Con todas las actas procesadas, si la autoridad electoral confirma los resultados, Castillo, un humilde maestro rural, habrá derrotado a la representante del clan Fujimori apoyada por los poderes fácticos, el latifundio mediático y Mario Vargas Llosa.
El enigma Castillo y el otro
Perú posible
El Viejo Topo
17 junio, 2021
Con 100 por
ciento de las actas procesadas, Pedro Castillo, candidato de Perú Libre,
logró una ventaja de apenas unas décimas porcentuales (equivalente a 70 mil
votos) sobre Keiko Fujimori, del partido Fuerza Popular, en la segunda vuelta
de la elección presidencial del pasado 6 de junio en el país andino. De ser
confirmados los resultados por la autoridad electoral, Castillo, un humilde
maestro rural de a caballo y dirigente del gremio magisterial, habría derrotado
a la representante del clan Fujimori apoyada por los poderes fácticos y el
latifundio mediático, pero también a un antiguo enemigo acérrimo del
fujimorismo, el novelista Mario Vargas Llosa, marqués del reino de España,
quien, como Keiko, defiende a ultranza las políticas neoliberales del gran capital.
Lejos de
aceptar su derrota, el miércoles 9 de junio, la hija del ex dictador, quien
antes había conseguido un pronunciamiento en su favor de 22 ex presidentes
derechistas de España y América Latina −incluidos José María Aznar, Enrique
Peña Nieto y Álvaro Uribe−, organizó una marcha hacia el Ministerio de Defensa
en Lima, para exigir al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas
que actúe para impedir la victoria del comunismo. En ese
sentido, días antes del balotaje, el narcisista e impúdico Vargas Llosa había
lanzado una solapada exhortación a una asonada castrense, al declarar a la
revista limeña Caretas que si Castillo gana la segunda
vuelta y establece el modelo cubano, no se puede descartar un golpe militar de
derecha. Y el 31 de mayo, durante un acto de campaña de Fujimori en Arequipa,
ciudad natal del Nobel de Literatura, preso de sus obsesiones, su racismo y su
clasismo, en pantalla gigante desde España, Vargas Llosa afirmó que Keiko
Fujimori representa la libertad y el progreso, y el señor Castillo, la
dictadura.
Junto al
llamado al golpismo, y con la acción concertada de las corporaciones
empresarial, parlamentaria, judicial y mediática, Keiko,cuyo padre Alberto
Fujimori purga una sentencia de 25 años de prisión por corrupción y crímenes de
lesa humanidad cometidos bajo la dictadura, ha iniciado una guerra de desgaste
que podría derivar en un nuevo lawfare regional. Es decir, en
el uso indebido de herramientas jurídicas como arma para destruir a Pedro
Castillo por la vía judicial, a fin de apropiarse del Estado y (re)orientarlo
hacia el neoliberalismo. Sin descartar manifestaciones callejeras violentas,
atentados y acciones de bandera falsa de tipo terrorista que podrían atribuirse
a un renacer de Sendero Luminoso, la antigua guerrilla maoísta.
Sometido a una
feroz campaña de miedo de corte macartista por sus adversarios políticos y los
medios chayoteros, que lo demonizaron
como terruco (terrorista),castro-chavista y lo erigieron en el
nuevo peligro rojo de Sudamérica al vincularlo con un ideario
marxista-leninista que nunca ha profesado, Castillo, maestro rural de 51 años
nativo de Puña, en el departamento de Cajamarca, lanzó la consigna No más
pobres en un país rico, en el marco de un programa de tipo nacionalista
radical, industrialista, soberanista y popular, que entronca con las
transformaciones realizadas por el gobierno militar nacionalista de Juan
Velasco Alvarado a fines de la década de 1960, que incluyó la nacionalización
de la banca y la minería, la estatización de la industria pesquera y las
telecomunicaciones, una reforma agraria en detrimento de la oligarquía
terrateniente, y un no alineamiento (ni con el capitalismo ni con el comunismo)
en el ámbito internacional.
Pedro Castillo,
cuyo salto a la política nacional se dio en 2017 cuando fue uno de los
principales dirigentes de una histórica huelga magisterial que duró 75 días en
demanda de mejores salarios, ha prometido impulsar cambios estructurales,
incluida la convocatoria a una Asamblea Constituyente para reformar la Carta
Magna fujimorista de 1993, en la perspectiva de establecer un Estado
plurinacional (hasta ahora gobernado por una élite racista y clasista) que
tiene como referencia explícita los avances constitucionales en Ecuador y
Bolivia; una profunda redistribución de la riqueza con base en una economía
popular con fuerte intervencionismo estatal (en un país con 75 por ciento
de informalidad y precarización laboral); nacionalizar los recursos
estratégicos minero-energéticos ( versus el modelo
extractivista primario-exportador privado actual) e impulsar una
industrialización soberana, así como una segunda reforma agraria que complete
la de Velasco Alvarado y aumentar los presupuestos de educación y salud.
Castillo
cuestionó las esterilizaciones forzosas bajo la dictadura de Alberto Fujimori,
y en un contexto donde los últimos cinco presidentes electos terminaron
destituidos y/o presos por ladrones, enarboló una de las principales demandas
populares del Perú: la lucha anticorrupción, a través de una cruzada que
comience por arriba. De allí, también, la rápida acusación
de fraude de Keiko Fujimori, quien pasó 16 meses en prisión
preventiva y es investigada por la fiscalía acusada de ser la presunta jefa de
una organización criminal y obstruir a la justicia, además del lavado de
activos millonarios supuestamente recibidos en sobornos secretos de la
constructora brasileña Odebrecht y otros millonarios peruanos en sus campañas
presidenciales de 2011 y 2016. De ser encontrada culpable podría pasar 30 años
en prisión; la presidencia le daría inmunidad.
Castillo emerge como alternativa de poder plebeyo desde el Perú profundo andino-amazónico, mestizo y periférico y siempre marginado y despreciado por la élite costeña metropolitana limeña. Su principal desafío será gobernar sin mayoría parlamentaria y bajo la amenaza de un golpe de Estado que ya asoma. Existe el riesgo de que lo devore el sistema y sea cooptado. Pero también podría impulsar una democracia popular, directa, protagónica, organizada y movilizada en las calles, y refundar un país que, como imaginaba Mariátegui, no sea ni calco ni copia sino creación heroica.
Artículo publicado originalmente en La Jornada.
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