. Y dado
que estas mismas lecciones muestran cómo el reformismo es contrario a esta
lucha conjunta, se hace imprescindible avanzar en la unidad de base
antifascista en todos los lugares en donde las bases de los partidos
reformistas están molestas por la pasividad de su dirección. La experiencia
muestra que las bases de los partidos reformistas tienden a desbordar a sus
direcciones en la lucha antifascista, pero tienen dificultades psicopolíticas
para romper con ellas si no existe una izquierda revolucionaria fuerte y
decidida, y una flexible, amplia y radical unidad de masas antifascista. Por
tanto, hay que crear las dos condiciones.
4.5.- Es
prioritario anular la contaminación ideológica pequeño burguesa y de clases
medias arruinadas en el proletariado, porque no sólo son incapaces de elaborar
una estrategia antifascista sino porque oscilan hacia el fascismo cuando ven la
pasividad reformista, la debilidad revolucionaria y el desconcierto obrero y
popular. Esta lección histórica confirma la necesidad del combate teórico y
sociopolítico con la ideología pequeño-burguesa, realizado siempre con la
pedagogía del ejemplo práctico y con la claridad de la concepción estratégica,
que siempre debe estar presente.
4.6.- Las
fuerzas más eficaces contra el fascismo genérico son el proletariado en cuanto
tal y el migrante en concreto, las naciones obreras oprimidas, las mujeres
trabajadoras, la juventud trabajadora y estudiantil, las organizaciones y
sindicatos, la intelectualidad y el profesorado crítico incluido los
trabajadores de la ciencia, la prensa democrática y un parlamento progresista
decidido a parar el avance fascista… Tanto el frente único con su fuerza de
masas proletarias como con su secundaria capacidad de acuerdos tácticos con el
reformismo han de militar sistemáticamente dentro de estos colectivos, en el
interior de su vida colectiva, ayudando a organizar movilizaciones
antifascistas que además prefiguren en el presente conquistas socialistas
futuras.
4.7.- Por no
extendernos, un decisivo universo de lucha antifascista es el relacionado con
las libertades y derechos concretos, las sexo-afectivas, los derechos sexuales,
el anti patriarcado, la ética marxista o simplemente libertaria, la lucha
contra el fetichismo en cualquiera de sus expresiones, etc. También la
divulgación del ateísmo comunista, la denuncia de la irracionalidad, la
necesidad de movilizarse contra el poder del Estado Vaticano, aliado básico del
español, al que ayuda en la dominación de las naciones que oprime. La izquierda
revolucionaria y el antifascismo en general sufren aquí una de sus grandes
debilidades que no hace sino reforzar la irracionalidad, el miedo y el
autoritarismo inherente a la estructura psíquica alienada.
Nota: el
colectivo Nueva Revolución ha publicado en dos entregas las
respuestas al cuestionario que nos envió sobre el nacionalismo español, las
derechas, el franquismo, etcétera.
EUSKAL HERRIA,
15 de agosto de 2021
*++
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