El Pentágono ha organizado fuerzas secretas que cuentan con unos 60.000 miembros entre soldados, civiles y mercenarios en un programa denominado Signature Reduction. Participan en él empresas y organizaciones gubernamentales también secretas.
Mercenarios de un ejército secreto
El Viejo Topo
30 julio, 2021
Las privatizaciones,
la desregulación laboral y la eliminación de controles del Estado que tanto han
deteriorado las condiciones de vida de los trabajadores, han hecho también la
fortuna de muchas empresas de mercenarios. Los gobiernos neoliberales (Estados
Unidos y otros aliados de la OTAN, además de Arabia e Israel), que han hecho
uso constante de las operaciones secretas, del recurso a empresas fantasma y
paraísos fiscales, violando el derecho internacional y utilizando los
mecanismos de la corrupción, enrolando a mercenarios y ex militares de
distintos países para operaciones terroristas ocasionales, han privatizado
también una parte de sus dispositivos militares. Washington incluso ha creado
un entramado secreto para actuar en todo el mundo, violando su propia
legislación.
En mayo de
2021, el semanario Newsweek publicó una información, firmada
por William M. Arkin, que daba cuenta de la dimensión de las unidades secretas
que mantiene el ejército estadounidense y que se ha ocultado al Congreso
violando la ley y las Convenciones de Ginebra. Se basaba en una investigación
que ha durado dos años: según esas revelaciones, el Pentágono ha organizado en
la última década fuerzas secretas que cuentan con unos 60.000 miembros entre
soldados, civiles y mercenarios en un programa denominado Signature
Reduction. Participan en él más de cien empresas y decenas de
organizaciones gubernamentales también secretas. El total de miembros de los
servicios de inteligencia y de organismos encubiertos es información
clasificada, pero el Washington Post publicó en agosto de 2013
el “presupuesto negro” de las agencias de inteligencia norteamericanas que
había facilitado Snowden, fijando en unos 22.000 los miembros de la CIA en ese
año, que cuenta además con unos seis mil miembros clandestinos.
En ese
programa Signature Reduction, los grupos de operaciones
especiales, asesinos letales, cuentan con unos 30.000 miembros, y actúan en
todo Oriente Medio, desde Siria a Pakistán y el Yemen, pero también en el
interior de países enemigos como Irán y Corea del Norte. Operan en la
denominada “zona gris”: conflictos y focos de tensión que no son guerras
abiertas, y, por supuesto, en China y Rusia. El segundo componente más numeroso
del programa lo forman espías y agentes de inteligencia, que trabajan con
identidad falsa en múltiples países. Un tercer grupo, muy nutrido, trabaja en
internet, en redes sociales, recoge información, organiza campañas, borra
huellas de actividades, asegura la circulación de sus agentes clandestinos,
manipula registros oficiales y aduaneros, crea incluso vidas ficticias en
internet (correos electrónicos, cuentas bancarias y de twitter, Facebook,
Instagram, tarjetas de crédito, etc) para las identidades falsas.
Ha sido una
práctica habitual del Pentágono y del gobierno estadounidense. En los primeros
años de la guerra en Iraq, el Washington Post calculó que de
las cien mil personas que contrató el gobierno de Bush para actuar en el país
la mitad eran mercenarios de empresas militares privadas: más de doscientas
intervinieron, la mayoría ilegales. Hoy, Washington sigue organizando grupos
terroristas que cambian con frecuencia de nombre o, simplemente, actúan de
forma anónima en diferentes escenarios. Lo hicieron en Ucrania antes del Maidán,
y pretendieron hacerlo en Bielorrusia.
Esos mecanismos
fueron utilizados en Yugoslavia, en la guerra de Kosovo, en Iraq, en la
voladura de Siria, en la destrucción de Libia, y explican también muchos de los
atentados terroristas que se producen en regiones donde el Pentágono desarrolla
intervenciones clandestinas: bombas que estallan en Irán, atentados en el
Beluchistán pakistaní contra ingenieros chinos, o secuestros de trabajadores
chinos en Sudán y Egipto; atentados con centenares de muertos en Sri Lanka, un
país que acordó con Pekín la cesión del puerto de Hambantota para la nueva
ruta de la seda. También en actos terroristas en Xinjiang y Tíbet, y en el
Cáucaso ruso.
El ministerio
de Seguridad chino dio cuenta de que solo entre 2010 y 2015, en distintos
países del mundo, ciudadanos chinos fueron víctimas de más de trescientos
cincuenta episodios violentos, desde atentados terroristas a secuestros. Tras
muchos de ellos no es aventurado imaginar la mano de mercenarios, de milicias
violentas subcontratadas y de grupos de operaciones especiales de ese ejército
secreto del programa Signature Reduction que ha organizado el
Pentágono, cuyas ráfagas de muerte pueden alcanzar cualquier lugar del planeta.
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